Un acto de sacrificio vital y doloroso
En el vuelo de Aerolíneas que me trajo a Madrid hace unos días, vi este documental del cual desconocía su existencia. Luego recordé que era uno que lo había cabreado a Diego. Yo me hubiera cabreado lo mismo. Hasta ahí bien.
Pero me sorprendió mucho al verlo y en esa circunstancia, porai sin ese condimento negativo que hubiera tenido para mi si de antemano hubiese recordado lo que Diego sintió y declaró por su edición.
De entrada todo el material editado es riquísimo, ya sea el deportivo como el familiar, o el de «ámbitos alternativos».
Yo conocí a «ese» Diego, Pelusa, cuando aún Maradona no se lo había fagocitado, el paso irregular detrás como sombra ya en el año 73 de Cyterszpiler no me presagiaba más que un seguimiento cariñoso, casi caricaturesco ahora con el paso del tiempo y la admiración genuina por el 10 que ya nos encandilaba a todos.
Lo que vino después como relato en mi «Batata Negra», a pesar de haber compartido sanguches y vestuarios nos había tomado ya tan cercanos como al Riachuelo de los delfines. Jamás formé parte del círculo íntimo Cebolla. Tal es así que Francis una vez recordando para una entrevista jugadores que pasaron por ahí en esos años (72, 73 y 74…yo regresé en el 76 ya como titular en lugar de Polvorita quien ya estaba en tercera con Diego); se refirió a que estaba también el zurdito «Batata Negra», ese era yo.
Yo adhiero a la definición «Maradona copó al Diego» que trasunta en el documental, sí, pero después de moquear un poco y tal vez surcando el alto cielo más cercano a la presencia de su ausencia, como un llamado de atención estelar del barrilete cósmico, comprendí que ese Maradona no hizo más que defender y a su modo pelear por el Diego propio como por millones de Diegos. Fue un acto de sacrificio vital y doloroso. Su parte mística, sea en santo en en deidad justificada. De ahí que el agradecimiento popular no cedió a la presión del poder real en el mundo entero y la mano de Dios sigue siendo un pulgar en el ojo de la tormenta de los necios.
Por último, cuando terminé de verla, tuve la sensación, y tal vez no aporto nada nuevo, de que estuve viendo la vida de alguien que no se había ido. Hasta sentir algo parecido a un «Que tremendo cuando ya no esté».
Luego me dormí pensando en con que nos iría a sorprender en estos días y en la bronca de no haber encontrado en el aeropuerto -que curioso no saber que vería el documental más tarde-, algo con la imagen del Diego para un compañerito de escuela de mi hija, quien cuando juega en la plaza con amigos exclama: «Mirad, hice una de Maradona».
Ariel Griot Prat