Rodolfo Braceli

No, Alcón no descansa en paz


 

Todo nos puede servir para saber cómo somos y cómo no somos. Estos días las noticias nos dijeron que se nos murió Alfredo Alcón. Más allá de la natural congoja, vale la pena, la alegría, hacer un ejercicio de reflexión, como a él le gustaba.

 

 

por Rodolfo Braceli*

 

Todo nos puede servir para saber cómo somos y cómo no somos. Estos días las noticias nos dijeron que se nos murió Alfredo Alcón. Más allá de la natural congoja, vale la pena, la alegría, hacer un ejercicio de reflexión, como a él le gustaba.

 

Me niego a las necrológicas y a las gárgaras de luto. Por eso, a poco de enterarme de la muerte, me puse a escuchar las grabaciones que hace ocho años Alcón hizo de los pequeños monólogos que eslabonan la biografía que escribí sobre Julio Bocca. Escuchando eso, que siento como una condecoración para mi escritura, advierto que Alcón tiene algo que va más allá de un gran registro. En él, hay mucho más que una gran voz: lo entrañable está atravesado de un hondo temblor. La suya es una voz que a uno lo mira y lo toca; es una voz con piel y con mirada, una Voz con rostro.

 

Observémonos, a propósito de la muerte, cómo funcionaron los medios, los periodistas. Pasó lo de siempre: se desató un torneo de epitafios memorables. Para los epitafios los argentinos somos mandados a hacer. En la mayoría de esos epitafios se destacó su ética y su coherencia arriba y abajo del escenario. Ética y coherencia, justamente eso que tanto escasea en las viñas y asfaltos del señor. Y en los pulpos medios de descomunicación que celebran las catástrofes e informan para aterrar, sembrando paranoia. Paranoia que se ha convertido una ideología, de derecha claro.

 

Voy por dos entrevistas que le hice a Alcón y que el diario Jornada de Mendoza también incluyó en una serie con mis reportajes. Vuelvo sobre ese texto para rescatar palabras del actor que vienen al caso, en este nuestro tiempo azotado por sembradas confusiones.

 

Dejémonos de tanto epitafio mocoso y reflexionemos un poco.

Alcón dijo: “Desgraciadamente no sabemos vivir apasionadamente. De las cosas más hermosas sólo se hacen afiches.”

Alcón en medio del reportaje se preguntó: “¿Quién era Cristo? Era un apasionado, un loco, un ser con destino. A Cristo todo el mundo lo nombra, lo pone como adorno sobre las paredes, pero ignorando su apasionada locura.”

Alcón siguió: “Estamos en un mundo al que le falta locura. La locura que hay es la mala locura, la asesina. Todo es chiquito…”

Alcón, volviendo sobre sus palabras agregó: “Pero no tengo derecho a caer en el pecado de la desesperanza. Estamos angustiados y vemos oscuro el futuro del hombre tal vez porque vemos con ojos de poco tiempo.”

Y ahora viene el momento en el que Alcón mete dedo en llaga. Me dijo mirándome con vehemencia: “Hay como una deleitación en hablar de lo malo. Lo otro no es noticia.”

Reitero, para los güevones y güevonas veloces que le pasan por arriba a las cosas primordiales: “Hay como una deleitación en hablar de lo malo. Lo otro no es noticia.”

 

A partir de los por Alcón, me permito añadir: esta deleitación por enarbolar lo malo y traspapelar lo bueno es uno de los signos de estos días que, fogoneado por los medios descomunicadores, se traduce en frases destinadas a crear sensación del fin del mundo: “Nunca se vio algo igual”, “Esto no da para más”.

 

Pero sigamos escuchando a Alcón: “Si esta noche naciera un Cristo, un Cristo igual a Cristo, ¿quién se enteraría? ¡Nadie! Porque lo esencial de Cristo no es noticia. (…) Sí. Somos un fraude, un fiasco permanente. Le tenemos un gran miedo a la pasión, a la aventura verdadera. Elegimos una parte de nosotros, la que más nos conviene, y en adelante nos dedicamos a pasarla bien, disfrazando el aburrimiento, buscando en otras vidas lo que nuestra propia vida no tiene por falta de coraje. Nuestra falta de pasión es tan grande como el aburrimiento. Y como la hipocresía. Porque el aburrido es hipócrita…”

 

Por estos días del abril del 2014, en ese aluvión de epitafios para despedir a Alfredo Alcón mucho se utilizó la expresión “en paz descansa”. Ese lugar común pienso que es demasiado imbécil para adosárselo a un tipo como Alcón. Que paz ni paz, que cielo ni que cielo. Alcón no podría descansar en una paz quieta y lacia. En aquella charla le pregunté sobre lo que desearía para él después del umbral de la muerte. Me contestó:

Para después de este tránsito por la Tierra quisiera no estar más aislado por el límite que nos impone el cuerpo. Quisiera ser un alma, pero un alma que se caliente y se apasione, desatada de los límites que tenemos aquí. Quisiera ser “uno”, pero en un gran “todo”. Eso en la Tierra sólo lo atisbamos cuando participamos del impulso de una gran ideología, o asistidos por el amor.

Prodigioso deseo: “Quisiera ser un alma que se caliente y se apasione”, dijo.

 

No, Alcón no descansa en paz entonces, sin descanso descansa en la intensidad de la pasión.

Soy del parecer que los epitafios y los homenajes, lagañosos, solo sirven para convalidar, para darle la razón a la jodida muerte. Para no incurrir en otro “homenaje” con Alcón, retomo sus palabras sobre el mentado Cristo de los maderos: “¿Quién era Cristo? Era un apasionado, un loco, un ser con destino. A Cristo todo el mundo lo nombra, lo pone como adorno sobre las paredes, pero ignorando su apasionada locura… Si esta noche naciera un Cristo, un Cristo igual a Cristo, ¿quién se enteraría? ¡Nadie! Porque lo esencial de Cristo no es noticia… Sí, somos un fraude, un fiasco permanente. Le tenemos un gran miedo a la pasión, a la aventura verdadera.”

 

Posdata

Damas y caballeros, señoras muy aseñoradas y señores muy almidonados, ¿y si fuera así nomás, que esta noche, como dice Alcón, por estos pagos nos nace un Cristo?

A ver, qué haríamos si nos toca el timbre por un vaso de agua: ¿le abriríamos la puerta de nuestra casa, le pasaríamos el vaso por la ventana, o qué agua ni que agua, llamaríamos enseguida al patrullero?

Con ese aspecto que tiene, con barba y encima sin desodorante, ¿llegaríamos a ajusticiarlo con los clavos? ¿o ni clavos nos harían falta porque lo mataríamos

con la eficaz impunidad de la indiferencia nuestra de cada día?

 

Ah, se me estaba olvidando: nos quedaría además la posibilidad de lincharlo a Cristo. Para tantos compatriotas, posibilidad muy divertida, y bien merecida. Porque “nada de cárcel, no vaya a ser que entre por una puerta y salga por la otra… Quién lo manda a ser tan flaco y encima pobre a ese infeliz”.

 

 

*zbraceli@arnet.com.ar/ www.rodolfobraceli.com.ar

(Este texto es una versión algo ampliada del publicado por el diario JORNADA de Mendoza el 16 de abril del 2014)

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