Rodolfo Braceli

El volcán y los “migrantes hediondos”


 

 

Esas fotos de los migrantes huyentes escandalizan la condición humana. Están más acá de nuestras narices; todos las podemos ver. Si es que no nos escondemos en la indiferencia y nos hacemos los pelotudos/das.

 

 

Por Rodolfo Braceli

 

Esas fotos crepitan sufrimiento, espanto, degradación, olores insoportables. Damas y caballeros, que no se nos olvide: la indiferencia es la forma más usual de la complicidad. Y la complicidad abona el criminal genocidio del hambre.

Al lado de esas fotos estremecedoras están las del volcán “chileno” Calbuco. Sus cenizas tapizan Bariloche y avanzan y avanzan a otros sitios de continente. Ya el 23 de abril nos enterarnos de una “saludable” noticia: “No se descarta que las cenizas del Calbuco lleguen también a Buenos Aires.”

¿Saludable? Sí, porque sirve para cachetear nuestra adormilada conciencia. Ojo al piojo: el mundo no termina en el umbral de nuestra confortable casita. Caramba, caraxus, mejor dicho, carajo.

A propósito de “carajo”. Los lectores se preguntarán qué carajo tienen que ver las fotos del volcán vomitando ríos de fuego y cenizas, con las fotos de miles y miles de  “hediondos sin papeles” africanos que tratan de agarrarse del territorio europeo como de la última cornisa.

Tienen mucho que ver, porque en la médula de los dos dramas se pone evidencia la penosa catadura de nuestra condición humana. Tiempo de preguntarse: desde los tiempos de las cavernas a hoy, los humanos, ¿moralmente hemos subido un mero escalón? Parece que no, la insolidaridad flamea.

Afrontemos las fotos. Una, de AP, muestra dos mujeres “sin papeles”, sirias, una mayor y una joven están con sus magras pertenencias en el piso, en un calamitoso edificio abandonado de Grecia. La anciana hunde su mentón en su pecho. No deja ver rostro. La mujer joven esconde sus ojos, detrás del hijito, al que abraza. El niño sí mira la cámara. Nos mira. Nosotros, ¿bajamos la mirada?

Otra foto, de AFP. Centenares de hombres y mujeres, acuclillados en el piso, apretujados; han sido detenidos cuando intentaban huir hacia Europa. Todos rostros morenos. Los de las primeras filas, con las cabezas gachas, no miran las cámaras. Desolados, esconden su humillación. Los custodios tienen mascarillas para atenuar el mar olor de estos cuerpos humanos arrojados a la desesperación. Cuerpos que quieren seguir viviendo. Para eso han nacido.

Afrontémos cifras de la Asociación Mundial de Migraciones: la cantidad de migrantes que se ahogaron en el Mediterráneo en un año creció 30 (treinta) veces. Desde enero a hoy murieron más de 1700 humanos. En el 2014 hubo 3.279 “ilegales” ahogados. Se calcula que serán más de 30.000 los ahogados al terminar este año 2015 después de Cristo. Un detalle: todos mueren de a uno.

A todo esto, ¿cómo está reaccionando la civilizada Unión Europea que alza las banderas del Libre Mercado y del neoliberalismo y del neodesguace y de la neobuitredad? Cuesta decirlo: han decidido no seguir con los rescates que realizaba la Marina Italiana. (Ma’ sí: que se mueran de una vez esos infelices). Además, los capos de UE anuncian que destruirán, antes que zarpen, a los barcos que amontonan desesperados huyentes “sin papeles”.

Atención: a esto lo denominan “misión civil y militar”. Por otro lado, la mayoría de los partidos europeos ganados por la xenofobia, por el nacionalismo caníbal, hacen sus campañas derechizándose, prometiendo sin pudor, sin asco a ver quién aniquila más “ilegales”.

Asistimos a eufemismo obscenos. A estos humanos (hombres, mujeres, ancianos, niños) se los denomina “inmigrantes ilegales”. ¿Desde cuándo son ilegales los hambrientos, los desgajados? ¿Desde cuándo son ilegales los niños cuyas tripas se enroscan de hambre y de sed, los que no tienen ni donde caerse muertos?

 

Reflexión sobre el volcán.  Retomo conceptos vertidos en esta columna en el mayo del 2008. Por entonces, como ahora, las agencias comentaban con enormes titulares que el volcán Chaitén, chileno, vomitaba bocanadas de fuego y de piedras, y engordaba una desmesurada nube que avanzaba desde el Pacífico hacia el Atlántico, por varias provincias argentinas hasta llegar a la Capital Federal, y proseguir a Uruguay.

Aquella noticia, como la referida hoy al volcán Calbuco, anidaba un significativo error. Se dijo, y se dice, que el volcán es chileno. Pero ni el Chaitén ni el Calbuco, aunque estén en Chile, son chilenos. Sus cenizas se cantan y se cagan de la risa de las fronteras y de los mapas. Un volcán puede brotar en un determinado país, pero cuando se enerva y eructa sus fuegos más hondos, deja de pertenecer a un país.

A ver si nos entendemos: un volcán cuando sale de su modorra, ya no tiene país, ni bandera. Es de nadie. Si es de nadie es de todos.

Algo de positivo tiene el estallido telúrico del Calbuco. Ese monstruo imprevisible no se detiene ante ningún peaje. Y nos enseña: que los mapas con sus benditos límites, que los nacionalismos y los himnos enervantes de los mundiales, son una distracción que sólo favorece a los asesinadores fabricantes de misiles, a los obscenos inventores de genocidios preventivos.

Moraleja: así como los tsunamis y los volcanes no acatan fronteras, los desesperados hambrientos del mundo, tampoco soportan fronteras. Europa es de los europeos, pero también es de ese incontenible aluvión de hambrientos emergentes de países arrasados. El capitalismo, desvergonzado y descorazonado y desalmado, rotula de “ilegales” a los migrantes. ¿Con qué derecho, con la anuencia de qué religión bien parida se animan a calificar así? (Memoria, por favor: sin ir más lejos, nuestros padres y abuelos italianos, españoles, árabes, rusos eran también migrantes. Y venían desesperados de hambre.)

Así es: la sucesiva tragedia de los migrantes y el vómito desmesurado del volcán son episodios que conviene reflexionar vinculándolos. El volcán no es chileno, es de todos. Y sus cenizas incontrolables nos recuerdan que las patrias y los límites son apenas distracciones. El hambre de los “sin papel” es, como la gran nube de cenizas, imparable.

Si vamos a hablar de patria, convengamos que el planeta entero es una patria. Del tamaño de una arenita. Esa arenita flota en el sumo cosmos. Por ahora. Si no la seguimos suicidando.

 

 

* rbraceli@arnet.com.arwww.rodolfobraceli.com.ar

(Esta columna en una versión algo más breve salió en el diario JORNADA, de Mendoza, el 8 de mayo de 2015)

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