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Ahí viene el año 2024: flamean los Ojalás reflexivos, y ya nos ilumina el hondo vino oscuro

 

 

 

 

Reanudo una columna que escribí para Página 12 y Jornada online. La amplío con más ojalás. Presentimientos de campanas mojan el semblante de este aire. El año 2023 se nos escurre entre los dedos de una mano, mientras los dedos de la otra se estiran para rozarle la mollera al año 2024 después del cada vez más sufriente Cristo. Sí, campÁnan las campanas. Pero, ¿qué es una campana? Es una cintura muy hembra. Bronce que late. Abismo que implora ser sembrado.

 

Por Rodolfo Braceli

 

La voz de la Juana  nos avisa: “¡A comeeer, el alimento se enfría!” La voz  del Andrés reflexiona: “Momento. Recordemos que la comida no a todos se les enfría: hay demasiados muchos que no tienen mesa. Cuando de pronto comen, comen a ras del suelo. Carecen del pan de cada día, y del pan de cada noche carecen”.

¿Quiénes son los “demasiados muchos”? Los secuestrados por el inaudito hambre. El hambre y la hambre… Carajo, caramba, caraxus.

Adelante. ¿Acaso justamente ahora se nos por arreglar el mundo? Damas y caballeros y otras entidades: al mundo no hay que arreglarlo, hay que hacerlo, y rápido, porque los flaquitos del planeta, ya hartos, borrarán la línea del horizonte en sus cuatro cardinales. Por alguna alevosa razón, panes y peces y sueños, ya no se multiplican; se multiplican los hambrientos y los analfabetos, y, más que grave, se multiplican los analfabetizados. Analfabetizados desde los pulpos y alevosos medios de (des)comunicación. Pasto fácil para los desesperados que buscan mesías, que no son Messi.

Más de uno se está preguntando: ¿es que nos vamos a poner a “reflexionar” en plena fiesta? Sí. Eso. Celebremos, sin esconder la memoria debajo de la alfombra. Con los brindis, afrontemos el peaje reflexivo.

Qué lo parió. ¿Por qué será que para estar un poquito buenos somos tan hijos del almanaque? En esta “pausa de bondad” le damos permiso al amor, advertimos que eso que late a la izquierda de nuestro pecho es el famoso corazón. De la noche a la mañana deponemos los dientes de morder, le ponemos riendas a la mezquindad, le pedimos a la envidia que se sosiegue.

Y de pronto reparamos en que la vida no termina en el umbral de nuestra enrejada casita. Salgamos al mundo, salgamos de una vez. Animémonos a dar un abrazo con zeta y con ese: un abraZo abraSador. La condición humana está enquistada, en el mismo escalón, mientras la ciencia y la tecnología progresan y se disparan. Conciencia. La conciencia requiere tenencia de güevos. Güevos y güevas con G, para estar despiertos.

La mesa tendida. Los santos desesperados nos avisan que estamos muy desnudos debajo de nuestra eventual ropa. El luminoso vino oscuro nos vuelve más hondos. Ahí viene llegando el viejo maestrito, Serafín Ciruela, con su bolsa generosa, repleta de “ojalás” reflexivos:

Ojalá haya canto del gallo y haya canción para decirnos que la vida –tan violada– nos trae un día nuevo.

Ojalá le demos una mano y la otra también, al sol.

Ojalá no caigamos en la tentación de sentirnos “gente de bien”. Ajjjj…

Ojalá alcemos el aliento para que la palabra república signifique república, y para que la palabra “libertad” signifique libertad.

Ojalá no nos dejemos afanar los dichos de Alberdi.

Ojalá aprendamos que el pan, si no es compartido, es obscenidad.

Ojalá despertemos a los cinco sentidos. Y al sexto también.  Y estallemos con el fulgor de la saliva.

Ojalá recordemos –urgente– que el Sol no puede hacerlo todo, reclama humanos que no vivan desmayados. Los castos y abstenios, abstenerse. Y los fruncidos, descocerse.

Ojalá que la digestión no sea nuestra única actividad cívica y el eructo el único gesto de protesta. Por favor.

Ojalá comprendamos que la democracia es como la hacemos.

Ojalá que, a los que fabrican Apocalipsis para justificar la Mano Fuerte redentora, no les hagamos el caldo gordo con nuestra histérica paranoia. (La paranoia –el miedo–, es la ideología del siglo 21

Ojalá, en esta patria exitista, dejemos de sentir que quien no es campeón mundial de algo es un reverendo pelotudo.

Ojalá no confundamos impunidad con heroísmo; ni confundamos indiferencia con prudencia, resignación con paciencia, chatura con nivel del mar. Y sobre todo –otra vez por favor–, ojalá no confundamos reconciliación con desmemoria.

Ojalá nos demos cuenta del agua. Ojo al piojo: pronto, prontito un litro de agua valdrá más que diez barriles de petróleo.

Ah, Ojalá comamos con ajo. ¡Caiga quien caiga!

Ojalá la ecología deje de ser temita de ocasión. La humanidad se regodea con el propio suicidio y, si sigue así, se irá a parar a la mismísima… nada.

Ojalá dejemos de distraernos. La tierra entera es apenas un pañuelito: los fabricantes de misiles nos distraen, nos distraen. Mientras tanto, son masacrados niños, y ancianos y…

Ojalá dejemos de llamarle pragmatismo a lo que en realidad es falta de vergüenza.

Ojalá no se termine con la política, hay que ¡empezar! con la política.

Ojalá comprendamos que la verdadera seguridad no se logra con más policía y garrote. Se logra con más empleo y el alimento repartido bajo los techos de todas las casas.

Ojalá  hagamos de una vez el libro de la obediencia (in)debida en el periodismo.

Ojalá recordemos que la ética empieza por casa. Y asumamos que la corrupción no es sólo cosa de los políticos: es algo muy repartido en tooodas las profesiones.

Ojalá acudamos al perpetuo gemido de los chicos de Malvinas y vayamos por los casi trescientos nietos también afanados de cuajo, desde la placenta.

Ojalá recordemos que la distracción, en el periodismo, es peor que la censura.

Ojalá que en este conato de país, por fin enterados de que no somos “los más mejores del mundo”, dejemos de consolarnos con que somos “los más inexplicables”.

Ojalá los que se escandalizan por la despenalización del aborto, empiecen a escandalizarse por los “abortos posteriores”: los producidos por el hambre, el desempleo, el gatillo presuroso.

Ojalá miremos lo que el dedo señala y dejemos de mirar la punta del dedo.

Ojalá no perdamos de vista el rubor del durazno, el presentimiento de las uvas, la franqueza de la aceituna, el orgullo de la cebolla, la cordialidad del orégano, la honda emoción de la albahaca, el sincero coraje del ajo.

Ojalá dejemos de echarle la culpa de la pedrada, a la piedra.

Ojalá cada mañana al salir de nuestra casa no nos dejemos el corazón olvidado. ¡Ni el corazón ni la vergüenza!

Ojalá nos animemos a saltar. Y sin red. La Vida sin riesgo no tiene otro sentido que el sentido pésame.

Ojalá dejemos de besarnos de la boca para afuera, sin arrojo, sin riesgo, sin coraje. ¡Es un crimen desbesarse!  Arrojémonos enteros, de cabeza en cada beso; arrojémonos adentro, bien adentro, ¡más adentro!

Ojalá descorchemos el vino. Y cuando el vino se arroje sobre nosotros, tengamos el coraje de no resistir. Porque el vino es la única patria que tiene mástiles para todas las banderas.

Ojalá aprendamos por fin, lo que nos enseñan las madres abuelas, parteras de la memoria: que la esperanza es el más arduo de los trabajos; que la memoria es el combustible de la esperanza, y que la paciencia no es resignación.

Compatriotas de esta minúscula arenita que es la Tierra, ojalá transitemos por este 2024 que ya brota, arremangados, dispuestos a la gran pulseada, eligiendo la avenida de los que no se chupan el dedo; de los que no le tienen miedo a la memoria porque saben que ella semilla futuro. Ojalá elijamos tener las manos limpias, porque no nos lavamos las manos.

Atención, tiempo de tomarnos el pulso. El pulso nos informa ¡que estamos vivos! ¿Puede haber una noticia mejor? Sabiendo esa noticia ¡ojalá! ojalá elijamos la ardua y fascinante avenida de los porfiados primordiales, deshagamos el maldito protocolo; lo nuestro es estar con los que hacen el pan y hacen el amor con el mismo sudor. ¡Soñemos a rajacincha!

Nos espera una prodigiosa faena: sembrar el abismo. A meterle, hay mucho que nacer.

 

 

 

(Este texto fue publicado originalmente en los diarios Página 12, de Buenos Aires, y en el Jornada online de Mendoza.)

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