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“Vivirán en un paraíso”

 

 

 

 

El trazado innovador de Parque Chas, un legado pintoresquista para una Ciudad que mudaba de aldea a metrópolis durante los primeros años del siglo XX. 

 

 

 

Por la arquitecta Magdalena Eggers

 

Cuando conocí Parque Chas lo primero que llamó mi atención fue su trazado laberíntico. ¿Por qué en medio de una ciudad en damero, como mandaban construir las Leyes de Indias, aparecía esta informalidad? Ningún dato respondía la pregunta. Sólo relatos de difícil verificación entre los que se destacaban el que sostenía que Vicente Chas había copiado el diseño de un suburbio de Londres, y aquel que alegaba una voluntad puramente especulativa, que buscaba obtener mayor cantidad de lotes. Cualquiera de ellos sonaba sensato: sabemos que los suburbios de Londres poseen innumerables ejemplos de trazados similares de principios del siglo XX, y, por otro lado, el dividir las manzanas con pasajes para obtener una mayor cantidad de parcelas era moneda corriente en la ciudad de Buenos Aires cuando se configuró el barrio, allá por 1925.

 

En el paso de aldea a metrópolis, Buenos Aires comenzó a vislumbrar la necesidad de organizar su crecimiento y, en 1904, estableció una cuadrícula que, como una gran alfombra apenas rasgada por los caminos a las quintas, cubrió toda la superficie de la ciudad. Los loteos a lo largo de los ferrocarriles fueron cada vez más habituales, y la inventiva de los desarrolladores inmobiliarios competía para lograr la atención de los interesados con técnicas cada vez más sofisticadas.

 

 

 

 

 

Si bien existieron pequeñas actuaciones estatales basadas en las ideas de arte urbano europeas, éstas se limitaron a discutir la validez del damero que a principios del siglo XX se veía como resabio de la colonia que Buenos Aires ya no era. A raíz de los festejos del Centenario surgieron proyectos para mostrar una imagen moderna de la nueva metrópolis y se desataron discusiones entre embellecer el centro de la ciudad y proveer de infraestructura a la periferia para garantizar la creciente suburbanización. En este escenario, los grandes predios se lotearon de acuerdo a la cuadrícula impuesta, mientras la quinta de Chas permaneció incólume transformándose en un caso peculiar, en el que no se advertía aún su gran potencial —dadas sus dimensiones y su estado casi virgen— y se percibía como perjudicial, al impedir el progreso de la zona, ya fuera porque obstaculizaba la comunicación entre barrios o porque permanecía oscuro y deshabitado y con zonas inundables, tornando el área peligrosa y desvalorizando las propiedades circundantes.

 

Tras varios intentos de loteos en amplias fracciones, surgió un proyecto final con calles curvilíneas, aprobado por el Consejo Deliberante el 29 de septiembre de 1925, que uno de los rematadores más importantes del momento dio en llamar “único en Sudamérica”.

 

El novedoso trazado provenía de una corriente de “ciudad jardín” que a comienzos del siglo XX se había convertido en sinónimo de urbanismo moderno, modelo de expansión como alternativa a la ciudad industrial, y vida sana en la periferia a un costo accesible, propuesto por el inglés Howard. Sin embargo, y a pesar de la relevancia de estas intervenciones y la popularidad que alcanzaron estos modelos extranjeros, las propuestas locales en las primeras décadas del siglo XX fueron exiguas.

 

Dentro de los pocos casos de urbanizaciones que modificaron la traza impuesta por el plan de 1904, Barrio Parque Chas resulta excepcional en varios aspectos.  En primer lugar, por tratarse de un diseño urbano pintoresquista llevado adelante por un privado, dado que el resto de los casos fueron iniciativas desde el ámbito estatal (Palermo Chico, barrios Cafferata y Rawson). En segundo lugar, porque la combinación de la trazados curvilíneos y cuadrícula existente logró conjugar de modo balanceado la separación e integración con el entorno. Y en tercer lugar, la dimensión del proyecto: 65 hectáreas.

 

Así, de un amanzanamiento repetitivo y homogeneizador perfilado para toda la ciudad, se pasó a un diseño urbano pintoresquista y una regulación particular de uso exclusivamente residencial que se promocionó como barrio parque, recurriendo a líneas orgánicas y destacando la preminencia de superficies verdes. El contenido de los magníficos folletos con los que la firma G. G. Grosso promocionaba las ventajas del sitio, permiten ponderar la importancia de los rematadores. Si bien el trazado fue esgrimido como argumento de venta que atrajo a los trabajadores –en su mayoría inmigrantes europeos– que veían en él un sabor lejano a las callecitas medievales de las que provenían, sin lugar a dudas fue la recuperación de la naturaleza idealizada y libre de todo mal pero inscripta en la metrópolis. El título impuesto en uno de aquellos, “Vivirán en el paraíso” selló su suerte.

 

Hoy podemos asegurar que merced a ese trazado el barrio respira tranquilidad y seguridad, aunque ya casi no existan los jardines al frente. Atravesando sus límites y dejando atrás el ruido de las avenidas, podemos recrear el paraíso al que se refería G. G. Grosso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Redacción

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