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Si aprecia su propia vida, y la de su familia, por favor, no “cultive” armas en su casa

 

 

 

 

 

 

Hace alrededor de un año y un poco más escribí una columna con este título: “Andar armado, a la corta o a la larga, es una forma de suicidarse”. Pasado el tiempo debo decir que, desgraciadamente, voy a reiterar el concepto: las dos recientes nuevas masacres en los Estados Unidos nos indican que no somos reiterativos, reiterativa es la flagrante realidad.

 

 

Por Rodolfo Braceli

 

Son dos, casi simultáneas, las nuevas “masacres” que se contabilizan en el país del norte. Suman 346 en lo que va del año. A este paso llegaremos a fin de año con alrededor de 700 episodios originados por civiles que tienen a su disposición armas asesinas. Una vez más las noticias arrancan con dos palabritas que, reunidas, anuncian desastres: “Al menos” …  El martes 4 de julio, Día de la Independencia norteamericana, al menos 8 personas perdieron la vida en los estados de Pensilvania y Texas. Cinco adultos murieron en un episodio y dos niños de 13 y 2 años resultaron heridos; en un caso el homicida tenía un chaleco antibalas, varios cargadores, una pistola y un rifle AR 15. Por otra parte, en una playa de estacionamiento murieron 3 adultos, ocho heridos. El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden ha reiterado “la necesidad de prohibir el uso de armas de determinado calibres y cargadores”. Biden a los legisladores republicanos les ha pedido reformas significativas. Se refiere al uso de los cargadores de alta capacidad y a las armas de asalto”.

Punto y aparte. Las sombras de Bolsonaro y de Trump asoman, y espeluznan. Pero tenemos que reconocer que la Argentina, en plena campaña electoral, desembozadamente alardea. Aquí es palpable una furiosa adhesión de cientos de miles de habitadores. ¿Adhesión a qué, a quiénes? Adhesión a los candidatos que por la desesperada necesidad de cosechar votos proclaman que para eso “la Argentina es un país libre”.

A lo largo de casi dos décadas el tema del desarme, por empezar en las casas, viene siendo frecuentado por esta columna. Voy a recuperar algunos momentos. Vayamos de nuevo al país imperio, Estados Unidos. Cuidado, mucho cuidado con “cultivar” armas en sus hogares… Detengámonos en aquel niño que nació en el 2012. Ya tenía 4 años el día en el que iba en el asiento trasero del auto que manejaba su mamá. Descubrió un revólver debajo del asiento el niño, lo alzó y le dio un balazo por la espalda a ella. Pobrecita. Que mala leche, ¿no?

Un cordial pedido: si la lectora o el lector tiene armas en su casa, agarre pronto un martillo, una masa, y déle y déle y no deje de darle, hasta desfigurarlas. No seamos pelotudes: las armas son un nefasto imán, convocan a la muerte.

Cada dos años equivale a un Vietnam. Año 2001. Viajé a Mendoza para reportear el “Plan Canje de Armas”, más valorado en otras provincias y países que en Mendoza. Gabriel Conte lideró aquel proyecto: quien daba un arma de fuego para su destrucción recibía un vale para comprar alimentos. En las escuelas –¡qué maravilla! – se canjeaban juguetes bélicos por retoños de árboles. Pronto la noticia fue ninguneada.

Pregunta que tiene dos décadas de edad: ¿Sabíamos que, en Estados Unidos, por accidentes con armas “hogareñas”, cada dos años mueren tantos norteamericanos como en toda la guerra de Vietnam? Con el Plan Canje se aplastaban las armas con una prensa. ¿Y después? En la Facultad de Artes de Mendoza la luminosa Eliana Molinelli propuso que esas armas mutaran “en memoria y en esculturas”.

9 de cada 10, adiós.  Todas las estadísticas informan que, de cada 10 enfrentamientos entre propietarios de armas particulares y delincuentes, en 1 (uno) gana el ciudadano particular y en 9 el asaltante. Es decir que no conviene tener armas en casa, tampoco desde el punto de vista de la seguridad “práctica”. Ni hablar desde el punto de vista moral, porque “andar armado” significa “hacer justicia por mano propia”; es decir, retroceder más de dos siglos.

La Constitución de los Estados Unidos tiene una enmienda votada en 1871 en la que defiende el derecho del pueblo a poseer y portar armas. Esto es muy celebrado por la tenebrosa Asociación Nacional del Rifle. Entonces, ¿por qué nos extrañamos que, dos por tres, muchachos entusiasmados, enamorados de la muerte, dejen la tendalada de humanos en ataques que derivan en sucesivas masacres? El exhausto presidente norteamericano ya no sabe qué decir. Contra la Constitución no hay caso.

En nuestra patria idolatrada, hay que subrayarlo, florecen los candidatos que elogian las armas y el uso de las balas. Aunque suene pavote o demagógico a esas damas y a esos caballeros les digo: En vez de cárcel o balas preferible trabajo y pan en todas las mesas. ¿Por qué? Porque el pan es un derecho porque es un deber. Es justicia. El pan calma el hambre y la furia. Pacifica. No hay elemento más pacificador que el pan para todos y todas y todes.

Continúo. Cuesta creerlo, pero es un dato de la realidad: la propuesta del “desarme” hogareños provoca, en muchos, crispación, hasta violencia: “¡Quedaremos inermes!”, claman con furia. Alguna vez escribí que la inseguridad se combate con pan y no con pólvora. Titulé: “¿Alfabetización o tortura?” Un profesor de Villa Urquiza, en la Capital Federal, me corrigió con furia apenas disimulada: “Alfabetización ¡y tortura!”

Que el civilizado profesor y tantas gentes prolijas de mi extrañada Mendoza me disculpen: combatir la muerte con más muerte es caminar, es ¡correr hacia el abismo! A la Muerte ganémosle con la Vida. Mejor que el olor a pólvora en casa, el olor a pan. (Pero ojo al piojo: el pan de cada día, para todos. Y más ahora, en tiempos de guerra…)

A las armas en casa no las carga el diablo, las cargan ciertos humanes que argumentan a propósito del aborto: “¡La Vida es sagrada!” Quienes claman por picana y pena capital justifican las armas en casa; como defensa, dicen.

   Pero si pasó aquí cerca. Por favor, aunque incomode, hagamos memoria: enero del 2009, Tupungato. Un chico apodado Chupetín, 14, discute con Franco, de 12. Este le ocasiona un corte en una mano, con un cuchillo de mesa. Chupetín reacciona y busca una escopeta “familiar”, recortada, calibre 16, y le quema el corazón a Franco.

El 17 de marzo del 2015 Walter Roja, de 13, juguetea con el arma de su padre, gendarme; aprieta el gatillo y la bala le atraviesa la cabeza. Esto pasó en Uspallata. Tupungato y Uspallata quedan en Mendoza ¿no?

¿Recordamos la tragedia de la escuela de Patagones?

¿Recordamos aquel adolescente que en la avenida Cabildo empezó a los tiros sin mirar a quién?

¿Recordamos aquel ex militar que, persiguiendo a dos motochorros, disparó y mató a un hombre casual, que pasaba por ahí?

No nos soltemos de la memoria: un joven en una quinta de Buenos Aires escucha ruidos nocturnos. Toma su arma, gatilla, desploma al bulto. Después, linterna en mano, ve que el bulto “era” su madre.

Mayo de 2014, madrugada. En una casa de Carlos Tejedor una joven nota movimientos en su jardín. Corre la cortina. Le dispara a una sombra. La sombra tenía 81 años. “Era” su madre.

En el barrio La Esther, de Ituzaingo, el cabo de la bonaerense Gustavo Gaglardi, 27 años, nota movimientos en su patio. Busca su arma, dispara sobre una sombra acuclillada. La sombra “era” su hijo de 4 años.

En Carrasco, esquina Potosí y Schoroeder, el señor Alonso sufre un robo con maltrato a su familia. Entonces decide comprar un arma. Pésima idea. Un mes después nota que alguien anda a oscuras en el living. Le apunta, gatilla. Enciende la luz y alcanza a ver la mirada final de su hija, Federica Alonso, de 24.

Enero del 2008: en Tucumán una nena de 10 años juega con el revólver de su padre, se le cae al piso, la bala da en su frente.

Julio de 2005, Rosario: un chico de 5 años va a la casa de su tío. Su primo de 8 juega con un arma. Dispara. El balazo lo recibe el de 5, en la cabeza.
Febrero de 1986: Alejandra, 17, con un arma que está de adorno en el comedor, simula disparar sobre su hermano. Pero el disparo sale realmente y mata a Gabriel, de 14. Gabriel “era” el hijo del guitarrista Cacho Tirao; Alejandra es la hija. Familia destruída, para siempre.

Ojo al piojo: la paranoia, tan sembrada estos años por los medios (des)comunicadores, se ha convertido en ideología. Y en recurso electoral. De la derecha. No le copiemos a los brasileros bolsonaristas, ni a los yanquis trumpistas. Estos son la primera potencia mundial. Pero son, lejos, el país más paranoico del mundo. Todo el tiempo nos llegan noticias pavorosas: adolescentes que entran en universidades y en escuelas y matan a por docenas.

    El problema, como se dice ahora, no encuentra meseta, al contrario, aumenta, se multiplica. Con la bandera a media asta el FBI informa cifras pavorosas: Por ejemplo, que en el 2021 se padecieron 61 episodios que pueden ser calificados como “masacres”, ocasionaron 103 muertos y otro centenar de heridos. Ah, pero recordemos que, transcurrido tan solo medio año ya se han consumado en Estados Unidos 346 episodios, matanzas.

    La pregunta se cae por madura: ¿cómo, ¿cómo es posible que se perpetren esos horrores que atraviesan la vida cotidiana del supremo País Imperio? ¿Es como si un vasto sector de la sociedad se hubiera acostumbrado a estas matanzas masivas? La pregunta remite a episodios extendidamente naturalizados, como las bombas que se arrojaron en Hiroshima y en Nagasaki, dos ciudades inermes, tan inermes como los centros educativos de Búfalo y Texas, y etcéteras. En el caso de los bombazos de Hiroshima y Nagasaki se naturalizaron con un simple eufemismo: “Hemos soltado estas dos bombas para conseguir la paz más pronto”. Madremía, ¡encima se autoelogian!

   Posdata.  No me cansaré de repetirlo: en la casa, mejor el olor a pan que el olor a pólvora. Volvamos a aquel nenito de 4 años que en el estado de Florida iba con su madre en coche. Ella manejaba. El chico encontró un arma debajo del asiento. ¡Qué bonita! La alzó y disparó en la espalda de su madre. Ella siguió, herida, al llegar a un móvil policial se detuvo y dijo que “alguien” la había atacado por la espalda. El policía rápido dictaminó que el arma era de ella y el dedito que apretó el gatillo, el de su hijo. Ella, tan mentirosa, no tiene nombre, pero sí tiene nombre: se llama Jamie Gils y sigue viva. Jamie es una famosa activista norteamericana gran defensora del uso de armas en los hogares.

Si sigue las amorosas enseñanzas de su madre –que de pedo está viva–, este niño será un dulce votante del neoliberalismo republicano. Y, claro, será partidario de la pena de muerte. Y por supuesto que adherirá a esa frase tan tristemente actual: “El que quiere estar armado que ande armado”.  (Hay mejores cosas para imitarle a los norteamericanos, ¿no?).

Algo más, y urgente: Por favor, salgamos de esta digestión cívica. No olvidemos que las armas convocan a la muerte. Y la muerte se relame con los imbéciles que quieren hacer justicia por mano propia.

 

 

(Este texto es una versión levemente aumentada del publicado en el diario Jornada, de Mendoza).

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Redacción

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