Ser periodista en la era del virus
El 7 de junio pasado nos sucedió el Día del Periodista. Ser periodista en tiempos de pandemia, ¿qué significa? ¿podemos celebrar? En todo caso celebremos reflexionando (nos). Que buena falta nos hace. Nueva columna del maestro Braceli en ParqueChasWeb.
Por Rodolfo Braceli*
El 7 de junio pasado nos sucedió el Día del Periodista. Ser periodista en tiempos de pandemia, ¿qué significa? ¿podemos celebrar? En todo caso celebremos reflexionando (nos). Que buena falta nos hace.
Suena obvio: ser periodistas agobiados por el coronavirus no es lo mismo que ser periodistas en la hoy de pronto vieja “normalidad”. Como no es lo mismo ser periodista en el carnaval de Río que en la confitería del Titanic. Las responsabilidades de nuestro oficio se han agudizado. Para colmo de los colmos, la epidemia ecuménica nos agarra en un país acorralado por una deuda externa feroz, consumada por los buitres externos (y los internos). El neoliberalismo nos usó de preservativo.
Como en otros años, acudo a nuestro patrono, el fugaz Mariano Moreno. Y pongo pregunta en remojo: si Moreno hubiese nacido hace 40 o 50 años, ya entrados al siglo 21, ¿tendría trabajo? Es más: ¿hubiera llegado a cumplir los 40 o 50 años de su edad?
Es sabido que Moreno murió en un barquito, rumbo a la Gran Bretaña. No hubo autopsia; cadáver al mar; el mar anida el enigma de la causa de su rotundo patatús. Se sospecha que se debió a un tecito destituyente que le incendió las entrañas. Un tecito, digamos, para que escarmentara, para que se dejara de joder. Moreno, por joven y por periodista, era un tipo atrevido, vehemente, incomodante, sin pelos en la lengua y sin pelos en la pluma. Por eso:
un tecito / ¡y adiós Marianito!
¿Él fue uno de nuestros primeros desaparecidos? De aquel político pensador rescato un concepto por siempre vigente: “Es preferible una libertad peligrosa, a una servidumbre tranquila”.
Esta fecha nos invita a mirarnos en un hondo espejo, para revisarnos como periodistas, en lo que hacemos y dejamos de hacer. Considerando la ocasión, hagamos un esfuercito: no eludamos el peaje de la autocrítica.
Observémonos: todo el tiempo reclamamos una dirigencia política mejor: más culta, más trabajadora, más imaginativa, decente. Enarbolamos “la necesidad de diálogo y reconciliación”. Criticamos la famosa “grieta”, pero lo hacemos (con perdón de los perros) ladrando ofensas. Con mala leche. A la desinformación se le suele añadir confusionismo deliberado. A la (in)comunicación se la suele infectar con la (des)comunicación. Sembramos la desmemoria en el análisis. Esa siembra atenta directamente sobre esta especie de democracia manipulada por los publicistas hacedores de imagen. Cualquier monicaco de billetera gorda puede llegar al sillón de Rivadavia.
A todo esto: ¿y qué pasa con los periodistas más o menos estelares? Se supone que se manejan con una sola vara para medir las críticas hacia los políticos. El problema radica en el uso que se le da a esa vara. “Medir con la misma vara” se nos ha vuelto peliagudo. Y esto se agrava por ese descarado cultivo de la desmemoria. Desmemoria que garantiza la impunidad.
Sigamos con el incómodo espejo: todo el tiempo alardeamos con “llegar a la verdad hasta las últimas consecuencias”. Por favor, no nos engañemos: con frecuencia lo que se busca no es la “verdad” sino el “escándalo” que puede producir esa verdad. El escándalo tiene rating, como lo tiene la alcahuetería que pasa por “investigación”.
Algo más: a menudo alardeamos con ser “objetivos”, decimos que hay que “hacer escuchar a todas las campanas”. Pero esto es una trampa, porque las campanas que se convocan no tienen el mismo volumen y porque, además, el orden de las campanas sí altera el producto. Con las campanas pasa como con la risa: la “campana” que argumenta última, argumenta mejor.
La “neutralidad” es una trampa asquerosa.
Esa, la de la “objetividad”, es una de las mentiras más pueriles que se barajan en nuestra rutina. No puede haber objetividad cuando se hace de la sumisión y de la obsecuencia una costumbre. Los camaleones de chupan las medias entre sí. Los camaleones operan campantes, tienen el paraguas que les ofrece la desmemoria de una sociedad muy propensa a la distracción y a las euforias que son depresiones al revés.
Es hora de preguntarse cuánto han contribuido a ahondar la mentada “grieta” los medios (des)comunicadores y los periodistas que denuncian y se lamentan por esa “grieta”.
Buena ocasión para reanudar una pregunta que he reiterado en esta columna a lo largo de los años: los periodistas, ¿somos realmente periodistas o somos sumisos partenaires, dactilógrafos de los intereses de nuestras ocasionales empresas?
Más interrogantes: si no escribimos o hablamos un castellano digno, si estamos en el (des)nivel de las abundantes carencias de Tarzán, ¿podemos considerarnos periodistas? ¿Acaso no atentamos contra la libertad de expresión cuando cometemos un lenguaje estreñido y plagado de gerundios?
Y a propósito de la tan mentada ética, ¿cómo anda nuestra ética de la sintaxis?
Y tanto que pontificamos sobre la corrupción, ¿cómo andamos por casita?
No le saquemos el poto a la jeringa. A ver, cómo respondemos a la siguiente pregunta: ¿En qué medida los grandes medios y sus periodistas somos o no responsables de la creciente analfabetización que sirve para consolidar el analfabetismo?
¿Será suficiente con descansar en la comodidad de echarle todas las culpas a “los políticos” o a la “tevé basura”?
Pregunta muy incómoda: ¿No será que con la excusa de que somos simples empleados, rehenes del pan de cada día, nos resignamos a ser partenaires con demasiada facilidad? Damas y caballeros, ¿hasta cuándo nos vamos a esconder en la obscena coartada de la obediencia debida, o del “tengo que darle de comer a mis hijos?
Posdata
Retornemos a aquel lúcido y arisco Mariano Moreno que prefería la “libertad peligrosa”. Sus palabras encajan en tiempos en los que el miedo se ha convertido en religión. Y en coartada ideológica. Respondámonos: ¿qué responsabilidad tiene el periodismo en esta construcción de la paranoia como ideología?
La paranoia paraliza, y extraña y clama sin disimulo por la Mano Fuerte. La paranoia es indiferencia activa, la que su vez es ideología activa; de derecha, claro. Así se consiguen los Trump y los Bolsonaro.
Hay cosas primordiales que no podemos perder de vista como periodistas de este tiempo:
Que la ecología debe ser mucho más que un temita de moda.
Que el pan, si no es compartido, no es pan, es obscenidad.
Que la incesante analfabetización es una forma de genocidio.
¿Para cuándo el libro de la obediencia (in)debida en el periodismo?
Cada día, en ayunas, debemos recordarnos que la ética empieza por casa. Y la corrupción también.
Cerremos filas contra los buitres de afuera y los buitres de adentro.
Afrontemos los prodigiosos riesgos de una libertad peligrosa, desechando la patética comodidad de una servidumbre tranquila.
Seamos periodistas, comprometidos con la democracia, con la vida, y con el aprendizaje de la extraviada solidaridad.
Si no somos eso seremos paupérrimos partenaires, preservativos mercenarios, meros dactilógrafos a sueldo: en fin: seremos periodistas digestivos, eructantes. (Ojo, la digestión no debiera ser confundida con una actividad cívica).
Aunque no coincido con su dogma, rescato una frase del cura Leonardo Castellani: “Dado que el periodista tiene que decir algo, ¿por qué no dice la verdad de vez en cuando?”
Ojo al piojo: los periodistas somos trabajadores esenciales: Pero tan esenciales como los enfermeros, carpinteros, investigadores, plomeros, bomberos, vendimiadores…
A propósito: las vides están gestando los vinos venideros. Hoy estamos en plena pulseada con la pandemia. La pulseada es saboteada por los impacientes, activos reaccionarios.
Recordemos: el momento más peligroso de la pulseada sucede cuando nos creemos que la vamos ganando.
Esta es la cuestión: Ser periodista o ser virus.
Con paciencia (que no es resignación) esperemos el tiempo de descorchar los malbec debidos. ¡Salud y solidaridad! ¡No le aflojemos! ¡El sol cuenta con nosotros!
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(Esta es una versión ampliada de la columna publicada el 7 de junio del 2020, en el diario Jornadaonline, de Mendoza)
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