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La prodigiosa primavera otra vez se desnuda. No, no hay caso con ella


 

 

 

 

 

Por más que lo neguemos siempre estamos esperando un regalo. El regalo se suma a los que recibimos para la Navidad, para el año nuevo, para el entrañable día de Reyes. ¿Cuál sería ese regalo? Paciencia, enseguida lo diré.

 

Por  Rodolfo Braceli

 

    Adelanto que el regalo tiene que ver con la empeñosa rueda de la Vida. Con la misma primavera. El advenimiento de ella, precisamente, cada año me hace retomar un sueño de almohada que tuve hace más de tres décadas. Este reciente 21 de setiembre me devolvió el sueño, paso a compartirlo; es el siguiente: resulta que sueño con un texto que me recordaba que había estallado la primavera por los siete cardinales. Voy hacia ese texto, alguien me lo dicta de nuevo…:

“Esta mañana me despertó la dolorosa  alarma del reloj. Acomodé mis meniscos, mis bisagras, bajé de la cama, bebí agua, respiré hondo y comprobé que, como siempre, el aire estaba. Saludé al aire, buen día le dije.

Descalzo salí a la terraza que me compensa ese patio que siempre extraño, alcé la mirada y comprobé que ¡el sol también estaba! Un sol nuevo como el de cada día.

Con la certeza del aire y del sol, agnóstico como soy, empecé a rezar a mi manera: es decir, a rezar sin acudir a las gastadas plegarias burocráticas pronunciadas con la inconciencia del hábito. Mi rezo consiste en pronunciar los nombres de un puñadito de seres primordiales con los que comparto los días y las noches. Los rostros de esos nombres alientan mi intento de hacer que la famosa Vida escape por fin a la condena de ser “una herida absurda”.

Así las cosas: me desperté, agua, terraza, honda respiración, comprobación del aire y del sol, rezo nombrando a esos seres que son mis talismanes. Después me dispongo a izar la bandera. Ahí me doy cuenta que en mi casa no había mástil; pero no me desanimé. Imaginé que si uno lo desea, uno se vuelve mástil.

¿Y qué bandera iba a izar para comenzar este día único?

Empecé a buscarla deletreando los pliegues del flamante aire de la mañana. Miré al norte y al sur, y al este y al oeste. “Bandera, ¿dónde estás?” –repetí en voz alta.

Sigo con el sueño: el aire, apenas brisa, me respondió lamiendo mis pómulos y la piel de mi mirada.

Ahí recordé que la bandera era ese aire que me estaba rozando con levedad. Y la empecé a izar lentamente, a la bandera, con mi corazón entusiasmado.

Izando la bandera del aire sentí que la patria es el mundo entero. Y que el mundo entero es apenas una semilla que flota en el océano sin orillas del cosmos.

Como nunca antes, sentí que los mapas y las fronteras son un invento de la autodenominada civilización para justificar la irrefrenable barbarie de guerras y misiles y genocidios preventivos.

El sueño todavía no ha concluido: Una voz proveniente de una ventana de edificio cercano me gritó: “¡Pacifista pelotudo!”

Sin ánimo de insultarle la madre, le grité: “¡La madre que te parió!”

El anónimo tipo de la ventana se dio cuenta que yo no tenía nada de pacifista y concentró su agresión a una sola palabra: “¡Pelotudo!”

A esta altura del tome y traiga, enmudecí. La verdad, es que el vecino me dejó sin palabras con su poder de síntesis.

Enseguida el tipo de la ventana distante se esfumó, triunfante.

Me quedé sumido en el silencio, abatido, desolado. Empecé a arriar la bandera del aire, muy despacio. La sentí como una piel que me seguía rozando los pómulos.

Me aquieté.

Habrán pasado dos, tres minutos. En voz alta me impuse alzar otra vez la bandera del aire. Y la llevé bien arriba a esa bandera.

Y otra vez sentí que el mundo entero es una patria no más grande que una semilla que navega en la desmesura del sumo cosmos.

Después fui a vestirme de ciudadano, desayuné rápido, y afronté la vereda. No había caminado una cuadra y ya me había olvidado de que el mundo entero es una patria. Y que los países y las fronteras son un invento de la civilización (agudizada por el arrasador neoliberalismo) para justificar la irrefrenable barbarie de guerras y de misiles y de genocidios. Y de, según le dicen a las torturas, “interrogatorios exigentes”.

Luego de mi jornada de ardua ciudad, retorné a mi casa; la noche ya cubría casas y cosas; ahí recordé lo que había olvidado. Entonces busqué la terraza, respiré hondo, hondísimo, y comprobé que el aire seguía flameando. Alcé un poco más la mirada y comprobé que también la luna seguía estando.

Con la certeza del aire y de la luna, recé pronunciado mis palabras talismanes, y como carecía de mástil, yo me volví mástil. A la bandera del aire la fui alzando, despacito… hasta que volví a sentir que el mundo entero era una patria del tamaño de una semilla flotando sola y solita en el hondo abismo del cosmos.

No sé por qué, pero a esta altura del sueño, cierta emoción me soltó lágrimas silenciosas. Si quisiera explicarlas, seguro que no podría.

 Posdata  

Ahora me doy cuenta que lo del aire, lo del sol y lo de la luna; que lo de la bandera, lo del mundo semilla flotando en el océano infinito del cosmos, todo se debía a ese milagro inevitable que es la parición de la tenaz, terca, porfiada ¡primavera!

Como escribió algún lejano poeta: no hay nada que hacerle con la primavera. Con ella no se puede. Es una tentación de la que no podemos escapar.

    En homenaje a la preciosa tentación ¿podríamos tener a bien, por ejemplo, no guardar armas en nuestras casas?

No me quiero olvidar: la primavera vino con un flor de regalo bajo el brazo. Con un regalo semejante a un premio Nobel : la Unesco acaba de incorporar al Museo Sitio de Memoria ESMA a la “lista de bienes protegidos internacionalmente, como por ejemplo Auschwitz.”  En otras palabras, en un tiempo espantoso en el que arrecia la ultra derecha, en el que hay hasta candidatos a la presidencia de la nación que enarbolan el negacionismo y hacen la apología de la tortura y de la desaparición de personas, en ese tiempo justamente nos viene este reconocimiento de la Unesco. La ESMA se convierte en un monumento viviente y ejemplar del proceso bueno, el proceso de “Memoria, Verdad y Justicia”.

Tenemos buenas razones para sentirnos muy orgullosos: la Argentina de este tiempo ha merecido, está mereciendo, que la ESMA se convierta en “patrimonio de la humanidad”. De la humanidad entera. Se trata de otro campeonato mundial, no menor al conquistado con el precioso futbol nuestro de cada día y de cada noche.

 

 

* zbraceli@gmail.com    ///    www.rodolfobraceli.com.ar

(Este texto se publicó originalmente en el diario JORNADA de Mendoza)















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