¿Ahora cómo salgo?
Parquechasweb publica un cuento del vecino y escritor de Parque Chas, Mario Albasini.
Por Mario Albasini
No se le importe un pepino lo que opine el prójimo. Sea usted mismo sobre todas las cosas.
Roberto Arlt
Una tarde mis pasos me llevaron a un lugar de la ciudad, donde, a pesar de caminar hacia adelante siempre volvía al mismo sitio. Mientras buscaba la salida de esa especie de laberinto pensaba en las alas mistongas fabricadas por Dédalo, que solo sirvieron para escrachar a Ícaro. Y empecé a preguntarme: ¿Ahora cómo salgo?
Estaba en el barrio de Parque Chas.
- Señor, ¿me puede decir cómo llego a Andonaegui y Nápoles?
- Oiga, diga, ¿por acá está Atenas?
- Por favor, me perdí. Voy a Ballivián y Bárcena.
Por supuesto, no supe contestar. Y buscando la salida empecé a descubrirlo.
Puede suceder que el visitante se encuentre con la esquina de Bauness y Bauness. O busque la continuación de Gamarra o de Ballivián, que vaya a saber por qué razón desaparecen y vuelven a aparecer varias cuadras más allá. O se sorprenda porque Liverpool se convierta de pronto en Giribone o Dublín en Londres o Londres en Gamarra con solo cruzar la calle.
Si tiene un poco de imaginación, tal vez se ponga a soñar, ¡bah!, que ha emprendido un viaje por Europa y sin plan previo se deje llevar por ciudades diversas sin importar su vecindad o su distancia en el tiempo o en el espacio. Así, en Parque Chas Constantinopla se cruza con Hamburgo y Berna se encuentra con Londres en la esquina. Sin pasajes ni dólares ni aviones ni radares desactivados o huelgas de diversos sectores de la aeronáutica, una tardecita de domingo se pueden recorrer sin fatiga Oslo, Turín, Moscú, Bucarest, Budapest, Ginebra, La Haya o Estocolmo llenándose de aire los pulmones a paso lento.
Pero en alguna esquina, un ciruja revuelve la basura. Muchas paredes ostentan grafiti, los baches están a la orden del día. Todo, como para recordar que este barriecito de calles tranquilas, aislado del mundanal ruido, no está en otra ciudad que la de Buenos Aires.
Allá, en una esquina que en diagonal da a la plaza Éxodo Jujeño, casi bajo techo, porque el primer piso sobresale la esquina en ángulo recto, sostenido por una columna, en un sillón de alto respaldo, con el tapizado raído y los resortes saltados, se sienta una vieja, reinando sobre el paisaje de hamacas, canchas de bochas, palos borrachos y jacarandaes. No hay cama, camastro, catre ni jergón a la vista. Está rodeada de bolsas negras de polietileno de las que usan los consorcios para la basura. Todas anudadas de modo que no se sabe qué guarda en ellas.
Hace frío. Me acerco. No se le ve la cara. Está llena de trapos, la cabeza con gorro de lana, el cuello y la cara envueltos con una bufanda. Creo que no lleva puesto un sobretodo sino una frazada.
– Buenos días – le digo.
No me contesta pero hace un gesto con los ojos como diciéndome: Si a usted le parece…
Alrededor de los ojitos que se asoman se le ven las arrugas surcadas por la mugre.
– ¿Qué anda haciendo por aquí, abuela? – intento.
- Estoy tomando fresco – se burla.
- Pero no es un día para tomar fresco. ¿No tiene casa?
- ¿Casa? ¿Qué es eso?
- ¿Dónde vivía antes de estar aquí?
- Vivía por allá. Dicen que de joven fui maestra pero yo no me acuerdo.
- ¿Qué hace cuando llueve? Aquí se moja.
- A veces sí, cuando llueve fuerte. Pero ya no me hace nada, todo lo mojado se seca.
- Usted no puede estar acá.
- Así me dicen. Pero la esquina de enfrente no tiene techo.
- No quiero decir eso. Una señora mayor tiene que estar cuidada. ¿Come algo?
- Tengo una de esas bolsas llenas de pan. Pero lo guardo, porque los vecinos siempre me traen sobras. A ellos tampoco les gusta mucho que yo me quede aquí pero al final les doy lástima. La de arriba tiene un hijo cura. Cuando viene a visitarla habla conmigo. El curita quiere llevarme a un asilo.
- Eso es lo que usted necesita.
- La policía también quiere llevarme, pero no pueden hacerlo por la fuerza.
- ¿Y su familia?
- La familia la fui perdiendo por el camino. Me parece que tenía hijos…
- Pero ¿por qué no quiere ir a uno de esos lugares? La cuidarán, le darán de comer, tendrá ropa limpia…
- ¿Sabe que tiene razón? A veces pienso que ya es hora de que deje la calle; ahora que el gobierno regala tantas cosas tendría que aprovechar. Sí, ya lo llevo pensado mucho, le doy vueltas y vueltas en mi cabeza pero no me decido.
- ¿No se decide? ¿Por qué?
- Por los perros.
- ¿Los perros?
- Los perros, sí. Los perros. Ahí los tiene. ¿No los ve jugando con los chicos en la plaza? Ellos acá son felices. Tienen libertad, amigos, me cuidan, los cuido. A la noche, cuando los vecinos sacan la basura, siempre encuentran un huesito para mordisquear. ¿No ve lo gordos que están? ¿Usted cree que yo podría dejarlos? Si me llevan a uno de esos lugares, tiene que ser con los perros. Si no, ¿qué va a pasar con ellos? El cura me dijo que en su asilo no se aceptan bichos. La policía ni me escuchó. Ahora dicen que va a venir a verme un doctor de no sé dónde. ¿Usted cree que un doctor podrá ocuparse de los perros? Yo no creo. Los perros y yo tenemos que morir juntos. Si yo me voy, ¿qué van a pensar ellos de mí? Que los tuve conmigo por conveniencia y que cuando no los necesité más los dejé en la calle.
- Pero por los perros usted no se puede morir a la intemperie. A los perros se los puede llevar alguien que los quiera.
- Alguien que los quiera, sí. Pero los quiero yo… Ahí sí, ve, ahí sí. Si me sacan los perros, entonces me muero.
Me quedé en silencio. La vieja se acurrucó en el sillón y cerró los ojos. Había hablado demasiado.
Empezaba a lloviznar. Después de un momento continué caminando por Parque Chas. Sin darme cuenta me encontré en la estación del subte. Pensé en que un día de estos volvería, no tenía claro cómo podría ayudar a esa vieja.
Mientras bajaba las escaleras me di cuenta de que no había necesitado preguntarle a nadie cómo tenía que hacer para salir de allí.
El autor se presenta
“Me llamo Mario Albasini y si, hoy estoy en Parque Chas, toda mi vida estuve rondando la zona. En realidad, mi infancia y mi adolescencia transcurrieron alrededor del vértice que forman Avda. del Campo, Chorroarín, Donado y Combatientes de Malvinas (ex Donato Álvarez). Es decir, el punto de encuentro entre La Paternal, Villa Ortúzar y Agronomía (actual Parque Chas).
Sin embargo, en ese tiempo nuestra mirada estaba puesta en Villa Urquiza, centro comercial y cultural. Si hasta la característica de nuestros teléfonos, “51”, se llamaba Urquiza.
Un lugar importante de mi vida lo ocupó (lo ocupa) la Escuela N°3 del D.E.14, Girardot 1946, ya que allí hice los primeros grados de la escuela primaria, allí nació mi vocación docente y allí llegué a ser vicedirector y director.
Fue entonces cuando empecé a publicar mis cuentos para chicos. Antes escribía y lo guardaba. Escribía para mis alumnos, especialmente las obritas de teatro o de títeres de los actos escolares. Por eso siempre preferí decir que no soy un escritor sino un maestro que escribe.
Cuando me jubilé, empecé a escribir sin circunscribirme a una edad determinada. Algunos de mis libros son “El peteco de doña Tecla” (Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores en literatura infantil, 1986) , “Aquí está el duende burlón”, “Títeres a los cuatro vientos” “Una caja no es vida para una pulga”, “El día que el 9 se volvió loco”, etc., ediciones agotadas que no creo que se consigan en la actualidad. Sí pueden hallarse en librerías; las publicaciones de Editorial Colihue “Pajaritas de papel”,“La flauta del afilador” y “Los troesmas de la Capital cuentan”, También “La ventana de Sebastián” y “La corneta con flecos”, publicados en Ecuador por Editorial Libresa, de reciente distribución en Argentina y “Cuentos robados”, de Editorial Dunken.
Además, numerosas; colaboraciones en revistas, antologías, libros de lectura, manuales y publicaciones del Ministerio de Educación de la Nación para entregare en playas, paseos, estadios, también en los libros de lectura de distribución gratuita en las escuelas.
En fin, para mí hoy; la escritura es una diversión, un juego. Casi como cuando hace muchos años jugaba con el mecano o el constructor infantil. Armar el cuento como un rompecabezas, hacer girar y girar; un asunto como si fuera un trompo, representar un “veo-veo” con las palabras, que encienda la imaginación del lector”.