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El Quino les salió por la culata

 

 

 

El 30 de septiembre falleció Joaquín Salvador Lavado Tejón, más conocido por el seudónimo Quino; creador de Mafalda, su obra más conocida, publicada entre los años 1964 y 1973. Su deceso se produjo un día después que se celebraran los 56 años de la primera publicación de esta tira emblemática. En esta nueva columna para parquechasweb, el escritor y periodista Rodolfo Braceli retoma un texto que escribió hace dos años sobre la figura del enorme humorista gráfico e historietista argentino.

 

 

 

por Rodolfo Braceli

 

Dejémonos de aniversarios. Y dejémonos de epitafios memorables. Hace un par de años yo le dedicaba esta columna a Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino. Hoy voy a reanudar aquel texto sin modificar mis conceptos. Y ya estoy escribiendo sobre lo escrito, con naturalidad:

 

Por estos días Quino no está cumpliendo años. Ni la Mafalda tampoco. Y entonces: ¿por qué esta columna? Simplemente porque a veces soy cantor. Y se me canta.

Damas y caballeros, aunque no resulte simpático, una vez más pregunto: ¿no es acaso una paradoja que Joaquín Lavado, el Quino, haya nacido y aprendido a respirar en Mendoza, un provincia taaaan conservadora? La pregunta también la podríamos extender a esta argentina tan socavada por el (neo)liberalismo.

Resulta oportuno insistir con el antipático interrogante: ¿el promedio de la sociedad mendocina y de la Argentina entera –ojo, dije el promedio, no dije que todos– está a la altura de la implacable lucidez del inconformista hacedor de la niña Mafalda?

Dicho de otra manera: el conservadurismo, la pacatería, el (neo)liberalismo, los prejuicios, la contractura moral de nuestro promedio social ¿tiene derecho a sacar pecho/s con el Quino que hace algunos años ganó esa especie de Nobel que es el premio Príncipe de Asturias?

Más interrogantes: ¿Qué hubiera sido de Quino si la dictadura del ‘76  lo encontraba en Mendoza? ¿Le hubiera ido mejor que a Di Benedetto, que a Jorge Bonnardel?  Por más que duelan, hagámonos cargo de las preguntas.

 

Voy nuevamente por Joaquín Lavado. Lo primero que hizo fue nacer; lo bien que nos hizo (Mendoza, 1932). A los 21 años, después de la colimba, hizo pie en Buenos Aires, y de aquí al mundo. Cierto día de 1967 vino muy de pasada a Mendoza y lo entrevisté para un suplemento deportivo del diario Los Andes. Otros encuentros nos sucedieron ya en Buenos Aires: en 1987 para hacerle el reportaje-prólogo destinado a su antología “10 años de Mafalda” (editado por La Flor en Buenos Aires y Lumen en Barcelona). Después lo entrevisté en 1990 y en 2001. Pasados los años observé a un Quino que superaba el corsé del denso pesimismo y se animaba a la alegría, desanudaba su grave timidez.

Repaso: tenía Quino 35 años cuando lo entrevisté por primera vez. No nos tuteamos. Le entré mal: “¿Cómo es posible que no le guste el fútbol?” Me respondió disgustado: “¿Acaso eso es una tragedia?” Le respondí: “No. Es una lástima”. Después le pregunté: “¿A dónde va a parar el mundo?” No encontró palabras. Le pedí que me respondiera con un dibujito en una servilletita. Y Quino con mi birome dibujó primero un hombrecito de anteojos (yo), después un globo terráqueo… El hombrecito pateaba el globo, lo convertía en balón. Adiós planeta, adiós.

Dos décadas después lo volví a reportear. Quino venía de vivir en Europa los trágicos años del limbo del infierno, a partir de 1976. Entonces le pregunté sobre pormenores del día de su nacimiento.

–Sólo sé que nací a las cuatro de la tarde. Entre los 10 y los 18 años viví asediado por la muerte: un abuelo, mi madre, mi padre… No podía escapar del luto: puerta entornada, nada de radio ni de música ¡y un brazalete negro! Con ese brazalete me sentía un nazi. Feo, ¿no?

–¿Cómo era Quino a la edad de Mafalda?

–Muy solitario. No jugaba a la pelota; por mi timidez espantosa no quería ir a la escuela. Sólo quería dibujar. Mi madre me convenció de que si quería dibujar con los globitos, como en las historietas, también tenía que escribir los textos. Y a escribir iba a aprender sólo yendo a la escuela. Fui… Mientras, me acercaba a mi tío Joaquín Tejón, que era pintor, dibujante publicitario… Ahora me viene una imagen lejana: un día mi madre trajo una enorme mesa de madera clara, de álamo… yo me acosté boca abajo sobre ella y la fui cubriendo de dibujos… Ella me dijo: “Si quieres seguir dibujando tienes que lavar la mesa cada vez.”

–¿Cuál es la clave de Mafalda?

–Una contradicción: a uno de chico le enseñan cantidad de cosas que no deben hacerse porque hacen daño… pero resulta que cuando uno abre los diarios se encuentra con que los adultos perpetran masacres, guerras, etc.

 

(Quino metía el dedo en nuestra llaga: la hipocresía. La moral del doble discurso. Siguió contando…)

–No reniego de Mafalda. Fueron diez años de mi vida y la de Alicia, mi mujer. Pero el viejo Oski tenía razón: la permanencia en la historieta me endureció la línea… Para que los personajes me salieran iguales… a veces los calcaba. Fue duro eso: Alicia debió soportar esta rutina y resolver mi vida exterior con el mundo. Hay dibujantes a los que mantener su historieta les costó el matrimonio… Mucha gente me dice “Quino, ¿por qué mató a Mafalda?” Si seguía, la historieta iba a terminar por liquidar al dibujante.

–Si hoy le pregunto dónde va a parar el mundo, ¿qué me dice?

–Iremos a parar al espacio. Porque volaremos en cohetes. Yo era muy pesimista, viajando aprendí cosas… En Cuba vi lo que puede la voluntad y la unidad. Aun en la pobreza, con el esfuerzo común se puede conseguir salud, educación, alimentación.

–¿A dónde cree que vamos a parar cuando dejamos de respirar?

–A la nada.

–Confiéseme alguna íntima maldad suya.

–A ver… je… de chico, jugando solo, miraba mucho a las hormigas: las negras grandotas, buenazas; las chiquitas coloradas, malísimas; y las marroncitas, que no eran dañinas. Miraba las terribles guerras entre las hormigas, quedaba la tendalada… Algunas veces atrapaba una mosca viva, le arrancaba las alas y la arrojaba al centro del hormiguero… Hoy me da escalofríos decirlo.

 

(El Viernes Santo del 2001 ya nos tuteábamos. Le pregunté si seguía incrédulo:)

–No, yo creo muchísimo… Soy agnóstico; no sé, ateo también… Creo en taaantas cosas… soy un animista. He sido educado como hijo de republicanos españoles. Mi vieja, Antonia Tejón, y mi abuela eran comunistas. Mi abuelo también ¡muy anticlerical!

–La carencia de un Dios, ¿te desasosiega?

–No. Porque creo en aquel árbol y en el sol y en la lluvia y en los pajaritos… Mirá, Rodolfo, la otra noche soñé con una pareja de pajaritos. Venían a invitarme a su boda.

 

Posdata.   La posdata dos años después no ha variado. Causa asombro que Quino haya nacido en un sitio con un alto porcentaje de humanos y humanas conservadores, pacatos, como nuestra Mendoza (en su promedio, no en su totalidad, por fortuna). Una vez más digamos que a la Mendoza (y al país) (neo)liberal, conservador, el Quino le salió por la culata. En ese sentido la aguda Mafalda metió el dedo en la llaga cientos, miles de veces

 

Concluyo con un inevitable lugar común: el Quino no se fue/, el Quino no se va. Esto no quiere decir que, como afirman los diarios, la radio y la televisión, haya muerto. Simplemente, Joaquín Lavado hace unos días que anda respirando de otra manera. Y ahora mismo se está enterando que hemos descorchado un hondo malbec y vamos a brindar por Antonia Tejón, su madre republicana de izquierda, la que un día trajo a su casa aquella mesa de álamo. Mesa de madera clara donde empezó a gestarse el dibujante de la insolente, de la imprescindible Mafalda que años después, señalando un globo terráqueo, se preguntaría si “Dios habrá patentado esta idea del manicomio redondo”.

 

 

(Este texto es una versión ampliada de la columna publicada en el diario JORNADA de Mendoza)

zbraceli@gmail.com  ==  www.rodolfobraceli.com.ar

(Foto: Archivo de Rodolfo Braceli)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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