El hartazgo de la Pachamama
El Día de la Madre Tierra se extiende, como nunca, al mes de agosto entero. Damas y caballeros, de pronto ojo al piojo: el culto de la Pachamama sacude al presuntuoso Primer Mundo.
Si salimos de nuestra urgencia al cuete, advertimos que Pachamama (o si preferimos, Mamá Pacha) es sinónimo de genuina ecología. De la ecología como modo de vida. Porque ese culto nos remite a tomar conciencia de la tierra. A pedir y a dar. A ser generosos y a ser agradecidos. Todo esto en un tiempo en el que el planeta Tierra, aunque está jadeando de sed, hace agua por todos sus costados. Por empezar, pongamos en remojo esta cifra reciente: 1 millón 200 mil hectáreas. ¿Hectáreas de qué? Paciencia, ya veremos. Veremos para creer.
Mientras tanto reanudaré algunos conceptos ya vertidos en esta columna. A la vista está: los humanos –sobre todo los del Primer Mundo–, vienen violando y saqueando a la Tierra; a rajacincha, impiadosamente. Pero la Tierra tiene sus límites. Y pierde la paciencia.
Hablamos todo el tiempo de “ecología”, pero precisamente en el Primer Mundo esta preocupación sobre la ecología es de la boca para afuera. Pura careteada. Usan al Tercer Mundo como fuente de mano de obra esclava, y además lo usan como basurero, como inodoro y bidet. La conciencia ecológica la activan adentro de su casa, es decir, del umbral de su casa para adentro. Esto puede traducirse como una especie de después de mí el diluvio. O de: más allá de mi umbral, que los demás revienten. Triste evidencia: para el Primer Mundo, altamente civilizado, el mundo no es una casa, es un hotel indiferente. Bien sabemos que en los hoteles malgastamos el jabón, arrojamos las toallas a los pisos, despilfarramos el agua y la luz. El mundo, este mundo, se siente como casa sólo hacia adentro. Ejemplos por cientos: desde las pasteras hasta la fabricación de autos con escapes envenenadores de los aires. Ni hablar de los pesticidas que prostituyen los aires, las aguas, que siembran el cáncer entre los niños.
La ecología primermundista está pensada con el corazón del bolsillo; desde el más descarnado egoísmo; desde individualismo carnicero encarnado por ese neoliberalismo que reclama sin asco la mano fuerte y promueve la desesperanza, desesperanza que a su vez atenta descaradamente contra la democracia. Desesperanza como coagulante de la antipolítica.
Pero el Primer Mundo no es todo el mundo. Ni ahí. El Mundo Trasero de pronto nos regala ejemplos preciosos. Como los de un paisito históricamente saqueado: Bolivia.
Allí prácticamente no se usa la palabra ecología, se usa –y se siente– muchísimo más la palabra pachamama. Una palabra que es una vivencia. En nuestra entrañable Bolivia la ecología no es una declamación, se la vive desde la pachamama, desde el amor a la tierra. (Digamos de paso: perdón Bolivia, perdón democracia latinoamericana, por haber colaborado criminalmente con armamentos represivos para voltear al gobierno de Evo Morales, el “indio ese”).
El mundo entero debiera darse por enterado: entrando a la segunda década del siglo XXI, en la Bolivia que presidía democráticamente Evo, se creó “una ley que considera a la Madre Tierra un sistema viviente.” Nada menos. La ley promulgada “crea la Defensoría de la Madre Tierra, la cual detalla cómo se debe vivir en armonía y equilibrio con la naturaleza”.
Establece esa ley que la Madre Tierra es “sagrada” y un “sistema viviente dinámico”. Es decir, que la Tierra es considerada como una persona, como un ser que posee derechos a proteger. La norma incluye el concepto de “justicia climática” para reconocer el derecho a reclamar un desarrollo integral del pueblo boliviano y de las personas afectadas por el cambio climático.
Además crea un Fondo Plurinacional de la Madre Tierra y otro de Justicia Climática para conseguir y administrar recursos económicos estatales y extranjeros para impulsar acciones de mitigación del cambio climático. También establece que las “tierras fiscales serán dotadas, distribuidas y redistribuidas de manera equitativa con prioridad a las mujeres, pueblos indígenas originarios, campesinos, comunidades interculturales y afrobolivianas que no las posean”.
Un precioso detalle a tener en cuenta: la nueva Ley declaraba que los delitos relacionados con la Madre Tierra son “imprescriptibles”, que no se aplicará en ellos el beneficio de la suspensión condicional de la pena y los reincidentes tendrán sanciones más graves.
Con esto, Evo Morales, el indio ese, a través de una Ley tan lúcida como conmovedora convirtió a Bolivia en una capital del mundo, pionera en eso de conceder derechos concretos a la Madre Tierra o Pachamama. Derechos propios de una persona, entre ellos, el derecho a la vida, a la diversidad, al agua, al aire limpio, al equilibrio, a la restauración y a vivir libre de contaminación.
Bolivia, en el ombligo de la suramérica indolatina, no tiene complejos de inferioridad. No simula sus olores con desodorantes. No güevonea con peroratas sobre la ecología. Y en su debido momento se opuso muy resueltamente a las coordenadas y acuerdos que se anunciaron durante la cumbre climática de las Naciones Unidas celebrada en Cancún, México, en el diciembre del 2010. Entonces Bolivia consideró que las medidas acordadas en esa Cumbre eran mera espuma, puro maquillaje para salvar las apariencias y tranquilizar conciencias. Bolivia fue concreta: pidió que los países superdesarrollados se comprometieran a “reducir la emisión de gases de efecto invernadero en los países desarrollados, en un 50 por ciento”. Y esto antes del 2020.
Por años los medios (des)comunicadores del neoliberalismo, del neodesguace, de la neobuitredad se han mofado de Evo Morales, “el indio ese”. Para el indio ese la ecología es un acto de amor renovado, y profundo. Un compromiso permanente, real y no simplemente oral. El “indio ese” fue más allá de los discursos y en su tiempo impulsó “una ley que considera a la Madre Tierra un sistema viviente”. Nada menos. Para él y su pueblo, entre la ecología y el hecho, no debe haber ningún trecho.
Mientras tanto la mofa, la burla de los autodenominados civilizados continúa. La degradación del planeta cabalga alevosa, obscena, impune. Esa degradación significa traición a la patria de las patrias, la Tierra. A la dirigencia de los países centrales aquello de la pachamama les importa a lo sumo como una curiosidad turística. Y las señoras muy aseñoradas y los señores muy almidonados siguen con sus viditas, contrayendo matrimonio para perpetuar (¿o perpetrar?) la especie. Cuando se casan, con toda naturalidad se conceden un mentiroso anillo matrimonial de oro. A esos próximos infelices ni se les ocurre considerar que esos anillos están hechos precisamente con oro. Y el oro proviene de las entrañas de la tierra. No están enterados que para conseguir el oro que necesita cada anillo se requiere por los menos de 8 mil litros de agua.
Pero ya les vendrá…
¿Les vendrá qué?
Les vendrá el día en el que, para pagar un bidoncito de agua bebible, no les alcanzará el valor del anillo de oro que muy pronto se estarán sacando del anular de la mano izquierda, para pagar unos litros de agua desesperada, que ¿merecen? beber.
Posdata. Prestemos atención: este año 2021 la mención del culto de la Pachamama recrudeció, es tendencia. Preguntas para reflexionar: ¿Habrá sido por la pandemia? Habrá sido por los temporales en Alemania? ¿Habrá sido pos los 45 grados de calor en España? ¿Habrá sido por los casi 50 grados en Canadá? ¿Habrá sido por los extendidos veranos al espiedo? ¿Habrá sido porque nos estamos quedando sin cuatro estaciones? ¿Habrá sido por el ahora demacrado y jadeante río Paraná? ¿Habrá sido por la colocación de aire acondicionado en zonas habitadas por los esquimales? ¿Habrá sido por las canalladas climáticas enarboladas por tipos como los muy contagiosos Bolsonaro y Trump?
A propósito de interrogantes, al comenzar dejamos una cifra en remojo: 1 millón 200 mil hectáreas, en el último año, durante la gestión del aquí admirado Bolsonaro. Ese millón 200 mil hectáreas es la prueba fragrante de un atroz genocidio forestal.
A la vista está, aunque nos hagamos los boludos: la Madre Tierra ya se hartó de tanta y tanta violación. El caso es que estamos nombrando el culto de la Pachamama con novedoso respeto porque, de pronto, nos has entrado el julepe planetario. Y ahora, damas y caballeros, ¿qué vamos a hacer con nuestro ninguneo, con nuestro menosprecio de los pueblos originarios, con nuestras burlas a la Madre Pacha? ¿Será que nos ha llegado el momento de meternos nuestras mofas en el bolsillito de atrás del pantalón?
Sin ánimo de crear pánico, otra pregunta: y si resulta que el pantalón no tiene bolsillito de atrás, ¿qué hacemos, a dónde nos metemos las mofas referidas a Evo y a los “bolitas” y a los “mugrientos indios esos”?
* zbraceli@gmail.com === www.rodolfobraceli.com.ar
Foto:@ttmthits
(Esta es una columna, ampliada, de una publicada por RB en el diario JORNADA de Mendoza)