Atención, Don Dios, ¿está por cerrar el Cielo?
En principio el siguiente texto semilló a partir de una ideíta que se me cruzó en mi libro De fútbol somos (Sudamericana, 2001). No faltó mano larga que lo afanara, distraído de citar la fuente; las comillas se le cayeron en el camino. Hace algún tiempo reciclé la ocurrencia en el diario Página/12. Después la reanudé en Jornada. Hoy la entrego en versión ampliada, en el Portal de Parque Chas.
Por Rodolfo Braceli
Vuelvo a la pregunta que me cruzó hace más de veinte años: ¿Cuál es precio que Dios debe pagar para ser dicho y escrito con D mayúscula? Otra vez voy a tratar de responder a aquella ardua pregunta.
Nos sucede el mes de diciembre. Han pasado 2022 años desde que el incomprendido Cristo fue torturado y crucificado en dos maderos que, sostienen algunos, fueron robados de la carpintería de José, su padre. El calor y la calor, así en la tierra como en el cielo. Allá, arriba, don Dios está enculado con el cambio climático y otras canalladas perpetradas por los humanos. Se arrima al enoooorme balcón, está necesitando una brisa fresca, de aire que no provenga del refrigerador. Comete curiosidad, don Dios: mira para abajo y advierte millones de humanos muy alterados, un inquietante tráfico de adrenalinas. Con un seco campanazo reclama la presencia de su Ángel Jefe de Gabinete. Quiere saber qué diablos (perdón por la palabra) pasa en la jodida Tierra. El Ángel tarda en aparecer. Don Dios se desasosiega, lanza un ¡caraxus! pectoral y entra en soliloquio: Este batifondo, ¿será el preanuncio de otro genocidio preventivo? Eso está pensando el Sumo Creador cuando, muy agitado, aparece el Ángel Jefe de Gabinete. El Supremo le pregunta:
–¿Dónde, dónde diablos te habías metido, muñeca brava?¿Acaso estabas masturbándote?
–No… estaba tratando de conseguir credencial.
–Pero ¡¿qué caraxus está pasando allá abajo?!
–Otro Mundial de fútbol.
–Entonces, ¿otra vez tendré que soportar esos alaridos que me fracasarán la siesta?
–Así es: ¡estallarán los goooles!! Don Dios, hágame caso: se viene el jaleo, abróchese el cinturón de seguridad.
Esta escena podría ser verificada hasta por un ateo de la primera hora. Con el Mundial el planeta se volverá plano, será succionado por una enorme ventosa, noche y día viviremos entre paréntesis. Si estallase la ¿cuarta? guerra mundial pasaría desapercibida e inadvertida, que no es lo mismo: sería apenas una noticia más, noticia de morondanga.
Más de diez consejos
No, no hay caso con los mundiales. Y la pregunta nos cae por madura, en nuestra mollera que nunca termina de cerrar: ¿Cómo hacer para vivir el Mundial sin morir en el intento? Pasará lo de siempre: el fútbol nos sacará la careta. Y nos espejará como ningún otro espejo. Consejo 1: no nos enojemos con el espejo: él espejo descaretará nuestras conductas, debilidades y mañas. Mostrará los modos de nuestras violencias y el intenso racismo subcutáneo; el funesto amor propio sustituirá al amor por lo propio, desatará nuestro acérrimo nacionalismo; como hongos brotarán las supersticiones y se licuarán con las religiones. Haremos gestiones en todos los altares para conseguir prebendas del Más Allá.
Consejo 2: a la hora de los pechazos religiosos –reconozcámoslo– estaremos apelando a un doping celestial extradeportivo. Así no vale. La fiebre del Mundial mostrará cómo los medios de (des)comunicación, incentivan el triunfalismo y el derrotismo. La euforia, como siempre, será una forma de depresión al revés. Flor de momento –consejo 3– para revisar nuestra obscena euforia por “recuperar las Malvinas” y la avergonzada depresión por (re)perderlas. Patética euforia, y vergonzosa y vergonzante depresión. La de tantos (com)patriotas que vivimos la desguerra como si siguiéramos las alternativas de un Mundial.
Consejo 4: agradezcamos al espejo; no lo rompamos. Puede ser una herramienta para autoconocernos. El espejo no tiene culpa de lo que muestra, y demuestra. Que tomen nota los intelectualudos.
Consejo 5: intelectuales tomados por el odio y el asco hacia el futbol, una preguntita: Si el fútbol fuese erradicado de cuajo, ¿no habría guerras? ¿no habría hambre? ¿no habría analfabetismo y analfabetización?; en fin, la condición humana, ¿estaría hoy un escaloncito más arriba?
Desde siempre invocamos a un tal Jesús o a un tal Marx. Enarbolamos un mundo igualitario. Consejo 6: veamos cómo nada iguala tanto como el fútbol. Salvo la muerte. Pero con la muerte, ¿qué gracia tiene si no nos damos cuenta? Otra vez nos sucederá: gol mediante, compartirán el mismo relámpago de felicidad o de infelicidad, el magnate y el menesteroso. En el mismo instante, hombres y mujeres, explotadores y oprimidos, semiólogos y cartoneros, participarán del gol orgasmo. Todos a la misma vez. Todos, siempre sostenidos por ese alarido en sinfonía.
¿Y las mujeres? Consejo 7: atención, hay novedades. Ellas, tan marginadas siempre, ¿qué mirarán mientras ven los partidos? Si no entienden el juego, secretamente gozarán esos organismos varones. El fútbol fue un amante impune incorporado desde siempre, por la impunidad del patriarcado, a la sagrada familia. Esto, con la televisión consentida como una especie de amante con cama adentro; ¿televisor caballito de Troya? Pero, ojo al piojo: estos años, raudamente, las mujeres pasaron de tener una relación de resignado acatamiento a tener una relación gozosa. Ya no se sacrifican: cuando miran fútbol paladean, deletrean cuerpos.
Consejo 8: un cachito de filosofía, si algo tiene de fascinante la Vida es que no sabemos qué nos va a deparar en el próximo minuto. Con el fútbol igual: es un azar barajado por los diablos y las diablas. (Dante Panzeri, claro, lo dijo mejor). Decimos que el fútbol se parece a la Vida. Dan ganas de afirmar que, en realidad, es la Vida la que se parece al fútbol.
El Consejo 9 es moral: aprendamos que, desnudante como es, el fútbol es el suceso existencial en el que tenemos menos posibilidades de ser hipócritas.
Ojo al piojo también, atención, con los himnos, porque, consejo 10: los himnos patrios no son, no deben ser, canciones guerreras. De paso, no olvidemos: toda guerra es una mierda. Eso, una mierda, salvo para los prósperos fabricantes de armas.
Sigamos. Consejo 11: no confundamos a Emiliano Dibu Martínez con el sargento Cabral. Y, consejo 12: por favor no creamos que el enorme pequeño Messi es el Mesías. Ni el bisnieto del Mesías. No lo carguemos a Messi con la mochila de nuestras frustraciones o de nuestra heredada creencia de que somos “los mejores del mundo”. Dios no tiene ninguna obligación para decirse argentino, ni por parte de padre ni por parte de madre.
Ya que los partidos se televisan en las escuelas y colegios, consejo 13: docentes y niñes y adolescentes, aprendamos que un penal atajado o errado no debe convertir en semidiós o en canalla a un humano. Aprendamos que el triunfalismo y el derrotismo son las dos caras de la misma perversa moneda.
Consejo final: recordemos que, si perdemos, lo más campante la Vida continúa. ¿Y si ganamos? También, la Vida continúa, siempre.
Crisis en el Gabinete Celestial
A todo esto, allá arriba, ¿qué está pasando en este minuto? Recordemos: Don Dios con un tremendo campanazo ha llamado a su Ángel Jefe de Gabinete.
–Me dijiste que estabas buscando una credencial. ¿Cuál es el suceso: qué pasa, vuelven los Beatles?
–No. Credencial para el Mundial. A propósito, mi Dios, necesito tomarme mis francos atrasados.
–Nada de francos. Te rascas las alas todo el tiempo.
–¿Y un adelanto de vacaciones podría ser?
–El que se fue a Sevilla…
–A Qatar.
–Aunque no rime, el que se vaya a Qatar pierde nube; se jode.
–Ay, cómo tiemblo… Perdón, don Dios, debo decirle: los que codician mi nube también bajarán a ver el Mundial.
–Bue, entonces, ¿por qué no cerramos el Cielo y nos vamos todos?
–Todos no. Usted no puede.
–¿Qué yo, justamente YO, no puedo?
–No, no puede… El precio de ser Dios, y con mayúscula, se paga carísimo: un Dios que se precie no puede desfondarse en el alarido del goooool.
–Diosmío –concluye Dios–. Los sacrificios que uno debe hacer para seguir siendo Dios… En fin, me quedo sin poder experimentar el goce supremo del alarido del gol. Nada menos… Ay, padre padre, ¿por qué me has abandonado?
Una voz que viene de lejos, de muy lejos, le responde al desconsolado Dios:
–Hijo, hijo, no desesperes, no te he abandonado, estoy en Qatar.
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(Esta es una versión ampliada del texto publicado anteriormente en diario Página/12 y en diario JORNADA) Foto: Captura de pantalla de TV