De argentinos en el exterior I
Cuarta entrega de la columna del Juglar Ariel Prat, en el Portal de Parque Chas.
Recuerdo en Zaragoza, allá por el 99. Yo hacía pie a prepotencia de guitarra y gola en esa ciudad de Aragón que me acogió gratamente, aunque todavía no me había afincado en España. Cantaba a menudo en un antiguo restaurante, “Casa Lac”, cuya fundación data de 1825 en la zona de “El tubo” del casco viejo de la ciudad. El público, era en su mayoría joven y sobre todo español, aunque entre el mismo estaba la anciana madre de un desaparecido músico amigo, emblema de la Zaragoza rockera posfranquista; el gran Mauricio Aznar. Inge, la mujer en cuestión, es alemana y siempre ocupaba su mesa con amistades variadas que renovaba por afición a mis canciones.
Movilizada y motivada por sus ganas de entrelazar gente, una vez me avisó que había invitado a una amiga argentina, según ella exiliada y sicóloga y que residía hace años en Zaragoza, que estaba segura que le iba a encantar escucharme. Esa noche canté como siempre mi repertorio de entonces, que incluían mis canciones barriales, algo de murga y un par de milongas. Guardaba para los bises “Duerme negrito”, comprobando que los chavales aragoneses engendrados ya en democracia, eran amantes de don Atahualpa sobre todo y de Mercedes después, su canción de cuna yo les cantaba, nada menos. Ellos me sorprendieron la primera vez que entoné el tema a viva voz conmigo y lo tomé como un guiño que se transformó en rito.
Cuando acabé, me fui saludando como de costumbre entre las mesas del encantador lugar a la mayoría, y me detuve en la mesa de Inge. Esperaba encontrarme a la mujer argentina de la que me había comentado previamente. Para mi sorpresa no había argentina alguna en la mesa y fue ya subiendo casi la escalera que me llevaba a un camarín improvisado, que la noble mujer me comentó perturbada que su amiga efectivamente había estado en mi concierto, pero que antes de que yo termine le dijo que se iba, que lo que yo cantaba “no era Buenos Aires”, que “Buenos Aires era otra cosa” y un par de comentarios por el estilo. No me extrañó, no era la primera vez que me cruzaba con compatriotas así, viendo sus comportamientos y gustos ajenos a mi origen social, tampoco yo me sentía representado por lo que ellos en Europa se ocupaban tanto en mostrar con sus pretensiones de ser diferentes en la cultura latinoamericana, aquello de venir de la “París del sur”, de la cosmopolita y casi europea ciudad de los Borges, los Cortazar, Gardel o Les Luthiers. A menudo incluso, en “petit comité” de rueda argenta, reírse de los españoles en una especie de logia “perdonavita culturale”. Claro, luego de conversar con la absorta amiga alemana, contándome detalles que la argentina le decía al oído mientras yo explicaba un tema o lo cantaba, entendí totalmente que lo que yo les mostraba allí al auditorio: el material “Precorralito”, historias de Villa Soldati, la murga y los travestis ganando la calle, los candombes argentinos milongueados de raíz afro y afines que comenzaron a resonar con fuerza y memoria por aquellos años, a esta mina le sonaban a que le iban a derribar el mural medio pelo que le había gustado construirse poniendo límites para ir por ahí como de reojo y sin mostrar la hilacha, me hubiera gustado explicarle si hubiera podido, que los ideales de lucha social que ella añoraba como traídos por los europeos ancestros de sus amores a la tierra donde nació (ella era por lo que me enteré militante comunista); los habían plantado con manos afro argentinas un movimiento llamado “Democracia Negra”(*), liderado por trabajadores y artistas de ascendencia africana que incluso bautizaron a su pasquín en 1858 como “El Proletario”. Pero no tuve tiempo y no creo que nos hubiéramos puesto de acuerdo de haberlo encontrado, porque hubiéramos llegado a Perón y ahí se hubiera podrido peor, porque es cierto que los españoles no entienden al peronismo, pero hay que entender antes quienes se lo intentaron explicar, sobre todo a los españoles progresistas digo…Es parecido como entender a que huele París realmente, al perfume del que los tilingos te cuentan cuando viajan o sueñan o al meo de sus esquinas, sus basuras sin recoger, a la escasez de desodorante en sus trenes o ese lindo olor a “Catinga” de la real París negra y árabe que suda.
Para cierre, recurro en esta primera entrega sobre algunas experiencias con ciertos prototipos argentinos en España y Europa, a don Arturo Jauretche; de quien cuya obra abrevo desde muy pibe y hoy retomo con avidez y alegría. En este texto escrito en 1966, el maestro escribe sobre los que emigraron no por la necesidad, sino por ser “ventajitas” y expone: “…tampoco se trata del estudioso que va buscando la oportunidad de perfeccionarse y después vuelve y nos trae el aporte de algunas experiencias y técnicas…este es otro mal que he mencionado en “Los Profetas del Odio”: El militar iba a Alemania, y volvía con mentalidad germánica…El artista a Francia, y vivía después aquí como un desterrado igual que la vieja clase de la divisa fuerte; todos como si el sastre que les confeccionaba la ropa allá, les confeccionase la cabeza. Son males del colonialismo mental”. Y nos vamos entendiendo entonces de que clase de gente estoy hablando, porque la mina esta de la que me ocupé, son de las que vuelven con los alfileres del maniquí cualunque en el bocho pero son de diseño, ¿viste? (Continuará…)
Ariel Prat, Mayo 2013
(*)El movimiento Democracia Negra Un intelectual negro, Lucas Fernández, creó y dirigió el semanario El Proletario, que vio la luz el 18 de abril de 1858, el cual expresó servir los “intereses de clase”, los de la “clase de color”. El movimiento progresista de la negritud estaba dirigido, en primer lugar, a formar conciencia entre los negros bonaerenses, particularmente a los sectores alfabetos. Pero tenía, indudablemente, un mensaje hacia los blancos, de todas las clases sociales, previendo los prejuicios y el racismo latentes, salía a identificarse con formas más evolucionadas de la organización social. Defendía en su primer manifiesto los “intereses” de las “clases desvalidas” y apuntaba a fortalecer “la inteligencia que se nota en la generación que se levanta, ávida de ideas y saber”, es decir en las nuevas generaciones. Quería que los hombres y mujeres de color se integraran a la sociedad de Buenos Aires desde sus propias raíces pero cultivando las nuevas ideas de redención social. Es indudable que Lucas Fernández, de quien se tienen escasas referencias, no se sabe si murió durante la fiebre amarilla o cuándo ocurrió ese hecho, intentó oponerse al racismo imperante. Denunciaba la “malevolencia” y el “ultraje de la justicia” de la discriminación racial y social. Reclamaba la igualdad ante las leyes para los hombres y mujeres de color y planteaba la necesidad de la educación y el conocimiento de las ciencias como forma de liberación. El movimiento Democracia Negra se frustró a causa del exterminio de sus integrantes, durante los aciagos días de la epidemia de fiebre amarilla.
Fuente: http://www.lafogata.org/ |
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