“Asuntos tangueros”
Recuerdo una reunión en casa, la de la calle Ginebra 3922, un sábado a la noche en el que, antes de salir por ahí, algunas veces comíamos pizzas amasadas por mi vieja. Venían vagos mezclados con los amigos rockeros, con quienes ya habíamos comenzado la trama de horizontes musicales difusos. Entre ellos el “Colorado” Mario, a quién ya dediqué una semblanza en anterior crónica, y -el hoy escritor y periodista- Abel Gilbert, al que en el barrio llamaban “El Ruso Gilbert”, pero ese es otro tema. Hoy quiero contar simplemente mis impresiones sobre lo que se llama en el ambiente y en la prensa musical “El nuevo tango” o “Los nuevos tangueros”; que no es tan nuevo uno ni son tan modernos los otros.
Esa noche que hoy recuerdo, alguien que seguramente fue “El Ruso” nombró con osadía e inocencia y delante de mi viejo, la palabra prohibida que era en aquellos días para un tanguero de ley como él: Piazzolla. No hubo demasiada polémica, ni siquiera postre, porque nos rajó a todos de casa. Cada uno disparó para sus nocturnidades y la cosa quedó en anécdota. Mi viejo era un cabrón tierno y tenía cariño por mis amigos más “finos”, digamos. A los turros con los que paraba y eran mayores que yo, ya los tenía calados y eso era un equilibrio que no le disgustaba para mí.
Hoy, pasadas las aguas en este molino cultural, siguen habiendo polémicas, pero don Ástor y su música ya están sacralizados. Si es tango o no pasó a segundo plano, por la obra trascendente y los tiempos que suelen curar estas heridas cuando los muertos no opinan.
Hay que decir que el tango estaba muerto para los argentinos del principio del siglo XX, existe hasta una tapa de “Caras y caretas” que lo afirma. La marginalidad y el intento europeizador de la sociedad argentina, no lo toleraba con su arrastre negroide y de lupanar, de entreveros y guapos, de orilleros y compadritos. ¡Pero con París se toparon! impensadamente, que nos devolvió la clave del sur y como suele pasar, el perfume y la mirada fueron sentidos como de otra calidad hacia un género que con el tiempo trascendería fronteras como marca y convertido en algo cotidiano, comercial y familiar que se quedaría para siempre. La primera orquesta que desembarcaría en la ciudad luz allá por 1913, se llamaba, que locura: “La Murga Argentina”. El tango de repente era joven y sus intérpretes comenzaban a serlo también, no sólo los músicos y bailarines, sino los cantores y -cuando llegaron- los poetas, quienes nacidos a principios del siglo o a finales del otro, aportarían su mirada juvenil y suburbana no exenta de influencias de la literatura europea en algunos casos y en otros, de exquisita sensibilidad puramente barrial.
Por eso, hoy en día, cuando uno lee y escucha que fuera del circuito comercial, en donde la “secta del formol” y “la logia del zapatito de raso” tallan y son “la soja” como lo definió en su visión cultural el actual intendente de la ciudad, existe “El nuevo tango” y por consiguiente “Los nuevos tangueros”; da un poco de picor y estremecimiento, que no es tembleque ni calambre en las piernas. Porque si bien el tango siempre fue joven, lo intentaron matar antes de que se desarrolle, con la cristalización de estilos a la medida del consumo y el tranquilo, sin riesgos y complaciente lugar común.
Pero ¿Quiénes son? ¿Qué edad tienen ahora? ¿Desde cuándo están fenomenalmente componiendo, escribiendo y cantando muchachos, en algunos casos cincuentenarios?, como:
El “Tape” Rubín y sus melodías clásicas de malvón, esquina atorranta y bajo fondo alunado sin tiempo. ¿Y la ruptura del lenguaje musical y poético de Acho Estol con La Chicana, como si desde los orígenes salieran de un escape de moto? Las palabras sin tinte ni falsa escuadra de las veredas de Alejandro Szwarcman o Matías Mauricio. ¿Usted, lector, ya las conoce de guachas o porque no las leyó ni escuchó, no existían y por lo tanto son nuevas? La cadencia eléctrica de estos tiempos de nuevos paisajes entre Shopping y arroyos nunca entubados que traduce alucinadamente Julián Peralta con Astillero, ¿son tan novedosos o crecieron con la época actual armoniosamente?
Los arreglos a lo Di Sarli (y me cago en la mitomanía tanguera) de Javier Arias con Misteriosa Buenos Aires, ¿pueden continuarse en la spinettiana manera de pintar la aldea y hasta poner tambores donde solo había un contrabajo a lo canyengue por pudor de “lo negro”?
Y podría seguir con una lista que asombraría a los productores de soja y a los amantes del perejil satinado…Ciudad Baigón, Moradores, Juan Serén, China Cruel, Cucuza y Moscato, Amores tangos, los Púa abajo, Las del Abasto, María Volonté…
¿Hasta cuando serán nuevos? ¿Hasta cuando la vida activa de un género que sigue creciendo entre nosotros, mientras reflexionamos o negamos, va a ser condenada a los márgenes malditos de la edad moderna?
En el barrio, lo oí decir incluso en la placita de “El Trébol” por alguien a quien por respeto no pienso botonear, repetían que “A los viejos hay que matarlos cuando nacen”…asuntos de esquina y porteñidad. En donde el tiempo es corto pero no para nunca, como el sabor de esa pizza de mi vieja Amanda y la costumbre de juntar amigos…
Ariel Prat (25/04/13Pobre pero a lo Cobian)
Columnas anteriores