Solidaridad. No nos queda otra
Ya a los abuelos de Adán y Eva les sucedía: cuando llegaban las fiestas de fin y de comienzo de año hacían un paréntesis para ponerse “buenitos”. 2020 años después de Cristo, esto no ha cambiado. Salvo que este año el ratito de bondad se anticipó a la navidad. ¿Por qué? Por el julepe debido al coronavirus.
Por Rodolfo Braceli
Ya a los abuelos de Adán y Eva les sucedía: cuando llegaban las fiestas de fin y de comienzo de año hacían un paréntesis para ponerse “buenitos”. 2020 años después de Cristo, esto no ha cambiado. Salvo que este año el ratito de bondad se anticipó a la navidad. ¿Por qué? Por el julepe debido al coronavirus.
Suelo tener un sueño recurrente. En el sueño mi maestra de tercero escribe en la pizarra la palabra “solidaridad”, y la empieza desmenuzar… Me despierto con su voz. Tomo conciencia de que esa palabrita está de moda en el mundo entero. La maestra me enseña que la palabra solidaridad incluye nada menos que las tres letras de la palabra “sol”. Nos dice “sol”, y nos dice “dar”, y nos dice “dad”.
Inevitable hablar del mentado virus: voltea a habitantes del primer y del tercer mundo, a famosos y a ignotos, a ricos y a pobres. La transversalidad nos lleva a una conclusión: el indomable bichito sólo podrá ser superado tejiendo una red de solidaridad. De pronto los países del Primer Mundo dejaron al descubierto la fragilidad de su opulencia, los delgados muros de sus bancos. Los cimientos de los países estelares se han trisado. Como diría don Borges: no los une el amor sino el espanto. El Mercado es, realmente, una burbuja de morondanga.
Por fin advertimos que sólo la solidaridad nos puede sacar de la peste. La solidaridad, el rasgo más despreciado por el cruel capitalismo neoliberal, esa obscenidad que sólo favorece al individualismo carnicero. Estamos educados para el “sálvese quien pueda”, para creer que el mundo termina en el umbral de nuestras casitas enrejadas.
Pero la realidad tiene paciencia, y nos iba a alcanzar más temprano que tarde. Hoy estamos acorralados por el destino, nos obliga a practicar la solidaridad, tan marginada, tan despreciada, tan ausente en nuestra paupérrima escala de valores. Si no nos cuidamos a los otros y otras estamos fritos.
Resulta asombroso: llegamos al punto de que debemos ser “solidarios” por razones “prácticas”. Hemos llegado al extremo crucial de que ¡por pragmatismo!, ¡por instinto de la conservación!, nos “conviene” ser solidarios.
En otras palabras: si no practicamos la solidaridad los piojos ladrarán porque serán del tamaño de los perros. Nos comerán los piojos.
Madremía: si no practicamos la solidaridad nos quedaremos hasta sin mundiales de futbol. Y de nada valdrá que Dios sea argentino.
En fin, sin solidaridad, como diría Francisco Quevedo, cagaremos fuego en castellano, en italiano, en francés, en inglés, en ruso, en criollo, en portugués, en alemán, en chino, en quechua, en sanscrito.
Oíd mortales: adoptemos la solidaridad antes de que sea demasiado tarde. Ojalá aprendamos que el pan, si no es compartido, no es pan, es obscenidad.
Ojalá recapacitemos: el mundo no termina en el umbral de nuestra confortable casita.
Ojalá que la solidaridad no sea sólo un espasmo de ocasión y la digestión no sea nuestra única actividad cívica.
Ojalá, mortales, seamos algo más que intestinos eruCtantes.
Ojalá asumamos que el analfabetismo es grave. Y la analfabetización es más que criminal.
Antes de que sea demasiado tarde, ójalá recordemos que el Sol no puede hacerlo todo solo; necesita de nuestro tráfico de calores. Atención: que el Sol nos puede perder la memoria. En tal caso, no hará falta ni apocalipsis.
Ojalá cada mañana al salir de nuestra casa no nos dejemos el corazón olvidado.
Ojalá aprendamos que mejor que tolerar es respetar al Diferente. Si ejercitáramos ese coraje crucial la famosa “condición humana” será más humana.
Hoy estamos agarrados de los güevos y de las güevas por el julepe. Reverenciemos a la tan violada madre tierra. Agarrémonos del sol. El sol está adentro de la palabra solidaridad. Por favor, démonos cuenta que eso que late y late a la izquierda de nuestro pecho es el famoso corazón y que el corazón tiene que ser lo que es, corazón, y no una sucursal del hígado o del intestino.
Ojalá los habitantes de este tan violado planeta nos percatemos a tiempo de que en estos días la madera cada vez estalla menos. Y que la fruta ha extraviado su semblante. Y que ya no suda el gemido. Y que el mar no recuerda la orilla. Y que los pájaros bostezan y en pleno vuelo se desploman…
Posdata.
A todo esto, en nuestra patria idolatrada los usureros prosperan y el señor
Roca tiene el corazón como su apellido. ¿Se dará cuenta a tiempo el señor Roca que lo que está consumando con sus 1450 despidos es una especie de genocidio?
Con todo respeto: señor Roca, usted debe sobreponerse a la dureza de su apellido. No olvide que adentro de la cifra “1450” hay, de a uno por uno, seres humanos, familias que estallarán por los aires. Señor Roca, escuche a sus semejantes, a los seres humanos que integran el número 1450. Nunca es tarde para aprender la solidaridad. Para este aprendizaje se necesita el mejor de los corajes. “Conviene” aprender la solidaridad antes de que los desgajados pierdan la paciencia.
Además, sepa el señor Roca y sepamos todos y todas que la vida se vuelve maravillosa cuando al final de cada jornada podemos mirar a los ojos a los hijos, a los nietos. Eso no tiene precio. Probemos y veremos.
En fin: ojalá no dejemos la solidaridad para mañana. Cambiemos la “i” latina por “y” griega y comprobaremos que la palabra en su adentro nos dice sol, y dar, y dad.
Ojalá que el canto de los gallos nos avise el día de mañana. Porque eso será señal de que hay canto y hay gallo ¡y hay día de mañana!
Nos guste o no, hay dos veredas para transitar esta absurdidad. Afrontemos la ardua y fascinante vereda de aquellos porfiados primordiales que se espejan y hacen el pan y hacen el amor con el mismo sudor.
No nos distraigamos.
Durmamos con un ojo abierto y el otro también.
Las cacerolas de estos días están alimentadas por la confusión y las falacias y la mala leche. Quienes se autodenominan “republicanos” se han arremangado para consumar cualquier sabotaje. Y le hacen canallescas zancadillas a la cuarentena. Les importa un carajo la democracia y la salud pública. Apuestan al caos, coronavirus mediante.
Afrontemos la vereda de los que sueñan haciendo, de lo que sueñan a rajacincha.
La vereda de los que están dispuestos a sembrar sobre las últimas cenizas el abismo.
* zbraceli@gmail.com =/= www.rodolfobraceli.com.ar
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((Esta columna es una versión ampliada de la que se publicó en el diario JORNADA de Mendoza, el viernes 24 de abril de 2020))