Fecha de Publicación:17/05/06 |
Fuente:Cooperativa de Publicaciones
EBC |
Entrevista a Gustavo Vera, vocero de
la Unión de Trabajadores Costureros
"Los talleres clandestinos son
una manifestación de la barbarie"
(por Haydée Breslav, para la Cooperativa
de Publicaciones EBC)
"Caminito al conchabo, caminito a la muerte
/ bajo el fardo de ropa que llevas a coser
" Compuesto
por Cátulo Castillo y grabado en 1925 por Gardel, el tango
"Caminito al taller" recobra penosa y recrudecida actualidad
en la Buenos Aires del siglo XXI, donde un incendio en la calle
Luis Viale puso por unos días en la primera plana de los
diarios a un sistema, presuntamente clandestino, de producción
textil, basado en la mano de obra esclava y la corrupción,
que elabora prendas para renombradas marcas de plaza. En procura
de datos entrevistamos a Gustavo Vera, vocero de la Unión
de Trabajadores Costureros, entidad que desde su fundación,
en octubre del año pasado, ha cumplido intensa actividad
investigando y denunciando distintos aspectos de este malhadado
estado de cosas.
-¿Cuál es su apreciación de los hechos del
30 de marzo?
-El siniestro de Luis Viale fue la crónica de una tragedia
largamente anunciada: anunciada por los medios, por la Defensoría,
por la Legislatura a través de un pedido de informes que
se votó el 24 de noviembre último, por diversas causas
judiciales iniciadas para allanar talleres donde se reducía
a los trabajadores a la servidumbre y había tráfico
ilegal de personas. Ya se había denunciado la existencia
de grandes empresas que regenteaban este tipo de talleres, y no
se trataba solamente de falsificación de marca; se había
denunciado también que las condiciones de hacinamiento hacían
altamente probable que se produjeran incendios, accidentes y siniestros
a diario, porque estos lugares acumulan material inflamable, tienen
cables expuestos y no cumplen ninguna norma básica de seguridad.
En realidad, lo sorpresivo no fue el incendio, sino que no se hubieran
producido hasta ahora más siniestros de estas características.
-¿Qué hicieron los organismos oficiales ante esas
denuncias?
- En el periodo que va desde el 26 de octubre, cuando tuvo lugar
la pre-sentación de la Defensoría, hasta el momento
del incendio, no hicieron prácticamente nada. Lo que hizo
la Secretaría de Seguridad, en di-ciembre, fue montar una
puesta en escena, saliendo a inspeccionar al-gunos pequeños
talleres familiares dedicados a la falsificación de marca.
En general, se los clausuraba cuando no cumplían con las
normas de seguridad e higiene y otras consideraciones respecto de
la habilitación, pero esas clausuras tenían poco efecto,
porque a la semana el tallerista agarraba sus máquinas y
se mudaba. La clausura es solamente colocar una faja: no es resolver
el problema de la víctima, no es castigar al culpable de
delitos federales muy graves, no es confiscar la maquinaria para
dársela a los trabajadores.
-¿Cuál es el origen de este estado de cosas?
- Desde hace muchísimos años ha habido talleres que
funcionaban en condiciones de servidumbre y hacinamiento, pero eran
hechos excep-cionales; este sistema, así como está
montado, con cientos y cientos de talleres diseminados por todos
lados y grandes fabricantes viviendo de ellos, comenzó concretamente
con la convertibilidad y la apertura económica, cuando las
empresas textiles, por efecto de la sobrevaluación del peso,
se encontraron con que no podían competir con los productos
provenientes del sudeste asiático, del Brasil y de otros
lugares. En esos momentos, Menem impuso también una flexibilización
y una desre-gulación laborales que fueron acompañadas
de algo que hasta el momento no había existido en la Argentina,
o sea el reclutamiento en masa, mediante mecanismos de trata, de
inmigrantes extranjeros para explotarlos a sueldos muy inferiores
a los que establece el salario real en la Argentina. Obviamente,
esto creció geométricamente con la deva-luación
del peso que, con la sustitución de importaciones, reactivó
la industria textil.
-¿A quién va la producción?
- A dos sectores: por un lado están los que falsifican marca,
y entonces va a los mercados informales de La Salada, Bonorino,
etcétera; y por el otro, están las grandes empresas
como Lácar, Montagne, Rusty, Gracie-la Naum, Port Said, Kosiuko,
Cocorayado y Rash, entre otras, que utilizan mano de obra esclava
para obtener superganancias, como ocurre en países del sudeste
asiático, o con las maquilas en México. En realidad,
se trata de una manifestación de la barbarie del capitalismo
globaliza-do.
-¿Cuáles son las condiciones de trabajo?
- La mayoría de estos talleres trabajo desde el lunes hasta
el sábado a mediodía sin parar, en un sistema que
implica ir de la cama a la máqui-na y de la máquina
a la cama, que en algunos lugares está al lado de la máquina.
La jornada oscila entre las dieciséis y las dieciocho horas,
y el pago es por prenda: entre veinte centavos y un peso con cincuenta,
por la prenda más compleja. No logran conformar más
de quinientos pesos de sueldo, que en general no les pagan, sino
que les entregan vales de veinte o cincuenta pesos durante el fin
de semana; es muy común que los echen con importantes deudas
salariales sin saldar. La alimentación es escasa y precaria,
y las condiciones de hacinamiento extremas.
-¿Esta situación se limita al rubro textil?
- No, también en la fabricación de ladrillos en Córdoba,
y en la horticultura y la agricultura, por lo menos en Santa Fe,
nos consta que hay si-tuaciones de servidumbre y mecanismos de trata:
trasladan personas de países limítrofes mediante engaños
para después aprovechar su estado de vulnerabilidad social
y el hecho de que no tengan documentos para poder hacer con ellas
lo que quieran los patrones.
-¿Qué puede decirnos de las manifestaciones de
los trabajadores en protesta por las clausuras de talleres?
- Que tenemos una cantidad importantísima de denuncias de
costureros según las cuales esas marchas fueron manipuladas
por los talleristas. El costurero vive en la casa del tallerista
y depende absolutamente de éste, no solamente en lo que al
trabajo se refiere. También su familia vive en ese lugar,
y no tienen documentos, ni adonde ir; por lo tanto, lo que dice
el tallerista es palabra sagrada y no se discute, se esté
de acuerdo con él o no. Los talleristas llevaron a la rastra
a sus costureros, bajo amenaza de despido, y esa fue la razón
por la cual hubo una concurrencia bastante nutrida; en realidad,
los más exaltados eran cuatrocientos o quinientos, todos
ellos dueños de talleres en la zona sudoeste de la ciudad.
A esta altura de los acontecimientos, sabemos por qué marcharon:
por el informe que hemos presentado el 28 de abril último,
que es un relevamiento de 108 talleres hecho por los mismos costureros,
quienes dan testimonio de ese infierno. No es igual que un vecino
denuncie la presunta existencia de un taller por ruidos molestos,
a que lo haga un costurero que lo sufrió en carne propia.
-Por último, ¿cómo cree usted que va a evolucionar
esta situación?
- Si los trabajadores y la ciudadanía toda entendemos el
problema, y fiscalizamos su desarrollo entre todos a fin de que
efectivamente las máquinas sean confiscadas y entregadas
a los obreros para que las tra-bajen en forma cooperativa -estamos
tratando de ver que la Legislatu-ra pueda votar rápidamente
un proyecto presentado en este sentido- y los delincuentes explotadores
vayan a la cárcel, creo que va a haber una salida; pero si
después el problema baja de los medios y la gente se desentiende,
el sistema va a continuar.
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La palabra oficial
Para contar con la palabra oficial acerca
de este tema, intentamos entrevistar al ministro de Gobierno de
la Ciudad, Diego Gorgal; también era nuestro propósito
conocer la opinión de la defensora del Pueblo, Alicia Pierini.
En ambas dependencias, sendos funciona-rios del área de Prensa
-el del Ministerio taxativamente, el otro mediante postergaciones
y evasivas- nos negaron la respectiva posibilidad.
(Para comunicarse con la Unión de Trabajadores Costureros:
4671-4690)
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