ENTREVISTA
CON ALEJANDRO DOLINA
Villa Urquiza reúne las condiciones
para estar en una obra literaria
Si bien no vive en el barrio, su conexión -por cuestiones
familiares- es casi permanente. Además su geografía
y personajes le sirven de inspiración para sus libros,
tal es el caso de Bar del infierno. En diálogo
con este periódico, el conductor de La venganza será
terrible cuenta por qué se siente un escritor antes
que músico u hombre de radio.
Por Javier Perpignan, Daniel Artola
y Marcelo Benini
elbarrio@ciudad.com.ar
La noche en el Complejo La Plaza estaba tranquila; como era lunes
y los teatros no trabajan, el movimiento que se registraba era
mínimo. Luego de un sinfín de desencuentros, acordamos
que ese sería el punto de reunión con Alejandro
Dolina para la demorada entrevista periodística.
Ocurre que el creador de las Crónicas del Angel Gris y
conductor de La venganza será terrible (lunes
a viernes a la medianoche por Radio 10) está preparando
una nueva obra de teatro. En parte por los ensayos, en parte por
su desencanto mediático, la agenda se complicó más
de lo previsto.
Pero de tanto ir el cántaro a la fuente... el popular Negro
recibió a El Barrio en la Sala Pablo Picasso. Sentado en
una de las tantas butacas rojas que noche a noche llenan sus seguidores,
nos dejó sus lúcidas miradas acerca del periodismo,
la literatura, la radio y... el barrio.
-¿Qué se siente haber influido en casi dos generaciones
de oyentes?
-En verdad yo no siento eso. Hemos hecho un programa durante
muchos años y un grupo relativamente poco numeroso de personas
lo ha escuchado. De ese grupo, una porción menos significativa
se ha hecho eco de alguna clase de predilecciones. Más
que eso no puedo decir. No creo, sinceramente, que el programa
haya hecho mucha escuela.
-Sin embargo hay una huella. Cuando se aplica el adjetivo
dolinesco para reflejar ciertas situaciones, ¿no tiene
que ver con una marca registrada?
-Puede ser, pero tal vez ustedes apuntaban al hecho de haber
generado una posta, una continuación de ciertas formas
de pensar. Y yo eso lo veo en una pequeñísima escala.
Las personas jóvenes -y particularmente los periodistas-
tienen otros modelos que no son éste. No tienen mis hábitos
de lecturas, que en el programa de alguna manera se prodigan.
Tal vez yo tengo más llegada en otro tipo de carreras,
como por ejemplo en letras o en alguna científica. A lo
mejor sí pueda compartir algunos gustos con los alumnos,
los psicólogos o profesores de letras. Con los periodistas
casi no he visto eso.
-¿Se puede hablar de una generación de conductores,
artistas y periodistas que se formó en el semillero de
las revistas Satiricón y Humor y que hoy están en
los medios audiovisuales con buen predicamento?
-Creo no pertenecer a esa generación, en todos casos no
me siento partícipe.
-¿Su paso por Humor no lo vincula?
-Mi paso por Humor es muy venturoso, me siento muy orgulloso
de haber participado en esa revista, pero yo no me parezco a ninguno
de sus integrantes. No lo digo con jactancia. Mis formas de trabajo
no son la de muchachos como Ulanovsky, al que quiero y respeto
tanto pero tiene otras inquietudes. Le preocupan otras cosas,
no las que me preocupan a mí. Creo que él tiene
razón y yo no.
-En nuestro número anterior fue tapa la entrevista
que le hicimos a Carlos Núñez Cortés, integrante
de Les Luthiers. Nos contaba que hay una admiración recíproca.
-Sí, por lo menos hay una admiración mía
hacia él y me gustaría muchísimo que fuera
también recíproca. Yo he sentido también
muchas veces su amistad y aunque no digamos nada, no se hagan
declaraciones, hay una resonancia espiritual que nos une.
-Si bien no vive ni vivió en Villa Urquiza, sabemos
que algunas veces pensó en el barrio para sus obras, como
en Bar del Infierno. ¿A qué se debe eso?
-Yo ando mucho por allí, mis hijos viven en Villa Ortúzar
y muchísimas veces hemos ido a comer pizza a San Carlos
o a comprar facturas en Triunvirato antes de llegar a Olazábal.
Conozco muchísimo el barrio, mi primo vive en él
y nos visitábamos. Conozco mucho sus calles, ese corredor
entre Villa Ortúzar y Villa Urquiza que es Parque Chas.
Es por esa razón que los tres barrios aparecen mencionados
en mis cuentos. Suelo andar por Villa Urquiza y me gusta. De hecho
paso por allí no menos de una vez por semana.
-¿Por qué un barrio que es frecuentado por cuestiones
familiares podría ser escenario de una obra literaria?
-Porque reúne las condiciones indispensables. En algunos
sectores del barrio todavía existen las relaciones interpersonales.
Cuando se agotan esas relaciones el barrio desaparece. Por ejemplo,
este lugar en donde estamos hablando es cualquier cosa menos un
barrio. En el Centro o Recoleta la gente no se conoce, en Villa
Urquiza sí.
-Un escritor que caminaba mucho los barrios era Adolfo Bioy
Casares. Usted tuvo el privilegio de conocerlo y tratarlo.
-Sí, lo he tratado y tuve la suerte de que me profesara,
para mí, una inexplicable simpatía. Guardo el recuerdo
de su amabilidad, tal vez, como uno de los más importantes
de mi vida. Es de las cosas más notables que me han sucedido.
-¿Tiene que ver este reconocimiento con que la sociedad
literaria no le dedicó a usted la atención que su
obra merece y Bioy sí lo hizo?
-No sé cuál es la sociedad literaria, pero parece
que está compuesta por escritores que no tuve el gusto
de haber leído. Los que yo he leído me honraron
con su amistad, otros con su admiración y otro con su paternal
simpatía. Los escritores que en algún reportaje
oigo que no me han considerado no se quiénes son realmente.
-¿A algunos puede molestarles que usted desacralice
la intelectualidad?
-Yo no creo que desacralice la intelectualidad, al contrario.
No simpatizo con ese personaje que algunos pintan sobre mi persona:
el tipo que es un intelectual y un atorrante. Está bien
que el intelectual sea un poco solemne o, si no quiere usar la
palabra, que sea riguroso a la hora de elegir sus temas. Diría
que estoy un poco harto de intelectuales con pasión futbolera.
Porque lo que escriben se parece más a una crónica
futbolística que a un ensayo. En este madiraje entre el
fútbol y el pensamiento, pierde el pensamiento.
Todo lo que se lee se parece al comentario posterior al partido
del domingo que verdaderamente a un ensayo, con excepciones maravillosas,
y en el relato de ficción ni te cuento. Fontanarrosa es
extraordinario, pero estoy un poco harto que me cuente esa historia
de la tribuna, de que estábamos perdiendo 2 a 1, lo escuché
por radio ese cuento.
Después te encontrás con gente que está leyendo
eso y resulta que está interesado en el fútbol y
no en la literatura. Si ya para el fútbol y lo popular
hay tanta calle, dejen que los intelectuales se adiestren en lo
arduo y difícil. Comentaristas de fútbol hay muchos.
-¿En esa sintonía podemos mencionar a los historiadores
que tratan de novelar capítulos de la historia?
-No, porque sería lo contrario. Sería tratar de
acercar asuntos nobles a la gente, siendo que la gente no está
interesada en la historia. Pero en el caso anterior se trata de
capitalizar el interés de la gente por el fútbol
dedicándose el tipo que por ahí es un epistemólogo
a cuestiones futbolísticas. Es un desperdicio.
-¿Sus preferencias literarias se frenaron en el tiempo?
-Estuvieron frenadas en el tiempo alguna vez y remedié
semejante despropósito. En los últimos años
estuve leyendo escritores contemporáneos. En general no
he tenido suerte con los escritores de ficción sino con
ensayistas o pensadores. Mi preferido, mi novio de estos tiempos,
se llama Jorge Bagensberg, que es epistemólogo y estupendo
escritor de Barcelona que relaciona el pensamiento científico
con el pensamiento artístico con una increíble habilidad.
-Volviendo a Bioy, él decía que no le gustaban
los reportajes porque sentía que eran la publicación
de un borrador. ¿A usted le pasa lo mismo?
-Sí, claro, tiene razón. El reportaje es desprolijo,
implica un pensamiento urgente, perentorio, deshilachado probablemente,
sin plan. Pensar sin plan es como un oxímoron. El pensar
es un plan, entonces suele uno arrepentirse al menos de la forma
exterior que el reportaje reviste. En caso de Bioy, él
era un hombre realmente muy tímido que necesitaba su tiempo
para pensar, no era un buen orador y él lo sabía.
Incluso a él le gustaba exagerar esa condición de
timidez, modestia y temor a la improvisación. Yo creo que
para evitarse algunos compromisos mundanos, para que no lo invitaran
a dar charlas, pero un poco era así y otras personas con
menos luces que él podían dar la impresión
de mayor facundia en las mesas redondas o al contestar un reportaje.
Yo estoy de acuerdo con él al tener temor a los reportajes.
-Siguiendo con los reportajes, usted presenció uno
de los más brillantes de la radiofonía: el de Antonio
Carrizo a Jorge Luis Borges...
-Sí. Junto al trato con Bioy es uno de los recuerdos más
intensos de mi vida, primero porque eran pocos los que estaban
autorizados a permanecer y yo era el único que no tenía
nada que hacer allí. Todos los demás tenían
alguna función y el único colado me parece que era
yo. Estaba también Roy Batholomew, que era el mirón
que traía Borges, pero por lo menos lo acompañaba
a Borges desde la casa, lo asistía en ciertas cuestiones
de producción.
Pero yo estaba por mi amistad con Antonio y su generosidad. Yo
trabajaba por aquel entonces en Radio Rivadavia, era un empleado
de la casa, no tenía ningún programa ni ninguna
función artística y Antonio me permitió asistir
a todos esos reportajes, que fueron muchos. Están grabados
y se convirtieron en el libro Borges, el memorioso. Habremos estado
allí unas veinte tardecitas que fueron inolvidables para
mí. Porque ver a un hombre como ése en acción
fue una de las experiencias más intensas de mi vida.
He conocido gente admirable, pero ver a Borges pensando... Se
le proponía que explicara línea por línea
un verso, en verdad no que lo explicara sino que lo pasara por
encima, y él lo hacía con gran habilidad ya que
leía el verso primero y después contaba las alternativas
desechadas y lo comentaba con un espíritu crítico.
Esa actividad mental era algo digno de ser presenciado. Después
tuve la oportunidad de escuchar opiniones que él no hacía
pública sobre escritores y amigos de él.
-Qué gran cosa fue que en una radio popular como Rivadavia
se produjera semejante hecho artístico...
-Sí, para mí es una demostración de que
la radio ha progresado porque aquel momento, estamos hablando
del 80, ya es casi la radio contemporánea. Comparándola
con la radio clásica de los 50, que era muy fuerte, a nadie
se le hubiera ocurrido llevar a Manuel Gálvez o Arturo
Capdevila.
-La escritura evidentemente concentra la mayor parte de su
vocación, incluso como definición. ¿Ante
todo se considera escritor?
-Sí, por varias razones. La radio es muy amable, un lugar
muy grato, pero es muy fácil. Uno viene aquí, empezamos
a improvisar y es fácil por definición, no necesita
doble o triple lectura, no necesita un plan. Si uno es inteligente
y se prepara, si uno tiene la destreza, el programa sale con facilidad.
En cambio la escritura requiere de un gran esfuerzo. Con respecto
al otro gran amor mío, que es la música, digo que
puedo componer música popular con cierta solvencia pero
no tengo allí la preparación que sí poseo
para la escritura. Hecha esa pequeña cuenta, desde luego
vendría a quedar la escritura como el asunto principal.
-¿Deja sangre en el papel, como canta Víctor
Manuel?
-Claro. Yo me divierto haciendo radio, como si fuera una conversación
entre amigos inteligentes. Lo gozo, lo disfruto. Y cuando estoy
escribiendo sufro como una madre, porque cada minuto es una duda,
un desafío, un anhelar y no conseguir, un arrepentimiento,
un temor...
-¿Está escribiendo algo ahora?
-Acabo de terminar una obra de teatro. En realidad ahora no estoy
escribiendo nada porque uno siente la obligación de dejar
pasar algunas páginas en blanco antes de comenzar otro
libro. Nunca me pasó terminar un texto y empezar al día
siguiente con otro. Debe ser porque me cuesta tanto hacerlo que
me agarra una pereza que es inevitable, entonces suelo demorar
mucho entre una obra y otra.
-La máxima ningún día sin una línea
es imposible...
-Es imposible, pero es algo que yo debería hacer. La radio
ayuda mucho porque el trabajo de saqueo que uno hace, de investigación,
pero también de diálogo continuo sobre temas que
a veces rozan la inteligencia, lo pone en contacto con tantos
pensamientos, con tantas líneas de abastecimiento, que
en algún momento se te ocurre algo. Sería menos
fácil que se me ocurriera algo si trabajara yo de locutor,
en el sentido estricto de la palabra.
-¿La venganza será terrible es el
eslabón perdido de la radio del espectáculo, de
lo que fue por ejemplo Niní Marshall?
-Sí, esa vecindad la siento por más que los contenidos
son distintos, pero es inevitable que así lo sean porque
distinta es la época, distinta es nuestra formación.
Pero sí creo que esta radio tiene un contacto con aquella,
también con la de Carrizo en cuanto a los contenidos. Pero
en cuanto a la intensidad, a lo que Jorge Dubatti llamaría
el convivio, se parece mucho a la radio de Sandrini, Niní
o los Cinco Grandes. Todos ellos eran superiores a nosotros en
lo que es actuación, en lo que es verdadera comicidad,
pero nosotros hemos ido adelante, por la época también,
con otra destreza.
-¿Esa destreza tiene algo que ver con los payadores?
-Tiene lejanamente algo que ver, no con los contenidos pero sí
con la forma. No quiero decir décimas octosílabas,
pero sí creación de problemas y resolución
inmediata de ellos con límite de tiempo.
-Recién hablábamos de los barrios y de lo impersonal
que se está volviendo esta ciudad. ¿La elección
de Núñez como su lugar de residencia tiene que ver
con eso?
-A mí me gusta esa clase de barrios. Yo vivo en un primer
piso, pero no de un edificio de departamentos sino de una casa
vieja. Creo que la propiedad horizontal es una verdadera desgracia,
la gente ha sido manipulada para desear vivir en unos engendros
que no tienen relación con una falta de espacio como ocurre
en Tokio. Ver torres en Caseros, como yo he visto, es un verdadero
despropósito.
-¿Cómo fue la experiencia de poner la voz en
una película de dibujos animados?
-La película es El Arca, de un director argentino llamado
Juan Pablo Buscarini, y efectivamente es una película de
dibujos animados basados en el arca de Noé. A mí
me han llamado para ponerle voz a Cachito, el Puma. La experiencia
fue muy graciosa, más bien un juego. Además compusimos
una canción con los muchachos del coro del Bar del Infierno.
Nos dirigió mi hijo, que es coreuta, y nos divertimos mucho.
-En la película Hombre mirando al sudeste había
una ráfaga del programa de radio. ¿Fue su debut
en cine?
-No, lamentablemente fue otro pero mejor no nombrarlo.
-Hacía de Dios...
-Sí, pero fue una mala experiencia.
-Fue en Las Puertitas del señor López. ¿La
moraleja es que no hay que llevar las historietas al cine?
-No, no hay que llevarme a mí. A mí me gustaría
trabajar en cine, pero en un proyecto serio. No quiero que las
personas me lleven porque soy simpático y por que digo
cosas detrás de una mesa sino que me enseñaran un
poco. En ese sentido tuve más suerte en el teatro, en donde
me topé con tipos como Pompeyo Audivert y Claudio Gallardou,
que eran directores que no me decía parate ahí y
hacé lo que quieras sino que me enseñaban algo.
-Hace dos décadas debutó en televisión
y volvió fugazmente a la pantalla en 2003. Tenemos entendido
que el medio le interesa, pero no le resulta sencillo insertarse.
-Hace poco hice Bar del Infierno, me parece que era
un programa humilde del que estoy muy orgulloso. Estaba muy bien.
Sí, me gustaría hacer televisión. Es más,
me llamaron de Canal 7 o fingieron llamarme, porque está
muy bien llamarme pero resulta que después lo que me ofrecen
lo saben hacer muy bien otros que son los que trabajan en la televisión.
Por eso digo que no me han llamado, sólo me ofrecieron
sentarme atrás de una mesa y hacerles reportajes a señores.
No digo que esté mal eso, digo que yo no lo sé hacer.
Me interesa la televisión mientras me dejen hacer las pequeñísimas
destrezas de las que estamos hablando.
El cielo
era Villa Urquiza
En el capítulo
Médium, del libro Bar del Infierno, que
acaba de reeditar Editorial Planeta, Alejandro Dolina menciona
y establece como escenarios para su historia a Villa Urquiza
y la estación Coghlan, donde suceden apariciones
de muertos y hasta el bueno de Jorge Allen se cita con una
novia de hace muchos años.
Por eso debemos
considerar a Florencio Oliva, el médium de Villa
Urquiza, como una verdadera excepción. Durante largos
años su salita de la calle Altolaguirre se llenó
de deudos afligidos, mirones metafísicos y vigilantes
disfrazados. En sus comienzos, Oliva trabajaba con un solo
espíritu, el finado Gaitán, un peluquero del
barrio muerto en un choque de trenes. Gaitán se presentaba
de la forma más contundente y respondía a
cualquier consulta con detalladas descripciones del más
allá. También a favor de su condición
de peluquero, sabía contar viejos y sabrosos chismes
del barrio.
La verdad es que Gaitán estaba vivo. Había
aprovechado el accidente para huir de sus acreedores, hasta
que Oliva lo encontró en Monte Hermoso y le propuso
participar en sus experiencias parapsicológicas.
Los espiritistas clásicos y los visionarios del siglo
XIX produjeron una literatura de ultratumba que en conjunto
proporciona una descripción completa del cielo, un
cielo de burgueses acordes, un poco vegetarianos, amantes
del progreso y las maravillas urbanas. Pues bien, para Gaitán
el cielo era Villa Urquiza, con algunas modificaciones parecidas
a la venganza.
|