Raúl González
Tuñón:
mago, profeta y cantor de Buenos Aires
Por Haydée Breslav para la Cooperativa
de Editores de Publicaciones EBC. Ilustración: Pedro Gaeta
El 14 de agosto pasado se cumplieron treinta
años de la muerte de Raúl González Tuñón,
uno de los mayores poetas argentinos. Como muy pocos en la historia
de la literatura universal, y ninguno en la argentina, supo encarnar
a los tres arquetipos poéticos: el mago, el vidente y el
cantor. En su obra, de un modo u otro, siempre está presente
la ciudad, pero ésta aún le niega el reconocimiento
que merece.
En la primera página de la segunda parte
de esa verdadera biblia lunfarda que es La crencha engrasada, su
autor, Carlos de la Púa, estampó la siguiente dedicatoria:
"A mis rivales en el cariño a Buenos Aires: Nicolás
Olivari, Raúl González Tuñón y Jorge
Luis Borges"; este último aludió a Tuñón
como "el otro poeta suburbano". Confirmando la opinión
que muchos veníamos sustentando hace ya tiempo, Abelardo
Castillo nos confió pocos años atrás que "Tuñón
es más poeta que Borges".
Y más porteño, nos animamos a decir. Pero más
allá de juicios comparativos, ya su primer libro, El violín
del diablo, escrito a los dieciocho años y publicado dos
después, es decir en 1926, significó -como medio siglo
más tarde apuntó el poeta, con exquisita modestia-
"por lo menos el deseo de intentar otro enfoque de la temática
urbanística iniciada por Carriego".
Vale la pena detenernos en esta obra inicial, porque en ella ya
aparecen las dos vetas esenciales de toda la poesía de Tuñón:
la lírica y la social, "lo real y lo imaginario, Juancito
Caminador y el poeta comprometido". Como sabe que la burguesía
está reñida con la poesía, prefiere tener trato
con el bajo fondo porteño y con los seres que lo habitan:
"a la mentira de arriba / prefiero la cruel verdad de
abajo" ("Bajo Fondo").
A diferencia de la mayoría que incursionó en esa temática
antes que él, y siguiendo el ejemplo de los primeros poetas
lunfardos (Felipe Fernández "Yacaré") y
de los que inauguraron el tango canción (Pascual Contursi,
Celedonio Flores) se ocupa de los marginales sin bajarles el pulgar
ni levantarles el índice admonitorio; por el contrario, se
sienta a la mesa con ellos, comparte el vino y les estrecha la mano:
"Iré como un amigo, nada más, compañeros"
("Bajo Fondo").
En cuanto al paisaje urbano que elige pintar, no es el nostálgico
de la pampa perdida, sino aquel que los desheredados convierten
en su refugio: el de los "rincones canallas", de los "bodegones
sombríos", de los "barracones inmundos", de
los circos pobres... En esos ambientes sórdidos, y en las
existencias errabundas que los pueblan, encuentra una vitalidad
y una fuerza frente a la cual, como escribió Oscar García,
"todo preciosismo corre el riesgo de convertirse en amaneramiento".
Es así como consagra poéticamente a figuras que otros
consideran indeseables, transformándolas en portadoras de
su propio espíritu de rebeldía: "Y con
tus cien bocas que gimen / y con tu entrecorta-da respiración
/ al chocar la pólvora con la yesca / brotará cortante
la maldición" ("Poemas del conventillo").
Y si en sus descripciones del puerto y de los barrios de La Boca,
Barracas y Puente Alsina ("los ladrones y los poetas no te
tenemos miedo"), donde "la ciudad perfecta y pedantesca"
abandona las galas para pasearse con todas sus lacras, recurre a
los ásperos rasgos del aguafuerte, para referirse al "silencio
perfumado" de "Villa Mazzini, o Villa Ortúzar,
o Palermo al Sur, o Belgrano", adopta el delicado lirismo de
la acuarela.
Además, descubre la prístina magia del viaje a lo
ignoto y lo prohibido, y para expresarla comienza a elaborar un
lenguaje donde los juegos de ritmos e imágenes abren paso
a las emociones. En el poema más conocido y celebrado del
libro, "Eche veinte centavos en la ranura" -al que muchos
años después el Tata Cedrón puso música-
su alquimia verbal trasmuta un tugurio del Paseo de Julio -hoy Paseo
Colón- al que Borges nunca sintió patria, en un retablo
de maravillas. El mismo Raúl contó de la siguiente
manera las circunstancias en que lo escribió: "... era
un mundo increíble, canalla, pero dentro de esa canallería
había algo de angelical también... un mundo sórdido
y al mismo tiempo puro... En unas máquinas en las que había
que poner veinte centavos, se daba vuelta una manivela y se veían
paisajes de Holanda, de Japón, de Francia, de China. Era
una forma de viajar para los que sólo podían soñar
con los viajes... Salí completamente fascinado por ese clima
medio mágico, medio alucinante; había una cantina
muy atorranta, pero simpatiquísima, y empecé a escribir
el poema...".
En lo que hace a la vertiente social, que tanta significación
alcanzaría en su obra, en este primer libro todavía
surge más a modo de reacción visceral contra la injusticia
y de rechazo a la burguesía que como corolario de meditada
ideología. Pero el poema "El caballo muerto", donde
muestra todo el dolor del mundo abatiéndose sobre el animal,
víctima indefensa de la miseria y la crueldad, incluye una
metáfora -pergeñada, recordémoslo, por un muchacho
de veinte años- que resulta más esclarecedora y convincente
que un cuerpo de doctrina: "Ese caballo viejo, / hederoso de
sangre coagulada / y de estiércol, / ese pobre vencido, fue
un obrero". Y pensamos en el escuálido buey pintado
por Van Gogh, en el desdichado perro en cuyos dientes quiso Tolstoi
que sólo Jesús de Nazaret pudiera encontrar belleza.
Tanto los poemas sociales como los líricos, y por supuesto
los de índole descriptiva -exceptuando los escritos durante
las escapadas a los puertos de Montevideo y de Santa Fe- recono-cen
el común origen porteño. En uno de los últimos
poemas del libro, "Adiós a Buenos Aires", el autor
define a su poético modo la internalización del sentimiento
de pertenencia: "Y supe andar sintiéndome, creándome
/ un Buenos Aires dentro de mí mismo".
Raúl González Tuñón consagró
a la ciudad otros cuatro poemarios: A la sombra de los barrios amados,
Poemas para el atril de una pianola, La veleta y la antena y El
banco en la plaza. Referirnos a cada uno de ellos excedería
los límites de este trabajo; concretémonos a señalar
que todos ellos fueron escritos en la madurez -"en plena posesión
de las claves mayores", al decir de Elvio Romero- cuando la
reflexión y las ricas experiencias vividas contribuyeron
a que su poesía se hiciera más profunda y entrañable.
Digamos también que contienen más de un verso memorable
dedicado a Gardel y al tango ("Cuando muere un cantor suele
nacer un sueño / y en algún mar distante se desploma
un albatros", "Muerte y entierro de Gardel", de Poemas
para el atril de una pianola), y que si a veces pasea una mirada
nostálgica sobre lo que fue, o lo que pudo haber sido, prefiere
cantarle a lo que ha quedado, o a lo que está por venir.
Significativamente su libro póstumo, El banco en la plaza,
se cierra con un poema cuya última estrofa expresa: "Arrabal,
puerto adentro, Buenos Aires / madre de orillas, poetas y malandras.
/ Desde tus cuatro puntos cardinales, / desde tus cuatro esquinas
con ventanas al cielo, / desafío al Futuro, y su tardanza".
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Ilustración
Pedro Gaeta
El poeta excluido
"Cualquier ciudad del mundo se hubiera
enorgullecido de contar a Raúl González Tuñón
en-tre sus hijos", escribió Oscar García, "pero
él sigue siendo el gran exilado, el gran desterrado, el gran
anónimo para los exegetas de la poesía nacional".
Porque creer en una sociedad justa, luchar por ella y mantener una
inquebrantable línea de conducta le valieron postergaciones,
discriminaciones, cárceles, un silencio sobre su obra que
todavía perdura y una constante pobreza que lo acompañó
hasta su muerte.
Al cumplirse treinta años de ella, continúa ignorado
por los "gerenciadores" de la cultura y los funcionarios
de turno: en la ciudad que tanto amó, ninguna calle lo recuerda,
ninguna escuela ostenta su nombre; no sabemos que en áreas
oficiales se haya organizado homenaje alguno en su memoria.
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