POR UNA VOLUNTAD DEL LIBERTADOR
El socialismo promueve el traslado de los restos de San Martín
a la Recoleta
El diputado y presidente del Partido Socialista de la Ciudad, Roy
Cortina, presentó un proyecto para trasladar los restos del
General José de San Martín desde la Catedral Metropolitana
al Cementerio de la Recoleta, en el marco de un nuevo aniversario
de su fallecimiento.
“El sentido de trasladar sus restos se basa, en primer lugar,
en respetar el deseo del propio general San Martín, que,
tal como lo expreso en su testamento, quería que su corazón
descansara en el cementerio de Buenos Aires”, señaló
el diputado.
“San Martín merece que cumplamos su voluntad y merece
también que el lugar donde descansen sus restos, sea acorde
en su magnitud y visibilidad, al lugar que le hemos dado en nuestros
corazones y en el de nuestra patria”, agregó.
Por último, Cortina señaló que “sin negar
la calidad de la escultura y el mausoleo, se termina prácticamente
ocultando a un costado de la Catedral metropolitana, en un espacio
físico no acorde con la grandeza e importancia que tiene
para el conjunto de los argentinos y argentinas, aquel a quien el
consenso histórico de nuestro país lo reconoce como
el Padre de la Patria”.
El proyecto señala que el Mausoleo será emplazado
con frente a la entrada principal del Cementerio, en las cercanías
de la tumba de Remedios Escalada de San Martín; que el traslado
se realizará el 9 de julio de 2010, en el marco de los festejos
del Bicentenario y que se llamará a concurso público
y abierto a artistas nacionales para su diseño y construcción.
FUNDAMENTOS
Desde 1880, los restos del general José Francisco de
San Martín y Matorras, descansan en la Capilla Nuestra
Señora de la Paz, ubicada en la Catedral de la Ciudad de
Buenos Aires. El mismo se encuentra custodiado permanentemente
por dos granaderos. Pero su emplazamiento es parte de una larga
historia. El Libertador falleció el 17 de agosto de 1850,
en Boulogne Sur Mer, Francia, país al que llegó
después de un auto exilio decidido en 1824.
Aproximadamente 20 años después, el 3 de enero de
1844, en París redacta su tercer testamento. El punto 4º
del mismo dice textualmente: “Prohibo el que se me haga
ningún género de Funeral, y desde el lugar en que
falleciere se me conducirá directamente, al Cementerio
sin ningún acompañamiento, pero si desearía,
el que mi Corazón fuese depositado en el de Buenos Ayres".
En 1877, el presidente Nicolás Avellaneda creó la
"Comisión Central de Repatriación de los Restos
del general San Martín". El cuerpo llegó a
la Argentina el 28 de mayo de 1880. A pocos días no más
y como símbolo contrario a lo soñado por el Libertador
se desencadenaron los luctuosos combates de Las Barracas y Puente
Alsina, por la federalización de Buenos Aires.
La "Comisión Central de Repatriación de los
Restos del General San Martín", además de su
misión específica, debía llevar a cabo la
elección del proyecto de mausoleo y del recinto en que
se construiría.
A comienzos de 1877 han ya pasado dos años de la muerte
de Mercedes San Martín de Balcarce el Presidente Nicolás
Avellaneda estima que, sobre la base de lo que ya viene haciendo
la Municipalidad porteña, el momento es propicio para hacer
un llamado al pueblo. Lo formula el 5 de abril, día en
que se cumple un nuevo aniversario de la batalla de Maipú,
y convoca a todos “para reunirse en asociaciones patrióticas,
recoger fondos y promover la traslación de los restos mortales
de don José de San Martín para encerrarlo dentro
de un monumento nacional, bajo las bóvedas de la Catedral
de Buenos Aires”. Seis días después, el 11,
Avellaneda firma el decreto de creación de la Comisión
encargada de restituir a la Patria los restos del Libertador.
La comisión designada se constituye el 24 de abril. La
integran inicialmente el vicepresidente de la Nación, don
Mariano Acosta, que será su Presidente; el Presidente de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación, don Salvador
María del Carril; el Presidente de la Municipalidad de
Buenos Aires, don Enrique Perisena,; el general Julio de Vedia;
don Antonio Malaver; el secretario del Senado, don Carlos Saravia,
y el secretario de la Suprema Corte de justicia de la Provincia
de Buenos Aires, don Aurelio Prado y Rojas. Esta comisión
funcionará durante casi cuatro años.
Para 1878 se habían presentado seis proyectos: el del Escultor
francés Albert Carrier-Belleuse, el del italiano Antonio
Tantardini, autor de "La Dolorosa" del Sepulcro del
General Quiroga en La Recoleta; los de N. Burgos, Ernesto Bunge
y Camilo Romairone, los tres argentinos; y el de un escultor italiano
radicado en Buenos Aires.
Analizados los proyectos, se eligió el presentado por Carrier-Belleuse,
autor de la figura del General Belgrano ubicada muy cerca, en
la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada.
El historiador Jorge Manuel Bedoya dice al respecto:
"El mausoleo de San Martín es un claro exponente de
los monumentos cívicos con que el Siglo XIX honró
a los hombres ilustres. En él se encuentran elementos típicos
del academicismo francés de la segunda mitad de esa centuria.
Vemos así la utilización de formas neoclásicas
en la composición simple y definida de la obra, en la confección
de un sarcófago con reminiscencias de la antigüedad
grecorromana y en la personificación de las tres repúblicas
y mientras se insinúan aires románticos en el modo
como asoma el capote sobre los bordes de la urna, en los intentos
por otorgar individualidad a la figura y en el plegado de algunos
paños."
Tres figuras femeninas que representan a Argentina, Perú
y Chile custodian la urna talladas en mármol de Carrara.
El basamento es de mármol rojo de Francia y el resto del
monumento está realizado en casi su totalidad en mármol
rosado, mientras la lápida está ejecutada en mármol
rojo imperial. Sobre ésta está asentado el sarcófago
de color negro belga.
Junto al Libertador se hallan las urnas conteniendo los restos
de los Generales Juan Gregorio Las Heras y Tomás Guido
y los del Soldado Desconocido de la Independencia.
La ubicación de los restos del Libertador en la Catedral
de Buenos Aires, siempre fueron controvertidos, y se justifico
su colocación en la Capilla ubicada sobre el ala norte
de la Catedral, arguyendo que en ese lugar funcionaba en los orígenes
de la ciudad el camposanto del que disponían todos los
templos.
Las decisiones tomadas por los más encumbrados dirigentes
de la generación del 80, una vez fallecida la hija del
General San Martín, se ubican en el terreno de la utilización
de la figura de San Martín y no del cumplimiento de sus
deseos tan claramente expresados.
Por esa razón resulta imposible encontrar manifestaciones
ciertas respecto de los motivos que impulsaron a los actores políticos
de entonces a no cumplir con los deseos de San Martín,
al punto que en 1870 se presentó don Manuel Guerrico a
la Municipalidad de Buenos Aires para solicitar, en nombre de
la familia del general San Martín, un terreno en el cementerio
del Norte, o de la Recoleta, para colocar allí los restos
del héroe. La petición se resolvió favorablemente
y se acordó también que la Municipalidad construyera
a sus expensas un monumento en ese terreno. El monumento no se
construyó y en cambio se hizo, sí, un modesto mausoleo,
sin embargo, tiempo después el terreno fue cedido a otra
persona, situación que quedó sin efecto al reivindicar
la corporación municipal sus derechos sobre ese terreno
y quedar de su propiedad lo construido en él. Pasados los
años y ya fallecida Mercedes San Martín de Balcarce,
el señor Enrique Perisena, integrante de la Comisión
Municipal, solicito a ésta que el mencionado mausoleo fuese
mejorado y que, se comunicase al Poder Ejecutivo Nacional que
se creía llegado el momento para disponer la traslación
de los restos. Finalmente, también se proponía designar
una comisión formada por cinco municipales para que se
tratara de realizar los trámites previos a esa traslación,
comisión a la que también se daba autorización
para hacer los gastos necesarios. Todo fue aprobado por la Comisión
Municipal el 4 de febrero de 1871.
No pasó mucho tiempo hasta que la comisión de municipales
designada por la corporación porteña decidió
que sería preferible la Catedral a la Recoleta como destino
final para los restos de San Martín, y en consecuencia,
el mausoleo proyectado seria erigido en la capilla por entonces
dedicada a Nuestra Señora de la Paz.
A partir de ese momento el proceso de repatriación, ubicación
y construcción del mausoleo de San Martín quedó
en mano de la Comisión Central de Repatriación impulsada
por el Presidente Avellaneda, que finalmente decidió que
la ubicación fuera la que conocemos en la actualidad.
Evidentemente la decisión tuvo que ver con los consensos
de la época. Si bien el proceso fue largo y con participación
de figuras importantes de la política y la cultura de ese
momento, es evidente que desde una mirada histórica, fue
sesgada.
En primer lugar por que no se respetó la voluntad del propio
general San Martín que deseaba que su corazón descansara
en el cementerio de Buenos Aires.
Además porque sin negar la calidad de la escultura y el
mausoleo, se termina prácticamente ocultando a un costado
de la Catedral metropolitana, en un espacio físico no acorde
con la grandeza e importancia que tiene para el conjunto de los
argentinos y argentinas, aquel a quien el consenso histórico
de nuestro país lo reconoce como el Padre de la Patria.
La construcción de la historia y de los personajes fundantes
de una nación no son un relato objetivo, neutro, que escapa
a las vicisitudes políticas de dicho país. Más
bien son elaboraciones que se realizan en una constante reinterpretación
del pasado.
En el momento en que se repatrían los restos del Libertador
y se decide el emplazamiento del actual mausoleo, una generación
política, la del 80, gobernaba de manera hegemónica
el país y fijaba un horizonte que seria determinante para
el futuro de Argentina.
Se fundaban ciudades y puertos, se abrían rutas, se construían
edificios que no tenían nada que envidiarle a los de las
principales capitales europeas, se recibían a millones
de inmigrantes que venían a nuestras tierras. Nacía
un país increíblemente rico y profundamente injusto
que se proyectaba al mundo.
Ese país necesitaba la construcción de un relato
histórico y ese relato, por supuesto, estuvo influenciado
por los conflictos y guerras civiles, que ya concluían
pero habían dejado sus cicatrices.
No es casual que según las narraciones y crónicas
de la época, haya sido más impresionante la ceremonia
de traslado de los restos de Rivadavia a su mausoleo que la del
propio San Martín. Muchos no le perdonaron al Libertador
de medio continente que no haya usado su sable para derramar sangre
de argentinos y que no haya intervenido en la lucha entre unitarios
y federales. Muerto, todavía San Martín despertaba
viejos rencores en los sectores conservadores de la época.
Sin embargo fue tan potente la luz que irradio su conducta, su
coherencia, su obstinada humildad y su rigurosa personalidad que
jamás pudo ni podrá ser discutida su primacía
en la simpatía, admiración y adhesión del
pueblo argentino a su persona.
Las mentes mas lucidas de la generación del 80 necesitaban
un Padre de la Patria y el pueblo argentino sin dudarlo lo adoptó
como tal.
Ese fue el consenso de la época. Pero fue un consenso limitado
y de alguna manera diluido por quienes gobernaban en dicho momento
histórico.
Hoy es necesario revisar esos consensos y reemplazarlos por nuevos,
que son el resultado de una democracia que no existía en
la época en que se tomo la decisión del actual mausoleo.
Millones de argentinas y argentinos necesitan proyectar un futuro
y tomar fuerzas de lo mejor de nuestro pasado pero pensándolo
a la luz de un tiempo no elitista. Ese pasado necesita simbolizarse
en nuestro presente con correcciones y una reinterpretación
más democrática de nuestra historia.
El lugar donde descansan los restos de un personaje histórico,
los monumentos, los nombres de plazas y calles conllevan un mensaje,
simbolizan jerarquías y preferencias y expresan conflictos
políticos que muchas veces son injustos con la persona
que se pretende homenajear.
Hay que liberar al Libertador de Argentina, Chile y Perú
de ese pasado. San Martín merece que cumplamos su voluntad
y merece también que el lugar donde descansen sus restos,
sea acorde en su magnitud y visibilidad, al lugar que le hemos
dado en nuestros corazones y en el de nuestra patria.