LO
QUE NO SE DEBATIÓ
Temas fuera de agenda
Se terminó la campaña porteña, y comienza la
larga transición. Y quedaron temas sin hablar, que tienen
en común que tocan intereses económicos, son complicados
y pueden matar. Por eso, mejor no hablar de ciertas cosas.
Por Sergio Kiernan
(suplemento M2 de Página/12 del 23/06/07)
En la campaña por la primera vuelta y en las tres semanas
hacia la segunda, los candidatos todos los candidatos
evitaron cual peste ciertas definiciones, como la de si están
a favor o en contra de las torres como modelo genérico
de construcción en Buenos Aires. De preferencia, hablaron
de temas seguros, ya instalados, como salud y transporte. Tan
es así que el tema más urticante resultó
ser la inseguridad, sensitiva o real.
Por supuesto que esos temas son reales, agudos e importantes,
en particular pensando a la ciudad autónoma como parte
de una región urbana mucho mayor, con una población
muy grande y con problemas sociales que reíte de Sudáfrica.
Buenos Aires funciona como cabecera de una megarregión,
lo que le da una vida comercial notable es el centro
de varias ciudades y muy rentable, y también la carga
con servicios de salud que exceden por mucho a sus tres millones
de habitantes. La ciudad obtiene ganancias y paga costos por su
rol urbano.
El problema con el temario de las elecciones no es, entonces,
que se habló de hospitales, escuelas y delito, sino cómo
se habló y de qué no se habló. El nivel de
debate resultó ramplón y la norma fueron
las promesas de campaña o el desprecio mal disimulado al
tema, con cara de eso se soluciona conmigo en el poder,
o cuando hagamos la revolución. Las ideas prácticas
no fueron muchas y se presentaron de la manera más sencillita
posible, no sea cosa de que alguien concluya que el candidato
sabía de qué estaba hablando.
Tampoco se habló de dos temas realmente agudos, la polución
y el cambio urbano, asuntos muy complejos que tienen apenas un
elemento de prístina claridad: le tocan los negocios a
alguien. En Buenos Aires los políticos no hablan de la
huella de carbono que emite nuestra ciudad y ya sabemos
qué fallutos se ponen cuando se toca el asunto de limitar
la piqueta. El resultado es que nuestra orgullosa capital está
al nivel del tercer mundo en estas cuestiones. Mucho festival,
mucho brillo, poca tarea de pensar un poco.
Como todos sabemos, lo que no falta en este país es talento,
por lo que seguro, seguro que el problema no es que nadie sepa
de estos temas. Hasta George Bush, petrolero él, terminó
aceptando que la polución es un problema que hay que admitir
sin necesidad de andar abrazando árboles o dejarse el pelo
largo. Por tanto, es seguro pensar que los políticos argentinos
en general y porteños en particular no quieren tocar estos
temas por razones propias.
El humo y el ruido porteños no son ninguna novedad. Allá
por 1975 Isabel Perón mandó a ponerle un aro al
Obelisco con la leyenda El silencio es salud y tuvo
iniciativas, pese a su evidente limitación intelectual,
como limitar el tránsito en el centro, con días
para chapas pares y días para impares. En estos tiempos
tan progresistas, resulta inimaginable que un jefe de Gobierno
tome semejante medida. Ningún candidato siquiera sugirió
la idea de crear algún mecanismo concreto que limite aunque
sea un poquito y algún día de la semana el tránsito
en alguna parte de la ciudad.
Buenos Aires tiene anocheceres románticos, con aire rosadito
por el sol poniente que toca las concentradas partículas
de smog en su aire. La flota completa de transporte de la ciudad
es una vergüenza que deja las calles estrechas sobresaturadas
de humos cancerígenos y a sus caminantes tan ahogados como
ensordecidos. Lo mismo ocurre con los camiones de reparto, entre
más grandes más viejos, que nos fumigan. Al lado
de estos productos de una flota automotriz obsoleta, el cigarrillo
hasta resulta sano: al menos fumar permite filtrar parte del humo
de los motores, mucho más venenoso. Excepto por mencionar
que el tema transporte depende de la Secretaría de Transporte
de la Nación y por tanto no puede ser tocado por las autoridades
porteñas, estos ruidos y estos humos no se tocaron en la
campaña. Lo cual es totalmente inexacto: la Nación
regula el transporte en Buenos Aires, pero Buenos Aires puede
prohibir la circulación de automotores que no cumplan ciertos
requisitos por sus calles. Lo que hay que tener es coraje de imponer
el tema, mercancía escasa últimamente.
En cuanto a la piqueta y el volcador, nadie dijo nada concreto.
Todos los candidatos, perdidosos o en segunda vuelta, parecen
estar de acuerdo en que Buenos Aires puede ser demolida con impunidad
dejando su casco histórico y alguna que otra calle o conjunto
como museíto de lo que fue, como para que los turistas
tengan dónde pasear. Parece que las torres seguirán,
hasta que los vecinos les hagan preferir a sus políticos
enfrentarse con las constructoras y no con ellos.
Para darse una idea de cómo se habla en serio de estos
temas, una noticia que no fue recogida por ningún medio
argentino esta semana. La EPA agencia que protege y estudia
el medio ambiente en EE.UU. anunció esta semana que
está revisando su medición de cuánto ozono
es malo para la salud de la gente. Uno está acostumbrado
a oír del ozono como algo bueno o malo allá arriba,
en el borde del espacio, donde nos protege o no de los rayos cósmicos.
Pero sucede que también hay ozono acá abajo, en
superficie, y que también tiene efectos aunque más
directos, porque lo respiramos. La EPA decidió que el umbral
de ozono aceptable era demasiado alto, por lo que decidió
bajarlo a partir del año que viene, de manera que muchas
ciudades que tienen certificados de aire limpio lo
van a perder. La agencia recordó que el ozono tiene un
rol poco claro pero evidente en cosas como el asma y el cáncer,
por lo que hay que medir el tema con cuidado. Y también
que el ozono es un subproducto de los motores de explosión.
¿Alguna vez alguien escuchó a un político
local decir algo así?
Si no se habla de cosas que nos hacen toser y nos matan en tiempo
real que de hecho se pueden ver, como la spuzza de los colectivos,
qué quedará para temas abstractos. Como la famosa
huella de carbono que emiten las ciudades, que consiste
en medir con alguna precisión las emisiones totales de
dióxido de carbono y dividirlas por la población
local, lo que da un número que sirve de tasa base. Luego
se implementan ideas para bajar la polución, el uso de
energía y las emisiones, sin caer en la pobreza o el atraso.
Por supuesto que esto exige un poquito más de coherencia
que el plan presentado ante la Corte Suprema sobre la cuenca del
Riachuelo, el lugar más poluido de este triste país.
Esta semana, la Corte rechazó el estudio presentado en
términos corteses pero durísimos, exigiendo de hecho
que se trabaje en serio.
Es que la gente se muere de estas cosas.