CONSTRUYENDO
NEXOS
De la calle a la escuela
El Centro Educativo Isauro Arancibia brinda educación formal
a niños, jóvenes y adultos en situación de
calle desde 1998. Desde entonces no tienen edificio propio y están
funcionando en un piso que les presta la UOCRA. A mitad de año
deben dejar el lugar y aún no tienen designado un lugar propio.
Por Lorena Santa Cruz
lorenaisantacruz@gmail.com
El Centro Educativo Isauro Arancibia, funciona en el tercer piso
del edificio de la Unión Obrera de la Construcción
de la República Argentina (UOCRA). Es la única escuela
que brinda educación a niños, jóvenes y adultos
en situación de calle. Sus docentes pueden enseñar
allí gracias a la buena voluntad de la UOCRA, pero el período
del préstamo se agota. A mediados de este año deben
dejar el edificio. El Ministerio de Educación de la Ciudad
de Buenos Aires les prometió una sede propia en Parque
Patricios, pero la Directora Susana Reyes opina que por ahora
sólo son palabras y promesas.
Desde 1998 que el colegio no cuenta con edificio propio. Funcionó
en varios lugares, en Independencia y Piedras, luego en la calle
15 de Noviembre y Entre Ríos en un edificio del Movimiento
de Ocupantes e Inquilinos (MOI) y desde el 2007 la UOCRA les presta
el tercer piso de la sede de Humberto Primo 2260 de la Capital
Federal en la que funciona actualmente.
En este momento el edificio de la UOCRA se encuentra en refacción
Viendo sus paredes grises de cemento y el polvillo en el aire
no se puede pensar en que allí haya una escuela. La entrada
estaría desierta si no fuera por un par de albañiles
escurridizos y los dos señores de la mesa de informes que
intentan sintonizar un antiguo aparato de radio. A pesar de que
por fuera, el edificio parece nuevo, por dentro tiene un aspecto
de película de terror. Las paredes son grises, algunas
viejas y manchadas, otras con revoque reciente.
La oscuridad se cuela por cada hueco. Las escaleras no tienen
iluminación, y el ascensor posee dos rejas corredizas que
invitan a otro tiempo, quizás más combativo. En
el tercer piso está el Isauro Arancibia, allí funcionan
los talleres y las clases normales, junto con una maternidad.
A diferencia de los pisos inferiores allí reina el bullicio
y la música se cuela entre el gris. La Dirección
se deja ver a través de sus paredes de vidrio.
En ella, una junta de docentes que rodean la mesa se concentra
en silencio para calificar a los alumnos. Una mujer de ojos claros
llama la atención entre los demás profesores. Posee
una sonrisa de madre comprensiva en un cuerpo de adolescente.
Tiene el cabello enrulado y la voz melodiosa, es Susana Reyes,
el alma de esta escuela.
La conversación con Susana se desarrolla en el cuarto
piso, ya que los alumnos están en clase de música.
Dos sillas enfrentadas invitan a la charla. Y es que Susana tiene
mucha historia. Fue militante en los años setenta, su tarea
estaba abocada a la alfabetización en villas. La Dictadura
la secuestró junto a su compañero, y él nunca
más volvió.
En 1998 se formó el Centro Educativo Isauro Arancibia
y en sus comienzos contaba con quince estudiantes. Pronto, comenzaron
a llegar los alumnos con su “rancheada”, como dice
Susana usando su misma jerga, y debieron sumar docentes. Todo
se fue formando según las necesidades del momento. De una
escuela de adultos debieron transformarse en una que también
pudiera educar a niños. Y así adquirieron un programa
de educación tradicional, con los niveles que conforman
la misma.
La educación que se ofrece es formal, los alumnos egresan
con título y diploma. Esta escuela no sólo les brinda
la posibilidad de aprender a leer y a escribir, si no que como
dice Susana “acá son mirados, queridos, aceptados,
nombrados con su nombre, eso es lo que te hace ser persona”.
En este espacio no se los denomina “chicos de la calle”,
porque los docentes entienden que decir que son de la calle es
negar la responsabilidad que tenemos como sociedad. “Son
hijos de todos los que gozamos de una vida mínimamente
digna, o los despedazamos como quieren hacer con la baja de imputabilidad,
o los incorporamos, los educamos y los queremos como a nuestros
niños”.
La escuela no sólo les brinda conocimiento si no que hace
que esos chicos no estén en la calle de lunes a viernes
de 9 a 16 si no que vayan a aprender. Actualmente cuenta con ciento
veinte estudiantes, entre jóvenes, adultos y niños
y con diecinueve bebés en la guardería. Los alumnos,
en su gran mayoría, no tienen hogar. Su situación
es tan precaria que duermen y viven en la calle, literalmente.
Muchos de ellos provienen de las estaciones de Constitución,
Once, Retiro, de Institutos de Menores, de hogares y de organizaciones
sociales. En la escuela reciben tres comidas, el desayuno, el
almuerzo y una vianda. También realizan varios talleres,
entre ellos: panadería, radio y confección de ropa.
Susana hace hincapié en que la tarea del Isauro Arancibia
es formar un nexo entre ellos y la sociedad. Contarles que un
pedazo de este país les pertenece. Por tratarse de un grupo
excluido no son representados en ningún lugar. Y a través
de los talleres, la idea es que tengan su propia voz. El año
pasado, filmaron varios cortos que ganaron premios, transmiten
su propio programa de radio y editan su periódico. Desde
la escuela quieren darles las herramientas para que comprendan
que la realidad no es la que muestran los medios, que la realidad
también es la suya y que ellos pueden y deben hacerla conocer
a los demás.