CRÓNICAS METROPOLITANAS
"No todos son tan fachos en Villa Urquiza"
Atardecer de un sábado agitado. Viene de Senegal o de
Costa del Marfil. Acá no distinguimos demasiado. Ni preguntamos
las razones y las formas en que sus huesos vinieron a dar a Buenos
Aires. En todo caso, viene de algún vago lugar del África
profunda. Tiene un nombre que, de entrada, nos parece impronunciable
y, naturalmente, es negro...
Por anarresti
Viene de Senegal o de Costa del Marfil. Acá no distinguimos
demasiado. Ni preguntamos las razones y las formas en que sus
huesos vinieron a dar a Buenos Aires. En todo caso, viene de algún
vago lugar del África profunda. Tiene un nombre que, de
entrada, nos parece impronunciable y, naturalmente, es negro.
Llegó hace ya más de dos años y, desde entonces,
vende bijouterie dorada en la esquina de Monroe y Díaz
Colodrero, a la salida del supermercado Coto. Los vecinos están
habituados a su presencia; varios son sus clientes. Los chicos
del quiosco de enfrente le guardan la mesita en la que exhibe
su mercadería al fin de la jornada laboral. A pesar de
cierta dificultad con un idioma duro y ajeno, el negro y su mesita
de bijouterie barata se integran al ajetreado paisaje del centro
comercial de Villa Urquiza.
Buenos Aires, sin embargo, no es el mejor lugar si uno es joven
y pobre, negro por añadidura. Y menos las calles de Villa
Urquiza, comuna 12, campo de experimentación de la nueva
Policía Metropolitana, el último engendro represivo
del macrismo. Hace un par de meses merodean por el barrio en vistosos
vehículos de línea futurista. Su función
específica no termina de quedar clara, su eficacia en la
represión del delito se desconoce, como también
se desconoce la porción del presupuesto público
que se llevan sus autos, sus motos y sus sueldos. Lo que empieza
a dejar de ser desconocido son los prontuarios de algunos de sus
jefes. Para qué. Nacidos de las ambiciones presidenciales
de Mauricio Macri, parecen ser portadores de la maldición
del Fino Palacios, el malogrado jefe hoy preso.
Cuando, alertados por una compañera de la asamblea, llegamos
a la esquina de Monroe y Díaz Colodrero el negro se aferraba
a su mercadería, en tanto una veintena de vecinos se aferraba
al negro o se interponía entre él y dos oficiales
de la nueva policía que pretendían detenerlo y secuestrar
sus cosas, alegando la violación de alguno de sus reglamentos
para pobres. Los policías intentaban dar explicaciones,
del mejor modo posible, a vecinos poco dispuestas a escuchar nada
acerca de hechos que se explican por sí mismos. Es que
ni la pátina de buenos modos, ni la apelación a
legalidades, ni la gastada excusa de "la orden de la fiscal"
y la obediencia debida, pueden ocultar el racismo y la injusticia
básica del pretendido procedimiento. Acá se evidencia
en que consisten las "políticas de seguridad"
concebidas por los funcionarios de turno.
Y, como se sabe, el fervor es contagioso y cada vez son más
los vecinos que, con sus bolsas de supermercado, se acercan a
curiosear y terminan solidarizándose con el negro e increpando
a los policías. Ya hay como cincuenta personas amontonadas
en la esquina y el tumulto es inocultable. También hay
una abogada, que les explica a los oficiales el abc de la constitución
y los derechos humanos. En la calle, un patrullero de luces futuristas
parado en doble fila, contribuye al caos general del atardecer
del sábado.
Aumenta el número de vecinos indignados y vociferantes.
El negro está mudo, aferrado a su valijita, la vista clavada
en el suelo. Llegan tres patrulleros de la Policìa Federal,
pero su dotación se limita a bajar de los móviles
y a contemplar, a distancia, la situación. Hacen comentarios
y se ríen. Ostensiblemente, no hacen ningún esfuerzo
en disimular la satisfacción que les produce ver a sus
colegas metropolitanos en apuros. Los metropolitanos, por su parte,
tardan en comprender que perdieron la partida pero, finalmente,
comprenden. Rodeados por una multitud que aumenta, parecen entender
la inutilidad de sus uniformes y se reducen a su dimensión
de ratas, de pulgas, de amebas. Sòlo les resta buscar una
retirada digna. O como se pueda. Y se van, entre gritos y aplausos
generalizados.
Es el turno de la federal. El policía que se presenta
está vestido de civil. Es subcomisario de la 39, con jurisdicción
sobre la esquina. Está de acuerdo con los vecinos, garantiza
la seguridad y el lugar de trabajo del negro, ofrece el número
de su celular para que lo llamemos ante cualquier problema. "Nosotros
somos la policía de siempre", explica con aire bonachón.
¡Ah, bueno! Ahora estoy más tranquilo.
Estamos contentos cuando volvemos a la asamblea. Escucho que,
atrás mío, alguien dice: "Al final, no todos
son tan fachos en Villa Urquiza".