Entrevista al antropólogo
catalán Manuel Delgado
"No hay nada que asuste más
a los poderes que la calle"
El catalán Manuel Delgado visitó Buenos Aires y vio
las vallas que protegen a la Casa Rosada con optimismo: "Quiere
decir que el poder no se siente tan seguro" dijo al sitio web
lavaca en esta entrevista donde cuestiona al progresismo
que se ha vuelto más amable que justo y al poder que busca
el control social.
El rol del Estado y los discursos "culturales", reivindicación
de la calle como lugar de expresión, y la crítica
a los barrios como "parques temáticos". La diferencia
entre las villas argentinas y la pobreza europea.
Delgado, especialista en la investigación de los espacios
públicos,paró en un hotel del centro porteño
y lo primero que hizo cuando arribó fue salir a dar una vuelta
para descubrir la ciudad. "Estuve en la Plaza de Mayo, vi a
estudiantes que iban a sus clases, oficinistas que se dirigían
a sus trabajos, gente durmiendo en la calle y un montón de
vallas que protegían el Palacio de Gobierno. Eso me dio mucho
optimismo".
-¿Por qué las vallas le dan optimismo?
-Que el poder le tenga miedo a lo que eventualmente pueda suceder
en una plaza, advierte que no se siente tan seguro. Hay un texto
de Mijail Bajtín, La cultura popular de la Edad Media y
el Renacimiento, donde explica que la cultura popular es la cultura
de la plaza. El último momento del libro es cuando el príncipe
se asoma al balcón y ve al carnaval, y ve como la gente
ríe y lo señala. El príncipe, entonces, dice:"Me
siento solo y tengo miedo". Los poderes en el fondo tienen
algo de impotentes. Todas las evidencias de que los poderes tengan
algo de impotencia están bien.
Que de pronto el poder insinúe lo que en la práctica
es una suerte de agorafobia (miedo a los espacios abiertos) es
buen síntoma. Todos los poderes son agorafóbicos.
No hay nada que asuste más a los poderes que una calle,
donde puede pasar cualquier cosa.
-Esta ciudad tras los acontecimientos de 2001 enrejó
masivamente sus plazas, sus monumentos públicos, sus palacios
gubernamentales...
- Y lo bien que hace. Está justificado.
-El arquitecto Rodolfo Livingston, dice que a mayor cantidad
de rejas, menos democracia.
-Obviamente. ¿Pero qué es el espacio público?
Es el espacio accesible a todos. Pero ¿dónde está?
Búsquenlo. El espacio público no existe. Ese concepto
tan vinculado a la tradición del republicanismo kantiano,
vinculado al libre ejercicio de razón y la libertad por
parte de individuos e iguales, no existe.
-¿En donde se manifiesta la gente, entonces?
-En la calle. Lo que quisieran los diseñadores y los políticos
es que la calle fuera un espacio donde la gente vaya y venga de
trabajar. O de compras. Pero además es el lugar donde pueden
pasar cosas, donde uno puede reclamar y ejercer su derecho a pensar
en voz alta, donde puede reunirse con otros para hacer cosas distintas
a circular en coche. Donde uno puede perderse o encontrarse, caerse
y volverse a levantar, morir y resucitar. O como diría
Virgina Wolf, donde las cosas se juntan. Gene Kelly lo vería
clarísimo: donde uno puede cantar y bailar bajo la lluvia.
-También es el lugar donde se hace visible lo invisible.
-Hombre, la única forma de controlar la calle es el toque
de queda. Y un toque de queda, por lo menos en Europa, con frecuencia
se realiza en nombre de las "normas cívicas"
y de las "leyes de urbanidad", que sirven para hacer
invisible a los excluidos. Ya las antiguas leyes de vagos y maleantes
servían para garantizar las calles libres y limpias de
cualquier cosa que las afeara y que desmintiera la presunción
que esas calles debían tener de ser espacios míticos,
con seres angelicales que se dedicaban a la práctica de
la amabilidad y cortesía.
-¿Qué pasa cuando no es el poder sino otras
personas las que piden limpiar los espacios públicos?
-Es la gente de orden, esa tensión no se puede conciliar
nunca.
-¿Y qué pasa entonces? ¿Cómo se
resuelve esa tensión?
-Pues, emerge la vida. La cuestión es que por definición,
la calle, que es espacio de las visibilidades, no puede ocultar
los conflictos. Se nutre de lo mismo que la altera. No se trata
de hacer el elogio de la pobreza y la delincuencia, pero no son
la consecuencia de que las calles estén abiertas, sino
de factores estructurales que son por definición injustos.
¿Qué vas a hacer para evitarlos? Vigilancia privada
y toque de queda. O cerrar las calles. Pero lo que no se puede
hacer es evitar que la injusticia emerja. Puedes cambiar de sitio,
esconderla. No es elogio al desorden, la calle es lo que es, porque
refleja: es un escenario por naturaleza, lo que hay se escenifica,
en definitiva es un teatro. No es más que eso.
-¿Por qué el poder se empeña, entonces,
en legislar ese teatro?
-Hay que desconfiar de un poder que legisla únicamente
en relación a la calle pero no en relación a otras
cosas. A mí me encantaría que el poder legislara
más, que sea más severo, más duro. Pero depende
más duro con quién. Yo estaría encantado
con que en Europa los poderes legislen sobre la temática
de la vivienda. Ahí estoy dispuesto a formas radicales
y despóticas de gobierno, con tal de garantizar que los
jóvenes y los que tienen dificultades tengan acceso a la
vivienda. Pero esas legislaciones no existen, lo que existe es
una legislación para lo que rodea a esas viviendas que
no serán jamás de quienes más las necesitan.
Se actúa con frecuencia de manera enérgica y vehemente
sobre aquellos aspectos que son acompañamientos de iniciativas
inmobiliarias que deben ver garantizado el entorno. Si yo construyo
pisos, hago promoción inmobiliaria, tengo que garantizarme
que el entorno quedará bien vigilado. Que no me vigile
a mí, sino que vigile a estos desgraciados que pueden robar
o simplemente afear.
-¿Ya no existe el Estado como mediador y 'colchón'
de las desigualdades?
-El poder no es neutral. Los estados no sirven a toda la sociedad.
Los estados están al servicio de los grupos hegemónicos
y no hay que ser marxista para verlo. Los discursos de "espacio
público", "ciudadanía", "urbanidad",
sirven como nuevas estrategias discursivas para hacernos creer
que el Estado es neutral. Y lo hacen básicamente porque
quieren convencernos de que el espacio público es de todos,
que somos ciudadanos y que tenemos idéntico acceso a él.
Y no es verdad. Ni las mujeres, ni los jóvenes, ni los
pobres, ni los feos en contextos cada vez más diseñados,
tienen el acceso que tiene la gente de clase media con aspecto
amable y adecuado. Lo que hay son estrategias de mediación
para convencernos de que el Estado representa a todos y no sólo
a aquellos sectores que en el seno de la sociedad ocupan los lugares
de los privilegiados.
-¿Usted diría que es el nuevo marketing estatal?
-Por supuesto que sí. Como siempre, defendiendo su posición
de acuerdo a supersticiones que la realidad desmiente constantemente.
¿De qué ciudadanía se habla? En Europa, el
30 o el 40 por ciento de los habitantes de ciertos barrios ya
no son ciudadanos. Directamente no son. De ahí su naturaleza
de ser ilegales. Pero no nos engañemos, la ciudadanía
se ha vuelto también el último refugio de la vieja
izquierda, que se ha vuelto "ciudadanista".
¿La izquierda perdió mística revolucionaria?
- (Vale aclarar que Delgado se refiere a la izquierda europea
y en muchos casos gobernantes, equiparable con lo que aqui llamamos
"progresismo") Perdió la vergüenza y cualquier
tipo de perspectiva de transformación social en nombre
de la ciudadanía, que es la apología de las virtudes.
El objetivo ya no es generar una sociedad justa, no es perseguir
la pobreza, sino perseguir a los pobres. Además, lo hace
a través de categorías abstractas, de valores presuntamente
universales. El mundo es injusto y el objetivo es crear seres
virtuosos, tolerantes, amables, receptivos. No justos.
¿Ahí nace su crítica a las políticas
urbanas culturales, como la de Barcelona o Buenos Aires?
Claro que sí. Hoy por hoy todo es como vender un producto.
La cultura es la nueva religión del Estado. La gran pregunta,
en verdad, es cuánto vale el metro cuadrado después
de levantar esos templos de arte. Lamento mucho parecer tremendamente
prosaico pero estamos hablando básicamente de que este
tipo de operaciones está pensada para elevar el tono moral
del territorio con transformaciones que seguramente serán
traumáticas y tendrán como víctimas a los
de siempre. Me hace acordar a conquistadores españoles
que iban con la cruz por delante: hoy las grandes operaciones
de colonización del espacio urbano llevan a la cultura
delante. Yo no estoy en contra de la planificación, sino
de esto que se llama planificación. No me parece mal que
alguien tenga una idea global de lo que debe ser la ciudad, que
sea capaz de ordenarla de manera que beneficie a la mayoría.
Pero una cosa es ordenar la ciudad, pero otra es ordenar lo urbano.
¿Cuál es la diferencia para usted?
-La ciudad es una morfología, infraestructura, servicios,
espacios que deben ser mantenidos. La administración tiene
la obligación de mantener la ciudad en buen estado. Lo
urbano es otra cosa. El problema es que se quiere planificar lo
urbano, no la ciudad. Administrar lo urbano es ejercer el control.
Y hoy se controla todo menos lo que hay que controlar. Se convierte
en poco menos que un mero instrumento policial e ideológico,
la función es garantizar la ley y el orden. La ecuación
de la vivienda es terrible. En Santa Fe me llevaron a ver los
suburbios, las villas miserias. Y yo les dije, irónicamente,
que no estaban tan mal. En Europa ni eso: ha habido movimientos
a favor de las viviendas de emergencia, subnormales. Sé
que como solución es detestable, que la autoconstrucción
es detestable, pero al menos es una solución. En Barcelona
y en Francia, hay miles de personas que viven en formas de barraquismo
invisible: amontonándose en apartamentos o pisos en formas
inimaginables.
En Barcelona se alquilan camas por hora, duermen en balcones,
en bañeras, en armarios, en patios interiores convertidos
en pensiones ilegales. En Barcelona está prohibido ser
pobre, está fuera de la ley. No se concibe y, sin embargo,
hay cientos de miles de personas sin recursos, inmigrantes, personas
mayores, jóvenes, que no tienen donde estar. Entonces estos
barrios y villas que conocí aquí pueden resultar
detestables, pero me permiten enfrentar el problema de la vivienda.
Si tú no me lo solucionas, déjamelo solucionar a
mí. No es que sea la misma miseria aquí que la de
Europa, pero la de aquí se ve. Allí no es la misma,
pero no se puede ver.
-Sin embargo, los distintos gobiernos traen asesores catalanes
para crear la marca de Capital Cultural del Mercosur.
-Es que Barcelona es eso, somos un producto de promoción.
Únicamente existe en los libros que regala el ayuntamiento
y en las revistas de promoción para cotizar el metro cuadrado
y generar turismo.
-Los defensores de ese modelo dicen que el turismo y la cultura
generan fuentes de trabajo y riqueza.
-No puedes hacer que una ciudad dependa del turismo, porque es
como los locales de moda: cambian el lugar que ocupan en el ranking
de atractividad. Es extremadamente frágil. Barcelona sólo
produce su propia imagen. Y sirve también para Buenos Aires.
Ahora trata de tematizar el Abasto, gardelizarlo. No se puede
vivir en un parque temático. Yo vivo en Barcelona, no puedo
vivir en una tienda. Mi hija paga 600 euros de alquiler por 30
metros cuadrados. Aun tiene suerte. Vivir en Barcelona es un infierno,
de locos. Finalmente se arma una ciudad prohibitiva.
Fuente: (www.lavaca.com.ar)