Fecha Publicación:28/04/06 |
Fuente:ANC-UTPBA |
Nota de opinión
La Significación actual del 1º
de Mayo
La celebración del 1° de Mayo de
este año tiene, naturalmente, el mismo significado fundacional
que le dieron quienes adoptaron la fecha, es decir, constituirla
en una jornada de lucha de los trabajadores organizados, pero con
un contenido que responde a las circunstancias históricas
de cada época.
Por Héctor López Torres
*
Caso contrario, sería un acto ideológico
y político atrasado, nostalgioso, tradicionalista y vacío.
O, aquello que se ha pretendido repetidamente: una fiesta del trabajo;
en este año, un fin de semana largo. Como máximo,
un recuerdo light de los mártires de Chicago,
ejemplo típico de una conocida manera de memorizar el pasado
para clausurar su proyección.
Es obvio que el mundo de hoy difiere radicalmente
de las condiciones de toda índole económica, social,
política y cultural que existían a fines del siglo
XIX, cuando el congreso internacional de partidos y organizaciones
sindicales marxistas, reunido en París, durante el mes de
julio de 1889, decide realizar anualmente, con día fijo,
en todos los países y ciudades posibles, una gran manifestación
colectiva para reclamar la reducción de la jornada laboral
y otras reivindicaciones sociales de entonces.
La fecha fijada por la Internacional, el 1 de
mayo, se eligió vista una resolución semejante que
dos años antes había sido adoptada por la American
Federation of Labor.
La cuestión de las horas diarias de trabajo
era, desde siglos antes, el eje central de las reivindicaciones
obreras. Ya los socialistas utópicos, la corriente ideológica
premarxista del movimiento de intelectuales y obreros que después
se encarnaría en los partidos y sindicatos revolucionarios
del mundo contemporáneo, sostenían la misma reivindicación.
Tomás Moro, a principios de 1500, reclamaba
la reducción a 6 horas; Tomás Campanella, en 1623,
era más ambicioso y aspiraba a una jornada de 4 horas; y
Roberto Owen, en 1833, fundamentó ampliamente la necesidad
de implantar las 8 horas diarias.
En el siglo XIX, grandes masas de trabajadores
siguieron sometidas a la esclavitud, aún cuando el capitalismo
había desarrollado una próspera economía y
el régimen salarial en Europa y América. Pero las
jornadas laborales no eran menores a las 15 o 16 horas sin ningún
tipo de descanso semanal. Y esto incluso después de haberse
conquistado leyes que establecían las 8 horas, el sábado
inglés y el feriado dominical. De todo esto no
era una excepción nuestro país.
El primer decreto de reducción
a 10 horas se dictó en 1847, en Inglaterra, seguida muy poco
después, y por muy breve lapso, por Francia.
En Estados Unidos, una ley de 1868 estableció
las 8 horas pero solamente para quienes trabajaban en el Estado.
Así es como nació el movimiento que en 1884 dispuso
que, a partir del 1 de mayo de 1886, las organizaciones sindicales
intentaran asegurar que los trabajadores no hicieran jornadas superiores
a las 8 horas. Consecuentemente, para garantizar su obtención
es que se dispusieron huelgas que llegaron a tener más de
350 mil trabajadores adheridos.
La represión, por supuesto, fue la política
que adoptó el gobierno para detener las huelgas, el crecimiento
de las organizaciones obreras y el logro de sus reivindicaciones.
Los primeros muertos se registraron en Milwaukee
y luego otros muchos se sumaron en Chicago, donde el 4 de mayo,
durante un acto de protesta, en medio de un salvaje atropello policial,
con decenas de manifestantes asesinados, estalló una bomba
atribuida por el gobierno a los redactores de un periódico
alemán, que fueron detenidos, procesados y condenados. Cuatro
de ellos terminaron en la horca después de un falso y rapidísimo
juicio, el 11 de noviembre del mismo año, y otros en las
cárceles.
Todos reivindicaron su lucha aunque no de lo
que se les imputaba. Y todos pidieron que, si había sido
un crimen defender el derecho de los trabajadores, se los considerara
culpables.
Uno de ellos les gritó: han probado
que organicé asociaciones obreras, que he trabajado por la
reducción de la jornada laboral, que he hecho cuanto he podido
para volver a publicar nuestro periódico: he ahí mis
delitos. Y por eso yo les suplico que me dejen participar
de la suerte de mis compañeros: ahórquenme con ellos.
Ninguno de esos revolucionarios, pidió
clemencia o apeló a la ley del poder dominante. Vuestras
leyes están en oposición a la naturaleza y mediante
ellas robáis a las masas el derecho a la vida, a la libertad
y el bienestar, dijo otro de los condenados.
Ofrendaban su vida, expresaron, porque tenían el más
ardiente deseo de que los trabajadores sepan quienes son sus enemigos
y quienes son sus amigos. En esa farsa criminal, una de las
tantas que ha montado a lo largo de su historia, el terrorismo económico,
social, político y judicial de los Estados Unidos mostraba,
hace 120 años, sobre los hombros de sus trabajadores, aquello
que hoy, en 2006, ha cargado sobre la humanidad entera: la mentira
y el crimen organizados desde el Estado.
En la Argentina, cuya celebración del
1° de Mayo, en 1890, fue coincidente con el resto de los países
donde existían partidos marxistas y sindicatos marxistas
y anarquistas, también las 8 horas fueron el eje central
del conjunto de reivindicaciones sociales que se enarbolaron. Pero
además, en el acto central, sobre el cual el diario La Nación
se regocijó en señalar que había muchos menos
argentinos que extranjeros, se anunciaron la creación de
una Federación de Obreros, la edición de un periódico
y una presentación al Congreso Nacional a favor de una legislación
protectora.
La central obrera y la publicación se
concretaron casi inmediatamente. Por supuesto, no ocurrió
lo mismo con la petición al Congreso. Los diputados de la
oligarquía y el fraude optaron por su acostumbrada vía
para el entierro de las iniciativas populares: el archivo.
Varios años más tarde, a partir
de las luchas callejeras y las huelgas muchas veces sangrientas,
y la acción legislativa, en este último caso encabezada
por el Dr. Alfredo L. Palacios, los trabajadores obtuvieron las
numerosas leyes protectoras que se generalizaron después
de 1946, el primer gobierno peronista.
Hoy, la complejización de la sociedad
y el grado de internacionalización del poder capitalista,
no admiten buscar los caminos emancipatorios de los trabajadores
desde políticas reducidas a las reivindicaciones específicas
en el campo acotado de las relaciones laborales, característica
que asumió durante largo tiempo el sindicalismo argentino.
Tampoco, es posible una actuación limitada a la geografía
de cada nación.
La globalización fundada, no solo en la
economía y las finanzas, sino, fundamentalmente, en un mismo
poder y una misma cultura dominantes, implica, para cada organización
de trabajadores, una lucha política que excede cualquier
contexto sectorial, corporativo, gremial, etc. Sin que implique
abandonar su espacio de actuación en los lugares de trabajo
y en el campo institucional, la actualidad requiere plantearse la
problemática humana en sus términos más latos,
frente a un capitalismo que ha fracasado en darle las soluciones
básicas, la sobrevivencia humana y que muestra total desprecio
hasta por la supervivencia del planeta. No puede defenderse el interés
de clase de los trabajadores sin sumarse a la resistencia de los
pueblos frente al terrorismo mundial del Estado norteamericano y
de sus amigos.
Los padecimientos de la inmensa mayoría
de la humanidad, no son hechura de la casualidad o la mala suerte.
Como ha dicho recientemente nuestro presidente de la Federación
Latinoamericana de Periodistas (FELAP), Juan Carlos Camaño,
el hambre y el terrorismo que sufrimos tiene un claro e indisimulable
autor ideológico: el capitalismo. Y para enfrentarlo
-según su puntualización- hay que desnudarlo, exhibirlo
y combatirlo manteniendo y fortaleciendo nuestras organizaciones.
En un mundo amenazado por el poder nuclear de
la pandilla petrolera que gobierna Estados Unidos -la
ajustada definición de Camaño- ¿cuáles
son las armas que debemos emplear en nuestras luchas y enfatizar
este 1° de Mayo?
Fidel Castro lo señaló en noviembre
de 2005: Nosotros poseemos otro tipo de armas nucleares: son
nuestras ideas. Nosotros poseemos armas del poder de las nucleares
en virtud del poder invencible de las armas morales.
En ese campo de batalla, las ideas esenciales
del 1° de Mayo de 1890, aún están vigentes. Entre
ellas, que no hay libertad ni democracia sin justicia social. Y
que sin organización y sin prensa propias, no hay lucha (ANC-UTPBA).
(*) Periodista. Secretario de Organización
de la UTPBA.
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Monumento al Trabajo
foto: www.avenidasantelmo.com.ar |