URBANISMO
Demoliendo el patrimonio en nombre del progreso
De aquellas joyas arquitectónicas que alguna vez fueron premiadas
por nuestro antiguo municipio, sólo quedan en pie unas pocas.
Saavedra, Coghlan y Villa Urquiza ofrecen numerosos ejemplos de
propiedades que, aún poseyendo un indudable valor estilístico,
fueron arrasadas por la topadora ante el desinterés de las
autoridades.
Por Arq. Jorge Luchetti
El grado de interés que se tenga por la arquitectura de
una ciudad refleja en parte cómo son sus habitantes. Muchas
metrópolis, como París, Roma o Barcelona (por nombrar
sólo algunas), se fueron transformando a través
del tiempo con la premisa de no perder esa riqueza arquitectónica
que tanto las caracteriza y les da identidad. Huelga decir que
todo esto dependerá de las reglas que propongan, más
el interés en cumplirlas por parte de la sociedad.
Buenos Aires se encuentra hoy en una situación diametralmente
opuesta a urbes como las antes mencionadas. El desinterés
y abandono a través de los años por parte de las
distintas autoridades y de sus propios habitantes llevaron a la
“Reina del Plata” a una situación de extrema
degradación. Si bien tiempo atrás fue considerada
“La París de América del sur”, hoy quedó
en el sueño y recuerdo de unos pocos, ya que la realidad
difícilmente se puede ocultar. La pérdida de una
infinidad de obras de nuestro patrimonio ha dejado huérfana
a la ciudad de una riqueza arquitectónica irrecuperable,
haciéndole perder parte de esa imagen cosmopolita que el
popurrí estilístico había dejado dibujado
como perfil de ciudad.
LOS PERJUICIOS DE LA MODERNIDAD
La cantidad de arquitectura perdida y devastada es incalculable,
sólo basta recordar al más paradójico de
los ejemplos: la primera sede del Club del Progreso, que estaba
en Hipólito Yrigoyen y Perú, demolida precisamente
“en pos del progreso”. Corrieron la misma suerte otros
hitos arquitectónicos como el Palacio Miró, asentado
sobre parte del predio que hoy ocupa la plaza Lavalle (el edificio
alguna vez fue propuesto para suplantar a la Casa Rosada), o el
antiguo Teatro Colón, que se ubicaba en el solar donde
actualmente se encuentra el paquidérmico edificio del Banco
Nación. Pero aún más emblemático fue
el caso de la primigenia Iglesia de San Nicolás de Bari,
demolida para ser remplazada por el Obelisco. Sin querer desmerecer
a este último, el templo poseía un gran valor histórico
y arquitectónico.
Lo importante es no caer en concepciones erróneas y pensar
que hay que salvaguardar aquellas obras de carácter monumental.
La gran arquitectura, o mejor dicho la arquitectura que realmente
tiene valor, no es la que se pueda medir por sus dimensiones ni
por su esplendor sino más bien por sus virtudes edilicias.
En pocas palabras, la monumentalidad de una obra no es un atributo
que otorgue valores arquitectónicos. Existen ejemplos bastante
representativos, como el del Conjunto Solaire, que se encontraba
en México 1062. Se destacaba con virtudes que partían
de premisas distintas y novedosas, como la funcionalidad y la
espacialidad. Lamentablemente el Solaire desapareció ante
el ensanche de la avenida 9 de Julio.
INSENSATEZ URBANÍSTICA
Lamentablemente, Saavedra, Coghlan y Villa Urquiza no escapan
a esta situación. Más allá de ser sectores
alejados del centro porteño, circunstancia que por lo general
actúa en forma favorable, ya que los preserva de las grandes
transformaciones, resulta doloroso descubrir que también
se vieron afectados por la insensatez. Muchas veces no sólo
por la pérdida de una arquitectura irremplazable, sino
también de aquellas obras que si bien por sí solas
no tenían un valor estilístico importante en el
conjunto urbanístico poseían una mayor calidad y
ayudaban consolidando la trama barrial.
En el transcurso del tiempo muchas de estas construcciones –incluso
varias que habían sido premiadas– fueron demolidas
o transformadas, lo que les hizo perder su identidad. Desde principios
de siglo hasta la década del 70 la ex Municipalidad de
la Ciudad de Buenos Aires otorgaba premios a edificios cuyo valor
arquitectónico reflejara el espíritu porteño
en diferentes categorías. Algunos que aún subsisten
exhiben una placa donde se destaca el mérito obtenido.
Así se puede ver en la casa de departamentos de Superí
1550-52, de los arquitectos Dodds y Koch (1935), y en su similar
de avenida De los Incas 3109, de Alfredo Joselevich (1949). Pero
es evidente que esto nunca sirvió como protección
ante la posibilidad de demolición de las viviendas, ya
que de un número aproximado de 90 edificios galardonados
en toda la ciudad más de una veintena sucumbió a
la topadora en un corto período.
En Saavedra desapareció la vivienda de la calle García
del Río 2883 (1938), construida por el arquitecto Bruno
Fritszche, que había obtenido un segundo premio municipal.
El mismo destino transitó la de Crisólogo Larralde
3983 (1931), construida por el arquitecto Horacio Costa Pelesson
y merecedora ese mismo año de un primer premio. Mejor suerte
corrió la obra de la calle Núñez 4331, la
cual salvó su existencia ante el arraso que produjo el
utópico paso de la Autopista 3. Esta casa fue diseñada
por el arquitecto Sergio Pellegrini (1937) y fue galardonada con
un segundo premio. Más allá de los cambios realizados,
aún se puede vislumbrar el diseño original de la
misma. Estas últimas tres obras ocuparon la categoría
de vivienda económica social.
Es interesante ver cómo la arquitecta Marta Levisman, en
el libro de inventario del patrimonio urbano de Buenos Aires,
define el tema de la preservación en la ciudad: “Preservar
las huellas significativas de la ciudad no significa un gesto
nostálgico decadente ni una aséptica adhesión
arqueológica sino una apropiación de la memoria
ciudadana, cuya vida está en constante evolución”.
(Salvemos Villa Urquiza. Vecinos Autoconvocados en pos de defender
una identidad barrial ligada a las casas bajas y a los espacios
verdes).