Fecha de Publicación:25/11/09 |
Redacción ParqueChasWeb |
Funciones de la nota
INFORME DE LA DEFENSORÍA DEL PUEBLO PORTEÑA: POLÍTICAS
NADA AMISTOSAS
La ciudad desalojada
Ante la crisis de 2001, vastos sectores sociales la enfrentaron
agrupándose en organizaciones solidarias que se asentaron
donde pudieron. Algunas lo hicieron en sitios ociosos que pertenecían
a la Ciudad. Las más afortunadas lograron que las autoridades
se los cedieran de manera precaria; otras los siguieron ocupando
de hecho. Todo fue así hasta que la actual gestión
optó por una política no amigable hacia ellas y empezó
a desalojarlas administrativamente.
El desalojo administrativo es la potestad del Ejecutivo para recuperar
inmuebles sin apelar a la justicia. Según la Ley de Procedimientos
Administrativos puede hacerlo cuando deba protegerse el dominio
público, desalojarse o demolerse edificios que amenacen ruina
o tengan que incautarse bienes peligrosos para la seguridad, salubridad
o moralidad de la población, o intervenirse en la higienización
de inmuebles.
Sin desconocer esta atribución, la Defensoría del
Pueblo sostiene que el Gobierno local debería aplicarla con
prudencia para no violentar derechos de los vecinos. Por ello, aconsejó
que –ante posibles conflictos– las autoridades busquen
acuerdos que preserven los bienes de dominio público y –a
la vez– faciliten el derecho ciudadano de asociarse con fines
útiles.
No obstante, la actual administración porteña desoyó
esas sugerencias y en los últimos meses desalojó a
varias organizaciones comunitarias.
De la huerta al cemento
En 2002, la Asamblea Popular Gastón Riva de Caballito instaló
un huerto a la vera de las vías del ex Sarmiento y sobre
una minúscula parte de las casi 9 hectáreas que, poco
antes, el ente que administraba los bienes ferroviarios le cediera
precariamente a la Ciudad para que los parquizara y destinara a
espacio público.
En 2003, la ley 1110 bautizó Giordano Bruno a la plaza que
ocupó parte de las tierras recibidas; pero –al demarcarla–
los legisladores omitieron señalar su límite oeste.
Justo hacia ese punto cardinal se situaba el emprendimiento vecinal
conocido como Huerta Orgázmika y que jamás fue alcanzado
por la parquización ni por las posteriores mejoras de la
plaza. No obstante, en mayo de 2008, el Gobierno porteño
entendió que la Orgázmika era parte del paseo e intimó
a desocuparla en el término de cinco días, bajo apercibimiento
de disponer su desocupación administrativa.
Los hortelanos pidieron la reconsideración de la medida y
hasta conversaron con los responsables del CGP 6 sobre la posible
integración de la huerta a la plaza. Fue en vano. En la madrugada
del 18 de mayo funcionarios del Gobierno secundados por la Policía
Federal arrasaron la huerta, escudados en una supuesta recomendación
de la Defensoría del Pueblo que el organismo nunca emitió.
Al día siguiente, una manifestación de los agricultores
urbanos ante el CGP de la zona terminó con varios heridos
y 22 detenidos.
Hoy, la huerta no existe. De hecho, el Gobierno la incorporó
a los difusos límites de la Plaza Giordano Bruno y su antiguo
verdor yace bajo carpetas de cemento. Sin resignarse, los hortelanos
aseguran: seguimos plantando; y en un par de canteros ubicados en
Avellaneda al 600 sembraron verduras y plantas que con la primavera
comenzaron a florecer.
La casa del Cantor
Cuando mandaba en la ciudad, Osvaldo Cacciatore expropió
70 viviendas ubicadas entre el 5700 y el 5900 de avenida Constituyentes
para construir una de las faraónicas obras que nunca concretó.
Con la democracia, vecinos sin techo las reocuparon. En 2005, se
instaló en una de ellas la Asociación Civil Encuentro
Uruguayo-Argentino, institución con fines culturales conocida
como Casa Zitarrosa en homenaje al flaco oriental y engominado de
voz cavernosa y sentir profundo. Mediante un contrato y una habilitación
provisoria otorgada por el ex jefe de Gobierno Aníbal Ibarra,
allí se erigió un centro cultural que contaba con
sala de exposiciones, imprenta y lugar para el dictado de diversos
talleres; entre ellos, uno de candombe.
Pero otro fue el candombe que se armó el 14 de agosto cuando
una brigada de funcionarios, abogados y cerrajeros de la Dirección
General de Administración de Bienes llegó al lugar,
violó la puerta de entrada y sacó a la calle las obras
de arte, maquinas, computadoras y otros enseres de la Asociación.
La gestión de la Defensora del Pueblo Alicia Pierini ante
Francisco Cabrera, ministro de Desarrollo Económico porteño,
para frenar el operativo fue infructuosa. Tras los hechos, Gustavo
Lesbegueris, integrante del área de Educación de la
Defensoría lamentó que la actitud del Gobierno porteño
truncara una negociación para encontrarle un sitio adecuado
al centro cultural.
Así, el Gobierno recuperó un bien público.
La Ciudad, en tanto, perdió un sitio para la confraternidad
rioplatense.
Galpón cultural
En Caseros 1712 funciona desde 2003 el Centro Cultural Trivenchi,
un espacio creado por una cooperativa de jóvenes artistas.
Hasta entonces, el lugar era un viejo y deslucido galpón
perteneciente a la Ciudad que los cooperativistas reacondicionaron
luego de que las autoridades de entonces les cedieran la llave sin
suscribir contrato alguno.
Desde entonces, allí funcionan talleres de expresión
y varietés junto a una escuela de circo, se proyectan películas,
audiovisuales y videos musicales, y se montan muestras fotográficas,
entre otras actividades que convocan a unas 400 personas por semana.
Considerando que la falta de un convenio con la Ciudad convertía
al Trivenchi en intrusos, en marzo pasado el Gobierno porteño
los intimó a desocupar el inmueble bajo apercibimiento de
disponerse su desocupación administrativa. La cooperativa
–por su parte– apeló a la
Justicia y logró que la magistrada Lidia Lago suspendiera
el desalojo.
Ante el caso, la Defensoría recordó que la Constitución
local obliga a la Ciudad a distinguir y promover todas las actividades
creadoras. Garantizar la democracia cultural; asegurar la libre
expresión artística y prohibir toda censura; facilitar
el acceso a los bienes culturales; crear y preservar espacios; impulsar
la formación artística y artesanal; proteger y difundir
las manifestaciones de la cultura popular; contemplar la participación
de los creadores y trabajadores y sus entidades. Por ello, y considerando
los aportes que realiza el Trivenchi, recomendó que el ministro
de Desarrollo Económico busque una alternativa a la desocupación
del viejo galpón.
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