TALLER DE HISTORIA EN PARQUE CHAS
Se realizó el encuentro, "Bicentenaro,
el dilema no resuelto"
Fue la primera charla debate de 2010, el viernes 21 de mayo, en
la Biblioteca Popular El Resplandor del Club SABER.
Organizaron Club SABER, Junta de Estudios Históricos de Parque
Chas y el Portal de Parque Chas.
La exposición estuvo a cargo de un vecino de Parque Chas:
El profesor de historia e investigador del Conicet, Leonardo Killian
y el tema elegido fue “El bicentenario, un dilema no resuelto”.
KIllian, centró su charla en dilucidar lo que sucedió
el 25 de mayo de 1810: ¿fue realmente una Revolución?
¿Moreno fue un verdadero jacobino? ¿Cómo
fue su relación con Saavedra?. También puso en cuestión
el mito fundante de aquella gesta, según la versión
de la historia contada por Bartolomé Mitre.
La conclusión fue que este bicentenario nos debería
servir a los argentinos para pensarnos con proyección de
futuro tomando aquellos postulados que inspiraron a los hombres
de Mayo.
También se presentó
el libro "El Bicentenario en el aula"
La segunda parte de la charla sirvió para presentar el
libro “El Bicentenario en el aula”, cuyas
autoras son Gladis Galván, Patricia Rota y Ana Simula;
con cuentos de Leonardo Killian e ilustraciones de Martín
Malamud y Omar Gasparini.
Este libro sugiere pensar el Bicentenario como una posibilidad
de reflexionar sobre estos complejos dos siglos que transitó
la patria.
La propuesta, en que la literatura e historia se enlazan sin
perder su identidad para acompañar la enseñanza-aprendizaje
en el aula, brinda la posibilidad de disfrutar de la literatura
y trabajar diferentes contenidos de la historia argentina.
El libro se complementa con tres cuentos ambientados en distintos
momentos de la historia argentina, que de una manera novedosa
invita a entender los sucesos ocurridos durante aquel mayo de
1810, los faustos festejos del Centenario y este Bicentenario.
Cada relato se presenta con distintas propuestas de actividades
de lectura y escritura posibles de ser desarrolladas en el aula,
más algunos textos informativos que permiten reconstruir
las historias ampliando los conocimientos sobre la conmemoración
de estos doscientos años de historia.
Las setenta
y tres mil y una noches *
Por Leonardo
Killian
Había salido de la escuela pero
la tormenta lo paró en seco. No había llevado
piloto ni paraguas y ahí recordó que su mamá
le decía que en esos casos buscara un bar o una confitería
y pidiera algo hasta que pasara el temporal.
Entró a El Molino más por la inclemente lluvia
que por las pocas ganas de tomar una gaseosa.
Se sentó junto a una ventana que daba a Callao y
mientras esperaba al mozo se puso a mirar la gente que pasaba.
Le gustaba mirar a la gente. Su ropa, sus hábitos,
su forma de caminar o sus gestos cuando hablaban. Cuando
algo o alguien le llamaban la atención sacaba su
cuaderno de apuntes y anotaba. A veces lo acompañaba
con un dibujo, un simple boceto para recordar mejor el dato
escrito.
Desde muy chico, lo único que realmente lo había
apasionado era leer y escribir. Este hábito le había
traído más de un problema. Su papá
insistía en que si no hacía algún deporte
sería un debilucho, un fofo al que se llevarían
por delante en el barrio y en la escuela.
Cuando visitaban a sus tíos, sus primos le insistían
en salir a jugar, cosa que hacía con ganas pero lo
que mas disfrutaba era volver para ver que había
de nuevo en la biblioteca. Lo que más le gustaban
eran los libros de historia antigua, sobre todo si traían
dibujos con guerreros y batallas.
Lo mismo le sucedía con la tele. Era un fanático
de las películas de griegos y romanos.
Pidió una gaseosa y mientras la tomaba pensaba en
que a él también le gustaría escribir
una historia de la Argentina como esas que tanto le apasionaba
leer, ilustrada con las grandes batallas, la Reconquista
de Buenos Aires, el cruce de los Andes…
Nada pretencioso, un relato con algunos personajes históricos
y otros que se le irían ocurriendo y fueran pura
fantasía.
Ella entró y se fue derecho para su mesa. Lo saludó
y se sentó enfrente, también junto a la ventana.
La miró pasmado. Vestida con un peplo griego, gorro
frigio y con un escudo y lanzas de tamaño considerable
que dejó apoyados en el perchero. Era la viva imagen
de las diosas olímpicas que tanto veía en
los relatos del Lo Se Todo
Miró para todos lados para ver si era una broma,
pero asombrado, notó que nadie la miraba.
“No te hagas problema, el único que me ves
sos vos” le dijo con un acento que no era griego precisamente.
No tenía fiebre y la preocupación empezó
a convertirse en miedo. Jamás había tenido
una alucinación en su vida. Ni a los tres años
cuando llegó a tener mas de cuarenta grados de fiebre
por una neumonía.
“¿Así que sos escritor”?
“No, soy alumno de séptimo y algún día
voy a escribir un libro de historia sobre los doscientos
años de la Argentina”, le dijo, “¿Y
vos de donde te escapaste, de un circo o me están
haciendo una broma para la tele?”
“No, de un circo no” “No seas irrespetuoso”
“Cada cien años salgo de la estatua y me doy
una vuelta por el barrio para ver como andan las cosas”.
“Dejá de pensar macanas” No tenés
nada.”Te elegí a vos porque se que querés
escribir algo de lo que pasó en estos dos siglos
mas que complicados”
En realidad la Pirámide de Mayo la construyeron en
1811 pero da igual, yo ya estaba por acá.
“Así que sos como una especie de genio, ¿como
el de Aladino…”?
Momentito che, que soy una dama. En todo caso una genia.
Pero no, por estas playas no abundan, yo soy simplemente
el fantasma de la Libertad.
“Dejame de embromar, estoy harto de que me carguen…”
le dijo picado.
“Si no te interesa me vuelvo a la estatua y chau,
te quedas sin historia”
Tocado en su curiosidad y sabiendo que algo así no
ocurre todas la tardes de lluvia que uno entra a El Molino
a tomar una gaseosa, se desabrochó el último
botón del guardapolvo, sacó su cuaderno y
le dijo simplemente “Te escucho”.
Lo que esa mujer le contó esa tarde de mayo era para
llenar mil páginas. De libros de historia, de novelas,
de poemas…
Por sus ojos habían pasado los French, los Moreno,
los Saavedra…había visto levantarse edificios,
derrumbar la vieja Buenos Aires, había visto llegar
gentes de otros lados y había escuchado como cambiaba
el idioma de los porteños. Su música y su
ropa. Desde el minué en las casas patricias hasta
la cumbia en el San Telmo del 2010.
Le contó de degüellos y de ahorcados, de fusilados
y apaleados, de la cobardía de los virreyes, de la
valentía de los anónimos. De amores desgraciados,
de festejos y de lutos.
Como una letanía iba desgranando la historia de estos
doscientos años y ha veces se emocionaba, le ganaba
la ira o la alegría y había lágrimas
de profundo dolor…Había sido testigo de todo
y jamás pudo hacer nada por nadie.
Vio llenarse la Plaza por gente copetuda que se hacía
llamar decente y también vio llegar a los otros,
a los de alpargatas con sus gritos y sus bombos. Le contó
de discursos memorables y de otros de los que mejor ni acordarse.
De una mujer que se consumió de amor por los humildes
y a los que llegaban para cantar el odio. De las bombas
y la metralla que la salpicaron a pocos metros y al final
esas mujeres con los pañuelos que la rodeaban lúgubres,
dignas, valientes. “¿Te diste cuenta que las
mujeres, a la hora de la verdad…? “ Si ya se”,
la interrumpió algo amoscado.
De repente, recordó que su mamá debía
estar preocupada y le pidió permiso para ir a hacer
una llamada a su casa.
El mozo, no solo le negó el teléfono sino
que le aclaró que para consumir solo una gaseosa
no podía pasarse la tarde ocupando una mesa y escribiendo
los deberes…
Al volver para la mesa, la mujer del gorro y el peplo habían
desaparecido
Pagó la cuenta y salió hacia la calle y la
garúa.
Se fue caminando por la Avenida de Mayo que ya mostraba
las galas de las vísperas. Era una tarde de perros,
húmeda y fría .Prácticamente no había
nadie en la calle salvo dos chicos de su propia edad que
apilaban cartón en un carro tirado por un caballo
tan flaco que lo hizo estremecer de tristeza.
Se acercó a la Pirámide que parecía
recién pintada y que a esta hora ya estaba iluminada.
Le pareció que la griega del Escudo le había
sonreído y le devolvió el saludo. “No
creo que viva cien años” mas le dijo con un
súbito buen humor. “Pero si andas por acá,
venime a ver” A eso de las nueve me pego una vuelta
por el Molino”
Le tiró un beso con la mano, como cuando se despedía
de su mami desde la esquina y enfiló para su casa.
Si contaba lo que había pasado se le reirían
en la cara. Y ya estaba harto de las bromas.
Por suerte estaba Sergio, su compañero de banco y
amigo inseparable. El grandote que lo defendía cuando
las cargadas se ponían pesadas.
Sergio le iba a creer.
* El presente es el segundo cuento que
presentamos de los tres incluidos en el libro “Bicentenario
en el aula”, realizado por el Profesor Leonardo Killan
(autor de los mismos) con el aporte pedagógico de
las docentes Gladys Galván, Patricia Rota y Ana Simula,
y las ilustraciones de Martín Malamud y Omar Gasparini.
El libro es publicado por Editorial Biblos y se presentó
en la Feria del Libro.
Agradecemos la gentileza la autorización para publicar
este cuento. |