29 DE MAYO DE 1970
Hace 40 años se planificaba en Parque Chas el secuestro y
asesinato del General Aramburu
La casa ubicada en Bucarelli y Ballivián, en mayo de 1970
fue utilizada por la organización guerrillera Montoneros
como base de operaciones para secuestrar al General Pedro Aramburu.
Recordamos los hechos y su reflejo en los medios de la época.
También incluimos los testimonios de su actual propietaria
y del escritor Tomás Eloy Martínez.
Por Francisco Carnese
fcarnese@periodicoelbarrio.com.ar
La casa mantiene la fisonomía de entonces en la intersección
de las calles Bucarelli y Ballivián: el color ocre de las
paredes, dos plantas con ocho ventanas en su parte superior, una
puerta de madera que da salida a la esquina y otra del mismo material
sobre el lateral. El único detalle actual lo aporta el agregado
de ladrillos a la vista a media altura en la planta baja. Es una
propiedad que transmite la misma tranquilidad que el resto de las
edificaciones que conforman el apacible barrio de Parque Chas.
Mirta abre la puerta de Bucarelli 1754 y recibe a El Barrio con
la amabilidad propia de los oriundos de estos pagos, habitantes
de una parte de Buenos Aires que no se corresponde con los ritmos
y las urgencias de la gran ciudad. Ella sabe la historia, se la
hicieron conocer sus vecinos allá por 1977 cuando, junto
a su familia, decidió mudarse del centro porteño a
esta esquina. Es la segunda dueña de una casa donde hace
35 años se planeaba uno de los secuestros más resonantes
de la historia política contemporánea de la Argentina:
el del General Pedro Eugenio Aramburu a manos de la organización
guerrillera Montoneros.
“Sé que la casa estuvo clausurada antes de que lleguemos
nosotros. La dueña anterior vivía en los Estados Unidos”,
cuenta Mirta, de 57 años y tres hijas, de las cuales dos
nacieron en esta vivienda. “Cuando llegamos al barrio los
vecinos nos decían que habíamos comprado la casa de
Aramburu, así la llamaban, nosotros no teníamos idea
de lo que había pasado aquí pero con el tiempo nos
fuimos enterando”, recuerda. Luego explica que son dos casas
en una. “Yo vivo en el primer piso. La planta baja, que fue
la que alquilaron en esa época para planear el secuestro,
hoy permanece deshabitada”.
Aramburu nunca fue llevado allí, sin embargo su actual propietaria
hace referencia a una curiosa anécdota que durante años
circuló entre los habitantes del lugar. “Quizá
forme parte de una leyenda, lo cierto es que se comentaba que luego
de secuestrarlo a Aramburu lo habían escondido en el espacio
que queda en el descanso de la escalera por la que se sube a la
planta alta”, señala Mirta.
Las crónicas periodísticas y los testimonios revelan
que en mayo de 1970 la propiedad estaba alquilada a nombre de Carlos
Alberto Maguid, cuñado de Norma Arrostito (integrante de
la cúpula de Montoneros), y que desde allí partieron
los secuestradores rumbo al edificio de la calle Montevideo, casi
esquina Santa Fe, donde vivía el ex presidente de facto.
También se supo que en la casa de la calle Bucarelli se redactó
el primer comunicado sobre el secuestro dado a conocer por el grupo
guerrillero a la opinión pública.
¿Quién era Aramburu?
Pedro Eugenio Aramburu nació en la provincia de Córdoba
el 21 de mayo de 1903. Ingresó al Colegio Militar de la Nación
el 1 de marzo de 1919 y egresó como subteniente de infantería
el 22 de diciembre de 1922. Luego cursó la Escuela Superior
de Guerra, donde obtuvo el título de Oficial de Estado Mayor.
Participó activamente en la autodenominada “Revolución
Libertadora” que derrocó al General Juan Domingo Perón
en 1955. A mediados de ese año, y como resultado de un golpe
interno en las Fuerzas Armadas, asumió la presidencia provisional
de la Nación en reemplazo de Eduardo Lonardi.
Su gobierno se caracterizó por una fuerte persecución
contra el movimiento peronista: el partido fue proscrito, las universidades
fueron intervenidas y a los docentes comprometidos con ese pensamiento
se los expulsó. La Fundación Eva Perón fue
disuelta y sus bienes liquidados, mientras que el cadáver
de la mítica ex primera dama fue retirado de la CGT -que
también resultó intervenida como el resto de los sindicatos-
y transferido a un lugar por entonces desconocido. Luego se sabría
que el cuerpo estuvo en distintos lugares de Europa.
Los días 7 y 8 de junio de 1956 estalló una acción
revolucionaria que marcaría el comienzo de lo que se dio
en llamar la “resistencia peronista”. La misma estaba
dirigida por el General Juan José Valle y culminó
con el fusilamiento de éste y de un grupo importante de civiles.
Un año más tarde, y gracias a la investigación
que realizó el periodista y escritor Rodolfo Walsh, este
hecho fue conocido ante la opinión pública como “Operación
Masacre”, una novela en la cual se relatan los pormenores
de estos asesinatos ocurridos en la localidad de José León
Suarez, provincia de Buenos Aires.
Con el peronismo proscrito, en febrero de 1958 el gobierno llamó
a elecciones generales y el 1 de mayo Aramburu entregó el
mando al presidente elegido a través del voto popular, el
Dr. Arturo Frondizi. Cuando en 1963 -ya derrocado Frondizi por las
Fuerzas Armadas- el presidente provisional José María
Guido convocó a nuevas elecciones, Aramburu fue candidato
a presidente por dos partidos: la Unión del Pueblo Argentino
(UDELPA), que nació expresamente para postular su nombre,
y la Democracia Progresista. Hacia fines de la década del
60 el militar pensaba volver a la escena política con un
proyecto ligado con las ideas liberales y en el que deseaba integrar
a distintos sectores de los partidos más importantes del
país.
Por qué el secuestro
En 1970 Montoneros era un movimiento incipiente y casi desconocido
que se trazaba como objetivo central el retorno de Juan Domingo
Perón al país. El 6 de setiembre de 1974 la revista
montonera La Causa Peronista publicó un relato detallado
de la captura de Aramburu, que se transcribe en el libro La Voluntad.
Allí, la organización armada da a conocer las razones
que motivaron el secuestro:
“En este primer operativo firmado, llevado a cabo por un grupo
de combatientes muy jóvenes, en absoluta precariedad de medios
y contra un enemigo que, entonces, parecía todopoderoso,
Montoneros definió su proyecto y mostró un camino.
El primer objetivo del ‘Operativo Pindapoy’, como lo
bautizaron en un principio los Montoneros, era el lanzamiento público
de la organización y se cumplió con éxito.
En cuestión de horas, días cuanto más, todos
los argentinos supieron que las luchas peronistas, las de la Resistencia,
las del Plan de Lucha, la de los Uturuncos y todas las expresiones
combativas del peronismo se habían sintetizado en un grupo
de jóvenes dispuestos a triunfar o morir por su pueblo. Esto
lo supieron los gorilas de quince años atrás y los
gorilas de entonces. Y lo supo también la clase trabajadora,
la que siempre había creado nuevas formas de lucha contra
cada nueva estrategia imperialista, la que había dado su
ejemplo a estos Montoneros que ahora avanzaban un paso más
en la guerra: tomaban las armas hasta sus últimas consecuencias.
“El segundo objetivo era ejercer la justicia revolucionaria
contra el más inteligente de los cabecillas de la Libertadora.
Porque si Rojas fue la figura más acabada del gorilismo,
Pedro Eugenio Aramburu fue, en cambio, su cerebro y artífice.
En Aramburu, el pueblo había sintetizado al antipueblo. El
vasco era responsable directo de los bombardeos a la Plaza de Mayo,
de las persecuciones y las torturas. Aramburu era culpable directo,
además, del fusilamiento de 27 patriotas durante la represión
brutal de junio del 56. Sobre él ejerció Montoneros
la justicia de ese pueblo”.
En el mismo artículo, se reconstruye también una charla
entre los jefes montoneros Mario Eduardo Firmenich y Norma Arrostito,
donde se brindan más precisiones respecto al por qué
del secuestro y al modo en que lo llevarían adelante:
“Firmenich: El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño
nuestro. Concebimos la operación a comienzos de 1969. Había
de por medio un principio de justicia popular -una reparación
por los asesinatos de junio del 56-, pero además queríamos
recuperar el cadáver de Evita, que Aramburu había
hecho desaparecer. Pero hubo que dejar transcurrir el tiempo, porque
aún no teníamos formado el grupo operativo. Entre
tanto, trabajábamos en silencio. La ejecución de Aramburu
debía significar precisamente la aparición pública
de le organización. A fines del 69 pensamos que ya era posible
encarar el operativo. A los móviles iniciales se había
sumado en el transcurso de ese año le conspiración
golpista que encabezaba Aramburu para dar una solución de
recambio al régimen militar, debilitado tras el cordobazo.
Por la importancia política del hecho, por el significado
que atribuíamos a nuestra propia aparición, fuimos
a la operación con el criterio de todo o nada. El grupo inicial
de Montoneros se juega a cara o ceca en ese hecho.
“Arrostito: Toda la ‘organización’ éramos
doce personas, entre los de Buenos Aires y los de Córdoba.
En el operativo jugamos diez. Lo empezamos a fichar a comienzos
del 70, sin mayor información. Para sacar direcciones, nombres,
fotos fuimos a las colecciones de los diarios, principalmente de
La Prensa. En una revista, Fernando (Abal Medina) encontró
fotos interiores del departamento de la calle Montevideo. Eso nos
dio una idea de cómo podían ser las cosas adentro.
“Firmenich: Pero dedicamos el máximo esfuerzo al fichaje
externo. El edificio donde él vivía está frente
al colegio Champagnat y averiguamos que en el primer piso -de ese
colegio- había una sala de lectura o una biblioteca. Entonces
nos colamos y fuimos a leer ahí. El que inauguró el
método fue Fernando, que era bastante desfachatado. Más
que leer, mirábamos por la ventana. Nos quedábamos
por períodos cortos, media hora, una hora. Nunca nadie nos
preguntó nada.
“Arrostito: Allí lo vimos por primera vez, de cerca.
Solía salir alrededor de las once de la mañana, a
veces antes, a veces después, a veces no salía. Lo
vimos tres veces desde el Champagnat. Después fichamos desde
la esquina de Santa Fe, en forma rotativa. Llegamos a hacer relevos
cada cinco minutos. Teníamos que hacer así porque
en esa esquina había un cabo de consigna, uno rubio, gordito,
y no queríamos llamar la atención.
“Firmenich: A medida que chequeábamos fuimos variando
el modelo operativo. La primera idea había sido levantarlo
por la calle cuando salía a caminar. Pensábamos llevar
uno de esos autos con cortina en la luneta y tapar las ventanillas
con un traje a cada lado. Le dimos muchas vueltas a la idea hasta
que la descartamos y resolvimos entrar y sacarlo directamente del
octavo piso. Para eso hacía falta una buena ‘llave’.
La mejor excusa era presentarse como oficiales del Ejército.
El Gordo (Emilio Angel) Maza y otro compañero habían
sido liceístas, conocían el comportamiento de los
militares. Al gordo Maza incluso le gustaba, era bastante milico,
y le empezó a enseñar a Fernando los movimientos y
las órdenes. Ensayaban juntos.
“Arrostito: Compraron parte de la ropa en la casa Isola, una
sastrería militar en la Avenida de Mayo, al lado de Casa
Muñoz. Fernando Abaltenía 23 años, (Carlos)
Ramus y Firmenich 22, Capuano Martínez, 21. Cortándose
el pelo pasaban por colimbas. Así que allí compramos
las insignias, las gorras, los pantalones, las medias, las corbatas.
Para comprar algunas cosas hasta se hicieron pasar por boy-scouts.
Un oficial retirado peronista donó su uniforme: simpatizaba
con nosotros, aunque no sabía para qué lo íbamos
a usar. El problema es que a Fernando le quedaba enorme. Tuve que
hacer de costurera, amoldárselo al cuerpo. La gorra la tiramos
-era un gorrón-, le bailaba en la cabeza, pero usamos la
chaquetilla y las insignias (...).
“La casa operativa estaba en Bucarelli y Ballivián,
Villa Urquiza. Allí teníamos un laboratorio fotográfico.
La noche del 28 de mayo Fernando lo llamó a Aramburu por
teléfono, con un pretexto cualquiera. Aramburu lo trató
bastante mal, le dijo que se dejara de molestar o algo así.
Pero ya sabíamos que estaba en su casa. Dentro de Parque
Chas dejamos estacionados esa noche los dos autos operativos: la
pick-up Chevrolet, un Peugeot 404 blanco y tres coches más
que se iban a necesitar: una Renoleta 4L blanca mía, un taxi
Ford Falcon que estaba a nombre de Firmenich y una pick-up Gladiator
380 a nombre de la madre de Ramus”.
El secuestro y la ejecución
El 29 de mayo a la mañana el grupo de montoneros, la mayoría
de ellos disfrazados con ropa militar, salieron de la casa de Parque
Chas rumbo al domicilio de Aramburu. Así lo relataban los
propios protagonistas en esa charla reconstruida por la revista
de la época y recopilada en el libro La Voluntad:
“Arrostito: En el Peugeot 404 subieron Capuano Martínez,
que iba de chofer, con otro compañero, los dos de civil pero
con el pelo bien cortito, y detrás Maza con uniforme de capitán
y Fernando Abal, como teniente primero.
“Firmenich: Ramus manejaba la pick-up Chevrolet y la ‘flaca’
(Arrostito) lo acompañaba en el asiento de adelante. Detrás
iba un compañero disfrazado de cura (Carlos Maguid) y yo
con uniforme de cabo de la policía.
“Arrostito: Yo llevaba una peluca rubia con claritos y andaba
bien vestida y un poco pintarrajeada. El Peugeot iba adelante por
Santa Fe. Dobló en Montevideo, entró en el garaje.
Capuano se quedó al volante y los otros tres bajaron. Le
pidieron permiso al encargado para estacionar un ratito. Cuando
vio los uniformes, dijo que sí enseguida. Salieron caminando
a la calle y entraron en Montevideo 1053. Nosotros veníamos
detrás con la pick-up. En la esquina de Santa Fe bajé
yo y fui caminando hasta la puerta misma del departamento. Me paré
allí. Tenía una pistola.
“Firmenich: Nosotros seguimos hasta la puerta del Champagnat
y estacionamos sobre la vereda. ‘El cura’ y yo nos bajamos.
Dejé la puerta abierta con la metralleta sobre el asiento,
al alcance de la mano. Había otra en la caja al alcance del
otro compañero. También llevábamos granadas.
Ese día no vi al cana de la esquina. Mi preocupación
era qué hacer si me aparecía, ya que era ‘mi
superior’, tenía un grado más que yo. Pasaron
dos cosas divertidas. Se arrimó un Fiat 600 y el chofer me
pidió permiso para estacionar. Le dije que no. Quiso discutir:
‘¿Y porque la pick-up sí?’. Le dije ‘¡Circule!’.
Se fueron puteando. En eso pasó un celular, le hice la venia
al chofer y el tipo me contestó con la venia. De golpe lo
increíble. Habíamos ido allí dispuestos a dejar
el pellejo, pero no: era Aramburu el que salía por la puerta
de Montevideo y el gordo Maza lo llevaba con un brazo por encima
del hombro, como palmeándolo, y Fernando lo tomaba del otro
brazo. Caminaban apaciblemente”.
Lo que había sucedido adentro del edificio también
fue relatado con lujo de detalles por el jefe montonero: “Un
compañero quedó en el séptimo piso con la puerta
del ascensor abierta, en función de apoyo: Fernando y el
gordo subieron un piso más. Tocaron el timbre, rígidos
en su postura militar, Fernando un poco más por la ‘metra’
que llevaba bajo el pilotín verde oliva. Los atendió
la mujer del general. No le infundieron dudas: eran oficiales del
Ejército. Los invitó a pasar, les ofreció café
mientras esperaban que Aramburu terminara de bañarse. Al
fin apareció, sonriente, impecablemente vestido. Tomó
café con ellos mientras escuchaba complacido el ofrecimiento
de custodia que le hacían esos jóvenes militares.
A Maza le descubrió enseguida el acento: ‘Usted es
cordobés’. ‘Sí mi General’. Las
cortesías siguieron un par de minutos mientras el café
se enfriaba y el tiempo también. Y los dos muchachos agrandados
se paraban y desenfierraban y la voz cortante de Fernando dijo:
‘Mi General, usted viene con nosotros’. Así,
sin mayores explicaciones. A las nueve de la mañana. ¿Si
se resistía? Lo matábamos ahí, ese era el plan,
aunque no quedara ninguno de nosotros vivos”.
Los secuestradores subieron a Aramburu al Peugeot y tomaron la avenida
Figueroa Alcorta. Cerca de la facultad de Derecho realizaron un
transbordo a una camioneta que los aguardaba, luego hicieron otro
cambio de vehículo y desde allí partieron a un casco
de estancia ubicado en Timote, una pequeña localidad cercana
a Carlos Tejedor, en la provincia de Buenos Aires. La organización
guerrillera dio entonces a conocer su Comunicado Nº 1, que
comenzaba con la consigna “Perón vuelve” y se
dirigía al “Pueblo de la Nación”. El escrito
estaba fechado el viernes 29 de mayo y decía lo siguiente:
“Hoy a las 9.30 horas nuestro comando procedió a la
detención de Pedro Eugenio Aramburu, cumpliendo una orden
emanada de nuestra conducción a los fines de someterlo a
juicio revolucionario. Sobre Pedro Eugenio Aramburu pesan los cargos
de traidor a la patria, al pueblo y asesinato en la persona de veintisiete
argentinos”. Luego se explicaban más detalladamente
los argumentos en contra del militar y el comunicado finalizaba
con la consigna “¡Perón o Muerte! ¡Viva
la Patria!”, firmado por el “Comando Juan José
Valle - Montoneros”. Fernando Abal Medina fue quien le comunicó
a Aramburu los cargos que la organización guerrillera le
imputaba -entre los que se encontraban, además de los mencionados
en el comunicado, el robo del cadáver de Eva Perón
y el supuesto golpe militar que preparaba contra el gobierno de
Onganía- y en la noche le dieron a conocer la decisión
que habían tomado de fusilarlo. Finalmente, a la mañana
del 30 de mayo el propio Abal Medina fue quien realizó los
disparos de una pistola 9 milímetros que terminaron con la
vida del militar.
La noticia fue dada a conocer por los propios Montoneros en un nuevo
comunicado, muy escueto, que todas las radios difundieron y que
decía: “Perón vuelve. Aramburu fue ejecutado
a las siete de la mañana. Que Dios, nuestro señor,
se apiade de su alma. ¡Perón o muerte! ¡Viva
la Patria! Montoneros”.
Testimonios periodísticos
Una vez consumado el secuestro de Aramburu, las informaciones aparecidas
los días posteriores en los diarios eran confusas. No se
tenían pistas de quiénes habían sido los autores
del hecho, como tampoco se sabía con certeza si el militar
estaba o no muerto. Los comunicados enviados por los montoneros
eran la única fuente de información con la que contaban
investigadores y periodistas y en ocasiones se dudaba de su veracidad.
El 1 de julio de 1970 un grupo de 15 montoneros, entre los que se
encontraban Maza e Ignacio Vélez, que habían participado
en el secuestro de Aramburu, tomaron por asalto La Calera, un pueblo
de la provincia de Córdoba. La operación fue un fracaso,
varios integrantes de ese grupo resultaron muertos y otros quedaron
detenidos. Este operativo fallido de la organización guerrillera
le permitió a la policía dar con una parte de los
integrantes del comando que secuestró a Aramburu y seguir
las pistas en busca del resto de los integrantes.
El 11 de julio el diario La Nación señalaba lo siguiente:
“Por razones de seguridad, los detenidos que se encuentran
en la Capital Federal están incomunicados y se los aloja
en la sección robos y hurtos, única dependencia en
el Departamento de Policía que cuenta con celdas individuales.
En esas condiciones está el matrimonio integrado por Carlos
Alberto Maguid y Nélida Arrostito (hermana de una de las
jefas de la organización), ambos argentinos, domiciliados
en Bucarelli 1752”. Al día siguiente, en la tapa de
los diarios nacionales más importantes del país, se
publicaba la foto de los tres principales implicados en la causa:
Norma Arrostito, Mario Eduardo Firmenich y Fernando Abal Medina,
que hasta ese momento permanecían prófugos.
Una semana después fueron encontrados los restos de Aramburu,
luego de una excavación realizada en la estancia donde había
estado secuestrado. Así relataba lo sucedido el diario La
Nación: “El pequeño establecimiento de campo
donde fue hallado el cadáver está situado en una localidad
denominada Timote, cuya población es de unas 500 personas.
El campo pertenece a un hacendado fallecido. Su hijo, Carlos Gustavo
Ramus, argentino de 22 años, estudiante, se dedicaba hasta
ahora a trabajar el establecimiento y a negocios de hacienda en
sociedad con Mario Eduardo Firmenich”.
El 19 de julio, en una nota que reconstruye los pormenores del secuestro,
el diario La Razón informaba que a raíz de las detenciones
en La Calera se halló una autorización de manejo a
nombre de Carlos Maguid y que “la pesquisa se orientó
entonces hacia el domicilio de éste en Villa Urquiza, donde
se habrían hallado papeles comprometedores, negativos fotográficos
de las pertenencias que llevaba el Teniente General Aramburu al
ser secuestrado y otros elementos”.
Finalmente, en La Nación del 21 de julio se confirmaba que
en el mismo momento en que Aramburu era conducido a la estancia
de Timote un grupo se dirigió en un auto hacia Villa Urquiza
y que “en las inmediaciones del domicilio de Maguid descendieron
del vehículo Vélez y Mazza, llegando luego a la casa
de la calle Bucarelli, donde Maguid redactó el comunicado
Nº 1”.
Hoy, a excepción de Mario Firmenich, radicado desde hace
varios años en España, no existe ningún sobreviviente
de aquel episodio que convulsionó al país 35 años
atrás. Sólo queda esta casa de Parque Chas como el
testimonio material más elocuente de que allí se dio
el puntapié inicial a un hecho que marcaría a fuego
la convulsionada y violenta década del 70.
La casa de Parque Chas, según Tomás Eloy Martínez
En su novela El cantor de tango, el escritor y periodista Tomás
Eloy Martínez dedica un extenso capítulo a la casa
de Parque Chas donde se planificó el secuestro de Aramburu.
El propio autor, consultado por El Barrio, explicó las razones
que lo motivaron a incluir este tema en su obra: “Elegí
contar el secuestro de Aramburu como parte de un proyecto narrativo.
En La novela de Perón y Santa Evita la muerte de Aramburu
juega un papel central. Lo que quise fue darle un cierre a esas
historias en El cantor de tango contando, por un lado, la conjura
y, por el otro, el segundo secuestro, el del cadáver. Ya
no creo que sea necesario volver más sobre el tema en mis
próximas novelas”.
En cuanto a la descripción de la casa que habían alquilado
los montoneros, como así también respecto al desarrollo
de los hechos, Tomás Eloy Martínez señaló
que “todas las crónicas de la época del secuestro
de Aramburu -sobre las cuales se basan algunas informaciones incluidas
en El cantor de tango- indican que la casa de Bucarelli y Ballivián
era una de las llamadas casas operativas donde se reunieron los
conjurados para planificar el secuestro. A partir de esos datos
escuetos, la novela imagina, transfigura la realidad, tal como hacen
todas las novelas”.
Si bien responden a la imaginación de la literatura, como
señala su autor, los fragmentos de El cantor de tango que
se transcriben a continuación ofrecen muchos datos reales
vinculados al hecho en cuanto a las características de la
casa, los detalles del secuestro y las pertenencias con las que
contaba Aramburu al momento de su captura.
“Parque Chas es un sitio apacible, dijo Alcira. Lo que sucede
en cualquier punto del barrio se sabe al mismo tiempo en todos.
Los chismes son el hilo de Ariana que atraviesa las paredes infinitas
del laberinto. El auto que nos llevaba se detuvo en la esquina de
Bucarelli y Ballivián, junto a una casa de tres plantas pintada
de un raro color ocre, muy claro, que parecía arder bajo
la última luz de la tarde. Como tantos otros solares de la
zona, ocupaba un espacio triangular, con unas ocho ventanas en la
segunda planta y dos a la altura de la calle, más tres ventanas
en la terraza. La puerta de entrada estaba hundida en el vértice
de la ochava, como la úvula de una garganta profunda. Enfrente
se amodorraba uno de esos negocios que sólo existen en Buenos
Aires, las galletiterías. En los años prósperos,
exhibían bizcochos de variedades insólitas, desde
estrellas de jengibre y cubos rellenos con miel de asfódelo
hasta redondeles de jazmín, pero la decadencia argentina
los había envilecido, convirtiéndolos en despachos
de gaseosas, caramelos y peines. A partir de la esquina de Ballivián,
la calle Bucarelli se alzaba en pendiente, una de las pocas que
interrumpen la lisura de la ciudad. Dos grafitti recién pintados
declaraban ‘Masacre Palestina’ y, bajo una imagen benévola
de Jesús, ‘Qué bueno es estar con vos’.
“Apenas Sabadell desenfundó la guitarra, las calles
que parecían desiertas empezaron a poblarse de gente inesperada,
me dijo Alcira: jugadores de bochas, vendedores de lotería,
matronas con los ruleros mal puestos, ciclistas, contadores con
mangas de lustrina y las jóvenes coreanas que estaban en
la galletitería. Los que llevaban sillas plegadizas las colocaron
en semicírculo ante la casa ocre. Pocos habían visto
a Martel alguna vez y quizá ninguno lo había oído.
Las escasas imágenes que se conocen del cantor, publicadas
en el diario Crónica y en el semanario El Periodista, en
nada se parecen a la figura hinchada y envejecida que llegó
a Parque Chas aquella tarde. Desde una de las ventanas cayó
un aplauso y la mayoría hizo coro. Una mujer pidió
que cantara Cambalache y otra insistió en Yira, yira, pero
Martel alzó los brazos y les dijo: ‘Disculpen. En mi
repertorio omito los tangos de Discépolo. He venido a cantar
otras letras, para evocar a un amigo’.
“No sé si leíste alguna historia sobre la muerte
de Aramburu, me dijo Alcira. Sería imposible. Pedro Eugenio
Arambru. ¿Por qué sabrías algo de eso, Bruno,
en tu país, donde nada ajeno se sabe? Aramburu fue uno de
los generales que derrocó a Perón en 1955. Durante
los dos años que siguieron ocupó la presidencia de
facto, consintió el fusilamiento sin juicio de veintisiete
personas y ordenó que el cadáver de Eva Perón
fuera sepultado al otro lado del océano. En 1970, se aprestaba
a recuperar el poder. Un puñado de jóvenes católicos,
enarbolando la cruz de Cristo y la bandera de Perón, lo secuestró
y lo condenó a muerte en una finca de Timote. La casa ocre
de la calle Bucarelli fue uno de los refugios donde se tramó
el atentado. El Mocho Andrade, que había sido compañero
de juegos de Martel, era uno de los conjurados, pero nadie lo supo.
Se fugó sin dejar rastros, sin dejar memoria, como si jamás
hubiera existido. Cuatro años más tarde apareció
en la casa de Martel, contó su versión de los hechos,
y esa vez sí desapareció para siempre”
"(...) Durante seis meses, Andrade ocupó un cuarto en
la casa ocre de la calle Bucarelli. En reuniones que duraban hasta
el amanecer, discutía allí los detalles del secuestro
de Aramburu con los otros conjurados. Su misión consistía
en ayudar al dueño de casa, ciego de un ojo e inhábil
con el otro, a dibujar los planos del departamento donde vivía
el ex presidente y a fotografiar el garaje contiguo de la calle
Montevideo, el bar El Cisne -que estaba en la esquina- y el puesto
de revistas de la avenida Santa Fe, donde siempre había gente.
Memorizaban las fotos, tomaban notas y luego quemaban los negativos.
Dos semanas antes de la fecha elegida para el secuestro, el Mocho
diseñó el itinerario de la fuga. Fue él quien
encontró los descampados donde el prisionero debía
ser trasladado de un vehículo a otro; fue también
él quien decidió que el último vehículo,
una camioneta Gladiator, llevara una carga hueca de fardos de alfalfa,
dentro de la cual viajaría el secuestrado y los hombres que
debían vigilarlo. Lo que más le importaba de aquella
aventura era registrar con su cámara cada uno de los pasos:
la salida de Aramburu del edificio de la calle Montevideo custodiado
por dos falsos oficiales del ejército; el terror de su cara
en la Gladiator; los interrogatorios en la finca de Timote, donde
lo llevaron para juzgarlo; el anuncio de la condena a muerte, el
momento de la ejecución. A última hora, sin embargo,
le ordenaron que se quedara en la casa de la calle Bucarelli, para
que comandara la eventual retirada. Los conspiradores grabaron cada
una de las palabras que Aramburu balbuceó o dijo durante
aquellos días, pero no tomaron fotografías. El jefe
del operativo, que era un aficionado, trató de registrar
su imagen recortada sobre una pared blanca, pero el rollo se rompió
al apretar el obturador por quinta vez y las tomas se perdieron.
Quedar al margen de la aventura decepcionó tanto al Mocho
que desapareció de Parque Chas sin avisar, como tantas otras
veces. Los conspiradores temieron que los denunciara, pero su naturaleza
no era la de un traidor. Se alojó bajo nombres falsos en
una pensión de mala muerte, y a la semana siguiente regresó
a la calle Bucarelli a buscar su ropa. La casa estaba vacía.
En el laboratorio fotográfico, sobre la pileta de revelado,
encontró los negativos de tres fotos tomadas, sin duda, por
el torpe y cegato dueño del lugar. Identificó las
imágenes al instante, porque sus compañeros las habían
enviado a todos los diarios de la mañana, y algunos las exhibieron
en la primera página. Una reproducía los dos bolígrafos
Parker, el pequeño calendario y la traba de corbata que Aramburu
llevaba cuando lo capturaron; otra exhibía su reloj de pulsera;
la tercera, una medalla entregada en mayo de 1955 por el Regimiento
5 de Infantería. Pensó que era una grave torpeza no
haber destruido los negativos, y los quemó allí mismo,
con la llama de su encendedor. No advirtió que el pequeño
rectángulo con la imagen de la medalla se le cayó
por una ranura casi invisible, entre la pileta de revelado y una
pared de mampostería. Los investigadores del ejército
lo encontraron allí cuarenta días más tarde,
cuando el desastre de La Calera ya había descifrado las claves
del secuestro”.
on Dec 18th, 2007
Cómo murió Aramburu
Por Mario Firmenich y Norma Arrostito, en La causa peronista, 1974
Era la una y media de la tarde del 29 de mayo de 1970. Las radios
de todo el país Interrumpieron su programación para
dar cuenta de una noticia que poco después conmovería
al país. “Habría sido secuestrado el Teniente
General Pedro Eugenio Aramburu”.
Era la una y media de la tarde. Esquivando puestos policiales y
evitando caminos transitados, una pick up Gladiator avanzaba desde
hacia cuatro horas rumbo a Timote.
En la caja, escondido tras una carga de fardos de pasto, viajaba
el “fusilador” de Valle escoltado por dos jóvenes
peronistas. Lo habían ido a buscar a su propia casa. Lo habían
sacado a pleno día, en pleno centro de la Capital y lo habían
detenido en nombre del pueblo.
Uno de los jóvenes peronistas tenía a mano un cuchillo
de combate, ante cualquier eventualidad, ante la posibilidad de
una trampa policial, ante la certeza de no poder escapar de un cerco
o una pinza, iba a eliminar al jefe de la Libertadora. Aunque después
cayeran todos. Así se había decidido desde el principio”.
El “fusilador” tenía que pagar sus culpas a la
justicia del pueblo.
Era el 29 de mayo de 1970. El día en que el Onganiato festejaba
por última vez el Día del Ejército. El día
en que el pueblo festejaba el primer aniversario del Cordobazo.
Habían nacido los Montoneros. El “Aramburazo”,
como lo bautizó el pueblo, que jamás tuvo dudas respecto
de los autores del operativo, fue el lanzamiento público
de una organización político militar que habría
de transformarse, en poco tiempo en ejemplo y bandera del peronismo,
en la máxima expresión de la lucha del pueblo contra
el imperialismo y todos sus aliados y sirvientes nativos.
En este primer operativo firmado, llevado a cabo por un grupo de
combatientes muy jóvenes, en absoluta precariedad de medios
y contra un enemigo que, entonces, parecía todopoderoso.
Montoneros definió su proyecto y mostró un camino.
El “Aramburazo” logró, en ese sentido, la mayoría
de sus objetivos.
El primer objetivo del “Operativo Pindapoy”, como lo
bautizaron en un principio los Montoneros era el lanzamiento público
de la Organización, se cumplió con éxito. En
cuestión de horas, días cuanto más, todos los
argentinos supieron que las luchas peronistas, las de la Resistencia;
las del Plan de Lucha, la de los Uturuncos y toda las expresiones
combativas del peronismo, se habían sintetizado en un grupo
de jóvenes dispuestos a triunfar o morir por su pueblo. Esto
lo supieron los gorilas de quince años atrás y los
gorilas de entonces. Y lo supo también la clase trabajadora,
la que siempre había creado nuevas formas de lucha contra
cada nueva estrategia imperialista, la que había dado su
ejemplo a estos Montoneros que ahora avanzaban un paso más
en la guerra: tomaban las armas hasta sus últimas consecuencias.
El segundo objetivo era ejercer la justicia revolucionaria contra
el más inteligente de los cabecillas de la Libertadora. Porque
si Rojas fue la figura más acabada del gorilismo, Pedro Eugenio
Aramburu fue, en cambio, su cerebro y artífice. En Aramburu,
el pueblo había sintetizado al antipueblo. El vasco era responsable
directo de los bombardeos a la Plaza de Mayo, de las persecuciones
y las torturas. Aramburu era culpable directo, además, del
fusilamiento de 27 patriotas durante la represión brutal
de Junio del 56. Sobre él ejerció Montoneros la justicia
de ese pueblo.
Por primera vez el pueblo podía sentar a un cipayo en el
banquillo y juzgarlo y condenarlo. Eso hizo Montoneros en Timote:
mostró al pueblo que, más allá de las trampas,
las argucias legales y los códigos para reprimir a los trabajadores,
había un camino hacia la Verdadera Justicia, la que nace
de la voluntad de un pueblo. Aramburu fue, además, culpable
de un delito que a los peronistas los había herido e indignado
como pocas veces se indignó este pueblo. Aramburu había
sido el artífice del robo y desaparición del cadáver
de la compañera Evita. El pueblo lo sabía. Por esa
intuición que lo caracteriza, el pueblo sabía, sin
tener que preguntarle a nadie, que Aramburu era culpable de ese
robo y de la mutilación del cuerpo de la Abanderada de los
Trabajadores. Su recuperación, uno de los objetivos fundamentales
del Aramburazo, no se pudo lograr. La negativa del “fusilador”
a confesar, amparándose en un pacto “de honor”
con otros gorilas, impidió que Montoneros supiera exactamente
el paradero del cuerpo.
El último objetivo del Aramburazo se inscribía en
la situación política que vivía el país
en aquel momento.Aramburu conspiraba contra Onganía. Pero
el proyecto de Aramburu para reemplazar el régimen corporativista
de Onganía era políticamente más peligroso.
Aramburu se proponía lo que luego se llamó el Gran
Acuerdo Nacional, la integración del peronismo al sistema
liberal a través de “peronistas” de la calaña
de Paladino, Coria y todos los burócratas y participacionistas.
Aramburu, que fragoteaba con varios generales en actividad, había
superado hacía mucho la torpeza gorila del 55 en materia
política. En 1970 era un agente hábil del Imperialismo,
un hombre que intenta vaciar al peronismo de contenido popular,
en una maniobra eleccionaria de trampa. Usar al “peronismo
de corbata” y a los traidores que aparecían como dirigentes
para aniquilar al Movimiento, para aislar definitivamente al General
de los peronistas. No le hubiera resultado muy difícil “engrupir
a la gilada”, ofreciendo el olvido de viejos rencores, el
mea culpa por los muertos, la negociación de los restos de
Evita. En fin, todo lo que intentó Lanusse tres años
después y que desbarató el pueblo. Pero en un momento
en que las fuerzas del peronismo estaban lejos de ser óptimas.
Y este objetivo también lo logró Montoneros. La dictadura
tuvo que esperar dos años para intentar la trampa. Para entonces
aquel reducido grupo era una organización poderosa. Y sus
cantos de guerra ya no eran las lagrimas de algún viejo peronista
emocionado por el acto de justicia histórica de “los
muchachos de la guerrilla” ahora la voz de las multitudes
que enfrentaban al régimen en todos los frentes de batalla
con las banderas de todos los jóvenes que, un 29 de mayo,
se largaron al todo o nada para enseñarle al imperialismo
como contraataca y cómo golpea el pueblo a medida que se
va organizando en la lucha.
MARIO: El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño
nuestro. Concebimos la operación a comienzos de 1969. Había
de por medio un principio de justicia popular-una reparación
por los asesinatos de junio del 56-, pero además queríamos
recuperar el cadáver de Evita, que Aramburu había
hecho desaparecer.
Pero hubo que dejar transcurrir el tiempo, porque aún no
teníamos formado el grupo operativo. Entre tanto, trabajábamos
en silencio: le ejecución de Aramburu debía significar
precisamente la aparición pública de le organización.
A fines del 69 pensamos que ya ere posible encarar el operativo.
A los móviles iniciales, se había sumado en el transcurso
de ese año le conspiración golpista que encabezaba
Aramburu para dar una solución de recambio al régimen
militar, debilitado tras el cordobazo.
Por la Importancia política del hecho, por el significado
que atribuíamos a nuestra propia aparición, fuimos
a la operación con el criterio de todo o nada. El grupo Inicial
de Montoneros se juega e cara o ceca en ese hecho.
ARROSTITO: Toda la “organización” éramos
doce personas, entre los de Buenos Aires y los de Córdoba.
En el operativo jugamos diez.
Lo empezamos a fichar a comienzos del 70, sin mayor información.
Para sacar direcciones, nombres, fotos, fuimos a las colecciones
de los diarios, principalmente de La Prensa. En una revista, Fernando
encontró fotos interiores del departamento de la calle Montevideo.
Eso nos dio una idea de cómo podían ser las cosas
adentro.
MARIO: Pero dedicamos el máximo esfuerzo al fichaje externo.
El edificio donde él vivía está frente al colegio
Champagnat, y averiguamos que en el primer piso - de ese colegio
- había una sala de lectura o una biblioteca. Entonces nos
colamos y fuimos a leer ahí. El que inauguró el método
fue Fernando, que era bastante desfachatado. Más que leer,
mirábamos por la ventana. Nos quedábamos por periodos
cortos, media hora, una hora.
Nunca nadie nos preguntó nada.
ARROSTITO: Allí lo vimos por primera vez, de cerca. Solía
salir alrededor de las once de la mañana, a veces antes,
a veces después, a veces no salía. Lo vimos tres veces
desde el Champagnat.
Después fichamos desde la esquina de Santa Fe, en forma rotativa.
Llegamos a hacer relevos cada cinco minutos. Teníamos que
hacer así porque en esa esquina había un cabo de consigna,
uno rubio, gordito, y no queríamos llamar la atención.
MARIO: A medida que chequeábamos, fuimos variando el modelo
operativo. La primera idea había sido levantarlo por la calle
cuando salía a caminar. Pensábamos llevar uno de esos
autos con cortina en la luneta y tapar las ventanillas con un traje
a cada lado. Le dimos muchas vueltas a la idea hasta que la descartamos
y resolvimos entrar y sacarlo directamente del octavo piso.
Para eso hacía falla una buena “llave”. La mejor
excusa era presentarse como oficiales del Ejército. El Gordo
Maza y otro compañero habían sido liceístas,
conocían el comportamiento de los militares. Al Gordo Maza
incluso le gustaba, era bastante milico, y le empezó a enseñar
a Fernando los movimientos y las órdenes. Ensayaban juntos.
ARROSTITO: Compraron parte de la ropa en la casa Isola, una sastrería
militar en la Avenida de Mayo, al lado de Casa Muñoz. Fernando
Abal tenía 23 años, Ramus y Firmenich 22, Capuano
Martínez, 21. Cortándose el pelo pasaban por colimbas.
Así que allí compramos las insignias, las gorras,
los pantalones, las medias, las corbatas. Para comprar algunas cosas,
hasta se hicieron pasar por boy-scout. Un oficial retirado peronista
donó su uniforme: simpatizaba con nosotros, aunque no sabia
para qué lo íbamos a usar. El problema es que a Fernando
le quedaba enorme. Tuve que hacer de costurera, amoldárselo
al cuerpo. La gorra la tiramos -era un gorrón - le bailaba
en la cabeza pero usamos la chaquetilla y las insignias.
¿COMO ENTRAR?
MARIO: Una cosa que nos llamó la atención es que Aramburu
no tenía custodia, por lo menos afuera. Después se
dijo que el ministro Imaz se la había retirado pocos días
antes del secuestro, pero no es cierto. En los cinco meses que estuvimos
chequeando, no vimos custodia exterior ni ronda de patrulleros.
Solamente el portero tenía pinta de cana, un morocho corpulento.
A alguien se le ocurrió: Si no tenía custodia, ¿Por
qué no íbamos a ofrecérsela? Era absurdo, pero
esa fue la excusa que usamos.
El terreno. Justo en esos días que la operación iba
tomando forma, a alguien se le ocurre arreglar la calle Montevideo,
una de esas reparaciones de luz o de gas que siempre están
haciendo; vaya a saber. Lo cierto es que rompieron medía
calle, justo del lado de su casa y nosotros teníamos que
poner la contención ahí.
Era un problema. Pensamos cortar la calle con uno de esos letreros
que dicen “En reparación”, “Hombres trabajando”.
Pero lo descartamos.
Después nos fijamos que el garaje del Champagnat daba justo
frente a la puerta del edificio y que en dirección a Charcas
había otro garaje, y que ahí el pavimento no estaba
roto. Entonces la contención iba a estar ahí:
un coche sobre la vereda del Champagnat, el otro en el garaje.
LA HORA SEÑALADA
La planificación final la hicimos en la casa de Munro donde
vivíamos Capuano, Martínez y yo. Allí pintamos
con aerosol la pick-up Chevrolet que iba a servir de contención.
La pintamos con guantes, hacíamos todo con guantes, para
no dejar impresiones digitales. No sabíamos mucho sobre el
asunto pero por las dudas no dejábamos huellas ni en los
vasos y en las prácticas, llegamos a limpiar munición
por munición con un trapo.
ARROSTITO: La casa operativa era la que alquilábamos Fernando
y yo, en Bucarelli y Ballivián, Villa Urquiza. Allí
teníamos un laboratorio fotográfico. La noche del
28 de mayo, Fernando lo llamó a Aramburu por teléfono,
con un pretexto cualquiera. Aramburu lo trató bastante mal,
le dijo que se dejara de molestar o algo así. Pero ya sabíamos
que estaba en su casa. Dentro de Parque Chas dejamos estacionados
esa noche los dos autos operativos: la pick-up Chevrolet y un Peugeot
404 blanco; y tres coches más que se iban a necesitar: una
Renoleta 4L blanca mía, un taxi Ford Falcon que estaba a
nombre de Firmenich, y una pick-up Gladiator 380, a nombre de la
madre de Ramus. La mañana del 29 salimos de casa. Dos compañeros
se encargaron de llevar los coches de recambio a los puntos convenidos.
La Renoleta quedó en Pampa y Figueroa Alcorta, con un compañero
adentro. El taxi y la Gladiator cerca de Aeroparque, en una cortada,
el taxi cerrado con llave y un compañero dentro de la Gladiator.
En el Peugeot 404 subieron Capuano Martínez, que iba de chofer,
con otro compañero, los dos de civil pero con el pelo bien
cortito y detrás, Maza con uniforme de capitán y Fernando
Abal, como teniente primero.
MARIO: Ramus manejaba la pick-up Chevrolet y la “flaca”
(Norma) lo acompañaba en el asiento de adelante. Detrás
iba un compañero disfrazado de cura, y yo con uniforme de
cabo de la policía.
ARROSTITO: Yo llevaba una peluca rubia con claritos y andaba bien
vestida y un poco pintarrajeada. El Peugeot iba adelante por Santa
Fe.
Dobló en Montevideo, entró en el garaje. Capuano se
quedó al volante y los otros tres bajaron. Le pidieron permiso
al encargado para estacionar un ratito.
Cuando vio los uniformes, dijo que si enseguida. Salieron caminando
a la calle y entraron en Montevideo 1053.
Nosotros veníamos detrás con la pick-up. En la esquina
de Santa Fe bajé yo y fui caminando hasta la puerta misma
del departamento. Me paré allí. Tenía una pistola.
MARIO: Nosotros seguimos hasta la puerta del Champagnat y estacionamos
sobre la vereda. “El cura” y yo nos bajamos. Dejé
la puerta abierta con la metralleta sobre el asiento, al alcance
de la mano. Había otra en la caja al alcance del otro compañero.
También llevábamos granadas.
Ese día no vi al cana de la esquina. Mi preocupación
era que hacer si me aparecía ya que era “mi superior”,
tenía un grado mas que yo. Pasaron dos cosas divertidas.
Se arrimó un Fiat 600 y el chofer me pidió permiso
para estacionar. Le dije que no. Quiso discutir: ¿Y porque
la pick-up sí?” Le dije “Circule!”. Se
fueron puteando.
En eso pasó un celular, le hice la venia al chofer y el tipo
me contestó con la venia.
De golpe lo increíble. Habíamos ido allí dispuestos
a dejar el pellejo, pero no: era Aramburu el que salía por
la puerta de Montevideo y el gordo Maza lo llevaba con un brazo
por encima del hombro, como palmeándolo, y Fernando lo tomaba
del otro brazo. Caminaban apaciblemente.
ADENTRO
(FERNANDO, EMILIO)
Un compañero quedo en el séptimo, con la puerta del
ascensor abierta, en función de apoyo.
Fernando y el Gordo subieron un piso más. Tocaron el timbre,
rígidos en su apostura militar. Fernando un poco más
rígido por la “metra” que llevaba bajo el pilotín
verde oliva.
Los atendió la mujer del General. No le infundieron dudas:
eran oficiales del Ejército. Los invitó a pasar, les
ofreció café mientras esperaban que Aramburu terminara
de bañarse.
Al fin apareció sonriente impecablemente vestido. Tomó
café con ellos mientras escuchaba complacido el ofrecimiento
de custodia que le hacían esos jóvenes militares A
Maza le descubrió enseguida el acento: “Usted es cordobés”.
“Si, mi general”.
Las cortesías siguieron un par de minutos mientras el café
se enfriaba, y el tiempo también y los dos muchachos agrandados
se paraban y desenfierraban, y la voz cortante de Fernando dijo:
“Mi General, usted viene con nosotros”.
Así. Sin mayores explicaciones. A las nueve de la mañana.
¿Si se resistía? Lo matábamos. Ese era el plan,
aunque no quedara ninguno de nosotros vivos.
AFUERA
MARIO: Pero no, ahí estaba, caminando apaciblemente entre
el Gordo Maza que le pasaba el brazo por el hombro, y Fernando lo
empujaba levemente con la metra bajo el pilotín.
Seguramente no entendía por nada. Debió creer que
alguien se adelantaba al golpe que había planeado, porque
todavía no dudaba que sus captores eran militares.
Su mujer había salido. De eso me entere después, porque
no recuerdo haberla visto.
Subieron al Peugeot y arrancaron hacia Charcas, dieron la vuelta
por Rodríguez Peña hacia el Bajo, y nosotros detrás.
EL VIAJE
Cerca de la Facultad de Derecho detuvieron el Peugeot y trasbordaron
a la camioneta nuestra. Capuano, la Flaca y otro compañero
subieron adelante, Fernando y Maza con Aramburu, atrás. Allí
se encontró por primera vez con “el cura” y conmigo.
Debió parecerle esotérico: un cura y un policía;
y el cura que en su presencia empezaba a cambiarse de ropa. Se sentó
en la rueda de auxilio. No decía nada, tal vez porque no
entendía nada. Le tomé la muñeca con fuerza
y la sentí floja, entregada. Maza, “el cura”,
la Flaca y otro compañero se bajaron en Pampa y Figueroa
Alcorta, llevándose los bolsos con los uniformes y parte
de los fierros. Fueron a la casa de un compañero a redactar
el Comunicado número 1. Quedaron Ramus y Capuano adelante,
Aramburu, Fernando y yo atrás, Seguimos hasta el punto donde
estaban los otros dos coches. Bajamos, Capuano subió al taxi,
y nosotros nos dirigimos a la otra pick- up, la G¡adiator,
donde había un compañero.
La Gladiator tenía un toldo y la parte de atrás estaba
camuflada con fardos de pasto. Retirando un fardo, quedaba una puertita.
Por allí entraron Fernando y el otro compañero con
Aramburu. Adelante Ramus que era el dueño legal de la Gladiator
y yo, siempre vestido de policía. Durante más de un
mes habíamos estudiado la ruta directa a Timote, sin pasar
por ningún puesto policial y por ninguna ciudad importante.
Delante iba el taxi conducido por Capuano, abriendo punta. Un par
de walkie-talkies aseguraba la comunicación entre él
y nosotros. Otro par entre la cabina de la Gladiator y la caja.
En toda mi vida operativa no recuerdo una vía de escape más
sencilla que esta. Fue un paseo. El único punto que nos preocupaba
era la Gral. Paz, pero la pasamos sin problemas: no estaba tan controlada
como ahora. Salimos por Gaona, a partir de ahí empezamos
a tomar caminos de tierra dentro de la ruta que habíamos
diseñado. El Río Lujan lo cruzamos por un viejo puente
de madera, entre Lujan y Pilar por donde no pasa nadie. Si la alarma
se hubiera dado enseguida, creo que igual nos hubiéramos
escapado, porque la ruta era perfecta. Tardamos ocho horas en hacer
un camino que puede hacerse en cuatro, pero no entramos en ningún
poblado ni nos detuvimos a comer o cargar nafta. Para eso estaba
el taxi, legal, que traía las provisiones.
Aramburu no habló en todo el viaje salvo cuando los compañeros
tuvieron que buscar el bidón en la oscuridad. “Aquí
está”, dijo.
A la una de la tarde la radio empezó a hablar del presunto
secuestro. Ya estábamos a mitad de camino.
Serían las cinco y media o las seis cuando llegamos a La
CELMA, un casco de estancia que pertenecía a la familia de
RAMUS. El taxi se volvió a Buenos Aires y nosotros entramos.
La primera tarea de RAMUS fue distraer la atención de su
capataz, el vasco Acébal.
Esto no fue fácil porque la casa de Acébal y el casco
de la estancia estaban casi pegados y Ramus tuvo que arrinconar
al vasco a un costado de la entrada hablándole de cualquier
cosa, mientras Fernando y el otro compañero metían
a Aramburu en la casa de los Ramus. Ese compañero estaba
tan boleado que bajó con la metra en la mano. Pero Acébal
no sintió nada y los únicos que aparecimos frente
a él fuimos Ramus y yo, que me había cambiado el uniforme
de policía.
EMPIEZA EL JUICIO
Metimos a Aramburu en un dormitorio, y ahí mismo esa noche
le iniciamos el juicio. Lo sentamos en una cama y Fernando le dijo:
-General Aramburu, usted está detenido por una organización
revolucionaria peronista, que lo va a someter a juicio revolucionarlo.
Recién ahí pareció comprender. Pero lo único
que dijo fue:
-Bueno.
Su actitud era serena. Si estaba nervioso, se dominaba. Fernando
lo fotografió así, sentado en la cama, sin saco ni
corbata, contra la pared desnuda. Pero las fotos no salieron porque
se rompió el rollo en la primera vuelta.
Para el juicio se utilizo un grabador. Fue lento y fatigoso porque
no queríamos presionarlo ni intimidarlo y el se atuvo a esa
ventaja, demorando las respuestas a cada pregunta, contestando.
“no sé”, ” de eso no me acuerdo”,
etc.
El primer cargo que le hicimos fue el fusilamiento del General Valle
y los otros patriotas que se alzaron con él, el 9 de junio
de 1956. Al principio pretendió negar. Dijo que cuando sucedió
eso él estaba de viaje en Rosario. Le leímos sílaba
a sílaba los decretos 10.363 y 10.364, firmados por él,
condenando a muerte a los sublevados. Le leímos la crónica
de los fusilamientos de civiles en Lanús y José León
Suárez.
No tenía respuesta. Finalmente reconoció: “Y
bueno, nosotros hicimos una revolución, y cualquier revolución
fusila a los contrarrevolucionarios.”
Le leímos la conferencia de prensa en que el Almirante Rojas
acusaba al general Valle y los suyos de marxistas y de amorales.
Exclamó “Pero yo no he dicho eso!” Se le preguntó
si de todos modos lo compartía. Dijo que no. Se le preguntó
si estaba dispuesto a firmar eso. El rostro se le aclaró
quizá porque pensó que la cosa terminaba ahí.
“Si era por esto, me lo hubieran pedido en mi casa”,
dijo, e inmediatamente firmó una declaración en que
negaba haber difamado a Valle y los revolucionarios del 56. Esa
declaración se mandó a los diarios, y creo que apareció
publicada en Crónica.
EL PROYECTO DE GAN (Gran Acuerdo Nacional)
El segundo punto del juicio a Aramburu versó sobre el golpe
militar que él preparaba y del que nosotros teníamos
pruebas, lo negó terminantemente, Cuando le dimos datos precisos
sobre su enlace con un general en actividad, dijo que era “un
simple amigo”. Sobre esto, frente al grabador, fue imposible
sacarle nada. Pero apenas se apagaba el grabador compartiendo con
nosotros una comida o un descanso, admitía que la situación
del régimen no daba para más, y que sólo un
gobierno de transición -para el que él se consideraba
capacitado para ejercer- podía salvar la situación.
Su proyecto era, en definitiva, el proyecto del GAN, que luego impulsaría
Lanusse: la integración pacifica del peronismo a los designios
de las clases dominantes.
EVA PERÓN
Es posible que las fechas se me confundan, porque los que llevamos
el juicio adelante fuimos tres: Fernando, el otro compañero
y yo. Ramus iba y venía continuamente a Buenos Aires. De
todas manera yo creo que el tema de Evita surgió el segundo
día del juicio, el 31 de mayo. Lo acusábamos, por
supuesto, de haber robado el cadáver. Se paralizó.
Por medio de morisquetas y gestos bruscos se negaba a hablar, exigiendo
por señas qua apagáramos el grabador. Al fin, Fernando
lo apagó.
“Sobre ese tema no puedo hablar”, dijo Aramburu, “por
un problema de honor. Lo único que puedo asegurarles es que
ella tiene cristiana sepultura”.
Insistimos en saber qué había ocurrido con el cadáver.
Dijo que no se acordaba. Después intentó negociar:
él se comprometía a hacer aparecer el cadáver
en el momento oportuno, bajo palabra de honor.
Insistimos. Al fin dijo: “Tendría que hacer memoria.”
“Bueno, haga memoria.”
Anochecía. Lo llevamos a otra habitación. Pidió
papel y lápiz. Estuvo escribiendo antes de acostarse a dormir.
A la mañana siguiente, cuando se despertó, pidió
para ir al baño. Después encontramos algunos papelitos
rotos, escritos con letra temblorosa. Volvimos a la habitación
del juicio. Lo interrogamos sin grabador. A los tirones contó
la historia verdadera: el cadáver de Eva Perón estaba
en un cementerio de Roma, con nombre falso, bajo custodia del Vaticano.
La documentación vinculada con el robo del cadáver
estaba en una caja de seguridad del Banco Central a nombre del coronel
Cabanillas. Más que eso no podía decir, porque su
honor se lo impedía.
LA SENTENCIA
Era ya la noche del 1ro. de junio. Le anunciamos que el Tribunal
iba a deliberar. Desde ese momento no se le habló más.
Lo atamos a la cama. Preguntó por qué. Le dijimos
que no se preocupara. A la madrugada Fernando le comunicó
la sentencia:
General, el Tribunal lo ha sentenciado a la pena de muerte. Va a
ser ejecutado en media hora.
Ensayó conmovernos. Habló de la sangre que nosotros,
muchachos jóvenes, íbamos a derramar. Cuando pasó
la media hora lo desamarramos, lo sentamos en la cama y le atamos
las manos a la espalda. Pidió que le atáramos los
cordones de los zapatos. Lo hicimos. Preguntó si se podía
afeitar. Le dijimos que no había utensilios. Lo llevamos
por el pasillo interno de la casa en dirección sótano.
Pidió un confesor. Le dijimos que no podíamos traer
un confesor porque las rutas estaban controladas.
-Si no pueden traer un confesor” -dijo-, ¿cómo
van a sacar mi cadáver?”
Avanzó dos o tres pasos más. “¿Qué
va a pasar con mi familia?” Preguntó. Se le dijo que
no había nada contra ella, que se le entregarían sus
pertenencias.
El sótano era tan viejo como la casa, tenia setenta años.
Lo habíamos usado la primera vez en febrero del 69, para
enterrar los fusiles expropiados en el Tiro Federal de Córdoba.
La escalera se bamboleaba. Tuve que adelantarme para ayudar su descenso.
“Ah, me van a matar en el sótano”, dijo. Bajamos.
Le pusimos un pañuelo en la boca y lo colocamos contra la
pared. El sótano era muy chico y la ejecución debía
ser a pistola.
Fernando tomó sobre sí la tarea de ejecutarlo. Para
él, el jefe debía asumir siempre la mayor responsabilidad.
A mí me mandó arriba a golpear sobre una morsa con
una llave, para disimular el ruido de los disparos.
General -dijo Fernando-, vamos a proceder, -Proceda - dijo Aramburu.
Fernando disparó la pistola 9 milímetros al pecho,
Después hubo dos tiros de gracia, con la misma arma y uno
con una 45. Fernando lo tapó con una manta. Nadie se animó
a destaparlo mientras cavábamos el pozo en que íbamos
a enterrarlo.
Después encontramos en el bolsillo de su saco lo que había
estado escribiendo la noche del 31. Empezaba con un relato de su
secuestro y terminaba con una exposición de su proyecto político.
Describía a sus secuestradores como jóvenes peronistas
bien intencionados pero equivocados. Eso confirmaba a su juicio,
que si el país no tenía una salida institucional,
el peronismo en pleno se volcaría a la lucha armada. La salida
de Aramburu era una réplica exacta del GAN de Lanusse. Este
manuscrito y el otro en que Aramburu negaba haber difamado a Valle,
fueron capturados por la policía en el allanamiento a una
quinta en González Catán. El gobierno de Lanusse no
los dio a publicidad.