A la memoria de Don Roberto Barreiro
Buenos Aires, Argentina /
 
Nota de tapa
Borges, el inventor de la red


Diferentes investigadores han concluido edades diversas para Internet. Algunos sostienen que la red nació en 1983 y está comenzando su tercera década.
Para esta mirada todo empezó el 1 de enero de 1983 cuando se pasó del protocolo NCP (Network Control Protocol) al Transmission Control Protocol and Internet Protocol (TCP/IP) que todavía hoy utiliza la web.
Otros mencionan la apertura al público de las redes ocurrida en 1993 como el origen verdadero de la telaraña mundial; para ellos el fenómeno apenas cumplió diez años y está entrando lentamente a su futuro.
Aluden al 30 de Abril de 1993 cuando el Centro Europeo para la investigación Nuclear (CERN) anunciaba el acceso libre a la World Wide Web. Su antecedente era el anuncio de Tim Berners-Lee realizado en marzo de 1989 proponiendo en Ginebra un sistema de gestión de la información descentralizado para la comunidad de físicos de todo el Mundo.
La diferencia entre una y otra edad no es menor ya que se trata del tiempo que el nuevo medio tardó en lograr un público de 580 millones de personas en todo el mundo. Una audiencia que nunca antes había alcanzado dispositivo alguno.
Nombres como la ethernet, desarrollada por Bob Metcalfe en el Palo Alto Research Center de Xerox allá por 1973, o la Arpanet que funcionaba desde 1969 conectando centros de investigación no siempre pacíficos, se disputan los orígenes de la red.
Incluso, ahora que se pude acceder a Internet desde un teléfono celular, su creador Martin Cooper, que realizó el primer llamado desde un teléfono móvil en 1973, podría reclamar algún lugar en esta discusión.
Todos ellos hablan de máquinas, de códigos, de estándares y de computadoras. Aquí queremos hablar del verdadero inventor de la red: Jorge Luis Borges.
En 1957 postuló por boca de uno de sus personajes la existencia de "...lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos".
Ese lugar, llamado Aleph, permitía ver y recorrer todas las cosas existentes produciendo una verdadera fascinación a quien pudiera verlo.
Pero ya antes, en 1941, dicen que en Mar del Plata, había empezado a pensar en volúmenes portentosos de información:
"El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías ..."
Con lo cual, además, comprendió que el debate principal, casi el único debate que vale la pena respecto de semejante invento es su probable infinitud y dispersión: "La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible"
"No hay, en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos" La diversidad absoluta de los contenidos es la condición que se sigue de aquella infinidad; pero además:
"Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias"
Quien, que navegue habitualmente, no se ha topado con sitios insensatos o información cuando menos dudosa. Ya los medios de comunicación han comprendido este problema y empiezan a verlo como una oportunidad comercial: cobrar por información altamente jerarquizada.
Quienes inventaron el Internet Explorer no saben que Borges, viendo el tamaño de lo infinito, previó una posibilidad para administrarlo: "Hay buscadores oficiales, inquisidores".
Y que no nos sorprenda el término inquisidores ya que no pocas denuncias se han hecho sobre el manejo de los datos que el público va generando mientras navega. De hecho podríamos citar, por caso, la legislación española sobre uso de bases de datos.
También en 1957 previó Borges aquello que, mucho después, algunos autores llamaron el "paradigma del no transporte".
En los años 90 lo explicaban más o menos así: la humanidad vivió de un modo relativamente sedentario hasta la masificación del ferrocarril, es decir, las personas no hacían grandes viajes; nacían, crecían y morían alrededor de la parcela o el pueblo familiar. Sólo los aventureros o los expulsados se animaban a realizar grandes viajes en los tiempos anteriores a la segunda mitad del siglo diecinueve. Para estos autores sería la revolución industrial y sus inventos -el ferrocarril y el automóvil- la responsable de los masivos y cotidianos desplazamientos del último siglo.
Internet y sus usos (e-learning. E-comerce, e-working, etc.) devolverán la cultura humana a sus hábitos más raigales revalorizando el espacio local -y aún el hogar- como ámbito de vida cotidiana.
¿Para qué viajar una hora y media diaria si se puede comprar, trabajar y educarse desde el propio hogar? El lugar de los aventureros sería ahora el de los turistas exóticos.
Sin embargo, Borges ya lo había previsto y de un modo mucho más profundo cuarenta años antes, cuando evocó al hombre moderno:
"... en su gabinete de estudio... provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines... para un hombre así facultado el acto de viajar era inútil..."
Previó también que la naturaleza lúdica del ser humano lo impulsa a usar todo (incluida la vida misma) para jugar:
" COMO TODOS los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles ... se ve en mi estomago un tatuaje bermejo: es el segundo símbolo, Beth. Esta letra, en las noches de luna llena, me confiere poder sobre los hombres cuya marca es Ghimel. Pero me subordinan a los de Aleph, que en las noches sin luna deben obediencia a los Ghimel."
Recién después de 1993 la red pudo copiar a Borges e inventar los juegos de rol y otras delicias lúdicas que explican, en parte, la masividad actual de Internet. Y sin embargo nuestro autor ya los había explicado en la "Lotería en Babilonia"
Incluso Umberto Eco debió involucrar a Borges en las andanzas de su Milo Temesvar que produciría un texto para refutar a los llamados "Vendedores de Apocalipsis", críticos extremos de los medios masivos de comunicación. (cfr. Apocalípticos e Integrados)
Naturalmente, usted podrá decir que Borges ni siquiera uso una computadora y, tal vez, eso sea cierto.
Sin embrago descubrió (o lo escucho de boca de alguno de sus heresiarcas) el profundo deseo humano por comunicarse a través del tiempo y el espacio.
Imaginó un Aleph imposible y, casi futurólogo, escudriño los múltiples usos y propósitos que podrían anidar detrás del tan humano deseo de comunicarse.
¿Podremos los argentinos de estos tiempos emular a Borges e inventar nuevos usos para las nuevas tecnologías de comunicación?
Usos que permitan una mejor convivencia; una democracia, más real y participativa; una educación que llegue a los rincones más lejanos de la patria y, por qué no, una economía más equitativa.
¿Será así mirar las nuevas tecnologías con el cristal de nuestra cultura?

Autor:
Fernando de Sá Souza, Julio 2003
fernandodesasouza@yahoo.com.ar
Lic. En Administración Cultural

agradecemos al autor, el envio de esta nota para su publicación







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