Literatura
dedicada a Parque Chas
Laberinto Urbano
© derecho de autor Eduardo D. Suárez
- ¡Qué noche perra! -rezongó Roberto con bronca
mientas manejaba su taxi en medio de la tormenta. Fijó la vista
y acompañó el vaivén del limpiaparabrisas, que
como un metrónomo acompasaba la lluvia. Había salido
a trabajar en el turno tarde y a pesar del día, aparentemente
propicio para los taxis, los viajes habían sido escasos. Seguramente
a esa altura del mes, la gente no tenía un peso. Dobló
hacia la avenida y el panorama se le presentó desolador. Unos
pocos transeúntes avanzaban luchando contra el viento y los
paraguas invertidos. A punto ya de volver a su casa, una mujer enfundada
en un piloto claro, salió de un edificio y le hizo señas.
Se detuvo, y ella se zambulló adentro del coche.
- ¿Adónde?- preguntó Roberto, mientras miraba
de reojo por el espejito. Parecía bonita, a pesar de tener
el rimmel corrido y unos pelos chorreantes que intentaba acomodar
sin suerte.
Le dio la dirección y Roberto arrancó. Trató
de ubicar las calles mentalmente, pero no las conocía.
Con su mejor voz preguntó: - ¿ Me puede indicar, por
favor, soy nuevo, sabe?
La mujer recitó las instrucciones y se enfrascó nuevamente
en el inútil arreglo de su pelo. Hicieron un breve recorrido
y doblaron en la calle indicada. Roberto, más interesado en
la Pasajera que en el recorrido, manejaba mecánicamente, sin
mirar los nombres de las calles.
Por fin, llegaron a la dirección señalada y la Pasajera
pagó, bajó del taxi y entró en el porche de la
casa, mientas hurgaba la cartera en busca de las llaves.
Él esperó a que entrara. Arrancó y dobló
a la derecha en la primera esquina y luego en la siguiente calculando
que volvía a la avenida. Pero no fue así. Cuando menos
lo esperaba, pasó nuevamente por la casa de la Pasajera.
Volvió a hacer el recorrido, esta vez en sentido inverso, pero
con el mismo resultado.
Las calles parecían curvarse y converger nuevamente en ese
punto. No había nadie para pedir ayuda. Decidió intentarlo
nuevamente cambiando de itinerario. Esta vez no volvió al mismo
lugar, pero tampoco alcanzó a salir a la avenida. Daba vueltas
y vueltas por el mismo lugar. Todas las calles y las casas se parecían.
No encontraba referencias. Pasaron algunas horas y antes de que la
desesperación lo dominara, decidió detenerse y descansar
en el auto. Seguramente al día siguiente, con luz, podría
orientarse mejor. Con esa esperanza se durmió plácidamente.
Lo despertaron los ruidos de la calle. Ya pasaban algunos autos y
los vecinos comenzaban a asomarse de sus casas. El día estaba
frío pero despejado. Roberto se desperezó, arregló
un poco sus ropas y se dispuso a partir. Puso el auto en marcha y
avanzó lentamente intentando ir en línea recta. Pero
las estrechas calles con sus caprichosas curvas lo desviaron de inmediato.
Al poco tiempo, volvió a pasar por la casa de la Pasajera.
Intentó modificar el rumbo varias veces, pero inexorablemente
volvía al mismo lugar.
Se detuvo frente a dos hombres que conversaban en la puerta de una
casa. Los saludó y preguntó por la forma de salir de
allí.
Lo miraron socarronamente, y uno de ellos le dio algunas indicaciones,
vagas e imprecisas. Agradeció y reanudó la marcha. Las
indicaciones de nada sirvieron. Volvió a dar vueltas y vueltas.
A mediodía, ya cansado, se detuvo en un quiosco para comer
un sandwich y una gaseosa. Mientras masticaba pensó en avisarle
a su novia, Lidia, pero de inmediato apartó esa idea. Sonaría
ridículo decirle que un dédalo de callecitas lo tenía
atrapado y no le permitía salir. Terminada la frugal comida
reanudó su marcha y esta vez se detuvo frente a un corrillo
de mujeres: - ¡Buenas tardes! -sonrió- ¿ podrían
indicarme cómo llegar a la avenida?. Una de ellas, con un mohín
pícaro, se encargó de darle unas indicaciones tan vagas
e imprecisas como las anteriores. Las demás acompañaron
con veladas risitas conspiradoras.
Tal como esperaba, de nada sirvieron las indicaciones y pasó
el resto de la tarde haciendo diversos recorridos que siempre lo devolvían
al mismo lugar. Llegada la noche, volvió a instalarse en su
auto y se hundió en un sueño confuso donde se entremezclaban
imágenes de laberintos y telas de araña.
Durante varios días repitió la rutina de las preguntas
y las vueltas sin ningún resultado.
Algunos vecinos ya lo reconocían y comenzaron a saludarlo,
pero nunca pudo arrancarles una indicación precisa para abandonar
el barrio.
El único que parecía compadecerse de su situación
era el dueño del kiosco, quien una vez agotados los recursos
de Roberto, decidió fiarle y prestó su vidriera para
que colocara un cartelito ofreciendo sus servicios para efectuar reparaciones
de artefactos domésticos.
A los pocos días tuvo su primer cliente. Antonia, una simpática
señora de más de 80 años, de quien más
tarde se enteró había sido la chocolatinera del cine
del barrio, ahora cerrado, lo requirió para el arreglo del
calefón. Trabajó a conciencia y Antonia quedó
conforme con el trabajo aunque, a la hora de pagar, adujo que por
su condición de jubilada mínima, no podía hacerlo.
Pero, a cambio, le ofreció una piecita en los altos de su casa
para que se alojara. Él aceptó encantado, porque dormir
en el auto le estaba causando demasiados problemas, sin contar la
atención del aseo y los llamados de la fisiología.
A partir de allí y de las calurosas recomendaciones de Antonia
a sus vecinos, Roberto recibió una avalancha de requerimientos
que lo mantuvieron totalmente ocupado. Lentamente fueron esfumándose
sus intenciones de abandonar el barrio, aunque en ocasiones, mientras
efectuaba alguna reparación, iniciaba una amable conversación
con el cliente en la cual deslizaba sutilmente preguntas sobre la
vía para salir de él, a lo que sus interlocutores respondían
con una desdibujada sonrisa mientras cambiaban rápidamente
de conversación.
La primavera hizo su llegada inundando el barrio con sus renovados
perfumes, traídos por un viento suave y cálido. En sus
ratos libres, Roberto recorría el lugar a pie buscando una
salida, ya sin demasiadas ganas, pero esas callecitas que se retorcían
sobre sí y hasta a veces cambiaban caprichosamente de nombre,
lo devolvían a los mismos lugares. El auto, inútil por
el desuso, había quedado abandonado frente a un predio vacío,
cubierto de tierra y sirviendo de retrete a los pájaros.
Finalmente el verano se adueño del barrio, con sus largos y
calurosos días y sus noches estrelladas, bajo cuyo toldo, los
vecinos, después de cenar, sacaban sus sillas a la vereda y
conversaban tomando mate. Roberto era frecuentemente invitado a esas
tertulias, que compartía como un lugareño más.
Su novia Lidia se había transformado en un recuerdo difuso,
como si perteneciera a una vida anterior. En eso mucho tenía
que ver la Pasajera, con quien se cruzaba en distintas ocasiones y
en cuya casa también efectuó algunos arreglos. Ella,
si bien no demostraba reconocerlo, le brindaba siempre una cálida
sonrisa.
Roberto había desechado definitivamente la idea de abandonar
el barrio. Comenzó a pensar en comprarse esa casita con un
pequeño jardín que había quedado deshabitada..
Se acercaban las fiestas de fin de año y distintas familias
lo invitaron a sus casas. Lo analizó cuidadosamente para no
provocar ningún desaire pero finalmente fue otra razón
la que lo decidió a ir con la familia de la Pasajera. Es que
había creído advertir, en sus últimos silenciosos
encuentros, que en la sonrisa de ella había algo más
que calidez.
Eduardo Daniel Suárez
Buenos Aires, octubre de 2004
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Datos
del Autor
Eduardo Daniel Suárez nació y vive en Versailles.
Para escribir el cuento se inspiró en una leyenda de Parque
Chas que escuchó cuando era chico de boca de su padre, que
fue taxista.
" Alguna vez lo recorrí y pude salir, lo que no invalida
la Leyenda. El cuento surgió a partir de un artículo
aparecido en La Nación Revista sobre el barrio (de allí
lo de Antonia) el resto, pura imaginación. He escrito otros
cuentos y trataré de seguir intentando. Es algo que tardé
en decidirme a hacer, pero ya se sabe nunca es tarde", dice
Eduardo
Conoció el Portal web de Parque Chas viajando en el subte B,
al leer un anuncio que invitaba a los vecinos a una reunión
por el Proyecto de Ley Parque Chas - Area de Protección Histórica.
El autor nos comentó una dato importante, y es que, "Laberinto
Urbano" ganó el Primer Premio en el Concurso de cuentos
fantásticos y de ciencia ficción que organizó
la Casa de Cultura de Versailles, en diciembre de 2004.
FELICITACIONES Eduardo!! |