Historia

Parque Chas en la literatura y el cine


Por Leonardo Killian*
(con la colaboración de ParqueChasWeb)

Debo confesar que en los casi treinta años que llevo viviendo en Parque Chas nunca me perdí.

El mito del laberinto fue creado y alimentado por taxistas inescrupulosos que no dejan escapar la ocasión para hacerse los confundidos, aterrorizando a los pasajeros y esperando con ello obtener una jugosa propina una vez hallado el ansiado destino.

De estos últimos no voy a ocuparme, aunque espero de buena gana que el infierno les tenga preparado un laberinto en el que deban vagar por la eternidad. Hay una literatura sobre Parque Chas y otra que han generado sus vecinos. El tópico del laberinto aparece en ambas.

Jorge Luis Borges que amaba los laberintos no se atrevió con Parque Chas y solamente se animó hasta el límite norte. En Evaristo Carriego escribe: “…Yo no he sentido el liviano tiempo en Granada, a la sombra de torres cientos de veces mas antiguas que las higueras, y si en Pampa y Triunvirato: insípido lugar de tejas anglizantes ahora, hornos humosos de ladrillos hace tres años, de potreros caóticos hace cinco. El tiempo-emoción europea de hombres numerosos de días, y como su vindicación y corona- es de más imprudente circu-lación en estas repúblicas. Los jóvenes, a su pesar lo sienten. Aquí somos del mismo tiempo que el tiempo, somos hermanos de él”.

Parece que lo único que le pareció digno de destacar en los años treinta del siglo XX a don Borges fueron los hornos que construían los ladrillos de lo que sería mi barrio y que pocos años antes habían sido caóticos potreros. Para ser el mas genial de los escritores argentinos y sin duda de los mas grandes de la lengua castellana, algo es algo.

Leopoldo Marechal en su Adan Buenosayres, también en la década del treinta, hace cami-nar a su héroe por la calle Triunvirato, pero no debemos ilusionarnos; así se llamaba todavía la calle Corrientes hasta Villa Crespo. Cuando el grupo de delirantes compañeros de aventura se anima hasta Saavedra – por esos años arrabal de la ciudad – no aparece ningún testimonio de nuestro querido barrio.

En Ómnibus, cuento del libro Bestiario, Julio Cortázar hace viajar a Clara en el 168 y, para nuestro desconsuelo, también orilla los bordes. “…Por Tinogasta y Zamudio, bajó Clara taconeando distintamente, saboreando un sol de noviembre roto por islas de sombra que le tiraban a su paso los árboles de Agronomía…”…”el ómnibus dio un salto y se metió por Chorroarín a toda carrera”: En los límites pero no mas acá, donde nos hubiera gustado tanto que el gran Cronopio situara a alguno de sus personajes.

Adolfo Bioy Casares en Dormir al sol sitúa al relojero Lucho Bordenave en Villa Urquiza y, como de pasada, nombra exactamente cuatro veces a mi querido barrio:

“Lo que no saben es que esta señora, para no ser menos que muchos que la desprecian, leyó todos los libros del quiosco del Parque Saavedra y casi todos los de la Escuelita Basilio del Parque Chas, que le queda mas cerca.”
“En la pesadilla, con las piernas cansadas de caminar tanto y con ansiedad en el alma, buscaba la perra por todo el barrio y por el Parque Chas.”
“Es claro, cuando supimos que se había internado en el Parque Chas, que es un verdadero laberinto, flaqueó nuestra esperanza…pero de ningún modo nuestro empeño, le garanto, de ningún modo nuestro empeño.
Dije como un autómata:
-Parece increíble. Una perra pointer, medio azulada, en el Parque Chas. Le juro que la vi.”

En 2011, se estrenará la película (filmada en San Luis y Parque Chas) basada en la novela homónima de Adolfo Bioy Casares y dirigida por Alejandro Chomski. Con la participación de Luis Machín, Esther Goris y Florencia Peña, Carlos Belloso y Alfonso Pícaro, entre otros.

En los años noventa del pasado siglo Alejandro Dolina puso de moda al Parque Chas con dos relatos de las Crónicas del Angel Gris que vale la pena citar completos:

Refutación de los viajes

“Perdidos en Parque Chas es la crónica de una frustrada noche de garufa.
Mandeb y sus amigos fueron invitados a un baile en la calle Bucarest.
Desdeñando las advertencias de los hombres sabios, se internaron en el barrio sin salida.

Y ya se sabe lo que ocurre en Parque Chas: uno se pierde irremediablemente. Vale la pena transcribir unas líneas. “A eso de las doce, llegamos a la misma cigarrería. Ya era la quinta vez.
Como en las otras ocasiones, interrogamos al viejo que atendía. Sus indicaciones fueron nuevamente distintas. Loco de furor, salté sobre el mostrador y comencé a estrangularlo.
-Viejo mentiroso…¿cuál es la calle Bucarest? ¿Cómo se sale de este infierno?

El anciano acabó por confesar que no lo sabía. Muy compungido admitió que él mismo había desembocado en Parque Chas en 1939. No habiendo podido salir de allí, se resignó a instalar un quiosco, gracias al cual sobrevivía, aunque abrigaba el secreto anhelo de volver a Villa Crespo, barrio del que nunca debió salir.”

Este capítulo finaliza con la providencial intervención de un taximetrero, quien si bien no acertó a llevarlos a la calle Bucarest, por lo menos los sacó -después de varias horas- a la Avenida de los Incas”.

Historia de la manzana misteriosa de Parque Chas

“Existe en el barrio de Parque Chas una manzana acotada por las calles Berna, Marsella, La Haya y Ginebra.

No es posible dar la vuelta a esa manzana.
Si alguien lo intenta, aparece en cualquier otro lugar del barrio, por mas que haya observado el método riguroso de girar siempre a la izquierda o siempre a la derecha.

Muchos investigadores han intentado la experiencia formando grupos numerosos. Los resultados han sido desalentadores. A veces sucede que el paseante sigue en la misma calle aún después de doblar una esquina.
En 1957, un grupo de exploradores franceses desembocó inexplicablemente en la estación de Villa Urquiza.

Urbanistas catalanes probaron suerte formando dos equipos y partiendo cada uno en dirección opuesta. En cualquier manzana de la ciudad es fatal que los grupos se encuentren en mitad del recorrido. Pero en este lugar no sucede tal cosa y hasta se han dado casos en que un equipo alcanza al otro por detrás.

Los mas pertinaces han realizado excursiones a través de los fondos de las casas, con el resultado de aparecer siempre dejando a sus espaldas calles que no habían cruzado jamás.

En estas experiencias se descubrió que muchos vecinos son incapaces de indicar en que calle viven. Asimismo existen casas que no dan a ninguna calle. Sus habitantes se alimentan de sus propios cultivos o de lo que generosamente les pasan por sobre las medianeras.

Los taxistas afirman que ningún camino conduce a la esquina de Ávalos y Cádiz y que por lo tanto es imposible llegar a ese lugar. En realidad, conviene no acercarse nunca a Parque Chas.”

Como vemos en los relatos de Dolina, el personaje es el barrio en sí. El mito del laberinto y sus leyendas están tratados en clave de humor y mucho han aportado al interés de sus lectores por conocer la particular geografía de nuestras calles.

Halloween en Parque Chas es un relato de Silvia Urich.
Un cuento de suspenso que forma parte de la colección infantil “Zona de Pesadilla” de Ediciones de la Mar.

La autora, que es vecina de Villa Urquiza cuenta que la idea de escribir una historia que se desarrollara en Parque Chas fue del editor que vive en Santa Teresita y que había escuchado hablar del mítico barrio laberinto. En las historias de Zona de Pesadilla los lugares son protagonistas y transcurren en ciudades o barrios de la Argentina famosos por tener historias fantásticas.

La narración nos cuenta que durante la noche de brujas Pablo y sus amigos son invitados a la fiesta de Halloween en Parque Chas. La cita es en la casa de Rupert, el nuevo y extraño compañero de colegio. Hacia allí van los chicos disfrazados y dispuestos a asustar a los vecinos del barrio pero Rupert tiene otros planes para sus amigos…

Ines Fernández Moreno es hija y nieta de grandes poetas: César y Baldomero Fernández Moreno. Milagro en Parque Chas fue realizado para una antología de cuentos y relatos sobre fútbol y, aunque confiesa que el mismo no le gusta, escribió sobre el tema como un desafío personal. Allí leemos:

“Aquella noche las calles de Parque Chas me recordaban mas que nunca el cementerio de la Chacarita. esas módicas casitas de la calle Berlín o Varsovia de ventanas estrechas y muros grises se correspondían indudablemente con aquellas bóvedas de mármol y piedra del cementerio vecino.”

…”Empiezo a desplazarme por Triunvirato hacia La Haya. Y ellos detrás de mí, siguiendo el hilo tenso de mi voz que consigna cada vez con mayor profesionalismo el increíble vuelco de la Selección argentina…”

…”Llegamos por fin al plaza Éxodo Jujeño. Aunque el el verano ya ha quedado atrás, hay en el aire un recuerdo de jazmines.”

…”En el techo de una casita gira locamente una figura oscura. Es una veleta. Un perro de azotea. Un ángel que festeja el milagro de Parque Chas.”

El escritor y periodista Tomás Eloy Martinez también se sintió atraído por nuestro barrio y es así que su última novela Cantor de Tango se desarrolla en sus callecitas. En el penúltimo capítulo nos dice:

“…Las referencias eran inagotables y, si abría el volumen al azar, nunca tropezaba con la misma página, como sucede en El libro de arena, que Bonorino citaba con frecuencia. Una tarde, distraído, encontré un largo apartado sobre Parque Chas, y mientras lo leía, pensé que ya era tiempo de conocer el último barrio donde había cantado Martel. Según informaba el bibliotecario, el paraje debe su nombre a unos campos infértiles heredados por el doctor Vicente Chas, en cuyo centro se alzaba la chimenea de un horno de ladrillos.

Poco antes de morir en 1928, el doctor Chas libró un pleito enconado con el gobierno de Buenos Aires, que pretendía clausurar el horno por el daño que causaba a los pulmones de los vecinos, a la vez que impedía prolongar hacia el oeste el trazado de la avenida de los Incas, bloqueado por la brutal chimenea. La verdad era que el municipio eligió ese lugar para ejecutar un ambicioso proyecto radiocéntrico de los jóvenes ingenieros Frehner y Guerrico, cuyo diseño copiaba el dédalo sobre los pecados del mundo y la esperanza del paraíso que está bajo la cúpula de la iglesia San Vitale, en Ravenna.

Bonorino conjeturaba, sin embargo, que el trazado circular del barrio obedecía a un plan secreto de comunistas y anarquistas para proporcionarse refugio en tiempos de incertidumbre. Su tesis estaba inspirada en la pasión por las conspiraciones que caracteriza a los habitantes de Buenos Aires. ¿Cómo explicar, si no, que allí la diagonal mayor se hubiera llamado La Internacional antes de ser la avenida General Victorica, o que la calle Berlín figurara en algunos planos como Bakunin, y que una pequeña arteria de cuatrocientos metros se llamara Treveris, en alusión a Trier o Trèves, la ciudad natal de Karl Marx?

“Un colega de la biblioteca de Montserrat avecindado en Parque Chas”, anotó Bonorino en su cuaderno, “me guió una mañana por ese enredo de zigzags y desvíos hasta llegar a la esquina de Ávalos y Berlín. Para poner a prueba las dificultades del laberinto, insistió en que me alejara cien metros en cualquier dirección y regresara luego por el mismo derrotero. Si tardaba más de media hora, prometía ir en mi busca. Me perdí, aunque no sabría decir si fue a la ida o a la vuelta. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer, y por más vueltas que daba, no conseguía orientarme.

En un rapto de inspiración, mi colega salió a rastrearme. Oscurecía cuando me vio por fin en la esquina de Londres y Dublín, a pocos pasos del sitio donde nos habíamos separado. Me notó, dijo, desencajado y sediento. Cuando volví de la expedición, me acometió una fiebre persistente. Cientos de personas se han perdido en las calles engañosas de Parque Chas, donde parece estar situado el intersticio que divide la realidad de las ficciones de Buenos Aires. En cada gran ciudad hay, como se sabe, una de esas líneas de alta densidad, semejante a los agujeros negros del espacio, que modifica la naturaleza de los que la cruzan.

Por una lectura de viejas guías telefónicas deduje que el peligroso punto está en el rectángulo limitado por las calles Hamburgo, Bauness, Gándara y Bucarelli, donde algunas casas fueron habitadas, hace siete décadas, por las vecinas Helene Jacoba Krig, Emma Zunz, Alina Reyes de Aráoz, María Mabel Sáenz y Jacinta Vélez, convertidas luego en personajes de ficción. Pero la gente del barrio lo sitúa en la avenida de los Incas, donde están las ruinas del horno de ladrillos.”

Lo que decía Bonorino no me permitía entender por qué Martel había cantado en Parque Chas. El delirio sobre la línea divisoria entre realidad y ficción nada tenía que ver con sus intentos anteriores por capturar el pasado -nunca creí que el cantor se interesara por el pasado de la imaginación-, y algunos relatos populares sobre las andanzas del Pibe Cabeza y otros malvivientes por el laberinto carecían de vínculos, en caso de ser ciertos, con la historia mayor de la ciudad.

Pasé dos tardes en la biblioteca del Congreso informándome sobre la vida de Parque Chas. Verifiqué que allí no se habían abierto centros anarquistas ni comunistas. Busqué con prolijidad si algunos apóstoles de la violencia libertaria -como los llamaba Osvaldo Bayer- hallaron refugio en el dédalo antes de ser llevados a la cárcel de Ushuaia o al pelotón de fusilamiento, pero sus vidas habían sucedido en lugares más céntricos de Buenos Aires.

Ya que el barrio me resultaba tan esquivo, fui a conocerlo. Una mañana temprano abordé el colectivo que iba desde Constitución hasta la avenida Triunvirato, enfilé hacia el oeste y me interné en la tierra incógnita. Al llegar a la calle Cádiz, el paisaje se convirtió en una sucesión de círculos -si acaso los círculos pueden ser sucesivos-, y de pronto no supe dónde estaba. Caminé más de dos horas sin moverme casi. En cada recodo vi el nombre de una ciudad, Ginebra, La Haya, Dublin, Londres, Marsella, Constantinopla, Copenhague. Las casas estaban una al lado de la otra, sin espacios de separación, pero los arquitectos se habían ingeniado para que las líneas rectas parecieran curvas, o al revés.

Aunque algunas tenían dinteles rosas y otras porches azules -también había fachadas lisas, pintadas de blanco-, era difícil distinguirlas: más de una casa llevaba el mismo número, digamos el 184, y en varias creí observar las mismas cortinas y el mismo perro asomando el hocico por la ventana. Caminé bajo un sol impío sin cruzarme con un alma. No sé cómo desemboqué en una plaza cercada por una reja negra. Hasta entonces sólo había visto edificaciones de una planta o dos, pero alrededor de aquel cuadrado se alzaban torres altas, también iguales, de cuyas ventanas colgaban banderas de clubes de fútbol.

Retrocedí unos pasos y las torres se apagaron como un fósforo. Otra vez me vi perdido entre las espirales de las casas bajas. Desandé el camino hacia atrás, tratando de que cada paso repitiera los que había dado en dirección inversa, y así volví a encontrar la plaza, aunque no en el punto donde la había dejado sino en otro, diagonal al anterior. Por un momento pensé que era víctima de una alucinación, pero el toldo verde bajo el cual acababa de estar hacía menos de un minuto brillaba bajo el sol a cien metros de distancia, y en su lugar aparecía ahora un negocio que se postulaba como El Palacio de los Sandwiches, aunque en verdad era un kiosco que exhibía caramelos y refrescos.

Lo atendía un adolescente con una enorme gorra de visera que le cubría los ojos. Me alivió ver al fin un ser humano capaz de explicar en qué punto del dédalo nos encontrábamos. Atiné a pedirle una botella de agua mineral, porque me consumía la sed, pero antes de que terminara la oración el muchacho respondió “No hay”, y desapareció detrás de una cortina. Durante un rato golpeé las manos para llamar su atención, hasta que me di cuenta que mientras yo estuviera allí no regresaría.

Antes de salir, había fotocopiado de la guía Lumi un mapa de Parque Chas muy detallado, que mostraba las entradas y salidas. En el mapa había un espacio grisado que tal vez fuera una plaza, pero su forma era la de un rectángulo irregular y no cuadrada como la que tenía frente a mí. A diferencia de las callejuelas por las que había caminado antes, en la que ahora estaba no había placas con nombres ni números en la fachada de las casas, por lo que resolví avanzar en línea recta desde el kiosco hacia el oeste. Tuve la sensación de que, cuanto más andaba, más se alargaba la acera, como si estuviera moviéndome sobre una cinta sin fin.

Era mediodía según mi reloj, y las casas por las que pasé estaban cerradas y, al parecer, vacías. Tuve la impresión de que también el tiempo estaba desplazándose de manera caprichosa, como las calles, pero ya me daba lo mismo si eran las seis de la tarde o las diez de la mañana. El peso del sol se volvió insoportable. Me moría de sed. Si descubría signos de vida en alguna casa, llamaría y llamaría sin parar hasta que alguien apareciera con un vaso de agua”.

Jorge Ghersa vecino de Devoto, escritor y poeta entre otras ocupaciones terrestres, escribió un texto interesante que encontramos en su libro Apuntes sobre el mapa. Se llama De cómo Cacho venció a la Muerte y allí el dédalo de las calles Berna, Bruselas y Victorica lo ayudan a esquivar el guadañazo de la Parca y, al menos en este cuento, la particular disposición de sus callecitas salvan la vida de Cacho en vez de complicársela.

En Una mirada sobre Buenos Aires y el Tango encontramos el cuento Ilsa Lund de Leonardo Killian.

Aquí aparece el tema de la ficción dentro de la ficción. Ilsa, la inolvidable protagonista de Casablanca, luego de alejarse con el avión que la separa de Rick (Bogart) viene a vivir a Parque Chas. El narrador del cuento de Killian es Macedo, un gallego dueño de un bar en la calle Triunvirato y que habría conocido la historia en su niñez, en los años cincuenta. En Esperpento el mismo Macedo aparece como personaje albergando en su bar a un grupo delirante que planea vengar la derrota de Malvinas violando a la reina de Inglaterra. Tal vez lo novedoso en estas historias es que Killian, vecino del barrio, no utiliza el tópico del laberinto sino que simplemente ubica allí el misterioso Bar Colón y a su dueño El Pelado Macedo que algunos distraídos insisten en buscar sin resultado aparente.

Las callecitas de Buenos Aires tienen un no se qué es una publicación de la Dirección General de la Mujer del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Dos textos: El Laberinto de María Lorenzo y El Laberinto de luz color y vida de Martha Raynal (ésta última vecina del barrio) nos recuerdan anécdotas personales con una pintura luminosa del Parque Chas.

Mi primer acercamiento a la literatura fue a través de las historietas. Fueron Dartagnan, El Tony, Intervalo, en fin esa literatura popular tan desvalorada en su época la que alimentaba mis fantasías. El Sargento Kirk o el Cabo Savino me eran tan entrañables como mas tarde lo fueron El Corto Maltes o El Eternauta.
Por eso me atrapó en los años ochenta, con la recién recuperada democracia, el trabajo de Ricardo Barreiro como guionista y del dibujante Eduardo Risso Parque Chas.

La historieta (me resisto a llamarlo comic) la descubrí en la revista Fierro donde se entregaba por capítulos.

Leer un texto de ficción situado en el barrio siempre tiene un gusto diferente pero ver dibujada la puerta de la escuela Petronila, puerta por la que cruzaron mis hijas, su padre y hasta su abuela, convertida en parte de una historia alucinada donde se cruzan tiempos, personajes literarios, vampiros, etc. es doblemente placentero.

Al mítico laberinto se suman la historia del Subte que habría hecho construir Perón y que conectaba la casa de gobierno con nuestro barrio; tiempos cruzados y vampiros que no nos recuerdan a Transilvania sino a la pesadilla de la dictadura tan reciente todavía por esos años.
El trabajo de Risso y Barreiro tiene un tono oscuro y es la visión alucinada de un Parque Chas diferente que alimenta el mito enriqueciéndolo. Una obra de arte.

Si hay un escritor emblemático de Parque Chas ese es el poeta Luis Luchi.
En Amores y poemas en Parque Chas, leemos:

Relaciones de la Familia Chas con mi familia y la de los vecinos

Me gustaría empezar por ellos
para que no me duela tanto
por haber sido niño de acción
con los materiales del río de la luna,
de las obras en construcción
y los días calurosos en que se vivía
y no se dejaba vivir.
Hijos dilectos de la calle
consagrados a crecer
con los cuatro elementos
y la escarcha que congelaba el barro.
Allí se clavaron banderas invencibles
hacia todos los sentidos del paraíso
cambiando los trapos por zapatos
en los Incas y Triunvirato
para que Ramón el portero
nos dejara entrar en la escuela.
El Pampero que apagaba las mechas,
alumbrados a kerosén.
El agua que llovía de arriba
y de abajo cuando Pampa
nuestro río navegable
inundando los pozos ciegos
y los mates se tomaban con agua hervida.
El fuego rimaba con carbón,
los que después fueron árboles
crecían a la par de nuestra estatura,
dejándonos abajo,
reforzados con alambre
se convertían en cercos
para que cada familia
tuviera sus peleas privadas.
Bosque de cardos, abrojitos,
yuyos altos estimulando zoologías inclasificables,
cortina protectora de miradas curiosas
de su función de servicios y violaciones.
Cuánta, Dios, cuánta pureza, dios, cuánta.
Y cómo llegar grandes
apoyados en ladrillos de canto
señores Grosso Toscanos Avanti La Estrella
que en vez de convertirnos
en su mano de obra barata
nos tomábamos el tranvía siete
y volvíamos a veces de visita
y agitados y tarde
a los velorios de los abuelitos.

En Te espero en Ávalos y Berlín… el Prólogo de Amores y Poemas en Parque Chas que escribiera Lilian Garrido hay una sentida semblanza del poeta y una despedida que creemos nos ilustran mas que una simple biografía:

“Había nacido en Buenos Aires el 11 de octubre de 1921 pero se mantuvo siempre más joven que todos y por eso nos acercábamos a pedir opinión o consejo o simplemente a buscar sus oídos atentos y su palabra amiga. Era un sabio. Su sabiduría radicaba más que en los conocimientos que le habían dado sus lecturas y experiencias de vida, en su sencillez y humildad sin límites. Enemigo de los homenajes y las fajas de honor, nunca conocí a nadie tan sinceramente desinteresado por los premios, tan ajeno al lobby. Habíamos crecido en el mismo barrio y esa denominación de origen nos hacía indestructibles. Parque Chas no tenía secretos para nosotros y mucho menos para ellos, una buena barra, que había pasado de las calles de tierra al asfalto casi sin darse cuenta. Ir de Cádiz y Victorica a Bauness y Bauness era sólo caminar cien metros. En otro barrio hubiera sido una línea recta, pero en el nuestro es todo curvo y ondulante, como las caderas de las musas de Pedro Gaeta…”

” En su casa de Bauness y Bauness -Bauness entre Bauness y Atenas, para ser más precisa-, era fácil encontrar a Luchi durante el día, sentado en una habitación tapizada con libros del piso al techo, leyendo o escribiendo.”
” En Parque Chas, tenía su “despacho” en el bar de Triunvirato y La Pampa. Le gustaban los bares a la vieja usanza y una de las cosas que más lo había tocado fue descubrir, en una de sus venidas a Buenos Aires, la impersonalidad que habían adquirido los boliches, todos iguales, con sus luces de neón y mesas de fórmica.”

” Tenía, eso sí, estrategias que irremediablemente lo traían al barrio. Repetía hasta el cansancio que el dedo de la estatua de Cristóbal Colón, erigida en el puerto de Barcelona, señalaba Parque Chas. Siendo consciente, además, de la personalidad del barrio y como buen anarquista, la fundación de la República Independiente de Parque Chas se había transformado en un objetivo a corto plazo. Decía que sobre Pampa, “nuestro río navegable”, debíamos anclar los barcos para defendernos de los ataques de Villa Urquiza. Había elaborado numerosas tácticas militares, envidia de los mejores estrategas, para sorprender al enemigo en esa especie de tela de araña, contándose entre las más eficaces la cita en Ávalos y Berlín. . . Una noche, desde el balcón de su departamento de Victorica y Pampa, atalaya de la República, me señaló los puntos estratégicos para la ubicación de los francotiradores.”

” Pero así era Luchi y por eso lo queríamos. Haciéndole un corte de manga a las leyes de la naturaleza lo creíamos inmortal. Sabíamos de sus problemas cardíacos, de su fatiga, de su internación en el Hospital del Mar y de su resistencia a la internación. Sabíamos de sus años de alcohol y cigarrillo. Sabíamos muchas cosas pero la convicción de su inmortalidad era más fuerte. Por eso, cuando el 21 de octubre de 2000 me llamaron para decirme que había muerto, no pude más que despedirlo con un ¡Parque Chas libre o muerte!, en un esperanzado intento de confirmar que la República Independiente de Parque Chas seguía en pie.”

Perdido en otro laberinto, el del tiempo, hay un libro inhallable ¿Jugamos a los detectives? de Juan de los Ängeles Gulín. Este antiguo vecino de Parque Chas era un portugués nacido en Lisboa en 1907 y que a fines de la década del 30 se mudó a nuestro barrio.

Linotipista del diario La Nación, hincha del Club Almagro – en esos tiempos nuestro equipo de fútbol del barrio – y dueño de un humor ocurrente y sarcástico, Gulín consiguió editar su libro hacia 1967 siendo ya un jubilado.
A la hora del balance, Gulín es uno de los abuelos imprescindibles en el oficio de escribir desde el barrio. Rescatamos el recuerdo de su libro gracias a los vecinos memoriosos que insisten en gambetear la muerte evocando a los que ya son una sombra para que sigan viviendo.

En la página del barrio de Parque Chas que encontramos en Internet (www.parquechasweb.com.ar) podemos leer otros cuentos sobre el barrio Gándara y Londres de Alejandra Venturelli, Laberinto Urbano de Eduardo D. Suárez, Mitos y realidades de los escritores de Parque Chas de Nuri Mateu, Línea 187 de Hernán Torrado así como Parque Chas de Carlos Castro y que se encuentra en su libro Mi Buenos Aires vivido.

Carlos Gamerro en su novela “Las Islas” Edit.sigmur 1998 Buenos Aires, trhiller futurista y excelentemente escrito, ubica a su protagonista Felipe Felix, un hacker ex combatiente de Malvinas, devenido en investigador de un crimen, en nuestro barrio. El capitulo 8 del libro se titula Parque Chas y comienza:

“Pegado a la facultad de Veterinaria, compuesto en su mayor parte por manzanas de la tercera o cuarta parte del tamaño de lo normal, separadas por calles de juguete que ostentan los nombres prestados de ciudades europeas, se encuentra uno de los barrios mas extraordinarios de la ciudad, al menos para aquellos con el ojo mas afinado a los aspectos màgicos que a los pràcticos de los mapas: Parque Chas”

“…¿Que arquitecto colgado habrà decidido por una vez, aliviar a los porteños del rìgido damero cartesiano que los encajona por todos lados…?”
Como se ve una definiciòn deliciosa de nuestro barrio.

La poesía está presente con Plaza de mi barrio de Cristina Suárez y con el lirismo de sabor popular de los poemas de Antonio Spinelli Las bolitas y la vida y Barrio Parque Chas.

Un muy joven Ezequiel Martín Landaburo de tan solo 19 años y que vive en el barrio nos acercó dos cuentos Un jardín a popa y Tango sin tiempo además de poemas que nos hablan de un talento precoz

Y al fin…una novela,
Seis Calles. Una historia de Parque Chas de Emanuel Galli quien nos envió el siguiente informe:

“Ya no quedan tantos barrios como manda Dios, sólo bloques de pavimento, cordones, veredas, árboles sin corazón…”
“…Pero Parque Chas resiste, resiste todo…”

Seis Calles es una novela breve que se desarrolla íntegramente en el barrio de Parque Chas.

“En Parque Chas nunca hay tres calles que se cruzan, siempre son seis calles que se chocan. Nunca emergen, siempre convergen…”

Su protagonista -en ningún momento revela su nombre- es un adolescente inquieto, artista, inspirador, que cuenta la historia con la velocidad y el lenguaje típicos de su edad; tal es así que se aburre rápidamente de todo, se siente invulnerable y solo a la vez , especula sobre dilemas existenciales como la pérdida de la inocencia y la búsqueda de la identidad. También se ve oprimido por la sociedad que intenta quitarle su personalidad y por eso de algún modo crece mientras filosofa de manera mundana y popular.

Las temáticas que desarrolla el libro se amalgaman unas con otras junto con su protagonista y abarcan por ejemplo desde la invasión capitalista que sufrieron y sufren los barrios (perdiendo eso que los hace barrios) en donde Parque Chas parece ser invulnerable, pasando por la búsqueda de inspiración del artista tiñendo todo con una mirada profunda y fría a la vez, hasta los pormenores del personaje por ser parte de todo esto y salir airoso.

“Seis calles que se chocan. Líquido espeso y amarillo corre velozmente por la acera y el asfalto saliendo a borbotones de las alcantarillas y los desagotes de agua; parece nunca acabarse. La corriente es fuertísima. Leones peludos y salvajes doblan por la esquina como cualquier mortal. Animales por ahí…”

Así, el libro se desarrolla a velocidad máxima, narrando la visión del adolescente con una mirada fantástica pero a la vez rica en dobles sentidos (por ejemplo, el capitalismo brota de las alcantarillas en forma de extraño líquido amarillo y animales salvajes que atacan a las personas).
La historia se renueva hoja a hoja deshaciendo el ovillo de su propia causa y generando pensamientos y sentimientos en situaciones pequeñas pero con gran sentido.

En el libro todo es un disparador, todo adquiere un significado que será simple o complejo según la altura que cada lector le otorgue.
Literatura beat con espíritu surrealista, mezcla de psicología, metafísica, literatura fantástica, política social y existencialismo filosófico; todo esto envuelto en una historia divertida y diferente. El formato del libro vendrá acompañado por fotos, dibujos y fotomontajes. Los dibujos y la portada están a cargo de Rocambole.

De las primeras impresiones de Borges hasta la literatura “beat” de los 90, la literatura fantástica, la poesía, la novela y el comic se han sabido nutrir de Parque Chas. Letras de tango, rock, y Films como Roma de Aristarain o series de televisión nos hablan de nuestra particularidad pero también de la potencia creativa de nuestros vecinos. Como dijimos al principio, se escribe sobre el barrio pero el mismo también produce su propia literatura.
Estos autores son los que conocemos y seguramente habrá una gran cantidad que olvidamos o, lo que es mas probable, ignoramos. Como toda antología, ésta será injusta y arbitraria, tan arbitraria y caprichosa como el barrio de Parque Chas.

*El autor

Vecino de Parque Chas, Leonardo Killian, nació el 25 de mayo de 1952, y es un “NIC”, nacido y criado en el barrio.

Estudió cine, fotografía y es profesor de historia. Trabaja en el CONICET y además de dar clases como docente colabora en programas de radio y TV, donde hizo una historia del siglo ligada al cine. Tiene predilección por la metaficciones (historias conocidas a las que les cambia el sentido). Ya se encuentra en edición un libro de cuentos de su autoría llamado “El gato canoso” Cuentos, de la editorial El Escriba.

Autor del cuento “Ilsa Lund”, ganó el concurso llamado Café, Bar, Billares homónimo del programa de radio, en el que la temática era contar historias de la Ciudad de Buenos Aires.

(16/08/06)

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