Ojalá ojalá ojalá en el 2022
Ya el año 2020 nos había resultado lento, casi insoportable. La pandemia nos cruzó; pensábamos que eso iba a durar cuatro o cinco meses. Nos equivocamos los optimistas y los pesimistas; invadidos por el porfiado bichito pasamos un año entero, y vamos por otro más. Y ahora ¿qué?
Por Rodolfo Braceli
Ahora, en la bisagra del 2021 y el 2022 tardíamente empezamos a tomar conciencia que el coronavirus no es un invento perpetrado por el actual gobierno argentino. Damas y caballeros, el virus le sucede a medio mundo y a la otra mitad también. Al mundo entero. Y pone al descubierto que, como nunca antes, la falta de solidaridad ecuménica en el reparto de las vacunas, como búmeran, más temprano que tarde se está reflejando en los países autodenominados del Primer Mundo. Las fronteras no se pueden cerrar con persianas. A todo esto: pensar que en esta patria nuestra hay tantos y tantas pelotaris que usaron la libertad para quemar barbijos, y para apostar al fracaso de las sucesivas vacunas. El odio, coagulado en mediocridad, a muchos compatriotas no los ha dejado ver ni siquiera más acá de sus crispadas narices.
El comienzo de otro año nos invita a la memoria, al balance y a la reflexión. Líderes y voceros de aquí y del resto del mundo fueron tumbados por el bichito y debieron cambiar de parecer en las salas de terapia intensiva.
Una vez más estamos por acudir a los Ojalá. Ojalá es una palabra formidable; nos viene del árabe y significa “y quiera Dios”. En este rato la utilizaré, alentado por la poesía cantada de Silvio Rodríguez, para proponer brindis reflexivos. Con esto no intentamos delegar nuestras responsabilidades en los dioses y en las diosas (suponiendo que creamos en la existencia de dioses y diosas).
En nuestro caso “ojalá” significa no sólo lo que soñamos sino lo que hacemos con nuestros sueños. Algunos ojalá quedaron en el camino, otros persisten, agudizados. Como siempre, se recomienda tener cerca un malbec. Ahí van nuestros deseos:
Ojalá el canto de los gallos nos avise el día de mañana. Porque eso será señal que hay gallo, y que hay día de mañana, ¡y que sigue habiendo canción!
Ojalá que en nuestros actos ciudadanos deje de prevalecer la hipocresía, la mezquindad, la zancadilla, el chicaneo, la especulación. (¿O es que vamos a seguir esclavizados por las envidias y la malaleche? ¿O es que cada nuevo año sólo significa la renovación del odio?
Ojalá, a la hora de apoyar o condenar la vacunación, dejemos de pensar en el rédito político. (Se trata de cuidar al otro y a la otra).
Ojalá aprendamos más temprano que tarde que a este y a todos los virus habidos y por haber se los vence convirtiendo a la libertad en un sinónimo de solidaridad. (Aquí es cierto, como nunca, que nadie se salva solo).
Ojalá, a propósito de los mentados miedos, dejemos de convertir a la histérica paranoia de cada día, en una ideología. La ideología que, a la vista está, anida en el devastador y obsceno neoliberalismo. (Neoliberalismo que hasta no hace mucho acaparó vacunas que dejaron desguarnecidos a millones de humanos sufrientes. Esa necedad fue castigada con la “cuarta ola” que se extiende galopante hoy por varios prestigiosos países europeos).
Ojalá nuestra sociedad se indigne y se duela y se convoque en multitud y con velitas, también cuando el joven ultimado sea marrón. (Ojo, la portación de rostro y de piel oscura está delatando nuestro racismo, nuestra xenofobia subcutánea).
Ojalá que los prolijos y castos chupacirios que reniegan de la conveniencia de los condones no quieran ponernos un condón de la cabeza a los pies, mediante la blasfemia de la censura.
(Tengamos presente que, si se impone la castidad como método preservativo, la humanidad entera puede desaparecer del mapa cósmico. Desaparecer sin el menor costo económico, sin necesidad de ojivas y de bombas. En silencio).
Ojalá que la alfabetización sea una absoluta prioridad. Y que la analfabetización deje de naturalizarse. (En esto tienen urgente responsabilidad nuestros medios de (des)comunicación)
Ojalá aprendamos la tolerancia. Pero sobre todo, ojalá tengamos el coraje crucial de dar un paso más, y superemos la “tolerancia al otro” con el “respeto al otro”. (Si consiguiéramos esto, la famosa condición humana sería por fin eso: más humana).
Ojalá que en esta patria triunfalista se deje de considerar que quien no es campeón mundial de algo es un fracasado, es decir, un pelotudo.
Ojalá aprendamos que la esperanza no es una comodidad, ni una puerilidad, ni una güevada declamatoria: es un derecho y es un trabajo, una obligación por lo menos. (No nos dejemos afanar la esperanza. Los biencomidos y leídos no nos podemos dar el obsceno lujo del desánimo).
Ojalá que no despilfarremos lo que nos vienen enseñando las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Que la memoria es la forma más ardua de la esperanza. Y que la paciencia no es resignación.
Ojalá que nuestros comunicadores, artistas e intelectuales si, llegado el caso, por esas casualidades de la vida tienen una “idea”, no pierdan el “conocimiento”.
Ojalá, más allá de la pandemia, dejemos de besarnos de la boca para afuera / sin arrojo / sin riesgo / sin coraje. Porque es un crimen desbesarse. Ojalá nos arrojemos de cuajo, de cabeza en cada beso / adentro / bien adentro / más adentro.
Ojalá dejemos de confundir el ruido con el sonido, la impunidad con el heroísmo, la indiferencia con la prudencia, la resignación con la paciencia, la comodidad con la paz, la chatura con el nivel del mar, el maquillaje con el semblante, la desmemoria con la reconciliación.
Ojalá, más allá y más acá de la pandemia, valoremos a los que tienen las manos limpias porque nunca se lavan las manos.
Ojalá que la solidaridad no sea sólo un espasmo y que la digestión no sea nuestra única actividad cívica. (No caigamos en la comodidad de andar por la vida sólo siendo intestinos eructantes).
Ojalá escuchemos, con la oreja del corazón a los hambrientos: a los que tienen hambre de libros, hambre de justicia, hambre de trabajo, hambre de memoria, hambre de dignidad, hambre de pan. De pan de cada día y de cada noche. (Para todos).
Ojalá no perdamos de vista el rubor del durazno, el presentimiento de las uvas, la franqueza de la aceituna, el orgullo de la cebolla, la cordialidad del orégano, la honda emoción de la albahaca, el sincero coraje del ajo.
Ojalá tengamos presente que el sol no puede hacerlo todo solo: el sol también necesita de nuestro tráfico de calores. (Ojo al piojo: el sol nos puede perder la memoria. En tal caso no nos hará falta recurrir al mentado Apocalipsis).
Ojalá dejemos de ser ese conato de país que reemplazó la satisfacción de sentirse el mejor del mundo por el patético orgullo de ser el más inexplicable del mundo.
Ojalá aprendamos, por fin, que al destino no se lo puede coimear.
Ojalá que la memoria de la opinión pública mundial siembre conciencia ecuménica, para que las guerras preventivas sean llamadas por su nombre: genocidios preventivos.
Ojalá miremos lo que el dedo señala y dejemos de mirar la punta del dedo.
Ojalá dejemos de echarle la culpa de la pedrada, a la piedra.
Ojalá que cada mañana, al salir de nuestra casa, lo hagamos con el corazón puesto.
Posdata. Por más abatidos que estemos, no caigamos en el pozo desfondado del desánimo. Los biencomidos y bienleídos y bientechados ¿tenemos acaso derecho a bajar los brazos? Eso sería la traición de las traiciones. Damas y caballeros: en el 2022 no arriemos la esperanza, y no perdamos la vergüenza, y ¡carajo! no seamos obscenos, no caigamos en la indiferencia activa
(Sigamos descorchando el hondo malbec. Que como el pan, no debe faltar en ninguna mesa. Es decir, que debe estar en todas. Como el pan).
Esta columna se publicó originalmente en el diario JORNADA de Mendoza.
* zbraceli@gmail.com === www.rodolfobraceli.com.ar
Ilustración: Vector de Fondo creado por vikayatskina