Mundial sí, escuelas también
por Rodolfo Braceli
¿En qué consiste la famosa Vida?
En algo vertiginoso que sucede al compás de los mundiales. Hasta es posible medir nuestra expectativa de vida por la cantidad de mundiales que podemos sufrir y gozar. Bien podríamos decir que fulano/a de tal tiene tantos mundiales de edad.
Ya sumergidos en pleno trance de Mundial. Hace 4 y hace 8 años estábamos emputecidos con Messi; y seguimos igual. Retomo reflexiones que propuse en esta columna en los años 2006 y 2010. Otra vez se plantea la conveniencia o la inconveniencia de vivir el Mundial en escuelas y colegios. Pienso: ya que el mundial devora nuestros días y noches y siestas, aprovechémoslo en las aulas. Decía mi abuela de uno de mis siete abuelos: “Este hombre no es imprescindible, pero es inevitable.” Vale para el fútbol.
Además de juego prodigioso –si se lo juega– es una flor de herramienta para conocernos. Espeja nuestras violencias, nuestro amasijo entre supersticiones y religión y viceversa, nuestro racismo agazapado y ese jodido nacionalismo odiador que hasta justifica guerras y matanzas. Espeja, además, el exitismo y el derrotismo, tan alentado por los medios y periodistas estelares de nuestros pulpos medios de descomunicación.
Así es: el fútbol es el espejo que mejor nos espeja. Y qué culpa tiene el espejo. Por otra parte digo –afanándome de mi libro De fútbol somos–, que el fútbol es el suceso humano en el que tenemos menos posibilidades de ser hipócritas. De un minuto al otro nos descareta de cuajo, nos revela taras y flaquezas. ¿La pelota nos deja en? En pelotas, claro.
Estamos ante otro bendito/maldito Mundial: el primer y el tercer mundo, todos los niveles sociales, cultos y analfabetos de cualquier edad, raza, sexo y religión serán poseídos por la fiebre. El planeta entero será tragado por una especie de Moby Dick. Bueno, ya que Moby Dick nos come, aprovechemos para ver cómo es la ballena por adentro.
Ante la inevitabilidad del fútbol, opino que la decisión de que se puedan ver en las escuelas partidos del Mundial tiene un costado que puede llegar a ser muy estimulante. Eso es: aprovechemos la inexorable fiebre del Mundial, más que para enseñar geografía o historia, para dar intensas clases de convivencia humana. El Mundial en las escuelas (añado colegios y universidades) puede ser muy alumbrador. ¿Para qué?
1– Para aprender la diferencia entre amor propio y amor por lo propio. (El amor propio conduce al fanatismo enceguecido. El amor por lo propio es eso, amor.)
2– Para establecer la diferencia entre tolerar y respetar. (Se tolera porque no hay más remedio. Se respeta por convicción.)
3– Para hacer trabajos en vivo sobre exitismo y derrotismo. Clase práctica: los alumnos –y los maestros también– que escriban, antes del Mundial, lo que piensan de Sabella como técnico y de tres o cuatros jugadores. Que después del mundial comparen sus opiniones escritas con las que emiten con el resultado sabido. Linda pregunta: ¿nuestra opinión se mantuvo, pese al resultado, o el resultado la dio vuelta sin pudor?)
4– Para reflexionar sobre esta sociedad exitista y derrotista, que pasa de la euforia a la depresión en un minuto. Observemos cuán camaleones son los pulpos medios de descomunicación.
5– De paso, como estaremos cerca de otro aniversario de la rendición en la desguerra de Malvinas, aprovechemos, grandes y chicos, para recordar reflexivamente nuestro patético exitismo del 2 de abril del 82 al entrar en Malvinas y la depresión, avergonzada, tras la derrota.
6– Para recordar que Mascherano no es el Sargento Cabral. Ni tiene porqué serlo.
7– Para aprender que los himnos nacionales no son canciones de guerra. Sirven para soltarnos el agüita escondida en los ojos.
8– Para revisar las supersticiones y advertir que, cada vez que, cábala o promesa mediante, pedimos ayuda a la Virgen de Luján, o al Muro de los Lamentos, intentamos coimear al Más Allá. Ojo al piojo: si fuese cierta esa ayuda, hacemos trampa: salimos a la cancha con pichicata, con doping celestial.
9– Para hacer memoria sobre el obsceno Mundial del 78, cuando se celebró y se hizo la fiesta de todos encima de un cementerio de cuerpos sin sepultura. Para recordar que Menotti, quien se autoproclama “de izquierda”, en el 78 y en el 82 se abrazó, muy sonriente, con los genocidas Videla y Galtieri. (Ver nota y fotos en la revista “Siete Días”, 24/02/82).
10– Para comparar lo que opinan los periodistas deportivos según cambian los resultados. Para observar la alevosa fragilidad de las opiniones. (Por un penal errado o atajado a un semidiós lo convierten en un canalla.)
11– Para advertir que sería macanudo ganar el Mundial. Y muy peligroso también. ¿Otra vez creeríamos que somos los mejores del mundo?
A todo esto, a los chicos que aborrecen el fútbol –los hay, los hay–, ¿los vamos a condenar a ver algo incompatible con sus neuronas? Una solución: si el fútbol les produce arcadas, que observen las mutaciones de sus compañeros según suceden los resultados.
Posdata
Las jornadas del Mundial en las escuelas pueden servir para una saludable diversión cívica. ¿Qué a las escuelas uno no va a divertirse? Pero menos uno va a aburrirse. Ojo al piojo: el aburrimiento escolar es una especie de genocidio finito. Imperdonable.
Hablando de aprender, con estos trabajos prácticos televisor mediante, los maestros y profesores, reflexionando en vivo con los chicos, también ellos podrán aprender. Después, los chicos podrán contagiar a los adultos –tan adulterados por los medios de descomunicación–. Observando nuestro exitismo y fracasismo, les avisarán, por ejemplo, que Messi no es el Mesías. Ni tiene por qué serlo.
Ya que el Mundial succionará nuestros corazones y cerebros, de algún modo saquémosle el jugo en las escuelas y colegios: aprovechémoslo para alumbrar cómo nos comportamos después de los triunfos y de las derrotas; para averiguar cómo somos y cómo dejamos de ser.
Flor de oportunidad para aprender-nos, la del Mundial.
* (Este texto fue publicado en el diario JORNADA, de Mendoza )
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Foto: Galuya