Mi Barrio Parque Chas
Dedicatoria: A los Padres de los que nacimos y nos criamos en
el Parque Chas, por haber elegido ese lugar.
Alguien dijo que todos tenemos un niño adentro, así que poco me va a costar llegar a cada uno de Ustedes.
Bueno, como se pueden imaginar cuando Azucena Ofelia Smurra me mandó el mail, haciéndome saber que existía una página web sobre el barrio, me fui al Google y ahí estaba! Entrar, sofocado por la emoción de que un barrio de Buenos Aires estuviera online, fue un shock.
De ahí a empezar a recordar hechos y personas fue todo uno y me dije, a cuántos de los nuestros les interesaría lo que me acuerdo y cómo me gustaría saber qué cosas de lo mío quedaron grabadas en la mente infanto-juvenil de mis queridos amigos de la niñez.
Así que, ahí va:
La cosa empieza cuando allá, por el ’36, mi viejo el gallego d. Celestino Beiroa y su esposa Dolores Ruibal, d. Lola, se compra un terrenito sobre una calle de barro para seguir aumentando la familia; habla con don Genaro, del que no recuerdo otros datos, y le mete a las dos piezas, cocina y baño del 2434 de Marsella. Ya estaban en el barrio, de los que me acuerdo que se hablaba en casa, cuando se hablaba delante de los chicos por que no había nada que ocultar, de don Domingo Mele, d. Do-mingo Risoleo, d. Fioravanti Palópoli (nuestro querido y tierno d. «Fiori»), don Francisco Guido y su Sra. D. Antonia, y alguno mas que no alcanzo a descubrir, como ser don Pedro el lechero, don José Intelisano, Don Eduardo Sacco y doña Sabina, pero con el paso de la narración vaya com-plementando el rompecabezas.-
Al tiempo vendrían d. Alfredo Smurra, su hermano Luis con d. Olga enfrente y los Intelisano mas hacia la placita, amén de los hijos del lechero d. Pedro que no eran de la partida, lo mismo que Enrique y Eduardo Sacco que eran poquito mayor que nosotros pero que nos cuidaban como hermanos y nos enseñaron a jugar a la biyarda pero sin que nos sacáramos un ojo.
Trataré de ser sucinto pero no puedo dejar de darme el gusto y hacerles llegar a cada uno de los que aparezcan, un recuerdo que los pueda inducir a buscar a aquel amigo de tantos juegos y si se les escapa una sonrisa, mejor.
Clelia (la hija de la «artista» como llamaban nuestras viejas a la madre) era enderezada en otros caminos, pero se moría por estar en los juegos nuestros.
Antoñito y Santo (el que se daba de baja por su cuenta de la colimba y lo venían a buscar cada dos por tres) eran mas grandes, Tino y el rubio Pedro Bax, hijo del chofer de la Infanta Elena cuando vino a Buenos Aires en ocasión del Centenario de 1910, los Casciaro, primos de los Smurra, Darío el de la esquina opuesta a Angelito el carpintero, Luis Daverio el abogado que se fue por el 50, ya era de un gru-po mayor y si bien los conocíamos, la diferencia generacional nos alejaba, pero en el fondo los sentíamos, al menos yo, como nuestro protectores.
Tampoco Ismael Liaskovich (médico) y Mario Sarkin (bioquímico de nombre en el Instituto Pasteur de Francia) no eran de «fobal», «escondida», ni placita, pero sabíamos quienes eran.
Tampoco Minguito Mele tenía acceso a la libertad, por que un bruto candado puesto a mas altura de la que él podía llegar, se lo vedaba.
Sin embargo a veces, había alguno arrimado al alambre tejido de la puerta acompañando su soledad, yo.
El candado se abría cuando después de veinticuatro horas de suplicio, a eso de las 6 de la tarde don Domingo Mele, abría la puerta, la trababa con una piedra, iba a la azotea y le sacaba el gancho del collar al perro que salía como estampida escaleras abajo, viraba los cuartitos, encaraba la recta final y si llegaba a enganchar a alguien en el medio de la vereda, chico o grande lo hubiera estrellado contra la ventana del comedor de los Smurra en la vereda de enfrente, para frenar de golpe y echarse la meada mas grande del mundo.
En la casa siguiente, cada uno con su cocinita y su pieza, tres familias se agrupaban, entre ellas las de d. Luis Smurra, del que los datos que me acuerdo era que había sido de todo, bombero, boxeador, y operario en la instalación del gasoducto Comodoro/Buenos Aires, como también feriante. De la obra pública se había traído una radio portátil a pilas, la primera que vi en mi vida. Se iba a la placita y se escuchaba los partidos, por supuesto como todo el clan: de Racing. Duro el hombre, no perdonaba nada y muestra de ello eran las piñas con que trataba de contener el espíritu de Ricardo, su único hijo, pero eso sí el mas grande constructor de barriletes con diseño: bombas y avioncitos con estructura balsa armados pacientemente y forrados con papel transparente, le largaba tanto hilo que se podía ir a dormir que, no solo costaba verlos, si que no se caían nunca, siempre tenían viento.
Mi vieja que, como la de todos tenía el corazón en la mano, le aceptó a d. Olga que se lo iría a buscar al colegio de la esquina opuesta al Tornú en Avda. Del Campo y Chorroarín por que ella trabajaba y no llegaba a tiempo, así que cuando nos sacaba a Rodolfo y a mí de la escuela de Triunvirato y Acha, por las tardes, íbamos por Donado hasta la puerta del Tornú y de allí por delante de la fábrica de ladrillos hasta el co-legio donde tenían a Ricardo. Como era lógico el pibe venía con «número dos» completo, así que cuando llegábamos a casa mi vieja se arremangaba y metía mano para poner las cosas en su lugar, y liberarlo y liberarnos de la olorosa carga, de allí que confirmáramos los golpes en las piernas que ligaba el pobre pibe.
También había una familia que tenía dos nenas una creo se llamaba Elba pero se fueron antes del ’55, después supimos que el hombre había muerto. Años después vino un tanito bajito, «Felipe (.?), ya por los 12 o 14 años que fue bastante compinche con todos, pero un día sintió el llamado de su tierra y se fué. Allá por el 80 me encontré con la hermana en Avda. Constituyentes y Salvador Maria del Carril y me dijo que estaba en Italia y que andaba bien.
En la puerta de la única columna de alumbrado que había por aquellos tiempos, la familia Guido mandaba a la calle a los dos menores, Cacho y Carlitos, ya que «Macho» y «Coco» eran mayores y sólo se sentaban en la puerta para «desaznar a los novatos» con descubrimientos increíbles sobre procesos masculinos y femeninos desconocidos, y por que nó sobre los famosos Reyes Magos.
En la casa de Don Jacobo había una familia que el Sr. era carpintero y tenían un hijo de ojos muy claros que al poco tiempo también se fueron del barrio. La hija de don Jacobo tampoco era muy comunicativa, pero después del accidente que le costó la vida a su madre y a su hermanita chica, había cambiado un poco.-
Tengo presente que a la altura de esas dos casas una vez que a un señor que manejaba el camión de don Fiori o el de Humberto Smurra que eran del mismo modelo pero uno con caja y otro playo (tenía dos hijas, Ana, prima de los chicos, pese a vivir en Avda. de los Incas, era de la partida cuando había escondidas o manchas) salió una nena corrien-do de una casa y se le metió abajo, pero me parece que por suerte frenó y no paso nada grave. El que se acuerde del hecho me corrija o aclare.
Tampoco los hijos de don Pedro el lechero jugaban con los demás chicos (tenía un carrito de ruedas finas altas con goma en el exterior así que era muy silencioso y pintón y un caballo elegante en el andar, con montura adornada por unas chinches que se nos hacia agua la boca para, valga la redundancia, la boca del balero). Era un carro de exposi-ción, con los rayos fileteados como si fuera una chatita) creo que se llama-ban Ondina, Pedro y la menor no me acuerdo, estos dos últimos médicos a fuerza de la lucha de los viejos.-
Rino, el hijo de don Enrique, mètre en los buenos hoteles uruguayos tanto de Punta del Este como Carrasco, eran mayores pero siempre se acercaba para reirse con y de nosotros.
Cruzando la calle, en la esquina de «ladrillo a la vista», por que nunca habían sido revocados, «Piraña» (Juan Carlos Bobadi-lla) y su hermanita (que tenía una voz chillona y una risa contagiosa), él siempre tenía una historia interesante para asombrarnos, había estado en la Federal haciendo la colimba y no sé si se enganchó, no creo por que le fal-taba medio comedor, pero discutía con un énfasis que uno terminaba convencido de sus posiciones.
Frente a la placita, los hermanos que tenían al principio venta de leche y luego carnicería mientras las chicas, una, Marta, se casaba con Roberto Alianak (el de Cádiz en cuya casa había dos espejos enfrentados y entrábamos a vernos el jopo repetido) y la otra hermanita que no me acuerdo con quien hubo de casar. Habían venido de Casilda en la Pcia. de Santa Fé.
Por enfrente volviendo para Cádiz, las primas de José «Nene» Intelisano, Elena y la otra, que era mayores y no nos daban mas bolilla que el saludo tierno que se le da unos chicos y, seguidamente la casa del Nene (¡Que duraznos que colgaban hacia fuera!), nunca me enteré de nadie que se quedara colgado de un alambre como a él le pasó en el terreno de Grosso, allí donde jugábamos a la pelota con las camisetas que compramos por una rifa que vendimos de no se que premio y que ganó un sastre que estaba pegado a un garage, al lado de la farmacia de Pampa y Triunvirato, tuvieron que coserle el labio superior y así y todo le quedó la marquita.
A él y a Tomasito los relevé en paradas policiales de la comisaria 37 donde hicimos el servicio militar como coreanos. Después vino el tano (¡pronto alguien que me diga el nombre!) hijo del taxista allá por el 49 y los chicos del carpintero que, el viejo no los dejaba participar mucho con los mas «antiguos» pero con el tiempo formaron parte de «manchas» y «escondidas».
Eduardo Sacco era muy serio, no había muchas posibilidades de contacto, tanto que era algunos años mayor, quizá 3 o 5 pero a esa edad de los 9, tener catorce era tener carnet de «mayor», y obviamente estar mas cerca de los pantalones «largos» que nosotros.
En la casa siguiente a la de Don Eduardo y Doña Sabina Sacco, dos «pan de Dios» justo para ese barrio, de un médico ciru-jano que luego se mudó, luego fueron a vivir Monona y Luis con su hijas que fueron toda la vida muy amigas de los del 2431, mis inefables Smurra.
Con ellos y con los Palópoli la afinidad fue total, no sólo de mis viejos sino también de mis hermanos. Amén de que gozaban de toda la preferencia de Tia Carmen como si fueran de la familia y eso entre gallegos es decir mucho.-
Don Alfredo hecho en una escuela de dura y Doña Filomena en una similar de tanos trabajadores formaron una pareja para luchar y superarse en pro de los dos críos que tenían Eduardo y Norberto. Él obsesivo con su trabajo en el ACA por las tardes y su puesto de papas en la feria de Urdininea, su presencia de blancura y rayas del pantalón que cortaban el viento, serio pero cariñoso, cuando mil veces me puse a su lado para ver como sacaba un tornillo o una pieza de aquel viejo camión que tantos años estuvo esperando salir a dar una vuelta a la manzana, pero, creo, siempre habría un gasto familiar que demoraba su puesta en marcha, pero facilitaba los escondrijos para jugar a la escondida.
Ella, una leona de la limpieza y la cocina, tanto el lavado a mano, todos los días, de los guardapolvos para que los tres incluí-das las colitas de «Azu» para ir al colegio fueran impecables como los «fuccille» hechos con el alambrecito de acero para que se cocinaran mejor y la radio, clavada la sintonía en Radio Porteña tanto con la novela del medio día del Gaucho Matrero como los tangos que hasta mi vieja tararea-ba. Ahhh….los domingos cuando venía la abuela materna era la fiesta!, en esos días de enero o febrero cuando hacía ese calor del que no valían los Aires Acondicionados y sí la pantallita o el ventilador Marelli de aspas de bronce, el escalón de mármol negro de la puerta era tan refrescante como todos los modernismos.-
También para setiembre el día de la Primavera, recibíamos en casa sus primorosos platos cubiertos con servilletas inmaculadas con unos cañoncitos dulces con confetti (que tienen un nombre tano que ellos saben mejor que yo) que nos recordaban una nueva fecha del casamiento de los Smurra. La alegría fue cuando nació Azu por que ya éramos mas grandecitos y comprendíamos el porque de la abultada panza de Doña Filomena y sabíamos que venía un niño, siempre con el pudor y decoro con que, por aquellos tiempos, se tocaban esos temas. Tuve, y aprovecho la oportunidad para agradecerles infinitamente donde quiera que estén, aquel cobijo que me dieron a mis doce años cuando la gente me pre-guntaba:
¿Y….como está tu hermano?
y yo contestaba: ¿cuál?,
a lo que me respondían: ¡Tino!
y yo replicaba: Ahhh.. Tino bien por que no lo ope-raron (estaba internado en el pabellón Lanari del Tornú») …..al que opera-ron fue a Rody que está en el Clínicas, y ahí, tenía que decir lo que había ocurrido.
Claro, yo venía de la Escuela y doña Filo me tenía el tazón de aluminio con el dulce mate cocido, compartido con sus hijos, tan caliente que si pegabas los labios te quemabas hasta la nuca.-
Y al lado, en el mismo terreno, al fondo, por el pasillo de baldosas alternadas, los Palópoli: d. Fiori, doña Beba, (Juan) Alberto y Beatriz.-
Mi recuerdo con don Fiori era que, allí por las cuatro de la tarde cuando se levantaba de la siesta, (por que con su camión, traído de Los Toldos una noche de frío y lluvia — salimos todo el barrio a ver el Chevrolet 46 con caja, que iba a servir para ir a buscar a «Casa Amarilla» las bolsas de papa que vendería luego en la feria) se levantaba muy temprano para llegar al puesto y tener la mercadería presentable para la venta de la mañana, decía, entonces, que después de la siesta se sentaba en el es-calón de la entrada a la casa y empezaba a silbar, sisear diría, entre los dientes todos los tanguitos de Gardel y Corsini que se sabía, cuando no, los entonaba en vos baja y me hablaba de lo bueno que habían sido ambos cantantes. Yo lo escuchaba con la fruicción del que quiere exprimir a un ídolo todo lo que sabe.
A doña Beba (de Genoveva), bendita entre las benditas, todo mi recuerdo por el lugar que me dió. Recuerdo que los miércoles, cuando con disimulada vergüenza me acercaba a pedirle una revista, me pasaba el «Intervalo» para que me leyera las aventuras de Mandrake y algún detective dibujado en historieta en tanto en casa no largaban un centavo si no era para el «Billiken» culturoso. Creo que fué de las primeras que empezó a llamarme «Juancarlitos» en lugar del familiar «Chichin».-
Alberto también era de la época anterior, junto con Eduardo y Rino y Juan Risoleo pero su trabajo en el Correo, por aquellos tiempos y el ayudar a su padre en la carga y descarga lo tenía menos cerca de nosotros. Ya con Beatriz fue diferente, el conocimiento fue mas amplio por el vinculo generacional y el cuidado que prestábamos de ella para que trajera a su prima Elsa a jugar a la escondida y mas tarde a los «asaltos» hogareños.-
Tal fue la relación amistosa, me honra nombrándo-me en su e-mail a esta página, con el sobrenombre que me pusiera mi vieja creyendo que iba a ser un «chiche»: «Chichin». Años después y ya grandes, un compañero de secundaria de mi hermano Rodolfo (mi vieja se arrogaba el crédito de haberlos presentado) terminó siendo su esposo, nuestro inolvidable Aroldo Gisels (¿sería con «H»?).-
También hubo un familia , en el 2419, con dos hijos pero no habían nacido propiamente en el Parque Chas, Humberto y Cacho. De la señora mas vale no contar nada por que era tan agria que nos mojaba las baldosas con agua para que no jugáramos a la bolita en la divisoria con la casa de Tomasito. El mayor era Humberto, Sargento de Infantería pero tenía la virtud (?) de ser tambor mayor de una banda de regimiento, así que los 8 de julio cuando traían los muchachos colimbas marchando desde Campo de Mayo, pasaban por Avda. de los Incas y Triunvirato y en una de esas se nos aparecía aquel grandote revoleando, marcial y acrobáticamente, su silencioso instrumento, señalando los inicios, ritmos y finales de las marchas que nos hacían marcar el paso en el mismo lugar y sentirnos orgullosos por que vivía en nuestra cuadra.
Otro que también andaba, de vez en cuando cerca, era Alberto Lombardía, de enfrente a la casa donde alguna vez vivió Argentino Ledesma, sobre Cádiz, pero luego, al comenzar a estudiar se lo vió menos por el barrio.
Tampoco los Velo, hijos del dentista de La Haya aparecían con la patota de Marsella.
Eduardo Taccone, Goré, de la Haya, Gnieco o Ñieco (un sobrenombre) de Treveris, Guillermo el bajito de Gandara, Los Bettini todos eran de nuestro Parque Chas, pero los de Marsella teníamos un mun-do a parte.
Los hermanos Alianak, venidos de otros barrios también fueron de algunas partidas de bolitas bastante peleadas, tanto de hoyo como triángulo. El que la tenía clara con las bolitas era Carlitos Gutiérrez el de la «otra» Marsella en su segunda cuadra (aquel, cuyo padre, nos llevaba a la escuela los día de huelga o medio revuelta en la primera época peronista con el facón a la cintura, debajo del saco, por la dudas….) y en las figuritas descollaba, aquel rubiecito que viviera en lo de don Jaco-bo cuyo nombre no recuerdo.-
Cómo me voy a olvidar de Leonardo Schwaizer, el de arriba de la panadería de Gándara, que jugaba al ajedrez con el húngaro oloroso, a caballo de los bancos de la plaza y después nos jugaba a noso-tros y nos ganaba las estampillas recibidas en casa.
También formó parte de la camarilla de la placita el gallego Diego Rodriguez Rey (Jefe de Servicio de Patología Mamaria en el Pirovano, hasta que supe de él) el hijo de doña Carmen que lo llamaba con el argumento de comer: «Diejooooo, a tomar la soooopaaaa!.
Algo típico era el silbido de don Alfredo para arrear a los suyos: «uiiiiiiiiiiiihi» un pitido largo y otro cortito cambiado de intensidad, no solo era un aviso para Edu y Norbe, había que prestar atención si detrás de él venía la gallega doña Lola a traer a lo suyos: «Roooo-di….Chichiiiiiin! y ahí salíamos por la vereda de enfrente para que el coscorrón llegara mas tarde, por que nos habíamos fugado del seguro reducto hogareño saltando la verja por que la llave, estaba en el bolsillo del delan-tal de la vieja que mascullaba sus cosas dándole a la tabla por que el «Es-labón de Lujo» que le había traído el viejo, «rompía la ropa», «gastaba mas jabón y corriente»! Ja!
Uy!!! Me olvidaba del silbidito que nos avisaba que alguno rondaba cerca. Era ondulante, repetido tres veces y con un remate, todavía hoy lo uso para identificarme con los míos a modo de saludo.
Particularmente con Tulio Roberto Paccini y Fernando Garcia Ginabreda, con quienes mantengo contacto todavía.
Quizá dejo para el final la historia del pino de la placita. El pino que daba frente al almacén de Don Jacobo y Doña Clara, que no sabían de pulsos telefónicos y a las clientas les prestaban el teléfono «público» para que se sintieran comprometidos y siguieran como leales clientes. También si había una necesidad se llegaban a la puerta del necesitado para avisarle que tenía una llamada, casi siempre para avisar algo tris-te.
Tampoco me olvido de Horacio «el grandote», primo de Beatriz y Alberto que nos visitaba en las vacaciones y era compañero transitorio de juegos.-
Les decía del pino. Era un lugar donde uno podía otear el horizonte, de casas bajas, sin peligro por que tenía tantas ramas cruzadas que si fallaba un pié ahí nomás estaba la otra para sujetarse. Así llegábamos hasta casi la copa donde en las noches de verano nadie podía alcanzar a vernos dado la poca luz de las farolas de la placita. También los «rangos y mida!» con las plantas de Berlín y Marsella que se saltaban mejor cuando las podaban.
Me falta Tomasito Risoleo, hijo menor de don Domingo y Doña Mariana la que había nacido en Estados Unidos y al año la llevaron a Italia, pero cuando fue al consulado de EE.UU. para darle alguna partida o algo así, como decía «nacida en EE.UU.» le hablaron en inglés, de donde Juan o Tomás tuvieron a aclarar que solo había estado el primer año en EE.UU.-
Tomás tenía un hermano mayor, gran amigo de Alberto Palópoli: Juan Risoleo, que lo mismo que Tino a Rodolfo y a mí, nos querían tener de hijos pero no pudieron por que crecimos antes de lo que esperaban. Ja! A veces veía desde nuestra azotea cómo Juancito lo corría a Tomás por los techos del garaje y si la puerta del garaje tenía arena éste saltaba desde allí al montón sin hacerse nada, es decir sin matarse. Dada la posición económica mas solvente de la familia, tenían auto, así que cuando pudimos ya empezamos a colarnos en alguna escapada para despuntar el vicio y la emoción de «manejar».-
A Tomás lo habían mandado al cole que lo traían en colectivo, aquél inalcanzable «Manuel Belgrano», pero su corazón estaba con la patota de su barrio, apenas llegado del cole, revoleaba todo y salía de disparada para la placita a jugar a la pelota y divertirse con todos los demás. También para las figuritas y la boleta era de temer, pero era sano cuando perdía sabía pagar con «ñateros» que valían oro.-
Los que la escolaseaba también con las bolitas, en el triángulo eran los Guido, Cacho y Carlitos era del «hoyo».-
También sabíamos de los Rigón, pero el mas chico, Tito, era mas del grupo de Johnny Estrugo y Roberto Alianak y Jorge Roveglia (.?) de dónde moría Torrent, en Treveris.-
Uhhh, me olvidaba ¿se acuerdan cuando se lo llevaron al petizo que vivía en lo de los Guido por que había amasijado a un zapatero de Triunvirato? A ese lo llamaban «Elevantor» por los zapatos del mismo nombre que tenían un taco de cuatro centímetros para darle mas nivel al «sotipe».
Recuerdo gratamente a Eduardo diciendo poesías de Gagliardi y a Norberto cantando tangos. Un día, jugando, lo corrí por detrás del camión de don Fiori y vino el de la bici y se lo llevó puesto, deján-dole el cachete perforado, terminó en el Tornú con puntos.
Un recuerdo respetuoso para don Alfredo Smurra leal amigo de mis viejos, lo mismo que su querida esposa a quien mi vieja ayudara en los quehaceres cuando su estado fisico se redujo sensiblemente; a él que no aguantó la soledad y se fué «al usso nostro» como me dijera Norbe en su momento.
Después mi viejo juntó firmas e hizo poner los caños del gas que trajeron adelanto y así dejamos de ir todos los inviernos a hacer la fila al surtidor del «kerosén» (para las Volcan), y gomería que había frente a lo que fue aquella casa de discos sobre Avda. de los Incas, casi en la puerta de los Scalise, antes de que edificaran, a donde íbamos con la lata de aceite de cuatro litros por que el número en centavos daba redondo, creo que 40 guitas en cobres!, en realidad a los chicos nos llevaban a hacer número a la cola para después cargar los viejos con los envases.
También había un montón de gente de afuera que venía a la plaza pero este recordatorio no abarca a todo el Parque Chas sino al ámbito de esas cuadritas de Marsella en que nos criamos.
Perdón si me equivoqué algún nombre, hecho o parentezco, en todo caso espero me rectifiquen y aumenten, por que acepto «Fé de erratas».
Mi recuerdo para Roberto Barreiro que lo ví hace tres o cuatro años y me reconoció después de veinte!!!!
¡Vamos, vamos, desempolven recuerdos y vuélquen los en este lugar donde nos regocijaremos con anécdotas personales que quizá ni nosotros mismos recordamos!.
«¡Mancha! ¡Pido Gancho!» «¡¡¡Tremildosuya!!!» (en la biyarda o billarda, nunca supe lo que era, pero había que decirla), «¡¡¡Libre para todos miiiiis cooooompañeroooooos», y en la semipenum-bra de la tarde se dibujaba el cuerpo escondido para tratar de llegar antes del que había contado: ¡hasta cuarenta eh! Hasta cuarenta! Para que nos diera mas tiempo quizá para dar la vuelta a la manzana.-
¡Chau flaco, chau flaca!, ojalá se volvamo a encon-trar!!!!…………con los que se fueron y tomaron otros caminos para hacer su vida, a los que iban al cine Parque Chas o al 25 de Mayo, (los miérco-les, por que daban 3 pelis de aventuras), para los que cuando pasan cerca no pueden dejar de darse una vueltita por la calle que nos vió crecer, para los que siguen juntos, para los que no se vieron más, para los que nunca olvidaremos que: ¡Nacimos en el Parque Chas!
Perdón, tengo los ojos nublados y no veo las letras pero no quiero cambiar el Tamaño de la Fuente de mis recuerdos por uno mas grande, total ……los llevo en el corazón!.-
Recuerdo de mi Barrio Parque Chas
por Juan Carlos Beiroa Ruibal desde Alicante – España.
jcbeiroa@hotmail.com