Rodolfo Braceli

Libertad de expresión, chiquita


 

 

A propósito del octavo aniversario del asesinato de Hrand Dink:

La libertad de expresión, hoy tan enarbolada, ¿nos importa en serio o nos importa discriminando? Queda el interrogante en remojo.

 

por  Rodolfo Braceli

 

Las odiosas comparaciones a veces son inevitables. Imprescindibles. Veámonos: el 7 de enero pasado dos encapuchados entraron al semanario satírico francés Charlie Hebdo y asesinaron a 12 humoristas, periodistas. La noticia conmocionó a los franceses, a Europa, al mundo entero. Millones de humanos salieron a las calles a repudiar. No era para menos.

Tres días después, en un mercado de la ciudad de Maiduguri, de Nigeria, otro grupo fundamentalista hizo estallar una bomba adosada a una niña de 10 años. Aquí 20 muertos. La noticia brotó fruncida, chiquita y se traspapeló rápidamente. El repudio también se evaporó de una día para el otro. Era para más, ¿no?

 

Otro caso: el pasado19 de enero se cumplieron ocho años del asesinato del periodista armenio y ciudadano turco Hrant Dink, a la salida de su semanario bilingüe Agos, en Estambul. El aniversario pasó de largo; la noticia salió obscenamente chiquita.

¿Por qué semejante desmemoria? ¿Por qué tanto alarde con la “libertad de expresión” y, a la hora de usarla, se la discrimina? ¿O es que la libertad de expresión sólo corre para los países de elite?

 

Mientras remojan los interrogantes digo que la “libertad de expresión” no es necesaria, es imprescindible. Pero hay que usarla no sólo como derecho sino como deber. Y esto no está sucediendo con los pulpos medios de descomunicación de la Argentina y de los “países superiores”. Vergüenza para la condición humana.

Al masivo “Somos Charlie” habría que haberle sumado “Somos Hrant”. Pero, ¿cuántos saben de Hrant Dink? Y esta desaladora ignorancia se debe a esa “libertad de expresión” mezquina, chiquita, usada con impunidad usurera.

 

Recupero conceptos de mi columna de hace ocho años. La titulé, “Naciobalismo” y se refería a Hrant Dink.

 

Nació hace 53 años el hombre que ahora deja su silla, su computadora, sus papeles. Tiene esa edad, todavía, este periodista que ahí va con su rostro de cejas gruesas, nariz aguileña, piel aceitunada. Ya en la vereda, un revólver le mira la nuca. Un balazo. Dos balazos. En la cabeza, el sitio donde se piensa. Se desploma el hombre. Un tercer balazo en el cuello, y otro más que elige el corazón, el sitio donde la sangre decide el pulso. Misión cumplida. La vida se le va a chorros en segundos, al hombre. La vida, justamente. Lo cubren con un papel blanco; ese papel ya no será usado para imprimir su diario de editoriales incómodas.

El cuerpo yace en la vereda, ya no tiene edad ni semblante ni pulso.

¿Por qué?

Porque “por algo será. En algo andaría…”

Sí, en algo andaba: y recibió cuatro balas por escribir en voz alta que más de un millón de armenios murieron, genocidio del estado turco otomano mediante, entre 1915 y 1923. Muerto está por no acatar la comodidad del silencio y por no ser cómplice de una de las más ninguneadas masacres de la historia de la humanidad.

 

La noticia que muy pronto sería traspapelada, informaba: “Un reconocido ciudadano turco de origen armenio, Hrant Dink fue asesinado a balazos este 19 de enero en la puerta del periódico Agos, que él dirigía. Dink ya había sido condenado a prisión de seis meses en suspenso por transgredir el artículo 301 de la ley turca.”

La noticia explicaba: “Dink sufría amenazas por su posición frente al genocidio Armenio. Dink era director del Agos, la única publicación armenia de Turquía (6.000 ejemplares de tiraje). Afrontó procesos por declarar: ´No soy turco; soy armenio de Turquía´. El artículo 301 castiga con cárcel los insultos a la identidad nacional. Entre los intelectuales perseguidos por este delito figura Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura de 2006. Pamuk declaró: “30.000 kurdos y un millón de armenios fueron asesinados y nadie se atreve a hablar de ello”.

 

Hoy, por estos días sembrados de confusión,  tenemos el deber de ser reiterativos, porque el silencio y el ninguneo son formas atrozmente eficaces de la reiteración negadora. El dulce Hitler arengaba a sus generales así: “Después de todo, ¿quién habla hoy del aniquilamiento de los armenios?” Hitler contaba con la desmemoria borradora. Por eso, debemos repetir, hasta la extenuación, que el genocidio armenio se produjo cuando se produjo y se sigue produciendo todavía hoy, en el 2015, durante su negación. Negaciòn alimentada, estimulada por la indiferencia activa de tantos países. Indiferencia nauseabunda.

 

Pregunta: ¿Existe la opinión pública?

Existe, si es que la despertamos. La opinión mundial no tendrá misiles, pero puede semillar el aire con el repudio explícito. Basta ya de genocidios de primera y genocidios de cuarta. ¿Permitiremos que el finado Hitler tenga razón?

Tarde o temprano el estado turco deberá pronunciar las palabras que le dictó su Nobel, Pamuk. Mientras no lo haga, el genocidio seguirá extendiéndose, activo, con pulso.

 

Por ser valientemente reiterativo, a Dink le vaciaron la vida. El arma la empuñó un joven de 17 años. Pobrecito él. ¿Nacionalismo con zeta? Perdón, ante el horror se nos inventa una nueva palabra: naciobalismo. Ese joven anida la muy cultivada hiel de la negación y la desmemoria.

¿Más le hubiera valido a Dink callarse?

Ahí está: no tiene más mirada en la mirada. Dink sin vida, pero la pulseada continúa. No podemos darnos el lujo del desaliento. Para que la muerte del periodista Dink no haya sido al cuete los pulpos medios descomunicadores y sus periodistas estelares deberán usar la “libertad de expresión” sin mirar a quien, sin discriminar. Los asesinados del primer mundo o de los países centrales deben significar tanto como los asesinados de países del tercer mundo. Sean o no sean periodistas. Sean franceses o norteamericanos o europeos o armenios o nigerianos.

 

Posdata. Qué vergüenza, cuánta obsecenidad: nos llenamos la boca enarbolando y exaltando la “libertad de expresión” mientras malversamos sin asco esa libertad. discriminando a los asesinados. Con los asesinados al parecer pasa como con los hoteles: los hay de 5 estrellas y los hay de  4 y 3 y 2 y 1 estrella.

 

La muerte de cada uno de los nigerianos que para las noticias ni nombre tienen, y la del periodista turco armenio Hrant Dink, ¿acaso significan y duelen menos que, por ejemplo, la muerte de los humoristas de Charlie Hebdo?

 

 

Esta columna fue publicada en la contratapa del diario JORNADA de Mendoza, el viernes 6 de febrero de 2015

rbraceli@arnet.com.ar /  www.rodolfobraceli.com.ar

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