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Fontanarrosa, Roberto: cometió un crimen. Que no trascienda

 

 

 

 

García Márquez me lo dijo con el énfasis de su asombro: “Ustedes, los argentinos, son incurablemente necrológicos”. Tenía mucha razón: basta con observar las recordaciones que hacemos de nuestros próceres, de nuestros genios, de nuestros ídolos, así se llamen Belgrano, San Martín, Sarmiento; así se llamen Maradona, Sandro, Locche.

 

 

Por Rodolfo Braceli

 

Muy rara vez los recordamos por el día de nacimiento. La costumbre necrológica recrudeció hace algunas semanas con motivo de cumplirse los 15 años de la muerte de Fontanarrosa. Naturalmente el título que más se usó fue el cómodo y previsible “15 años SIN Fontanarrosa”. Saca de quicio ese “sin” que convalida una y otra vez las muertes. Periodísticamente el “sin” es una comodidad convertida en hábito. Hábito de periodistas vagonetas.

 

Si me lo permiten los eventuales lectores, sucedido ele julio del 2022 voy a compartir una tremenda confesión: Roberto Fontanarrosa, alias el Negro, no murió. Ojo al piojo: no piensen que voy a caer en el extenuado lugar común de decir que “no murió porque lo guardamos en la memoria de nuestros corazones”. Ma` qué memoria, está prófugo. Lo reitero sin ánimo de metáfora: el Negro más mentado de la literatura y del humor argentino está vivo, respira. Ahora bien: si no murió el 19 de julio del 2007, ¿por qué carajo no está, no se lo ve en los lugares que solía frecuentar? Cuesta decirlo: el Negro no aparece entre nosotros y no atiende su celular porque eso, está prófugo. Huyó escapando de la justicia, hace exactamente 15 años. ¿Escapando por qué? Porque hace una punta de años cometió un crimen casi perfecto. Repito, esto no es jodienda, su-ce-dió. ¿Y cómo es que consiguió permanecer prófugo hasta el presente 2022? Y bue: estamos en la Argentina. En esta patria siempre entretenida puede pasar cualquier cosa.

 

Ahora mismo estoy escuchando que se alzan voces indignadas por mi afirmación. Calma, calma, si es necesario hasta puedo jurarlo por mis hijos. Tengo prueba de confesión y lo demostraré: Fontanarrosa Roberto, alias El Negro, mató a un ser humano. Y esto no pasó en una de sus historietas o cuentos. Ése crimen, real, es la causa de su huída y simulada de muerte. Para dar pruebas fehacientes me remito a un libro que escribí a dúo con el Negro: “Fontanarrosa, entregáte. Y vos también, Boggie. Y usted también, Inodoro” (Ediciones de la Flor, 1992). Con ese libro me asomé a su vida a través de arduos interrogatorios: uno a él,  otro a Boogie y otro a Pereyra. Las respuestas del Negro son reales y las de sus personajes, textuales, entresacadas del contexto de sus historietas. El caso es que en algún momento de aquel libro soltó su confesión del crimen. Concretamente: ¿qué fue lo que el Negro me contó? Ahora voy a sus palabras, ya mismo transcribiré la espeluznante revelación:

–Negro, decime sin demora tu opinión sobre el Todo. Y sobre la Nada.

–El Todo es el reverso. De la Nada. Uno toma la Nada, la da vuelta, raspa un poco la parte de abajo y va apareciendo el Todo. En cambio, si da el vuelta el Todo, no encuentra nada.

–Hagamos necrofuturología. Te llega el minuto final, te vasa  morir: ¿qué recomendación póstuma les dejarías a Inodoro.

–“Cuídelo a Mendieta, Pereyra.”

– ¿Y a Mendieta?

–“Cuídelo a don Inodoro, Mendieta.”

–¿Y a Boogie?

–“Cuídese, Boogie.”

–¿Y a Sperman?

–“Pare un poco la mano, Sperman.”

–Negro, ya que estamos, una preguntita más. ¿Alguna vez mataste a alguien?

–Y… y… no…

–Advierto que respondés sin convicción. De nuevo: afuera de tus libros y ficciones, ¿alguna vez consumaste un asesinato?

–Este… este… la madre de mi viejo… era mi abuela.

–Lógico. Dále.

–Vivía con nosotros, tenía arterioesclerosis, jodida de carácter…

–Dále. Desembuchá.

–Resulta que mi juego preferido era con los soldaditos de plomo. El juguete ideal para un niño de condición modesta. Cuando se le sale la cabeza, palillo y pegalotodo… Pero tuve un soldadito que de tanto arreglarlo no tenía arreglo.

–Esa, la del soldadito de plomo ¿es la muerte que tanto te tortura, Negro?

–No he concluido. En vista de que mi soldadito no servía más, decidí incinerarlo. Un funeral… Lo metí adentro de un tarrito de aluminio. Traté de prenderlo fuego en el patio, pero había viento. Era la siesta, hora de las grandes cagadas. Me fui adentro para prender fuego al soldadito. Al principio costó para que la llama tomara, pero después se alzó, alcanzó una cortina, salí a los pedos, un griterío terrible. Mi abuela corriendo… Todo se arreglaba con un sifón de soda, un balde de agua y chau, pero cundió el pánico, ¡cómo gritaba la vieja! La cuestión es que allí mismo mi abuela tuvo un infarto. El clásico síncope. Quedó seca. Por mucho tiempo yo tuve mucho miedo a la noche y al fuego. Pero no me queda sensación de culpa. En aquella época los psicoanalistas no se usaban.

–En otras palabras, Fontanarrosa: mataste a tu abuela.

–Fue un accidente.

–Con la coartada de la niñez, mejor digamos que fue un crimen perfecto.

–Por favor, no me digás eso.

–No hay caso: técnicamente hablando sos un asesino, un abuelicida.

–Qué culpa tengo yo de no sentir culpa.

–Canalla.

–Soy de Central. Canalla de alma.

–Adiós, Fontanarrosa Roberto.

 

La despedida fue sin abrazo, sin apretón de manos. Dejamos su estudio. Afuera, noche por los cuatro costados. Caminamos, sin mirarnos, buscando la avenida central de Rosario. De pronto Fontanarrosa me tomó de un brazo y me susurró: “Escuchá, Rodolfo… No se escucha nada”.

 

    Posdata.   He aquí el crimen que Roberto me confesó en 1992 y que, textual, reproduje en mi libro “Fontanarrosa, entregáte…” Parece que alguien compró el libro y se enteró; ahí fue que el Negro sintió que la policía pronto iría por él, que su crimen era casi perfecto. Entonces, el 19 de julio del 2007 se rajó sin retorno, simuló su muerte. Y huyó. ¿Y ahora? Difícil apresarlo porque, Negro como es, le resulta muy fácil traspapelarse en la noche. ¿Y de día? De día tendrá cobijo en millones de hogares patrios. Para dar con él, más que un allanamiento habría que hacer un censo. ¿Y si se intentara su pesquisa deteniendo a sus personajes? También inútil: porque Boogie hace tiempo que está fuera del país, dándole una mano(pla) a la banda del dulce Donald Trump en las torturas persuasivas a los morochos musulmanes. Porque Mendieta cada día habla mejor y hasta podría conducir con solvencia idiomática un programa televisivo. Y porque a don Inodoro le basta con pegarse un buen baño para despistar a quien fuera o fuese.

 

Así pues, viene siendo imposible atrapar al asesino de su abuela, al masculino Fontanarrosa Roberto. Por lo demás, este crimen puede quedar guardado en la impunidad que concede el amor que le tenemos. Lo importante es que, nos consta: El Negro no murió; vive, anda suelto por ahí, siempre huyente, en este 2022.

Entre paréntesis lo estoy pidiendo: (No debe trascender. Queda entre nosotros el secreto del abuelicidio, eh.)

 

 

 

 

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

(((Este texto es una versión ampliada de una nota publicada en el diario JORNADA, de Mendoza, nota a su vez basada en un fragmento del libro “Fontanarrosa, entregate…”, de Braceli, Ediciones de la Flor, 1992.)))















 

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