Palabra de Braceli

Don Spinetta, feliz cumpleaños

A los argentinos nos apetece lo necrológico. Recordamos a nuestros próceres y a nuestros ídolos por el día de su muerte. Somos expertos en epitafio y en mega velatorios. Cuando hay alguna excepción, la debemos enarbolar. Por ejemplo, al memorar a Luis Alberto Spinetta que este 23 de enero estuvo cumpliendo los 30 años de su edad. Perdón los 70.

 

Por Rodolfo Braceli

 

A los argentinos nos apetece lo necrológico. Recordamos a nuestros próceres y a nuestros ídolos por el día de su muerte. Somos expertos en epitafio y en mega velatorios. Cuando hay alguna excepción, la debemos enarbolar. Por ejemplo, al memorar a Luis Alberto Spinetta que este 23 de enero estuvo cumpliendo los 30 años de su edad. Perdón los 70.

A Spinetta lo entrevisté hace ya trece años largos. De entrada tuve un percance. El pavor que supone la aventura de todo reportaje me hizo extraviar el papelito con la dirección exacta. Caminé entre el 4000 y el 5000 de Iberá, deletreando el semblante de las sucesivas casas. Sentía que la casa que buscaba iba a revelárseme. A los quince minutos me detuve: Ésa es. Seguro que ésa es. La casa, de frente liso, hermética, latía un vehemente azul eléctrico que en lo subcutáneo parecía tener el pulso del verde y del rojo. Inquietante azul. Toqué el timbre sin dudar. Asomó Spinetta adentro de unas zapatillas de goma y de un pantalón rojo y de un entusiasmo absolutamente matinal; pero ya eran las seis de la tarde pasadas.

Al acordar la entrevista me puso una condición insólita: “Que no sea nota de tapa. Una fotito mía adentro y ya está”. Naturalmente, no se cumplió con el pedido.

Entro a su casa-estudio. Hacia la calle, ninguna ventana. En el living una pila de cajas, “soy bastante cartonero, viste”. Después el estudio, una inmensa consola. Más allá, una enorme cocina y paredes con cientos de cds. “¿Tomás un tecito?” Y ya corre a buscarlo. Y vuelve saltarín con la taza bailando. Spinetta vive columpiándose. Alegrísimo.

Voy a compartir ahora algunas líneas de aquella entrevista.

¿En qué consiste “ser Spinetta”? En ser alguien que vive anidado. Su quietud es terriblemente inquieta. Es un ser en constante erupción. Tiene hormigas en el cuerpo y en el alma de su cuerpo. Fuma como si fuera la primera vez, o la última. Está condenado a ser un incesante adolescente. Sin embargo este tipo, tan adolescente, ya es abuelo.  Spinetta anda por la vida con una navaja tajeando la red que debiera protegerlo cuando se arroja a los abismos de las cosas más menudas. Ya veremos: es un tipo que todo el tiempo trata de descifrar “las patrañas del aire”. A todo esto, créanlo, “sus ojos permanecen ante cualquier colmo”.

 

Inexplicable, empiezo por preguntarle si duerme como diosmanda.

–Hago cuatro horas de sueño por día. Y una vez que me despiertan los pajaritos o lo que sea… chau. Se prende todo, viste. Y ya no puedo parar.

–¿Algo de siesta?

–La siesta, un viejo anhelo… Siempre que me acuesto me pregunto qué me estoy perdiendo. Uy, no te traje cucharita. (Se va y vuelve corriendo. Además, me trae un caramelo. Y retoma:) Puede ser no querer perderme nada, pero me despierta la menor cosita. Estamos en este colmenar de cemento y quiero que la luz natural me adormezca.

–Por poco se te cae la taza, Luis.

–Soy muy torpe, medio eléctrico, y como estoy viejo ya la electricidad se me escapa y tiro cosas. Mejor no me regalen copas.

–¿Qué haces tan temprano despierto?

–Si es un sábado o un día tranquilo también toco la viola, a veces siento algo que me llama para hacer una canción,… me pongo a dibujar con el fotoshop mandalas digitales, esferas curativas… Si pienso que eso es arte, soy un salame… Por otro lado está escribir y está la música. Aquella cosa a la que uno accede por un fuego que lo abraza y que uno debe ir a buscar sí o sí. Yo estoy para hacer canciones. Si los dibujos se me borran no me importa un belín. En cambio, cuando uno piensa algo y no lo escribe lo pierde para siempre… Por eso tengo una idea y la vuelco donde venga, a veces sobre un pedazo de diario. O dibujo mientras converso con un amigo.

–Todo el tiempo necesitás expresarte.

–Me mata no hacer nada.

–¿Y qué hacés cuando no hacés nada?

–Hago pan, hago pizza, preparo una comida tailandesa o mexicana… Me encanta cocinar, gran desenchufe.  Cocinar contrabalancea la angustia. Hay que hacer pan y hay que hacer canciones. Porque si viviera todo el tiempo haciendo poesía, música, me consumiría. Moriría rápido… Aunque ya sé que sin consumirte no es posible crear nada.

–Tu balanceo supone una actividad sin resuello.

–Sí, permanente. No soy un individuo de paz… Lo dicen los primeros temas de Almendra, ¿no? “Si tus pies nacieron viento, déjalos correr…”

–La muerte, ¿te ocupa, te preocupa?

–Bueno, es quien nos acompaña, ¿no? Somos burbujas que se rompen con una facilidad absoluta. Pero ella no es una presencia que me impida cantar, ni ser feliz, hoy. Un fragor debe haber en todo esto… Si no entiendo esto no podría crear. Perece una cosa y nace otra.

– A la palabra Dios, ¿la decís con mayúscula?

–Cuando era joven la escribía con minúscula, le temía. Hoy lo pongo con mayúscula porque uno más uno es Dios. Punto. Dios es una idealización que hemos aguantado insoportablemente… Pero mejor tener a Dios que no tener a nada… Si no, ¿cómo nombrás el conjunto de cosas que no son Dios? Sería asfixiante. No tener a Dios te convierte casi en rata, ¿no?

–¿Qué pensás de las religiones?

–Bueno, son el show bussines de Dios. El universo no es cruel, el hombre sí. Cuando estalló la bomba atómica un científico dijo “¡Uy, parece la diosa Shiva!” Sí, ¡la concha de tu abuela parece también! Qué loco estás, boludo, si tenés que tirar una bomba para ver a la diosa Shiva.

–Estás sonriendo. Luis, ¿se puede saber por qué?
–Porque nos metimos en un quilombo, hermano… Me apasiona meterme en quilombos. Vivimos en un mundo que está regido por el intento de adquirir la felicidad… La gente afana para ser feliz, porque comer la hace feliz, y porque si no come se muere…

    

((Esta columna apareció originalmente en el diario JORNADA de Mendoza, el 24 de enero de 2020. El reportaje completo fue publicado en el suplemento ADN del diario La Nación.))

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