Demuelen el velódromo: adiós a las almas…
El productor cultural Daniel Ripoll critica la decisión de demoler el Velódromo de Palermo, donde se realizó uno de los primeros «Buenos Aires Rock» en la década del 70.
Por Daniel Ripoll*
Cuando hace dos meses, en una soleada mañana de otoño, Daniel García Moreno (el hermano de Charly) me citó en la puerta del viejo y querido Velódromo de Palermo, donde hicimos B.A.Rock, no imaginaba que iba a ser la última vez que lo vería en pie.
Efectivamente, el 5 de agosto pasado las topadoras del Gobierno de la Ciudad, comenzaron a demolerlo. Era el resultado de una serie de acciones típicas de la desidia de los hombres políticos, el patético ejemplo de privatizaciones sospechosas y, peor aún, otra clara manifestación de la ya recurrente carencia de ideas. Esta eficiente sumatoria de barbaridades, practicada con alarmante continuidad por los imbéciles que nos gobiernan (estos, los otros y los otros), es una obra amañada entre la indolencia y aquellos que, para flotar en el poder, suelen mirar para otro lado, dejando desaparecer (¡Oh, triste verbo argentino!) en medio de un silencio vergonzante una parte de la historia deportiva y cultural del país.
Aquella mañana, García Moreno me citó porque quería filmarme allí, para un documental, donde había proyectado que relatara mis impresiones sobre los míticos festivales que organicé en ese lugar en los setenta. Alguien divino debe haberlo iluminado a tiempo para que lo hiciera, porque las sombras robóticas de las topadoras ya anticipaban su sentencia. Por esa razón, debe habrá sido, que unos esbirros vigilantes nos prohibieron la entrada. La suerte estaba echada…
El espectáculo del Velódromo abandonado era triste pero a la vez auspicioso. Por un lado el cemento de las tribunas mostraba sus heridas mientras era recorrido por personal de seguridad como si fuera un secreto atómico; y por el otro, la naturaleza había comenzado a invadirlo con plantas primarias (quizás amorosamente) como intentando un resguardo, copándolo, cual templo maya.
Si la brisa sibilante que nos atravesaba esa mañana, hubiese sido música (o quizás lo fue…) probablemente fuera el alma sonora subyacente de los temas líricos de Almendra, del presente de Vox Dei, de las baladas de Miguel Abuelo, de los tangos de Moris, de los blues de Manal o de aquellas letanías de Litto Nebbia y la de todos aquellos temas tarareados por varias generaciones que quedaron allí impresos para siempre.
Pronto no habrá allí nada de lo que hubo. No existe ningún proyecto cultural para ese lugar. Sólo demoler y dejar crecer el pasto. Una vieja ley dice que donde se demuela un teatro, aquel que allí construya deberá erigir otro. ¿Y con este gran teatro de la música argentina qué es lo que harán? Algunas informaciones aseguran que el gobierno planea construir oficinas. Oficinas flotantes obrando como lápidas sobre nuestras canciones.
A ningún funcionario o legislador se le ocurrió, al menos, dejar una placa allí, algo que aseguré que en ese preciso lugar despertó el rock nacional para herencia inmarcesible de la cultura argentina. Nada que trasmita que en la memoria colectiva, ese lugar es un santuario, un reservorio de felicidad donde apenas con música los jóvenes desafiaron a las botas del terror.
A la pena irremediable de que se nos están yendo los maestros, debemos agregar que a veces nos cooptan a los antiguos creadores y para colmo de males, “a pesar de tanta melancolía, tanta pena y tanta herida…”, ahora nos demuelen los santuarios.
Buena lección. A la hora de sacar cuentas, según viene la mano, parece que van ganando los de siempre; por lo tanto, según repite la historia, el lugar del arte quizás vuelva a ser la lucha incesante. A eso los convoco, amigos.
* Periodista, escritor, organizador de Buenos Aires Rock. Fundador de la revista “Pelo”