Alcón, Cristo, neoliberalismo
Traigo otra vez a esta columna a Alfredo Alcón y, a propósito de sus dichos, reanudo su pregunta: supongamos que hoy, en el año 2016, en pleno canibalismo neoliberal, aparece por aquí un Cristo, ¿qué pasaría, qué harían los prolijos con ese Jesús? Dejo en remojo el interrogante.
por Rodolfo Braceli
Me llevó al actor la noticia de un libro reciente, “Los caminos de Alfredo Alcón”. Lo recomiendo sin haberlo leído aún, porque fue escrito por Mario Gallina, uno de los más consistentes investigadores del cine y del teatro argentinos. Estimulado por el envión de Gallina voy por el Alcón que conocí a través de una docena de reportajes; el primero en los años ’60 en Mendoza, para Los Andes; los otros para Gente y Siete Días. Con Alcón tuve además el hondísimo honor que le diera voz y respiración a varios monólogos ficcionados de mi biografía sobre Julio Bocca. Ahora acudo a hebras de mi encuentro con Alcón en 1981. Por entonces él tenía 51años, salía de una operación tremenda; estaba delgadísimo, tenue. Aquel Alcón, me dijo: “Estar enfermo de vez en cuando es muy sano.” ¿Por qué? “Porque cuando uno está grave necesita confiar en los demás. Lo mismo debiera ser cuando uno está sano, porque un sano que no confía está enfermo.”
Desando las grabación. Escuchemos algunas ráfagas:
“No sabemos vivir apasionadamente. De las cosas más hermosas sólo se hacen afiches.”
“¿Quién era Cristo? Un apasionado, un loco, un ser con destino. A Cristo todo el mundo lo nombra, lo pone como adorno sobre las paredes, pero ignorando su apasionada locura.”
“Estamos en un mundo sin locura. La locura que hay es la mala locura, la asesina (…) Pero no tengo derecho a caer en el pecado de la desesperanza. Vemos oscuro el futuro porque vemos con ojos de poco tiempo.”
“Hay deleitación en hablar de lo malo. Lo otro no es noticia. Si esta noche naciera un Cristo igual a Cristo, ¿quién se enteraría? ¡Nadie! Porque lo esencial de Cristo no es noticia.”
“Somos un fraude, un fiasco permanente. Le tenemos un gran miedo a la pasión, a la aventura verdadera. Disfrazamos el aburrimiento buscando en otras vidas lo que nuestra propia vida no tiene por falta de coraje. El aburrido es hipócrita, espía, es envidioso, juzga con mala leche.”
Me detuve en un tema recurrente:
–Y con su majestad, la muerte, ¿qué pasa?
–Hay muchas clases de muerte… Está la mansa muerte de los ancianos. Y la de quienes no hicieron lo que querían ni lo que debían. Está la muerte de los desaparecidos. Yo siento que la muerte nos ayuda a vivir. Quienes soslayan la muerte no aman la vida. ¡Qué sería de la vida sin la muerte! Sólo por la certeza de la muerte podemos paladear el milagro de estar vivos.
Pasados los años, al Alcón de los 65 años, le pregunté sobre su porfiada niñez. Me dijo:
–Como siempre soy chico no añoro la niñez. Nunca dejé de jugar.
–Y el teatro, ¿qué es para Alcón?
–Es eso, un juego hondo. El teatro me permite seguir jugando con los fantasmas del chico. Soy un chico… a veces tengo 5 años, a veces 10.
–¿Cómo era Alfredo a esa edad?
–Fui de dos maneras, pero algo me cambió. Mi padre murió a los 33 años. Lo tuve poco. Era muy alto y delgado. Para castigarme me ponía de cara a la pared. Yo era muy extravertido y hasta agresivo. Pero con su muerte esa forma de ser mía cambió totalmente. Fuimos a vivir a la casa de mis abuelos maternos. Aunque allí tenía afecto, yo sentía que ésa no era mi casa. Me volví más callado, un niño de juegos solitarios, me disfrazaba con sábanas; me disfrazaba para mí, no para los demás. Tal vez una manera de escapar…
–¿Podés recuperar momentos muy intensos?
–Elijo dos momentos, yo tendría 3 ó 4 años. Uno fue con mi madre, el otro con mi padre. Ella tenía en mi casa una estampita, con una vela siempre encendida. Un día sentí la necesidad de que pasara algo extraño. Entonces a la estampita la rompí en mil pedacitos, fui al patio donde mi madre estaba tejiendo y le tiré los papelitos. A los papelitos se los llevó el viento. Pero no ocurrió nada, nada…
–¿Y con tu padre qué pasó?
–Sucedió en una noche de verano. La luna estaba cerca, muy tocable. Le pedí a mi padre que me bajara la luna. Él no se amilanó: trajo una escalera, se subió, y una vez arriba alzó sus manos, tratando de alcanzarla y después bajó, pero sin la luna. Sentí una gran frustración, como con los papelitos.
–A los 51 años te sacaron un tumor tan grande como una manzana. ¿Cómo viviste ese episodio?
–Lo viví sin literatura, como una cosa animal. A ratos rezaba… Rezar puede ser algo muy irracional. Rezo antes de subir al escenario.
–¿Tenés idea de lo que pasa después de la vida?
–No puedo imaginar nada… Para después de este tránsito por la Tierra quisiera no estar más aislado por el límite que nos impone el cuerpo. Quisiera ser un alma, pero un alma que se caliente y se apasione, desatada de los límites que tenemos aquí. Quisiera ser uno, pero en un gran todo. Eso en la Tierra sólo lo atisbamos cuando participamos de una gran ideología, o asistidos por el amor.
Posdata
No quiero irme del lúcido y entrañable Alfredo Alcón, sin afrontar la pregunta que dejamos en remojo: si hoy, en el 2016, aparece por aquí un Cristo, en este palpable y eufórico canibalismo neoliberal: ¿qué harían los prolijos con ese Jesús? ¿Llegarían a matarlo con clavos o con picana? ¿O ni eso haría falta porque se lo aniquilaría con la eficaz impunidad de la indiferencia?
Más interrogantes para este boletín:
a ese Jesús ¿si nos toca el timbre, le abriríamos la puerta de nuestra casa o, con la histérica urgencia de la paranoia nuestra de cada día, llamaríamos desesperados a un patrullero?
Ese, ese mismo Jesús, ¿conseguiría trabajo o sería hoy, aquí, un vulgar desempleado que huele mal?
Seguramente muchos, demasiados habitantes de nuestra patria idolatrada dirían: “Ojo, mucho ojo con el flaco ese, en algo andará…”
*zbraceli@gmail.com – www.rodolfobraceli.com.ar
La presente es una versión completa de la columna publicada en el diario JORNADA de Mendoza