Mi Barrio Parque Chas
Dedicatoria: A los Padres de los que nacimos y nos criamos en
el Parque Chas, por haber elegido ese lugar.
Alguien dijo que todos tenemos un niño adentro, asà que poco me va a costar llegar a cada uno de Ustedes.
Bueno, como se pueden imaginar cuando Azucena Ofelia Smurra me mandó el mail, haciéndome saber que existÃa una página web sobre el barrio, me fui al Google y ahà estaba! Entrar, sofocado por la emoción de que un barrio de Buenos Aires estuviera online, fue un shock.
De ahà a empezar a recordar hechos y personas fue todo uno y me dije, a cuántos de los nuestros les interesarÃa lo que me acuerdo y cómo me gustarÃa saber qué cosas de lo mÃo quedaron grabadas en la mente infanto-juvenil de mis queridos amigos de la niñez.
Asà que, ahà va:
La cosa empieza cuando allá, por el ’36, mi viejo el gallego d. Celestino Beiroa y su esposa Dolores Ruibal, d. Lola, se compra un terrenito sobre una calle de barro para seguir aumentando la familia; habla con don Genaro, del que no recuerdo otros datos, y le mete a las dos piezas, cocina y baño del 2434 de Marsella. Ya estaban en el barrio, de los que me acuerdo que se hablaba en casa, cuando se hablaba delante de los chicos por que no habÃa nada que ocultar, de don Domingo Mele, d. Do-mingo Risoleo, d. Fioravanti Palópoli (nuestro querido y tierno d. «Fiori»), don Francisco Guido y su Sra. D. Antonia, y alguno mas que no alcanzo a descubrir, como ser don Pedro el lechero, don José Intelisano, Don Eduardo Sacco y doña Sabina, pero con el paso de la narración vaya com-plementando el rompecabezas.-
Al tiempo vendrÃan d. Alfredo Smurra, su hermano Luis con d. Olga enfrente y los Intelisano mas hacia la placita, amén de los hijos del lechero d. Pedro que no eran de la partida, lo mismo que Enrique y Eduardo Sacco que eran poquito mayor que nosotros pero que nos cuidaban como hermanos y nos enseñaron a jugar a la biyarda pero sin que nos sacáramos un ojo.
Trataré de ser sucinto pero no puedo dejar de darme el gusto y hacerles llegar a cada uno de los que aparezcan, un recuerdo que los pueda inducir a buscar a aquel amigo de tantos juegos y si se les escapa una sonrisa, mejor.
Clelia (la hija de la «artista» como llamaban nuestras viejas a la madre) era enderezada en otros caminos, pero se morÃa por estar en los juegos nuestros.
Antoñito y Santo (el que se daba de baja por su cuenta de la colimba y lo venÃan a buscar cada dos por tres) eran mas grandes, Tino y el rubio Pedro Bax, hijo del chofer de la Infanta Elena cuando vino a Buenos Aires en ocasión del Centenario de 1910, los Casciaro, primos de los Smurra, DarÃo el de la esquina opuesta a Angelito el carpintero, Luis Daverio el abogado que se fue por el 50, ya era de un gru-po mayor y si bien los conocÃamos, la diferencia generacional nos alejaba, pero en el fondo los sentÃamos, al menos yo, como nuestro protectores.
Tampoco Ismael Liaskovich (médico) y Mario Sarkin (bioquÃmico de nombre en el Instituto Pasteur de Francia) no eran de «fobal», «escondida», ni placita, pero sabÃamos quienes eran.
Tampoco Minguito Mele tenÃa acceso a la libertad, por que un bruto candado puesto a mas altura de la que él podÃa llegar, se lo vedaba.
Sin embargo a veces, habÃa alguno arrimado al alambre tejido de la puerta acompañando su soledad, yo.
El candado se abrÃa cuando después de veinticuatro horas de suplicio, a eso de las 6 de la tarde don Domingo Mele, abrÃa la puerta, la trababa con una piedra, iba a la azotea y le sacaba el gancho del collar al perro que salÃa como estampida escaleras abajo, viraba los cuartitos, encaraba la recta final y si llegaba a enganchar a alguien en el medio de la vereda, chico o grande lo hubiera estrellado contra la ventana del comedor de los Smurra en la vereda de enfrente, para frenar de golpe y echarse la meada mas grande del mundo.
En la casa siguiente, cada uno con su cocinita y su pieza, tres familias se agrupaban, entre ellas las de d. Luis Smurra, del que los datos que me acuerdo era que habÃa sido de todo, bombero, boxeador, y operario en la instalación del gasoducto Comodoro/Buenos Aires, como también feriante. De la obra pública se habÃa traÃdo una radio portátil a pilas, la primera que vi en mi vida. Se iba a la placita y se escuchaba los partidos, por supuesto como todo el clan: de Racing. Duro el hombre, no perdonaba nada y muestra de ello eran las piñas con que trataba de contener el espÃritu de Ricardo, su único hijo, pero eso sà el mas grande constructor de barriletes con diseño: bombas y avioncitos con estructura balsa armados pacientemente y forrados con papel transparente, le largaba tanto hilo que se podÃa ir a dormir que, no solo costaba verlos, si que no se caÃan nunca, siempre tenÃan viento.
Mi vieja que, como la de todos tenÃa el corazón en la mano, le aceptó a d. Olga que se lo irÃa a buscar al colegio de la esquina opuesta al Tornú en Avda. Del Campo y ChorroarÃn por que ella trabajaba y no llegaba a tiempo, asà que cuando nos sacaba a Rodolfo y a mà de la escuela de Triunvirato y Acha, por las tardes, Ãbamos por Donado hasta la puerta del Tornú y de allà por delante de la fábrica de ladrillos hasta el co-legio donde tenÃan a Ricardo. Como era lógico el pibe venÃa con «número dos» completo, asà que cuando llegábamos a casa mi vieja se arremangaba y metÃa mano para poner las cosas en su lugar, y liberarlo y liberarnos de la olorosa carga, de allà que confirmáramos los golpes en las piernas que ligaba el pobre pibe.
También habÃa una familia que tenÃa dos nenas una creo se llamaba Elba pero se fueron antes del ’55, después supimos que el hombre habÃa muerto. Años después vino un tanito bajito, «Felipe (.?), ya por los 12 o 14 años que fue bastante compinche con todos, pero un dÃa sintió el llamado de su tierra y se fué. Allá por el 80 me encontré con la hermana en Avda. Constituyentes y Salvador Maria del Carril y me dijo que estaba en Italia y que andaba bien.
En la puerta de la única columna de alumbrado que habÃa por aquellos tiempos, la familia Guido mandaba a la calle a los dos menores, Cacho y Carlitos, ya que «Macho» y «Coco» eran mayores y sólo se sentaban en la puerta para «desaznar a los novatos» con descubrimientos increÃbles sobre procesos masculinos y femeninos desconocidos, y por que nó sobre los famosos Reyes Magos.
En la casa de Don Jacobo habÃa una familia que el Sr. era carpintero y tenÃan un hijo de ojos muy claros que al poco tiempo también se fueron del barrio. La hija de don Jacobo tampoco era muy comunicativa, pero después del accidente que le costó la vida a su madre y a su hermanita chica, habÃa cambiado un poco.-
Tengo presente que a la altura de esas dos casas una vez que a un señor que manejaba el camión de don Fiori o el de Humberto Smurra que eran del mismo modelo pero uno con caja y otro playo (tenÃa dos hijas, Ana, prima de los chicos, pese a vivir en Avda. de los Incas, era de la partida cuando habÃa escondidas o manchas) salió una nena corrien-do de una casa y se le metió abajo, pero me parece que por suerte frenó y no paso nada grave. El que se acuerde del hecho me corrija o aclare.
Tampoco los hijos de don Pedro el lechero jugaban con los demás chicos (tenÃa un carrito de ruedas finas altas con goma en el exterior asà que era muy silencioso y pintón y un caballo elegante en el andar, con montura adornada por unas chinches que se nos hacia agua la boca para, valga la redundancia, la boca del balero). Era un carro de exposi-ción, con los rayos fileteados como si fuera una chatita) creo que se llama-ban Ondina, Pedro y la menor no me acuerdo, estos dos últimos médicos a fuerza de la lucha de los viejos.-
Rino, el hijo de don Enrique, mètre en los buenos hoteles uruguayos tanto de Punta del Este como Carrasco, eran mayores pero siempre se acercaba para reirse con y de nosotros.
Cruzando la calle, en la esquina de «ladrillo a la vista», por que nunca habÃan sido revocados, «Piraña» (Juan Carlos Bobadi-lla) y su hermanita (que tenÃa una voz chillona y una risa contagiosa), él siempre tenÃa una historia interesante para asombrarnos, habÃa estado en la Federal haciendo la colimba y no sé si se enganchó, no creo por que le fal-taba medio comedor, pero discutÃa con un énfasis que uno terminaba convencido de sus posiciones.
Frente a la placita, los hermanos que tenÃan al principio venta de leche y luego carnicerÃa mientras las chicas, una, Marta, se casaba con Roberto Alianak (el de Cádiz en cuya casa habÃa dos espejos enfrentados y entrábamos a vernos el jopo repetido) y la otra hermanita que no me acuerdo con quien hubo de casar. HabÃan venido de Casilda en la Pcia. de Santa Fé.
Por enfrente volviendo para Cádiz, las primas de José «Nene» Intelisano, Elena y la otra, que era mayores y no nos daban mas bolilla que el saludo tierno que se le da unos chicos y, seguidamente la casa del Nene (¡Que duraznos que colgaban hacia fuera!), nunca me enteré de nadie que se quedara colgado de un alambre como a él le pasó en el terreno de Grosso, allà donde jugábamos a la pelota con las camisetas que compramos por una rifa que vendimos de no se que premio y que ganó un sastre que estaba pegado a un garage, al lado de la farmacia de Pampa y Triunvirato, tuvieron que coserle el labio superior y asà y todo le quedó la marquita.
A él y a Tomasito los relevé en paradas policiales de la comisaria 37 donde hicimos el servicio militar como coreanos. Después vino el tano (¡pronto alguien que me diga el nombre!) hijo del taxista allá por el 49 y los chicos del carpintero que, el viejo no los dejaba participar mucho con los mas «antiguos» pero con el tiempo formaron parte de «manchas» y «escondidas».
Eduardo Sacco era muy serio, no habÃa muchas posibilidades de contacto, tanto que era algunos años mayor, quizá 3 o 5 pero a esa edad de los 9, tener catorce era tener carnet de «mayor», y obviamente estar mas cerca de los pantalones «largos» que nosotros.
En la casa siguiente a la de Don Eduardo y Doña Sabina Sacco, dos «pan de Dios» justo para ese barrio, de un médico ciru-jano que luego se mudó, luego fueron a vivir Monona y Luis con su hijas que fueron toda la vida muy amigas de los del 2431, mis inefables Smurra.
Con ellos y con los Palópoli la afinidad fue total, no sólo de mis viejos sino también de mis hermanos. Amén de que gozaban de toda la preferencia de Tia Carmen como si fueran de la familia y eso entre gallegos es decir mucho.-
Don Alfredo hecho en una escuela de dura y Doña Filomena en una similar de tanos trabajadores formaron una pareja para luchar y superarse en pro de los dos crÃos que tenÃan Eduardo y Norberto. Él obsesivo con su trabajo en el ACA por las tardes y su puesto de papas en la feria de Urdininea, su presencia de blancura y rayas del pantalón que cortaban el viento, serio pero cariñoso, cuando mil veces me puse a su lado para ver como sacaba un tornillo o una pieza de aquel viejo camión que tantos años estuvo esperando salir a dar una vuelta a la manzana, pero, creo, siempre habrÃa un gasto familiar que demoraba su puesta en marcha, pero facilitaba los escondrijos para jugar a la escondida.
Ella, una leona de la limpieza y la cocina, tanto el lavado a mano, todos los dÃas, de los guardapolvos para que los tres incluÃ-das las colitas de «Azu» para ir al colegio fueran impecables como los «fuccille» hechos con el alambrecito de acero para que se cocinaran mejor y la radio, clavada la sintonÃa en Radio Porteña tanto con la novela del medio dÃa del Gaucho Matrero como los tangos que hasta mi vieja tararea-ba. Ahhh….los domingos cuando venÃa la abuela materna era la fiesta!, en esos dÃas de enero o febrero cuando hacÃa ese calor del que no valÃan los Aires Acondicionados y sà la pantallita o el ventilador Marelli de aspas de bronce, el escalón de mármol negro de la puerta era tan refrescante como todos los modernismos.-
También para setiembre el dÃa de la Primavera, recibÃamos en casa sus primorosos platos cubiertos con servilletas inmaculadas con unos cañoncitos dulces con confetti (que tienen un nombre tano que ellos saben mejor que yo) que nos recordaban una nueva fecha del casamiento de los Smurra. La alegrÃa fue cuando nació Azu por que ya éramos mas grandecitos y comprendÃamos el porque de la abultada panza de Doña Filomena y sabÃamos que venÃa un niño, siempre con el pudor y decoro con que, por aquellos tiempos, se tocaban esos temas. Tuve, y aprovecho la oportunidad para agradecerles infinitamente donde quiera que estén, aquel cobijo que me dieron a mis doce años cuando la gente me pre-guntaba:
¿Y….como está tu hermano?
y yo contestaba: ¿cuál?,
a lo que me respondÃan: ¡Tino!
y yo replicaba: Ahhh.. Tino bien por que no lo ope-raron (estaba internado en el pabellón Lanari del Tornú») …..al que opera-ron fue a Rody que está en el ClÃnicas, y ahÃ, tenÃa que decir lo que habÃa ocurrido.
Claro, yo venÃa de la Escuela y doña Filo me tenÃa el tazón de aluminio con el dulce mate cocido, compartido con sus hijos, tan caliente que si pegabas los labios te quemabas hasta la nuca.-
Y al lado, en el mismo terreno, al fondo, por el pasillo de baldosas alternadas, los Palópoli: d. Fiori, doña Beba, (Juan) Alberto y Beatriz.-
Mi recuerdo con don Fiori era que, allà por las cuatro de la tarde cuando se levantaba de la siesta, (por que con su camión, traÃdo de Los Toldos una noche de frÃo y lluvia — salimos todo el barrio a ver el Chevrolet 46 con caja, que iba a servir para ir a buscar a «Casa Amarilla» las bolsas de papa que venderÃa luego en la feria) se levantaba muy temprano para llegar al puesto y tener la mercaderÃa presentable para la venta de la mañana, decÃa, entonces, que después de la siesta se sentaba en el es-calón de la entrada a la casa y empezaba a silbar, sisear dirÃa, entre los dientes todos los tanguitos de Gardel y Corsini que se sabÃa, cuando no, los entonaba en vos baja y me hablaba de lo bueno que habÃan sido ambos cantantes. Yo lo escuchaba con la fruicción del que quiere exprimir a un Ãdolo todo lo que sabe.
A doña Beba (de Genoveva), bendita entre las benditas, todo mi recuerdo por el lugar que me dió. Recuerdo que los miércoles, cuando con disimulada vergüenza me acercaba a pedirle una revista, me pasaba el «Intervalo» para que me leyera las aventuras de Mandrake y algún detective dibujado en historieta en tanto en casa no largaban un centavo si no era para el «Billiken» culturoso. Creo que fué de las primeras que empezó a llamarme «Juancarlitos» en lugar del familiar «Chichin».-
Alberto también era de la época anterior, junto con Eduardo y Rino y Juan Risoleo pero su trabajo en el Correo, por aquellos tiempos y el ayudar a su padre en la carga y descarga lo tenÃa menos cerca de nosotros. Ya con Beatriz fue diferente, el conocimiento fue mas amplio por el vinculo generacional y el cuidado que prestábamos de ella para que trajera a su prima Elsa a jugar a la escondida y mas tarde a los «asaltos» hogareños.-
Tal fue la relación amistosa, me honra nombrándo-me en su e-mail a esta página, con el sobrenombre que me pusiera mi vieja creyendo que iba a ser un «chiche»: «Chichin». Años después y ya grandes, un compañero de secundaria de mi hermano Rodolfo (mi vieja se arrogaba el crédito de haberlos presentado) terminó siendo su esposo, nuestro inolvidable Aroldo Gisels (¿serÃa con «H»?).-
También hubo un familia , en el 2419, con dos hijos pero no habÃan nacido propiamente en el Parque Chas, Humberto y Cacho. De la señora mas vale no contar nada por que era tan agria que nos mojaba las baldosas con agua para que no jugáramos a la bolita en la divisoria con la casa de Tomasito. El mayor era Humberto, Sargento de InfanterÃa pero tenÃa la virtud (?) de ser tambor mayor de una banda de regimiento, asà que los 8 de julio cuando traÃan los muchachos colimbas marchando desde Campo de Mayo, pasaban por Avda. de los Incas y Triunvirato y en una de esas se nos aparecÃa aquel grandote revoleando, marcial y acrobáticamente, su silencioso instrumento, señalando los inicios, ritmos y finales de las marchas que nos hacÃan marcar el paso en el mismo lugar y sentirnos orgullosos por que vivÃa en nuestra cuadra.
Otro que también andaba, de vez en cuando cerca, era Alberto LombardÃa, de enfrente a la casa donde alguna vez vivió Argentino Ledesma, sobre Cádiz, pero luego, al comenzar a estudiar se lo vió menos por el barrio.
Tampoco los Velo, hijos del dentista de La Haya aparecÃan con la patota de Marsella.
Eduardo Taccone, Goré, de la Haya, Gnieco o Ñieco (un sobrenombre) de Treveris, Guillermo el bajito de Gandara, Los Bettini todos eran de nuestro Parque Chas, pero los de Marsella tenÃamos un mun-do a parte.
Los hermanos Alianak, venidos de otros barrios también fueron de algunas partidas de bolitas bastante peleadas, tanto de hoyo como triángulo. El que la tenÃa clara con las bolitas era Carlitos Gutiérrez el de la «otra» Marsella en su segunda cuadra (aquel, cuyo padre, nos llevaba a la escuela los dÃa de huelga o medio revuelta en la primera época peronista con el facón a la cintura, debajo del saco, por la dudas….) y en las figuritas descollaba, aquel rubiecito que viviera en lo de don Jaco-bo cuyo nombre no recuerdo.-
Cómo me voy a olvidar de Leonardo Schwaizer, el de arriba de la panaderÃa de Gándara, que jugaba al ajedrez con el húngaro oloroso, a caballo de los bancos de la plaza y después nos jugaba a noso-tros y nos ganaba las estampillas recibidas en casa.
También formó parte de la camarilla de la placita el gallego Diego Rodriguez Rey (Jefe de Servicio de PatologÃa Mamaria en el Pirovano, hasta que supe de él) el hijo de doña Carmen que lo llamaba con el argumento de comer: «Diejooooo, a tomar la soooopaaaa!.
Algo tÃpico era el silbido de don Alfredo para arrear a los suyos: «uiiiiiiiiiiiihi» un pitido largo y otro cortito cambiado de intensidad, no solo era un aviso para Edu y Norbe, habÃa que prestar atención si detrás de él venÃa la gallega doña Lola a traer a lo suyos: «Roooo-di….Chichiiiiiin! y ahà salÃamos por la vereda de enfrente para que el coscorrón llegara mas tarde, por que nos habÃamos fugado del seguro reducto hogareño saltando la verja por que la llave, estaba en el bolsillo del delan-tal de la vieja que mascullaba sus cosas dándole a la tabla por que el «Es-labón de Lujo» que le habÃa traÃdo el viejo, «rompÃa la ropa», «gastaba mas jabón y corriente»! Ja!
Uy!!! Me olvidaba del silbidito que nos avisaba que alguno rondaba cerca. Era ondulante, repetido tres veces y con un remate, todavÃa hoy lo uso para identificarme con los mÃos a modo de saludo.
Particularmente con Tulio Roberto Paccini y Fernando Garcia Ginabreda, con quienes mantengo contacto todavÃa.
Quizá dejo para el final la historia del pino de la placita. El pino que daba frente al almacén de Don Jacobo y Doña Clara, que no sabÃan de pulsos telefónicos y a las clientas les prestaban el teléfono «público» para que se sintieran comprometidos y siguieran como leales clientes. También si habÃa una necesidad se llegaban a la puerta del necesitado para avisarle que tenÃa una llamada, casi siempre para avisar algo tris-te.
Tampoco me olvido de Horacio «el grandote», primo de Beatriz y Alberto que nos visitaba en las vacaciones y era compañero transitorio de juegos.-
Les decÃa del pino. Era un lugar donde uno podÃa otear el horizonte, de casas bajas, sin peligro por que tenÃa tantas ramas cruzadas que si fallaba un pié ahà nomás estaba la otra para sujetarse. Asà llegábamos hasta casi la copa donde en las noches de verano nadie podÃa alcanzar a vernos dado la poca luz de las farolas de la placita. También los «rangos y mida!» con las plantas de BerlÃn y Marsella que se saltaban mejor cuando las podaban.
Me falta Tomasito Risoleo, hijo menor de don Domingo y Doña Mariana la que habÃa nacido en Estados Unidos y al año la llevaron a Italia, pero cuando fue al consulado de EE.UU. para darle alguna partida o algo asÃ, como decÃa «nacida en EE.UU.» le hablaron en inglés, de donde Juan o Tomás tuvieron a aclarar que solo habÃa estado el primer año en EE.UU.-
Tomás tenÃa un hermano mayor, gran amigo de Alberto Palópoli: Juan Risoleo, que lo mismo que Tino a Rodolfo y a mÃ, nos querÃan tener de hijos pero no pudieron por que crecimos antes de lo que esperaban. Ja! A veces veÃa desde nuestra azotea cómo Juancito lo corrÃa a Tomás por los techos del garaje y si la puerta del garaje tenÃa arena éste saltaba desde allà al montón sin hacerse nada, es decir sin matarse. Dada la posición económica mas solvente de la familia, tenÃan auto, asà que cuando pudimos ya empezamos a colarnos en alguna escapada para despuntar el vicio y la emoción de «manejar».-
A Tomás lo habÃan mandado al cole que lo traÃan en colectivo, aquél inalcanzable «Manuel Belgrano», pero su corazón estaba con la patota de su barrio, apenas llegado del cole, revoleaba todo y salÃa de disparada para la placita a jugar a la pelota y divertirse con todos los demás. También para las figuritas y la boleta era de temer, pero era sano cuando perdÃa sabÃa pagar con «ñateros» que valÃan oro.-
Los que la escolaseaba también con las bolitas, en el triángulo eran los Guido, Cacho y Carlitos era del «hoyo».-
También sabÃamos de los Rigón, pero el mas chico, Tito, era mas del grupo de Johnny Estrugo y Roberto Alianak y Jorge Roveglia (.?) de dónde morÃa Torrent, en Treveris.-
Uhhh, me olvidaba ¿se acuerdan cuando se lo llevaron al petizo que vivÃa en lo de los Guido por que habÃa amasijado a un zapatero de Triunvirato? A ese lo llamaban «Elevantor» por los zapatos del mismo nombre que tenÃan un taco de cuatro centÃmetros para darle mas nivel al «sotipe».
Recuerdo gratamente a Eduardo diciendo poesÃas de Gagliardi y a Norberto cantando tangos. Un dÃa, jugando, lo corrà por detrás del camión de don Fiori y vino el de la bici y se lo llevó puesto, deján-dole el cachete perforado, terminó en el Tornú con puntos.
Un recuerdo respetuoso para don Alfredo Smurra leal amigo de mis viejos, lo mismo que su querida esposa a quien mi vieja ayudara en los quehaceres cuando su estado fisico se redujo sensiblemente; a él que no aguantó la soledad y se fué «al usso nostro» como me dijera Norbe en su momento.
Después mi viejo juntó firmas e hizo poner los caños del gas que trajeron adelanto y asà dejamos de ir todos los inviernos a hacer la fila al surtidor del «kerosén» (para las Volcan), y gomerÃa que habÃa frente a lo que fue aquella casa de discos sobre Avda. de los Incas, casi en la puerta de los Scalise, antes de que edificaran, a donde Ãbamos con la lata de aceite de cuatro litros por que el número en centavos daba redondo, creo que 40 guitas en cobres!, en realidad a los chicos nos llevaban a hacer número a la cola para después cargar los viejos con los envases.
También habÃa un montón de gente de afuera que venÃa a la plaza pero este recordatorio no abarca a todo el Parque Chas sino al ámbito de esas cuadritas de Marsella en que nos criamos.
Perdón si me equivoqué algún nombre, hecho o parentezco, en todo caso espero me rectifiquen y aumenten, por que acepto «Fé de erratas».
Mi recuerdo para Roberto Barreiro que lo và hace tres o cuatro años y me reconoció después de veinte!!!!
¡Vamos, vamos, desempolven recuerdos y vuélquen los en este lugar donde nos regocijaremos con anécdotas personales que quizá ni nosotros mismos recordamos!.
«¡Mancha! ¡Pido Gancho!» «¡¡¡Tremildosuya!!!» (en la biyarda o billarda, nunca supe lo que era, pero habÃa que decirla), «¡¡¡Libre para todos miiiiis cooooompañeroooooos», y en la semipenum-bra de la tarde se dibujaba el cuerpo escondido para tratar de llegar antes del que habÃa contado: ¡hasta cuarenta eh! Hasta cuarenta! Para que nos diera mas tiempo quizá para dar la vuelta a la manzana.-
¡Chau flaco, chau flaca!, ojalá se volvamo a encon-trar!!!!…………con los que se fueron y tomaron otros caminos para hacer su vida, a los que iban al cine Parque Chas o al 25 de Mayo, (los miérco-les, por que daban 3 pelis de aventuras), para los que cuando pasan cerca no pueden dejar de darse una vueltita por la calle que nos vió crecer, para los que siguen juntos, para los que no se vieron más, para los que nunca olvidaremos que: ¡Nacimos en el Parque Chas!
Perdón, tengo los ojos nublados y no veo las letras pero no quiero cambiar el Tamaño de la Fuente de mis recuerdos por uno mas grande, total ……los llevo en el corazón!.-
Recuerdo de mi Barrio Parque Chas
por Juan Carlos Beiroa Ruibal desde Alicante – España.
jcbeiroa@hotmail.com