El Barrio

Tréveris, la calle de Parque Chas que recuerda dónde nació Carlos Marx

El 5 de mayo, se cumplieron 200 años del nacimiento del pensador socialista y activista revolucionario de origen alemán. Marx nació en esa ciudad de la entonces Prusia occidental en 1818.  Desde la Revolución rusa de 1917, y hasta la caída del muro de Berlín en 1989, la mitad de la humanidad vivió bajo regímenes políticos que se declararon herederos de su pensamiento.

 

Karl Marx procedía de una familia judía de clase media; su padre era un abogado convertido recientemente al luteranismo. Estudió en las universidades de Bonn, Berlín y Jena, doctorándose en filosofía por esta última en 1841. Desde esa época el pensamiento de Marx quedaría asentado sobre la dialéctica de Hegel, si bien sustituyó el idealismo hegeliano por una concepción materialista, según la cual las fuerzas económicas constituyen la infraestructura subyacente que determina, en última instancia, fenómenos «superestructurales» como el orden social, político y cultural.

 

En 1843 se casó con Jenny von Westphalen, cuyo padre inició a Marx en el interés por las doctrinas racionalistas de la Revolución francesa y por los primeros pensadores socialistas. Convertido en un demócrata radical, Marx trabajó algún tiempo como profesor y periodista; pero sus ideas políticas le obligaron a dejar Alemania e instalarse en París (1843).

 

Por entonces estableció una duradera amistad con Friedrich Engels, que se plasmaría en la estrecha colaboración intelectual y política de ambos. Fue expulsado de Francia en 1845 y se refugió en Bruselas; por fin, tras una breve estancia en Colonia para apoyar las tendencias radicales presentes en la Revolución alemana de 1848, pasó a llevar una vida más estable en Londres, en donde desarrolló desde 1849 la mayor parte de su obra escrita. Su dedicación a la causa del socialismo le hizo sufrir grandes dificultades materiales, superadas gracias a la ayuda económica de Engels.

 

Marx y Engels pretendían hacer un «socialismo científico», basado en la crítica sistemática del orden establecido y el descubrimiento de las leyes objetivas que conducirían a su superación; la fuerza de la revolución (y no el convencimiento pacífico ni las reformas graduales) sería la forma de acabar con la civilización burguesa. En 1848, a petición de una liga revolucionaria clandestina formada por emigrantes alemanes, Marx y Engels plasmaron tales ideas en el Manifiesto Comunista, un panfleto de retórica incendiaria situado en el contexto de las revoluciones europeas de 1848.

 

Años más tarde, durante su estancia en Inglaterra, Marx profundizó en el estudio de la economía política clásica y, apoyándose fundamentalmente en el modelo de David Ricardo, construyó su propia doctrina económica, que plasmó en El capital; de esa obra monumental sólo llegó a publicar el primer volumen (1867), mientras que los dos restantes los editaría después de su muerte su amigo Engels, poniendo en orden los manuscritos preparados por Marx.

 

Partiendo de la doctrina clásica, según la cual sólo el trabajo humano produce valor, Marx señaló la explotación del trabajador, patente en la extracción de la plusvalía, es decir, la parte del trabajo no pagada al obrero y apropiada por el capitalista, de donde surge la acumulación del capital. Denunciaba con ello la esencia injusta, ilegítima y violenta del sistema económico capitalista, en el que veía la base de la dominación de clase que ejercía la burguesía.

 

Marx fue, además, un incansable activista de la revolución obrera. Tras su militancia en la diminuta Liga de los Comunistas (disuelta en 1852), se movió en los ambientes de los conspiradores revolucionarios exiliados hasta que, en 1864, la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) le dio la oportunidad de impregnar al movimiento obrero mundial de sus ideas socialistas.

 

Hace varios años surgió la idea de sustituir el nombre Benjamín Victorica de la diagonal que cruza Parque Chas desde Avenida de los Constituyentes hasta Avenida Triunvirato. Un grupo de vecinos de Parque Chas está  coordinando la campaña. La idea es restituirle el nombre “La Internacional”, denominación que llevó esta arteria hasta 1941. Para esto, están juntando firmas y ya llevaron la propuesta al Consejo Consultivo Comunal 15, donde el proyecto fue aprobado.

 

Benjamin victorica

 

Tras la muerte de su esposa Jenny en diciembre de 1881, Marx desarrolló una fuerte gripe que lo mantuvo con un mal estado de salud durante los últimos 15 meses de su vida. Con el tiempo, contrajo bronquitis y pleuresía que lo condujeron a su muerte el 14 de marzo de 1883 en Londres. Murió como una persona apátrida; ​ sus familiares y amigos en Londres enterraron su cuerpo en el cementerio de Highgate de Londres, el 17 de marzo de 1883. Hubo entre nueve a once personas en su funeral.

 

Varios de sus amigos más cercanos hablaron en su funeral, incluyendo Wilhelm Liebknecht y Friedrich Engels. El discurso de Engels incluyó el siguiente pasaje: El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre.

 

 

El enviado de Marx

 

Pocos saben que el inventor del socialismo científico encomendó personalmente a un joven belga de familia noble la misión de fogonear la revolución en la Argentina. Aquí la historia de Raymond Wlmart de Glymes d’Hollbecq. El periodista Daniel Cecchini lo relató en 2017 para el portal digital Socompa.

 

Corren los últimos días de 1872 o, quizás, los primeros de 1873 cuando desembarca en el Puerto de Buenos Aires un joven de 22 años. Los papeles que presenta ante las autoridades lo identifican como Raymond Wilmart de Glymes d’Hollbecq, nacido el 11 de julio de 1850 en Jodigne-Souvraine, Bélgica. Quienes registran su ingreso al país no saben que es el vástago díscolo de una familia noble y mucho menos pueden imaginar que su venida nada tiene que ver (o sí, pero ni siquiera él lo sabe) con hacer esa América que habita el sueño de la mayoría de los inmigrantes, sino que trae una misión bien diferente: tomar contacto con la embrionaria sección local de la Asociación Internacional del Trabajo (AIT). Porque Raimundo Wilmart – como terminará llamándose – es el enviado de Carlos Marx a la Argentina y su objetivo no es otro que hacer la revolución socialista en estas tierras.

 

En algunas de las páginas de su excelente Marx en la Argentina (Siglo XXI Editores, 2007), Horacio Tarcus redescubre, desde una óptica distante del relato canónico que hegemoniza las narraciones de la historia oficial de la forja de la patria, las vicisitudes y el periplo personal e ideológico de uno de los juristas más brillantes de nuestro país. Y publica por primera vez las tres cartas encabezadas con un afectuoso “cher citoyen” que ese hombre, Raimundo Wilmart – elogiado en vida y tras su muerte, en 1937, por lo más granado del establishment local -, le escribió al inventor del socialismo científico para darle cuenta de su tarea revolucionaria en Buenos Aires.

 

Wilmart toma contacto con las ideas de Marx en Burdeos, donde conoce a Paul Lafargue, casado con Laura, la mayor de las hijas del autor de El Capital. Convencido militante comunista, participa del Congreso que la AIT realiza en La Haya, Holanda, en septiembre de 1872, donde se le encomienda viajar a Buenos Aires.

 

En 1873, la sección argentina de la AIT que encuentra tiene unos 250 miembros y publica un periódico, El Trabajador, cuyos ejemplares están hoy perdidos. Pero la realidad local dista mucho de parecerse a la de las encendidas luchas proletarias europeas de las que proviene el joven revolucionario belga. “En tres cartas sucesivas a Marx, Wilmart informa de la situación argentina, pasando del entusiasmo inicial al desánimo”, dice Tarcus. Esto se ve claramente en la tercera, del 14 de junio de 1873, donde escribe: “Van mal las cosas por aquí: sesiones vacías, falta de buena voluntad. Otros tres (miembros) acaban de partir, el diario no ha aparecido a lo largo del mes último. El número que debía salir mañana, no aparecerá antes del 20. Los fondos faltan (…). No debemos desanimarnos nunca, pero hace falta mucha paciencia para soplar siempre sobre las cenizas que no quieren volver a encenderse”. En una carta anterior, el 27 de mayo, había pintado con gran lucidez las dificultades que encontraba el trabajo revolucionario en la realidad social argentina: “Hay demasiadas posibilidades de hacerse pequeño patrón y de explotar a los obreros recién desembarcados para que se piense en actuar de alguna manera”.

 

 

En el marco de este desánimo, a principios de 1874, una enfermedad pulmonar obliga a Wilmart a viajar a Córdoba. Allí cambia radicalmente su historia: estudia Derecho y se casa con Carlota Correa Cáceres, una joven de la alta sociedad, y luego se traslada a Mendoza, donde ejerce como juez civil y, más tarde, como camarista. Cuando regresa a Buenos Aires, en 1899, es otro hombre: se dedica plenamente a la actividad privada y se hace cargo de la cátedra de Derecho Romano de la Facultad de Derecho de la UBA. Tarcus rescata una anécdota que muestra por dónde anda entonces su pensamiento político. En 1900, integra el jurado que desaprueba la tesis doctoral de Alfredo Palacios sobre la miseria. Allí, el futuro senador socialista se refiere a “la influencia desmoralizadora de las fábricas”. Wilmart le responde con una anotación donde pone en claro su confianza en el papel civilizador del capitalismo: “Fíjese Sr. Palacios, que esas mujeres de las fábricas tendrán un trabajo tan duro y penoso como quiera, pero en su limpieza y hábitos intelectuales y sociales (…) no admiten comparación con esas desocupadas de antaño (…) La industria, aún con el proletariado, es un progreso y una evolución”.

 

Raymond Wilmart tuvo seis hijos y murió el 26 de septiembre de 1937. Fue enterrado en el cementerio de La Recoleta donde, al cumplirse un siglo de su nacimiento, se descubrió una placa que lo describe como “notable jurisconsulto, académico, maestro del derecho romano, vindicador de la libertad humana”.

 

Nada dice, en cambio, de su pasado ni de sus sueños revolucionarios. Las cartas que le escribió Marx están perdidas para siempre: una de las hijas de Wilmart las quemó, cuenta Tarcus, “temiendo que ese testimonio comprometiese la memoria de su padre y el honor de su familia”.

Portal de Parque Chas

Redacción

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